—Acabamos de recibir una comunicación oficial del gobierno rumano —dijo Stanton Rogers—, por lo cual se le otorga el placet como embajadora de los Estados Unidos.
Para Mary fue uno de los momentos más emocionantes de su vida. El abuelo se habría sentido tan orgulloso.
—Quise venir personalmente a darle la noticia —prosiguió Rogers—. El Presidente desea verla, de modo que la llevaré a la Casa Blanca.
—No… no sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por mí, Stan.
—Yo no hice nada. Fue Ellison quien la eligió. —Sonrió—. Y debo reconocer que ha sido la opción perfecta.
Mary pensó en Mike Slade.
—Hay quienes no piensan lo mismo —acotó.
—Están equivocados. No se me ocurre nadie mejor que usted para servir nuestros intereses en Rumanía.
—Gracias. Trataré de no defraudarlo.
Estuvo tentada de sacar el tema de Mike Slade aprovechando que Rogers era tan influyente. Quizá podría darle destino en Washington. No, pensó luego. No debo abusar de Stan, que ya bastante ha hecho por mí.
—A ver qué le parece esto que voy a proponerle. En vez de viajar directamente a Rumanía con los niños, ¿por qué no hacen escala por unos días en París y Roma? Tarom Airlines tiene vuelos directos de Roma a Bucarest.
—¡Oh, Stan! ¡Sería una maravilla! Pero ¿me quedará tiempo?
Él le guiñó un ojo.
—Tengo amigos en cargos importantes. Déjeme que yo le arreglo todo.
Mary no pudo frenar el impulso de abrazarlo. Stan se había convertido en un amigo muy querido. Los sueños que tantas veces compartió con Edward estaban haciéndose realidad, pero sin Edward. La sola idea le dejó un gusto agridulce.
Hicieron pasar a Mary y Rogers al Salón Verde, donde los aguardaba el presidente Ellison.
—Le pido disculpas por el tiempo que se ha demorado en completar los trámites, Mary. Stanton ya le informó que el gobierno rumano aprobaba su designación. Bueno, aquí tiene las credenciales.
Le entregó una carta que ella leyó muy despacio.
Por la presente se nombra a la señora Mary Ashley principal representante del Presidente de los Estados Unidos en Rumanía, quedando por tanto todo empleado del gobierno de los Estados Unidos con asiento en Rumanía sujeto a su autoridad.
—Y esto va adjunto. —El Presidente le entregó un pasaporte, que tenía tapa negra en vez de la habitual de color azul. En letras doradas se leía: PASAPORTE DIPLOMÁTICO.
Hacía mucho que esperaba ese momento, pero ahora que le llegaba casi no podía creerlo.
¡París!
¡Roma!
¡Bucarest!
Le pareció demasiado hermoso para que fuera verdad. Y de pronto le vino a la mente algo que su madre solía decirle: Si algo te parece demasiado bello para ser cierto, Mary, probablemente lo es.
En los diarios de la tarde se publicó una breve noticia en la cual se consignaba que Ben Cohn, periodista del Washington Post, había hallado la muerte en su departamento a raíz de una explosión provocada por un escape de gas. El desperfecto probablemente debía atribuirse a una cocina en mal estado.
Mary no leyó la noticia. Al ver que Cohn no aparecía para la entrevista, pensó que se habría olvidado o que tal vez ya no tenía interés en el reportaje. Regresó entonces a su despacho y se puso a trabajar.
La relación con Mike Slade se volvía cada vez más tensa. Es el hombre más pedante que haya conocido. Voy a tener que hablar de él con Stan.
Stanton Rogers acompañó a Mary y los niños al aeropuerto en un auto oficial del Departamento de Estado. Durante el trayecto, dijo:
—Ya se ha dado aviso de su llegada a las embajadas de París y Roma para que los reciban como corresponde.
—Gracias, Stan, por tantas atenciones.
Rogers sonrió.
—No se imagina con qué placer lo he hecho.
—¿Puedo ver las catacumbas en Roma? —preguntó Tim.
—Mira que es un lugar aterrorizante, Tim —le advirtió Rogers.
—Por eso mismo quiero ir.
En el aeropuerto, Ian Villiers aguardaba con una decena de fotógrafos y periodistas que rodearon a Mary y los niños para formularles las habituales preguntas.
—Ya basta —ordenó por fin Stanton Rogers.
Dos funcionarios del Departamento de Estado y un representante de la aerolínea los hicieron pasar a un salón privado. Los chicos se fueron a mirar un quiosco de revistas.
—Stan —dijo Mary—, realmente no quisiera molestarlo con esto, pero James Stickley me informó que mi subjefe de misión sería Mike Slade. ¿Hay alguna posibilidad de modificar eso?
La miró con cara de sorpresa.
—¿Tiene algún problema con Slade?
—Le digo con sinceridad: no me agrada. Aparte, tampoco confío en él aunque no podría decir por qué. ¿No hay forma de reemplazarlo?
