Quedé con Eileen en la oficina, y ya casi había llegado la hora de ir hacia allí. Fuera había varios coches aparcados; los domingos solían ser días concurridos en Select Realty.
La primera persona que vi fue Ideila, que se limitó a decir: «¡Hola, Roe!», tan feliz como si no la hubiera visto llorar en el servicio de mujeres poco antes.
—Hola, Ideila —la saludé cortésmente.
—Acabo de recibir una oferta por tu casa en Honor. La señorita Kaye ofrece tres mil dólares menos que tu precio de salida, y además quiere quedarse con el microondas y los electrodomésticos.
Nos metimos en el pequeño despacho de Ideila, exhaustivamente decorado con fotografías de sus dos hijos, juntos y por separado, el chico de unos diez años y muy corpulento, y la niña de quizá siete y delgada, de pelo rubio y lacio. Me senté en una de las sillas para los clientes y medité un instante.
—Dile… que tiene que subir la oferta otros mil y podrá quedarse con todo, excepto la lavadora y la secadora. —Las mías venían con el adosado, así que necesitaría otras cuando me mudase.
—¿Y qué hay de la nevera y el depósito de herramientas del aparcamiento? —preguntó Ideila—. Aquí no se especifica si se incluyen entre los electrodomésticos o no.
—La nevera me da igual. Si la quiere, puede quedársela.
—Vale. Haré llegar tu contraoferta a casa de su tía ahora mismo.
Ideila estaba decidida a no hacer referencia a la escena del Beef 'N More. Por supuesto, yo me moría por saber qué había pasado, pero por decencia me tocaría esperar a que decidiese confiármelo.
—Esta oferta me satisface mucho —le dije, y ella sonrió.
—Ha sido una venta fácil: la persona adecuada en el momento oportuno —argumentó, quitándole hierro—. Necesita una buena casa que no sea demasiado grande y en buen estado; la situación al final de la calle y el precio se ajustan perfectamente.
El teléfono sonó mientras Ideila amontonaba papeles. Lo cogió con una mano mientras mantenía la otra ocupada.
—Ideila Yates al habla —contestó con tono agradable. Las primeras palabras de la persona al otro lado de la línea le cambiaron la expresión drásticamente. La mano libre se petrificó en el aire, se sentó más erguida y la sonrisa se le evaporó de la cara—. Hablaremos más tarde —dijo apresuradamente—. Sí, tengo que verte… Bueno… —Cerró los ojos y se quedó pensando—. Está bien —accedió finalmente. Colgó y se quedó muy quieta durante un instante. La alegría y el ajetreo se le habían escurrido del alma. Yo no sabía si decir algo o quedarme callada, así que opté por parecer preocupada, como realmente me sentía.
Ideila optó por erigir un muro.
—Creo que lo tengo todo aquí —continuó en una terrible parodia de su previa alegre eficiencia.
—Si necesitas ayuda, ya sabes que puedes contar conmigo y mi madre —le confié antes de salir hacia el despacho de Eileen.
Justo cuando Eileen se disponía a levantarse para irnos, recibió una llamada inesperada de un cliente de fuera de la ciudad que había decidido hacer una oferta por una casa que había visto la semana anterior. La casa estaba clasificada entre las de Today’s Homes, pero habían remitido al cliente directamente a Eileen, que se la enseñó junto con otras muchas alternativas de Select Realty. Le llevó un rato fijar la oferta del cliente y asegurarle que llamaría a Today’s Homes rápidamente antes de colgar para hacer otra llamada inmediatamente.
—¿Franklin? Soy Eileen. Escucha, los señores MacCann, a los que enseñé la casa Nordstrom la semana pasada, acaban de llamar… Sí, quieren hacer una oferta…
—Lo sé, lo sé, pero es… —Mientras Eileen detallaba la oferta a Franklin, yo me sumergí en mi libro. Casi había acabado con el volumen de Catherine Aird.
