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Fort Riley, uno de los fuertes militares más activos de los Estados Unidos, fue levantado en 1853 cuando aún se consideraba a Kansas territorio aborigen. Se lo construyó para proteger a las carretas de los ataques indígenas. Hoy en día se lo utiliza fundamentalmente como base de helicópteros y pista de aterrizaje para aviones militares pequeños.

Cuando Stanton Rogers arribó en un DC-7, fue recibido por el jefe de la base y su personal. Una limusina lo aguardaba para llevarlo a lo de Ashley. Rogers había llamado a Mary poco después de hacerlo el Presidente.

—Le prometo que mi visita será lo más breve posible, señora. Pensaba viajar el lunes a la tarde para verla, si le queda bien.

Qué amable. Y es un hombre tan importante. ¿Por qué lo envía el Presidente para hablar conmigo?

—Sí, perfecto. —Y luego, como por reflejo, agregó—: ¿Quiere cenar con nosotros?

Él vaciló.

—Gracias —dijo finalmente. Va a ser una velada larga y aburrida, pensó.

Cuando Florence Schiffer se enteró de la noticia, se puso muy contenta.

—¿Así que el asesor presidencial sobre asuntos extranjeros va a venir a cenar? ¡Eso significa que aceptarás el ofrecimiento!

—Florence, no significa nada. Le prometí al Presidente que hablaría con él, y nada más.

Florence la estrechó entre sus brazos.

—Lo único que quiero es que resuelvas lo que te haga más feliz.

—Lo sé.

Stanton Rogers le resultó un hombre formidable. Lo había visto por televisión y en fotografías de la revista Time, pero en persona parecía más corpulento. Pese a su amabilidad, había algo de distante en él.

—Quiero transmitirle las más sinceras condolencias del señor Presidente por el terrible dolor que la aqueja, señora.

—Muchas gracias.

Mary le presentó a los niños y los dejó conversando unos minutos mientras iba a la cocina a ver cómo andaba Lucinda con la cena.

—Cuando estén listos —dijo la mujer—. Pero ya verá que a él no le gusta.

Cuando esa mañana Mary le anunció a Lucinda que debía preparar una carne a la cacerola porque venía Rogers a comer, ella protestó:

—La gente como el señor Rogers no come carne a la cacerola.

—¿Ah no? ¿Y qué come?

Chateaubriand y crêpes suzette.

—Lo siento, pero nosotros vamos a comer carne a la cacerola.

—Está bien —porfió Lucinda—, pero no es el menú que corresponde.

Para acompañar la carne preparó papas a la crema y una ensalada de verduras frescas. De postre, tarta de zapallo. Stanton Rogers comió hasta el último bocado de su plato.

Durante la cena conversó con Mary sobre los problemas del agro.

—Los agricultores del mediooeste están en un brete terrible entre los precios bajos y el exceso de producción —dijo Mary—. Es como si necesitaran pintar su casa y fueran demasiado pobres como para comprar pintura y demasiado orgullosos como para blanquear con una mano de cal.

Hablaron acerca de la pintoresca historia de Junction City hasta que Rogers por fin sacó el tema de Rumanía.

—¿Qué opina del gobierno de Ionescu?

—En Rumanía no hay un gobierno en el verdadero sentido de la palabra —respondió ella—. El gobierno es Ionescu porque concentra en sus manos el poder total.

—¿Cree que se producirá una revolución?

—En las actuales circunstancias, no. La única persona con poder suficiente como para derrocarlo es Marin Groza, que está exiliado en Francia.

A medida que proseguía el interrogatorio, Mary demostró ser una autoridad en la cuestión de los países de la órbita soviética, y Rogers quedó debidamente impresionado. Mary tuvo la incómoda sensación de que se la examinaba bajo la lupa toda la noche. La calificación que obtuvo en la prueba fue más alta de lo que supuso.

Paul tenía razón, pensó Stanton Rogers. Realmente es una experta en Rumanía. Y había algo más también. Necesitamos revertir el concepto del norteamericano antipático. Es una mujer hermosa, y junto con sus hijos presenta una imagen muy positiva del país. Cada vez se entusiasmaba más con la idea de designarla embajadora. Puede llegar a ser más útil de lo que ella imagina.

Al concluir la velada, dijo Rogers.