Stanton Rogers meditó su respuesta.
—No lo conozco muy bien —reconoció—, pero sé que posee magníficos antecedentes. Ha tenido un notable desempeño en el Medio Oriente y en Europa. Es la persona que puede guiarla mejor debido precisamente a su enorme experiencia.
Mary suspiró.
—Eso mismo dijo Stickley.
—Lamentablemente estoy de acuerdo con él, Mary. Slade es uno de esos hombres que detectan y solucionan los problemas.
Eso es un error. Slade trae problemas. Y punto.
—Si tuviera algún inconveniente con él, hágamelo saber. Más aún, si tiene inconvenientes con cualquiera. Yo quiero estar seguro de que se le brinda la mayor ayuda posible.
—Se lo agradezco.
—Ah, y otra cosa. Usted sabe que de todas sus comunicaciones se harán copias para enviar a diversos departamentos de Washington, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno, si quiere remitir un mensaje para que sólo lo lea yo, el código que deberá poner en el encabezamiento son tres x. En tal caso, el mensaje me llegará únicamente a mí.
—Lo tendré presente.
El aeropuerto Charles de Gaulle parecía de ciencia ficción, un caleidoscopio con columnas de piedra y multitud de escaleras mecánicas que a Mary le parecieron miles. Era inmensa la cantidad de viajeros que lo colmaban.
—No se alejen de mí, chicos.
Al bajar de la escalera, se sintió perdida. Paró a un francés que pasaba por allí y le formuló una de las pocas preguntas que conocía en su idioma.
—Pardon, monsieur, où sont les bagages?
El hombre le respondió con un acento local muy marcado:
—Lo siento, señora, pero no hablo inglés.
En ese instante un joven norteamericano de impecable atuendo llegó corriendo hasta Mary.
—¡Discúlpeme, señora embajadora! Tenía órdenes de recibirla al pie del avión pero me demoré por un accidente de tránsito. Me llamo Peter Callas, y trabajo en la embajada norteamericana.
—Sinceramente me alegro de verlo. Creo que estoy perdida. —Mary presentó a los niños—. ¿Dónde retiramos el equipaje?
—No se preocupe. Ya está todo arreglado.
Así fue en efecto. Quince minutos más tarde, mientras los demás pasajeros se encaminaban al sector de Aduana y Control de Pasaportes, Mary, Beth y Tim enfilaban hacia la salida del aeropuerto.
El inspector Henri Durand, de la dirección general de Seguridad Externa —el organismo francés de inteligencia— los vio subir a la limusina y arrancar. Entonces fue hasta una cabina telefónica, cerró la puerta, introdujo un cospel y marcó.
Cuando lo atendieron, dijo:
—S’il vous plaît, dire à Thor que son paquet est arrivé à París.
Al llegar el coche a la embajada norteamericana, aguardaba allí el periodismo francés en pleno.
Peter Callas miró por la ventanilla.
—¡Caramba! —exclamó—. Esto parece una manifestación.
Adentro los esperaba Hugh Simon, el embajador. Era un tejano no demasiado joven, de ojos inquisidores y cara redonda, coronada por un grueso mechón de pelo rojizo.
—Todo el mundo está ansioso por conocerla, señora embajadora. El periodismo ha andado persiguiéndome la mañana entera.
La conferencia de prensa que concedió Mary duró más de una hora, y al concluir, se sentía exhausta. Junto con los niños se dirigió luego al despacho del embajador Simón.
—Bueno, me alegro de que haya terminado todo, señora. Cuando yo vine a tomar posesión del cargo, creo que se publicó apenas un parrafito en la última hoja de Le Monde. —Sonrió—. Pero es comprensible, puesto que no soy hermoso como usted. —De pronto se acordó de algo—. Ah, me llamó por teléfono Stanton Rogers. La Casa Blanca me ha enviado órdenes de vida o muerte de hacer todo lo posible para que disfruten al máximo su estancia en París.
—¿Realmente de vida o muerte? —preguntó Tim.
El embajador Simón asintió.
—Ésas fueron sus palabras. Los estima mucho a los tres.
—Nosotros lo mismo a él —aseguró Mary.
—Les reservé una suite en el Ritz, un hotel muy lindo que queda pasando la Place de la Concorde. Van a estar cómodos allí.
—Gracias. —Luego agregó, ansiosa—. ¿Es muy caro?
—Sí, pero no para usted. Rogers me anticipó que todos los gastos correrían por cuenta del Departamento de Estado.
—Stanton es increíble —murmuró Mary.
—Lo mismo dice él de usted.
Los diarios de la tarde y de la noche publicaron rutilantes crónicas sobre la llegada de la primera embajadora del nuevo programa de acercamiento entre los pueblos promovido por el presidente Ellison. La noticia tuvo gran repercusión en los noticieros nocturnos y en los diarios de la mañana siguiente.