Al fin Eileen estuvo lista para irnos. Le conté las buenas noticias sobre la probable venta de mi casa mientras nos metíamos en su coche.
—¿A ti te parece que Idella está bien? —le pregunté con cautela.
—Últimamente, no.
—Creo que le pasa algo.
—¿El qué? ¿Es algo con lo que podamos ayudarla?
—Pues… no.
—Si no lo sabemos y ella no pide ayuda, me parece a mí que sobramos —declaró Eileen mirándome directamente.
Asentí sombríamente.
En la primera casa, los dueños estaban a punto de salir cuando llegamos nosotras por el camino. Eileen había programado esa casa primero, por supuesto, y subió a hablar con ellos mientras yo inspeccionaba el jardín, que pedía a gritos un rastrillo.
—¿Cómo estáis, pareja? —preguntó Eileen con su mejor voz—. Ben, ¿estás listo para salir conmigo?
—En cuanto Leda me suelte —repuso el hombre con el mismo marcado buen humor—. Será mejor que desempolves tus zapatos de baile.
—¿Todavía no has encontrado a míster Adecuado, Eileen? —preguntó la mujer.
—No, cariño, ¡todavía no me he cruzado con ninguno que sea lo bastante hombre para mí!
Siguieron un poco más con su charla subida de tono entre risas, y finalmente la pareja se alejó en su coche mientras Eileen abría la puerta principal.
—¿Qué? —preguntó sin rodeos.
No sabía que se me notase nada en la cara.
—¿Por qué haces eso, Eileen? —pregunté con toda la naturalidad que me fue posible—. ¿Así eres de verdad?
—No, claro que no —respondió sucintamente—. Pero ¿cuántas casas crees que voy a vender en esta diminuta ciudad si Terry y yo salimos por ahí cogidas de la mano, Roe? ¿Cómo íbamos a ganarnos la vida aquí? En algunos sentidos, la cosa es más fácil para Terry… En realidad, Franklin quería alguien que trabajase para él y que fuese inmune a sus encantos. No quería correr el riesgo de acostarse con una empleada. Pero aun así, si todo el mundo lo supiera… Y, además, los que lo saben tienen que fingir que no.
Comprendía sus razones, pero no dejaban de parecerme muy tristes.
—Bueno, pues esta es la casa de los May —dijo Eileen, recuperando su pose de vendedora con un traqueteo de advertencia en la voz—. Son… tres dormitorios, dos cuartos de baño, una salita y un salón formal… Humm… Un armario vestidor en el dormitorio principal…
Y recorrimos la casa de los May, que era oscura y sombría, incluso en la cocina. Supe a los dos minutos que nunca la compraría, pero me parecía que ese era un día para la hipocresía. Fingí que quizá la adquiriese mientras Eileen fingía que la anterior conversación no tuvo nunca lugar. Ideila había fingido que no se había sentido mal tras la llamada en su despacho.
La falta de sueño empezó a pasarme factura en el pasillo, junto a la puerta de uno de los cuartos de baño, que visité como mandan los cánones, encendiendo la luz para contemplar los armarios y abriendo la boca a la vista de las horribles toallas que los May habían escondido claramente.
—¿Sigues aquí, Roe?
—¿Qué? Oh, lo siento. Anoche no dormí muy bien.
—¿Te apetece ver la otra casa?
—Sí. Prometo que prestaré más atención. Es que esta no me gusta, Eileen.
—Tú no te cortes. De nada sirve que perdamos el tiempo en una casa que no quieres.
Asentí obedientemente.
Anduvimos cortas de conversación y largas de silencio durante el trayecto a nuestro siguiente destino. Perdida en mis sueños de vigilia, apenas me di cuenta de que Eileen estaba saliendo de la ciudad.
