Prólogo

Aunque escritos en diferentes momentos de los últimos cuatro años, los ensayos aquí reunidos comparten un enfoque común: la experiencia espiritual o mística y su relación con la vida física cotidiana. Dicho esto, me doy cuenta inmediatamente de que he utilizado palabras inadecuadas; sin embargo, no hay ninguna alternativa satisfactoria. Espiritual y mística sugiere algo extraño, extraterreno y sublimemente religioso, en contraposición con la vida física cotidiana que es sencillamente práctica y común. El objeto primordial de estos ensayos es mostrar la falacia de dicha oposición, y que lo espiritual no debe separarse de lo material, ni lo maravilloso de lo corriente. Ante todo, debemos desvincularnos de costumbres lingüísticas y del pensamiento que separan lo uno de lo otro, y nos impiden ver que la experiencia inmediata, cotidiana y presente es ESO, la finalidad global y definitiva de la existencia del universo. Sin embargo, el reconocimiento de que ambas son una misma cosa tiene lugar en un estado de concienciamiento, fugaz, aunque relativamente común, que me ha fascinado desde que tenía diecisiete años.

No soy reformista ni predicador, ya que me gusta escribir y hablar de esta forma de ver las cosas, como quien canta en la ducha o se baña en la playa. No se trata de una misión ni del intento de convertir y, sin embargo, estoy convencido de que, si este estado de concienciamiento llegara a ser más universal, la ostentosa insensatez que pasa por asuntos serios del mundo se disolvería en hilaridad. Descubriríamos inmediatamente que los ideales por los que matamos y nos regimos, no son más que substitutos abstractos y vacíos de los misteriosos milagros que nos rodean: no sólo las maravillas evidentes de la naturaleza, sino el extraordinariamente asombroso hecho de la propia existencia. Estoy plenamente convencido de que dicho despertar no nos privaría en absoluto de energía ni de consideración social. Por el contrario, y aunque la infinidad sea indivisible, la mitad de la felicidad consistiría en compartirlo con los demás y, puesto que lo espiritual y lo material son inseparables, esto significaría compartir la vida y los objetos además de la introspección. Pero la posibilidad de que esto ocurra depende enteramente de la presencia de la visión que pueda transformarnos en un tipo de personas capaces de hacerlo, y no de la exhortación o de las súplicas hechas a nuestro tenaz, aunque persistentemente no creativo, sentido de la culpabilidad. Sin embargo, lo echaríamos todo a perder si nos sintiéramos obligados, por ese mismo sentido, a poseer dicha visión.

Por contradictorio que parezca, opino que la experiencia espiritual más profunda sólo puede emerger en momentos de un egoísmo tan completo que se trascienda a sí mismo, hasta su propia aniquilación, que tal vez sea la razón de que Jesucristo prefiriera la compañía de los publicanos y pecadores a la de los justos y respetables. La aceptación del egoísmo propio, sin el engaño de pretender su inexistencia, es un primer paso, ya que la persona que no forma un todo coherente se halla perpetuamente paralizada, al intentar avanzar en dos direcciones distintas al mismo tiempo. Según reza un proverbio turco, «el que duerme en el suelo no se cae de la cama». Cuando el pecador descubra que incluso el arrepentimiento es pecaminoso, puede que por primera vez «sea consciente de sí mismo» y se convierta en un todo. El despertar espiritual es el difícil proceso a través del cual la visión creciente de que todo está tan mal como puede estar se convierte de pronto en el descubrimiento de que todo está tan bien como puede estar. O, mejor aún, que todo es tan ESO como puede ser.

Sólo dos de los ensayos que figuran a continuación se han ido publicando con anterioridad, «Zen y el problema del control» y «Zen beat, Zen inveterado y Zen», el primero en el primer ejemplar de Contact y el segundo en The Chicago Review de verano de 1958, y más adelante como opúsculo, ampliado por City Lights Books de San Francisco. Agradezco a los respectivos redactores y editores su autorización para incluirlos en este libro.

Debido a la naturaleza bastante personal, e indirectamente autobiográfica de estos ensayos, me ha parecido apropiado agregar una bibliografía de los libros y artículos principales, escritos por mí hasta la fecha.

Alan W. Watts

San Francisco 1960