El inspector Durand contempló la pila de periódicos y sonrió. Todo ocurría según lo planeado. Él se atrevía a anticipar el itinerario que recorrerían los Ashley durante los próximos tres días. Van a ir a todos los lugares turísticos que suelen visitar los norteamericanos, pensó.
Almorzaron en el restaurante Jules Verne de la Torre Eiffel, y más tarde subieron al Arco de Triunfo.
A la mañana siguiente recorrieron el Louvre, almorzaron cerca de Versailles y cenaron en la Tour d’Argent.
Tim miró afuera por la ventana del restaurante de Notre Dame, y preguntó:
—¿Adónde tienen escondido al jorobado?
Cada instante en París fue una maravilla. Mary no hacía más que pensar en lo que le habría gustado que Edward estuviese allí.
Al otro día, después de almorzar los llevaron al aeropuerto. El inspector Durand los observó tomar el vuelo a Roma.
La mujer es interesante; de hecho, hermosa. Tiene una cara inteligente, buena figura, piernas y trasero geniales. ¿Qué tal será en la cama? Los niños le llamaron la atención por lo bien educados, por ser norteamericanos.
Cuando despegó el avión, el inspector se encaminó a una cabina telefónica.
—S’il vous plaît, dire à Thor que son paquet est en route à Rome.
En el aeropuerto Leonardo da Vinci de Roma también los esperaban los paparazzi. En el momento de desembarcar, Tim comentó:
—¡Mamá, mira, nos han seguido!
De hecho, Mary tuvo la impresión de que la única diferencia era el acento italiano.
La primera pregunta de los periodistas fue: «¿Le gusta Italia?».
El asombro del embajador Oscar Viner fue el mismo que experimentó su colega Simón, en Francia.
—Ni siquiera a Frank Sinatra se le ha brindado semejante recepción. ¿Hay algo acerca de usted que yo desconozca, señora?
—Pienso que la explicación es ésta: el periodismo no está interesado en mí particularmente sino en el programa de acercamiento entre los pueblos que instauró el presidente Ellison. Muy pronto habremos de tener representantes diplomáticos en todos los países de la cortina de hierro, lo cual será un gran paso hacia el logro de la paz. Creo que en eso reside el entusiasmo de la prensa.
Al cabo de unos instantes, dijo el embajador Viner:
—Es una carga muy pesada sobre sus espaldas, ¿verdad?
El capitán Caesar Barzini, titular de la policía secreta italiana, también pudo predecir qué sitios visitarían Mary y los niños durante su breve estancia.
Encargó a dos hombres que los vigilaran, y cuando le presentaban el informe al final de cada día, comprobaba que el recorrido había sido casi exacto al que él previera.
—Tomaron helados en Doney, pasearon por la Via Véneto y fueron luego al Coliseo.
—Visitaron la fuente de Trevi y arrojaron monedas.
—Se dirigieron luego a las Termas de Caracalla y después a las catacumbas. El niño tuvo una indisposición y hubo que llevarlo de regreso al hotel.
—Anduvieron en coche de caballos por el parque Borghese y caminaron por la Piazza Navona.
Que se diviertan, pensó el capitán Barzini, irónico.
El embajador Viner los acompañó hasta el aeropuerto.
—Tengo una valija diplomática que debe ir a la embajada de Rumanía. ¿Le molestaría llevarla junto con su equipaje?
—Por supuesto que no —respondió Mary.
El capitán Barzini había acudido al aeropuerto para controlar que los Ashley subieran a bordo de la nave de Tarom Airlines rumbo a Bucarest. Permaneció allí hasta que la máquina levantó vuelo, y luego hizo un llamado telefónico.
—Ho un messaggio per Balder. Il suo pacco è in via a Bucharest.
Sólo después de estar ya en vuelo Mary tomó conciencia cabal de la magnitud de la tarea emprendida. Tan increíble le pareció, que tuvo que expresar en voz alta:
—Vamos hacia Rumanía, donde asumiré las funciones de embajadora de los Estados Unidos.
Beth la miraba intrigada.
—Sí, mamá. Ya lo sabemos. Casualmente por eso estamos aquí.
Pero ¿cómo explicarles a los chicos su emoción, esa emoción que iba en aumento a medida que se acercaban a Bucarest?
Pienso ser la mejor embajadora que haya habido jamás. Antes de concluir mi mandato, Rumanía y los Estados Unidos serán estrechos aliados.
Al encenderse la señal de NO FUMAR, se le evaporaron los grandes sueños de estadista.
No puede ser que ya estemos aterrizando, pensó consternada. Si acabamos de despegar… ¿Cómo puede ser tan corto el viaje?
Sintió presión en los oídos cuando la nave inició el descenso, y segundos más tarde las ruedas rozaron la tierra. De veras está sucediendo, se maravilló. Pero yo no soy embajadora. Soy una farsante y lo que voy a conseguir será que vayamos a la guerra. Dios nos ampare. Nunca debimos haber salido de Kansas.