Apenas a un kilómetro de Lawrenceton, llegamos a una casa que se encontraba prácticamente en medio del campo. Tenía un largo camino de grava. Se trataba de un edificio de ladrillo de dos plantas que habían pintado de blanco para destacar las contraventanas y la puerta verde. Tenía un porche parcialmente cubierto con puerta enmallada. La planta superior era más pequeña que la baja. En la parte trasera izquierda había un aparcamiento para dos coches, con un paseo cubierto desde una puerta del lateral del garaje hasta la casa. El propio garaje tenía un piso alto, al que se llegaba mediante un tramo de escaleras exteriores, también cubiertas.
El sol empezaba a ponerse más allá de los campos. Era más tarde de lo que imaginaba.
—Eileen —dije, asombrada—, ¿no es…?
—La casa Julius —terminó ella la frase.
—¿Se vende?
—Desde hace años.
—¿Y me la enseñas a mí?
—Podría gustarte —sonrió.
Respiré hondo antes de salir del coche. Los campos que rodeaban la casa estaban desnudos por el invierno, y el jardín, descolorido y muerto. Los arbustos verdes perennes que delimitaban la parcela aún conservaban la intensidad de su color, y los acebos que rodeaban los cimientos del edificio necesitaban una buena poda.
—Y los herederos la han tenido todo este tiempo —dije, sin salir de mi asombro.
—La heredera. La madre de la señora Julius. Quería desconectar la luz, por supuesto, pero la casa habría acabado pudriéndose. Sorprendentemente, ha sufrido muy poco vandalismo, dada la reputación que tiene.
—Vamos a entrar.
La jornada empezaba a ser inesperadamente interesante. Eileen iba delante, llaves en mano, ascendiendo los cuatro escalones del porche con su pasamanos de hierro forjado negro que empezaba a necesitar un retoque urgente. Atravesamos la puerta enmallada y nos dirigimos hacia la entrada principal.
—¿Cuánto tiempo tiene, Eileen?
—Cuarenta años —indicó—, por lo menos. Pero antes de que los Julius desapareciesen, revisaron toda la casa… Instalaron un nuevo tejado…, un horno. Fue hace…, deja que consulte la hoja… Sí, hace seis años.
—¿También construyeron el piso superior del garaje?
—Sí, era el apartamento de la suegra. Allí vivió la madre de la señora Julius. Pero, claro, tú te acuerdas de eso.
La desaparición de la familia Julius fue la sensación del decenio en Lawrenceton. A pesar de contar con algunos familiares en la ciudad, eran muy pocos los que gozaron de la oportunidad de conocerlos de verdad, así que casi todos se permitieron disfrutar de las emociones provocadas por el dramático misterio de su desaparición. T. C. y Hope Julius, ambos al comienzo de la cuarentena, y Charity Julius, de quince años, habían desaparecido cuando la madre de la señora Julius acudió para desayunar, como tenía por costumbre hacer todas las mañanas de sábado. Tras llamarlos infructuosamente, la anciana señora buscó por la casa. Al cabo de una hora de incómoda espera y comprobar si los coches seguían allí, llamó a la policía, quien al principio, como era de esperar, se mostró escéptica.
Pero, a medida que avanzaba el día, el coche y la ranchera de la familia permanecían aparcados en su sitio y ningún miembro de la familia llamó o se presentó, la policía empezó a compartir las preocupaciones de la madre de la señora Julius. La familia no se había ido a pasear en bici o a pie, ni había sido invitada a casa de nadie.
Nunca regresaron y nadie los encontró nunca.
Eileen abrió la puerta y entré con ella.
No sabía qué esperaba, pero no había allí nada de escalofriante. Los rayos de sol de ese frío día penetraban por las ventanas y, en vez de las presencias fantasmales de la desaparecida familia Julius, lo que sentí fue paz.
—Hay un dormitorio abajo —explicó Eileen— y dos arriba, además de otra estancia que puede usarse como estudio o sala de costura… Claro que también podría convertirse en dormitorio. Y hay un desván con suelo de tarima. Es muy pequeño. Se accede mediante una trampilla del pasillo de arriba.
