Ilomantsi, Finlandia
La reunión se llevó a cabo en una cabaña muy confortable, ubicada en una remota zona boscosa a trescientos kilómetros de Helsinki, cerca de la frontera soviética. Los miembros de la delegación Oeste de la Organización habían arribado secretamente, a intervalos regulares. Si bien provenían de ocho países distintos, un alto funcionario del Valtioneuvosto —el consejo de Estado finlandés— había organizado la visita de modo que no quedara en sus pasaportes constancia alguna de su ingreso en el país.
A medida que iban llegando, guardias armados los escoltaban hasta la cabaña. Cuando arribó el último, se cerró con llave la puerta de entrada y los custodios se apostaron bajo los fuertes vientos de enero, alertas ante cualquier señal de presencia de extraños.
Las personas que se sentaron ante la enorme mesa rectangular ocupaban todas altos cargos en el gobierno de sus respectivos países. Se habían reunido con anterioridad en circunstancias no tan secretas, y confiaban unas en otras sólo porque no les quedaba más remedio. Para mayor seguridad, a cada uno se le había asignado un nombre en clave.
La reunión duró casi cinco horas, y las deliberaciones fueron acaloradas.
Por último, el presidente resolvió que había llegado el momento de llamar a votación. Se puso de pie y se volvió hacia el hombre que estaba a su derecha.
—¿Sigurd? —preguntó.
—Sí.
—¿Odín?
—Sí.
—¿Balder?
—Estamos apresurándonos demasiado. Si esto llega a saberse nuestras vidas correrían…
—¿Sí o no?, por favor.
—No.
—¿Freyr?
—Sí.
—¿Sigmund?
—Nein. El riesgo…
—¿Thor?
—Sí.
—¿Tyr?
—Sí.
—Yo voto por el sí. Por lo tanto se aprueba la decisión y así se lo haré saber al organizador. En la próxima reunión les informaré a quién sugiere él como la persona más idónea para llevar a cabo la misión. Tomaremos las habituales precauciones y nos iremos retirando a intervalos de veinte minutos. Gracias, caballeros.
Dos horas y cuarenta y cinco minutos más tarde, la cabaña estaba desierta. Llegó entonces un grupo de expertos, la roció con querosén y le prendió fuego. Los vientos voraces avivaron las llamaradas.
Cuando por fin arribó la palokunta —la dotación de bomberos de Ilomantsi—, sólo quedaban ardientes cenizas que resaltaban contra la nieve.
El subjefe de bomberos se adelantó, se agachó y olfateó las cenizas.
—Querosén —dijo—. El incendio fue intencional.
El jefe contemplaba las ruinas con una expresión de desconcierto.
—Qué raro —murmuró.
—¿Qué cosa?
—La semana pasada estuve cazando en este bosque, y aquí no había ninguna cabaña.