Zen Beat, Zen inveterado y Zen

NOTA

El siguiente ensayo apareció por primera vez en la Chicago Review de verano de 1958 y más adelante lo publicó en forma de opúsculo City Lights Books de San Francisco, con algunos complementos, puesto que parecía un buen contexto para hablar de la influencia del zen en el arte occidental, y porque el original había aparecido antes de la publicación de Dharma Bums de Kerouac. La versión presente contiene otros complementos y correcciones.

Suponía que la versión original de este ensayo había aclarado perfectamente mi propia posición respecto a «zen beat» y «zen inveterado». Era evidente que no utilizaba el término «inveterado» despectivamente, puesto que no hablaba desde un punto de vista «beat». Pero a raíz de la publicación del artículo de Stephen Mahoney titulado «The Prevalence of Zen», que apareció en The National en octubre de 1958, se ha divulgado la impresión de que soy portavoz del «zen inveterado». Utilicé este término para referirme a las escuelas del zen tradicionales y oficiales en Japón, Rinzai y Soto, a las que en efecto pertenecen muchos occidentales. No es mi caso, ni las represento en modo alguno. No porque no las respete o esté en desacuerdo con las mismas, sino porque en este género de asuntos no soy temperamentalmente asociacionista. Ni siquiera me identifico como budista zen, ya que el aspecto del zen en el que estoy personalmente interesado no es algo que se pueda organizar, enseñar, transmitir, certificar ni compaginar en ningún tipo de sistema. Ni siquiera se puede seguir, ya que cada uno tiene que encontrarlo por su cuenta. Como dijo Plotino, es «un camino a la soledad que se recorre a solas» y, según reza un antiguo poema Zen:

Si no lo sacas de ti mismo,

¿dónde lo buscarás?

Fundamentalmente, ésta es la posición del conjunto del budismo tradicional zen. Estrictamente hablando, no hay maestros zen porque el zen no tiene nada que enseñar. Desde los tiempos más remotos, los que han experimentado el zen siempre han rehuido a los discípulos potenciales, no sólo para poner a prueba su sinceridad, sino para advertirles honradamente que la experiencia del despertar (satori) no hay que buscarla para encontrarla y que, en todo caso, no es algo que se pueda adquirir o cultivar. Pero los adeptos se han negado persistentemente a aceptar dicho «¡no!» como respuesta y los sabios del zen han contestado con una especie de judo. Al comprender que era inútil limitarse a decirles a los adeptos que buscando no encontrarían, han respondido con contrapreguntas (koan) cuyo efecto es el de excitar el esfuerzo de la búsqueda hasta que estalla con su propia fuerza, con lo que el discípulo se da cuenta de la locura de buscar por sí mismo, no sólo verbalmente sino mediante la misma médula de sus huesos. En aquel momento el discípulo «tiene» zen. Se sabe a sí mismo uno con todo, ya que ha dejado de separarse del universo para buscar algo del mismo.

A nivel superficial, esto parece una relación entre maestro y alumno. Pero esencialmente es lo que los budistas denominan upaya o «astucia», a veces conocida como «darle una hoja dorada a un niño para que deje de llorar por el oro». Sin embargo, a lo largo de los siglos, el proceso de negación y contrapreguntas ha adquirido una mayor formalización. Han aparecido templos e instituciones donde se puede practicar, los cuales a su vez han creado problemas de propiedad, administración y disciplina, que han obligado al budismo zen a asumir la forma de una jerarquía tradicional. Hace tanto tiempo que esto ocurre en el lejano Oriente, que se ha convertido en parte del paisaje, y algunas de las desventajas quedan contrarrestadas por el hecho de que parece perfectamente natural. No tiene nada de exótico ni de «especial». Incluso las organizaciones pueden crecer con naturalidad. Pero me parece que trasplantar dicho estilo del zen a Occidente sería completamente artificial. Se convertiría simplemente en una más de las numerosas sectas, con sus correspondientes pretensiones espirituales, intereses creados y «camarillas internas» de seguidores, con la desventaja adicional de su atractivo esnob, por tratarse de una forma «muy esotérica» de budismo. Dejemos que el zen impregne a Occidente sin formalidades, como el hábito de tomar el té. Así podremos digerirlo mejor.