Nos encontrábamos en la salita, una estancia amplia con numerosas ventanas. La pálida alfombra olía a moho. La puerta de doble hoja que conducía al comedor era de cristal tintado. El comedor contaba con un suelo de madera con una cajonera de obra, así como un gran ventanal que dominaba el jardín lateral y el garaje. A continuación estaba la cocina, que contaba con una amplia zona para comer e innumerables armarios. Mucho espacio de encimera. El linóleo era de una especie de naranja bruñido y el papel de la pared presentaba un tono crema con unos motivos del mismo color. Las cortinas eran también de color crema, con toques de naranja bruñido. Había un cuarto de despensa que, al parecer, habían convertido en armario para la lavadora y la secadora.
Me encantaba.
El cuarto de baño de la planta baja necesitaba una reforma. Nuevos azulejos, nuevo sellado y otro espejo.
El dormitorio de abajo sería una gran biblioteca.
Las escaleras eran pronunciadas, pero no aterradoras. El pasamanos parecía sólido.
El dormitorio principal de arriba era muy agradable. No me gustaba demasiado el papel de la pared, pero no costaría cambiarlo. Aquí también, el cuarto de baño, que daba al pasillo, necesitaría alguna reforma. El otro dormitorio necesitaba una mano de pintura. Al cuarto pequeño, que podría servir de trastero, también le vendría bien otra mano de pintura.
Podría encargarme yo misma. O, mejor aún, podría pagar para que lo hiciera otro.
—Pareces muy contenta —observó Eileen.
Me había olvidado de que estaba acompañada.
—De hecho, estás pensándote seriamente comprar esta casa —dijo lentamente.
—Es maravillosa —aprecié, dejándome deslumbrar por ella.
—Un poco aislada.
—Es tranquila.
—Un poco desolada.
—Inspira paz.
—Humm. Bueno, por lo que a mí respecta, hay trato… Y, por supuesto, hay un pequeño apartamento sobre el garaje que podrías alquilar… Eso también aplacará la sensación de aislamiento.
—Veámoslo.
Salimos de la cocina y bajamos las escaleras. El tramo que conducía al apartamento sobre el garaje era bastante sólido; por supuesto, lo habían añadido solo seis años atrás. Seguí a Eileen en el ascenso, quien abrió la puerta de cristal.
El apartamento consistía en una amplia zona común, salvo el cuarto de baño, que estaba aislado del resto en un extremo. Contaba con ducha, en vez de bañera. La cocina era justa para una persona y uso esporádico; la suegra comía la mayor parte del tiempo en la casa con el resto de la familia. Habían construido unos estantes empotrados y tenía dos armarios. Había también un aire acondicionado adosado a la ventana, pero ni rastro de calefacción.
—Supongo que se calentaría con una estufa de queroseno —dijo Eileen—. No debería haber problema para un espacio de este tamaño.
Quizá podría alquilárselo a algún estudiante de la universidad católica o a alguna maestra soltera. Alguien tranquilo y respetable.
—Este sitio me encanta —le dije a Eileen innecesariamente.
—Salta a la vista.
—Pero tendré que pensarlo, claro.
—Claro.
—Puedo permitírmelo, como las reformas, y pagar al contado. Pero está muy lejos de la ciudad, y tengo que decidir si eso me pone nerviosa o no. Por otra parte, desde aquí puedo ver prácticamente la casa de mi madre. Y si pudieras averiguar quién es el propietario de la parcela del campo, te lo agradecería. No querría comprar ahora y luego descubrir que el dueño se la ha vendido a un centro comercial. O a una granja de pollos.
Eileen tomó nota.
Me dije en silencio que si alguna de esas variables no encajaba en mis planes, contrataría a un arquitecto y le encargaría el diseño de una casa muy parecida a esa para construirla desde cero.
—Yo seguiré mirando, de todos modos —añadí—. No quisiera llevarme ninguna sorpresa.