—Señora, voy a serle sincero. Al principio me resistí a la idea del Presidente de nombrarla embajadora, y nada menos que en Rumanía. Eso se lo dije a él y ahora se lo cuento a usted porque he cambiado de opinión y creo que puede ser una excelente representante.

Mary sacudió la cabeza.

—Lo siento, señor Rogers, pero yo en política no soy una experta, sino apenas una aficionada.

—Tal como lo señaló el Presidente, algunos de nuestros mejores diplomáticos fueron aficionados. Es decir, la experiencia con que contaban no la habían obtenido en el servicio exterior. Walter Annenberg, antiguo embajador nuestro ante Gran Bretaña, era editor.

—Yo no…

—John Kenneth Galbraith, representante ante la India, era profesor. Mike Mansfield empezó como periodista antes de ser senador, y posteriormente embajador en Japón. Podría darle más de diez ejemplos. Todas esas personas eran lo que usted considera aficionados. Lo que sí tenían, señora, era inteligencia, amor por su patria y buena voluntad para con el pueblo del país adonde fueron destinados.

—Dicho así parece tan sencillo…

—Como seguramente se habrá dado cuenta, se la ha sometido a una profunda investigación. Ha sido aprobada por los servicios de seguridad y sabemos que no tiene problemas con el ente recaudador de impuestos. Según nos dijo el decano Hunter, es usted una excelente profesora, y por supuesto, una autoridad en el tema de Rumanía. Todo esto constituye una base sólida para empezar. Y por último, también presenta usted la imagen que el Presidente desea proyectar en los países de la cortina de hierro, en los que sólo se recibe una propaganda adversa a nosotros.

Mary lo escuchaba con rostro pensativo.

—Señor Rogers, quiero que usted y el Presidente sepan lo agradecida que estoy, pero no puedo aceptar. Tengo que pensar en Beth y Tim. No puedo desarraigarlos así…

—Hay un muy buen colegio para hijos de diplomáticos en Bucarest. Sus hijos se beneficiarían muchísimo por el solo hecho de educarse en un país extranjero. Aprenderían cosas que jamás podrían aprender estudiando aquí.

La conversación no se desarrollaba por los carriles que había previsto Mary.

—Yo no… Está bien; lo pensaré.

—Voy a pernoctar en el motel All Seasons —prosiguió Rogers—. Sé muy bien cuánto le cuesta tomar esta decisión, señora, pero este programa es importante no sólo para el Presidente sino para nuestro país. Por favor, piense en eso también.

Cuando Stanton Rogers se marchó, Mary subió a ver a los chicos, que la esperaban despiertos y llenos de excitación.

—¿Vas a aceptar el cargo? —quiso saber Beth.

—Tenemos que conversar primero. Si decido aceptar, eso implicaría que ustedes deberán dejar el colegio y sus amigos para ir a vivir a un país cuyo idioma no conocen. Además, tendrían que adaptarse a otra escuela.

—Tim y yo ya estuvimos hablando, ¿y sabes lo que pensamos?

—¿Qué?

—Que para cualquier país debería ser un motivo de orgullo tenerte de embajadora, mami.

Esa noche departió con Edward:

¡Si lo hubieras oído, mi amor! Sus palabras transmitían la impresión de que el Presidente realmente me necesita. Debe de haber un millón de personas más calificadas que yo, pero tuvo conceptos muy elogiosos para conmigo. ¿Recuerdas cuando comentábamos lo interesante que podría ser ese puesto? Bueno, me lo ofrecieron de nuevo y te confieso que no sé qué hacer. Estoy aterrada. Ésta es nuestra casa. ¿Cómo podría abandonarla? Hay tantos recuerdos tuyos aquí. —Advirtió que se le escapaban unas lágrimas…— Esto es lo único que me queda de ti. Ayúdame a decidir. Ayúdame, por favor

Se quedó sentada frente a la ventana, contemplando los árboles que se estremecían bajo el incesante embate del viento.

Al alba ya había tomado la decisión.

A las nueve de la mañana llamó al motel All Seasons y pidió hablar con Stanton Rogers.

Cuando él atendió, le dijo:

—Señor Rogers, transmítale, por favor, al Presidente que será un honor aceptar el cargo de embajadora.