—Vale, tú mandas —accedió Eileen alegremente. Había oscurecido lo suficiente como para tener que encender los faros del coche cuando giró para recorrer de vuelta el camino privado.
Regresamos a la ciudad en silencio; Eileen, procurando no darme ningún consejo y yo, sumida en mis pensamientos. Esa casa me encantaba.
—Un momento —dijo Eileen con voz afilada.
Salí despedida de mi ensimismamiento.
—Mira, ese es el coche de Ideila. Pero hoy no le tocaba enseñar la casa Westley. ¡Dios mío, mira la hora que es! Se supone que debo enseñársela yo a una pareja que trabaja en horarios distintos durante toda la semana. Voy a necesitar esa llave.
Eileen estaba seriamente disgustada. Si yo hubiese sido cualquier otro cliente, ella habría esperado hasta dejarme de vuelta en la oficina para luego volver y reclamar la llave, pero como formaba parte de la familia de agentes inmobiliarios, se sintió libre de desfogarse delante de mí. Eileen se desvió hacia el camino privado y salió del coche con la agilidad que otorga la práctica. Yo la imité; a lo mejor Ideila sabía si Emily Kaye había respondido a mi contraoferta.
No había ningún otro coche aparcado junto al de Idella.
—Los Westley se mudaron la semana pasada —explicó Eileen mientras abría la puerta principal sin llamar—. ¡Idella! —chilló—. ¡Mujer, voy a necesitar esta llave dentro de una hora!
Nada. Todo estaba oscuro. Avanzamos lentamente.
Por una vez, Eileen parecía desconcertada.
Volvió a llamar, pero con menos expectativas de respuesta. Las persianas estaban subidas y las cortinas descorridas, permitiendo que se colara un poco de luz procedente de la farola de la propiedad colindante. Eileen intentó encender una luz, pero habían desconectado la electricidad.
La casa estaba helada, así que me arrebujé en mi abrigo.
—Deberíamos irnos y llamar a la policía —dije finalmente.
—¿Y si está herida?
—¡Oh, Eileen! Ya sabes… —No pude acabar la frase—. Está bien —accedí, encomendándome a lo inevitable—. ¿Tienes alguna linterna en el coche?
—Sí. ¡No sé dónde tengo la cabeza! —exclamó Eileen, seriamente enfadada consigo misma. Fue a buscarla y apuntó su amplio haz hacia la salita. No había más que polvo sobre la alfombra. Las seguí a ella y a la linterna hasta la cocina… Desierta. Volvimos a pasar por la puerta principal hacia el pasillo que daba a los dormitorios. El primero de la izquierda estaba vacío. Nada en el cuarto de baño. Para entonces, las lágrimas recorrían las mejillas de Eileen y lo cierto es que podía oír el traqueteo de sus dientes.
Nada en el segundo dormitorio.
Nada en el armario de la colada del pasillo.
Idella estaba en el último cuarto de baño. La linterna iluminó tangencialmente su pálida melena y luego volvió para centrarse en ella de mala gana.
Estaba tirada en un rincón como un montón de ropa descartada. Quienquiera que fuese, había preparado el cuerpo de Tonia Lee, pero a Idella la había tirado ahí sin más. Ningún ser vivo podría haber yacido de ese modo.
Me obligué a avanzar un paso para tocar la muñeca de Ideila. Aún conservaba un retazo de calor. No tenía pulso. Coloqué la mano delante de su nariz. No respiraba. Toqué la base de su fino cuello. Nada.
Con la gente nunca se sabe. Oí un ruido de resbalón y la luz de la linterna se estrelló descontroladamente contra las paredes, como si Eileen Norris se hubiese desmayado allí mismo.
***
Como era de esperar, no había ningún teléfono en la casa Westley. De repente me sentí como si estuviera en una isla en medio de un cauce muy crecido. Detestaba la idea de dejar a Eileen sola, en la oscuridad, junto al cadáver de Ideila, pero tenía que pedir ayuda. Había visto un coche aparcado en la casa de la derecha gracias a la linterna, y no dudé en llamar a su puerta enmallada.
Abrió un niño vestido con una camisa a cuadros y un mono rojo. Bueno, no tenía muy claro si era un chico o una chica.
—¿Podría hablar con tu mamá? —dije. El pequeño asintió y se fue. Tras un instante, una joven con una toalla en la cabeza apareció en la puerta.
—Lo siento, le tengo dicho a Jeffrey que no abra la puerta, pero si no oigo el timbre a tiempo, sale como el rayo —explicó, dejando bien claro que creía que Jeffrey era muy listo—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Me llamo Aurora Teagarden —me arranqué, y su expresión hizo una mueca antes de recuperar la cordialidad—. Necesito que llame a la policía. Ha habido un… accidente en la casa Westley, aquí al lado.
—¿Lo dice en serio? —comentó, dubitativa—. No debería haber nadie allí, esa casa está en venta.
—Le prometo que hablo en serio. Por favor, llame a la policía.
—Está bien, lo haré, ¿está usted bien? —preguntó, aterrada ante la perspectiva de que le pidiese que me dejase pasar.
—Sí. Si usted llama, volveré allí. —Tenía la clara sensación de que esa mujer hubiese preferido volver a lavarse el pelo y olvidar que yo había llamado a su puerta.
—Llamaré ahora mismo —prometió con repentino aplomo.
Regresé a la fría y sombría casa. Eileen intentaba recomponerse, pero estaba lejos de ello. Tomé la linterna defensivamente y me acuclillé junto a ella, en la desagradable alfombra marrón, perdiendo la mirada en un escarabajo muerto mientras esperábamos a la policía.
***
Al menos Jack Burns no se presentó. Hubiese preferido estar en un cuarto encerrada con un pit bull antes que enfrentarme a ese hombre en ese momento. Siempre me trató con una desconfianza enfermiza desde que nuestros caminos se cruzaron a partir de los crímenes de Real Murders. Por lo visto pensaba que yo era la Juana Calamidad de Lawrenceton, que la muerte me seguía como un mal olor. De ser Jonás, me habría arrojado a la ballena sin el menor escrúpulo.
Lynn Liggett Smith parecía, por su parte, tomarse mi presencia como algo más natural. No sabía si eso me parecía más perturbador aún.
Eileen salió de su ensimismamiento para relatar lo poco que sabía, temblorosa. Después me tocó llevarla de vuelta a la oficina. La policía ya había avisado a mi madre, por lo que nos la encontramos esperándonos. Eileen entró en su despacho con una inestable parodia de su habitual paso seguro. El pasillo estaba iluminado. Tomé asiento en una de las sillas para los clientes del despacho de Mackie Knight. Con considerable sorpresa, este dejó los papeles con los que estaba trabajando.
—¿Qué pasa, Roe?
—¿Has estado toda la tarde aquí, Mackie? ¿Hasta ahora? —Vi en el reloj de pared que ya eran las siete.
—No. Acabo de volver después de pasar toda la tarde en la iglesia y de cenar en casa con unos conocidos y familiares. Justo cuando mi madre me puso delante la tarta de merengue de limón, recordé que no había preparado todos los papeles para el cierre de la venta Feiffer mañana por la mañana. —Había merengue de limón esparcido por un plato de poliestireno junto a un tenedor de plástico en una esquina de su escritorio.
—¿Te acompañó alguien con tus amigos?
—Sí, mi pastor. ¿Por qué?
—Acaban de asesinar a Idella.
—Oh, no. —Mackie de repente parecía indispuesto—. ¿Dónde?
—En la casa Westley, que está vacía.
—¿Cómo?
—No lo sé. —No había tenido oportunidad de ver el arma, pero el abrigo de Idella le cubría la garganta. La escasa luz no ayudaba, pero me dio la sensación de que su rostro mostraba la misma expresión extraña que Tonia Lee—, es posible que estrangulada.
—Pobre mujer. ¿Quién se lo ha dicho a sus hijos?
—Supongo que la policía. O quienquiera que fuera con quien los dejara mientras estuviera trabajando.
—¡Yo no podría haberlo hecho! —exclamó Mackie, cayendo finalmente en la cuenta—. He estado acompañado en cada momento, a excepción del rato que tardé en conducir de vuelta aquí.
—Creo que este no estaba tan bien planificado como el asesinato de Tonia Lee.
—Crees que mataron a Tonia Lee en ese momento y sitio porque daría lugar a muchos sospechosos.
—Claro, ¿tú no?
—No lo había visto de esa manera —dijo él lentamente—, pero tiene sentido. Pobre Idella. —Mackie agitó la cabeza, incrédulo—. La verdad es que últimamente actuaba de forma muy extraña, casi disculpándose, cada vez que le dirigía la palabra.
—Ella sabía que tú no habías matado a Tonia Lee, Mackie. Creo que conocía al culpable, o al menos sospechaba de alguien.
Ambos permanecimos sentados y pensativos durante un momento, y entonces entró mi madre por la puerta, preguntando con delicadeza si podía hablar conmigo a solas.
—Mackie —dije cuando me levantaba para salir de su despacho—, ¿fuiste a la iglesia cuando Ideila dejó la oficina, o fue antes?
—Antes. Ella aún seguía en su despacho cuando salí por la puerta. Me despedí de ella.
—Oh, gracias a Dios. Entonces no eres sospechoso.
—Sí, yo creo que sí lo soy. —Mackie tenía emociones encontradas.
Lynn estaba esperando en el despacho de mi madre.
—Tengo entendido que tuviste una interesante conversación con Ideila en el Beef 'N More —dijo.
Pensaba que Lynn se estaba tirando un farol, pero pensaba confiarle lo que me dijo Ideila de todos modos, por vago que resultase. La única persona que pudo contarle que me encontré con ella a la hora de comer era Sally Allison, y Sally no sabía lo que Ideila me había dicho. No, no estaba siendo justa con Sally… También estaba Terry Sternholtz.
Le conté a Lynn lo que sabía, así como mi pequeño intercambio en el servicio. Le dimos una y otra vuelta mientras mi madre escuchaba o trabajaba en silencio. Me preguntaba por qué nos quedábamos allí en vez de ir a la comisaría de policía. Le conté a Lynn lo mismo desde mil perspectivas distintas, cada connotación de la aparente pelea de Idella con Donnie Greenhouse, su salida precipitada hacia el servicio de mujeres, mi tímido intento de ayudarla, sus escasos comentarios y su salida del restaurante. Le conté la siguiente vez que la vi, aquí en la oficina, y mi breve conversación con ella, el intercambio que tuvo con un desconocido al teléfono y su intención de ir a ver a Emily Kaye para transmitirle mi contraoferta. Y, finalmente, cómo la encontré con una casa vacía.
Cuando Lynn estuvo satisfecha en la idea de haberme sacado todo lo que podía sacarme, yo lamenté genuinamente haber hablado con Idella en el restaurante. El camino del infierno está cuajado de buenas intenciones.
—Habla con Donnie Greenhouse —dije, irritada—. Él fue quien la disgustó, no yo.
—Oh, descuida —me aseguró Lynn—. De hecho, alguien ya está hablando con él en este momento.
***
Pero Donnie Greenhouse, que había dejado que Tonia Lee le pusiera los cuernos hasta la náusea durante tanto tiempo, no cedería un centímetro ante la policía. Llamó a mi madre cuando yo aún estaba en su oficina y le dijo triunfalmente que no se lo había puesto fácil a Paul Allison.
—Le ha dicho a Paul Allison que, sea lo que sea lo que Roe Teagarden diga que le haya contado Idella, ellos dos no discutieron más que de asuntos de negocios y del funeral de Tonia Lee. —Las cejas de mi madre estaban arqueadas hasta marcar un hito en su escepticismo.
—Bien podría llevar un letrero que pusiera: «Máteme, por favor. Sé demasiado» —dije.
—Donnie carece de las luces para apartarse del agua si está lloviendo, pero jamás hubiera pensado que es tan tonto —dijo mi madre—. Por qué hace todo esto en vez de contarle a la policía todo lo que sabe, es algo que soy incapaz de vislumbrar.
—¿Querrá vengar a Tonia Lee personalmente?
—Dios sabrá por qué. Todo el mundo sabe que esa mujer convirtió su vida en un infierno.
—A lo mejor siempre la quiso. —Mi madre y yo sopesamos la idea, cada una por su lado.
—Personalmente, no creo que alguien con el instinto de autoconservación intacto pudiera seguir amando a otra que abusase tan abiertamente de él —declaró mi madre.
Me preguntaba si tendría razón.
—Entonces, Donnie no es racional ni tiene instinto de autoconservación —concluí—. ¿E Idella qué? Está claro que la llamada que recibió en el despacho era de alguien que ella consideraba sospechoso de los asesinatos. Y, sin embargo, accedió a reunirse con esa persona en una casa vacía. ¿No destila eso su amor por quienquiera que fuese?
—Yo sencillamente no amo de esa manera —dijo mi madre finalmente—. Amé a tu padre hasta que me fue infiel. —Era la primera vez que me decía una palabra acerca de su matrimonio con mi padre—. En mi opinión, lo quise muy profundamente. Pero cuando me hizo tanto daño… De todos modos, las cosas tampoco iban tan bien. El amor se murió, así de sencillo. ¿Cómo puedes seguir amando a alguien que te miente? —Era genuinamente incapaz de entenderlo.
Dada mi limitada experiencia, no sabía si mi madre tenía un exagerado instinto de autoconservación o si el mundo estaba lleno de personas irracionales.
—A tenor de lo que he leído y observado —dije, titubeante—, creo que hay mucha gente que no es así. Siguen amando, independientemente del dolor y el precio.
—Esa gente no se respeta a sí misma. Eso es lo que creo —concluyó mi madre secamente. Echó un vistazo por la ventana, hacia las ramas desnudas de los robles, que dibujaban un desapacible patrón abstracto en contraste con el cielo gris—. Pobre Idella —continuó, y una lágrima se deslizó por su mejilla—. Valía por diez Tonia Lees, y tenía hijos. Ha sabido salir a flote desde que su marido la dejó. Me caía muy bien, a pesar de que nunca me acerqué demasiado a ella. —Mi madre volvió a mirarme. Le sostuve la mirada—. Cuánto miedo ha tenido que pasar. —Se sacudió—. Le diré a Eileen que llame a Emily Kaye para comprobar si Ideila llegó a transmitirle tu contraoferta, cariño. La policía debería dejarnos coger los papeles de su coche pronto. Tenemos que retomar la actividad; Eileen o yo podemos encargarnos de la parte de Ideila. Te mantendré informada.
Eso era lo que menos me preocupaba.
—Gracias —respondí, intentando parecer aliviada—. Creo que me iré a casa. —Al llegar a la puerta del despacho, me giré para decir—: ¿Sabes?, estoy dispuesta a apostar dinero a que Donnie en realidad no tiene ni idea. Si al final lo matan, habrá sido absolutamente por nada.
Me alegré profundamente de no haber quedado con Martin esa noche. Necesitaba un poco de tiempo para sobreponerme a ese horror. Conduciendo a casa, sentí el impulso de llamarlo a pesar de todo. Pero sacudí la cabeza. A saber lo que estaría haciendo. Seguir inspirando a los ejecutivos de Pan-Am Agra, cenar con un cliente, trabajar en su motel en algún asunto importante. Odiaba descubrir lo sola que me sentía, tan pronto.
Seguí con los pensamientos puestos en Ideila, sus hijos, su muerte por amor.