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Una mujer llamada Thursday Next

«Landen y yo nos casamos el mismo día en que se declaró la paz en Crimea. Landen me dijo que había sido para ahorrarse la factura de las campanas. Miré a mi alrededor un poco nerviosa cuando el párroco llegó a lo de “Que hable ahora o que calle para siempre”, pero allí no había nadie. Me reuní con la Federación Brontë y pronto se acostumbraron a la idea del nuevo final, sobre todo cuando comprendieron que ellos eran los únicos que se oponían. Yo lamentaba las heridas de Rochester y el incendio de la casa, pero me alegraba que él y Jane, después de más de cien años de insatisfacción, hubiesen encontrado al fin la paz y la felicidad verdaderas que tan en exceso merecían.»

THURSDAY NEXT

Una vida en OpEspec

La recepción resultó ser mayor de lo que habíamos imaginado y a las diez ya había ocupado también el jardín de Landen. Boswell se había emborrachado un poco, así que lo metí en un taxi y lo mandé al Finis. Paige Turner había intimado con el saxofonista… Nadie los había visto durante la última hora. Landen y yo disfrutábamos de un pequeño momento para nosotros solos. Le apreté la mano y pregunté:

—¿Realmente te habrías casado con Daisy si Briggs no hubiese intervenido?

—¡Tengo las respuestas que querías, garbancito!

—¿Papá?

Estaba vestido con el uniforme completo de coronel de la CronoGuardia.

—He estado pensando en lo que dijiste y he estado investigando un poco.

—Lo lamento, papá, no tengo ni idea de qué estás hablando.

—¿No recuerdas? Hablamos hace unos dos minutos.

—No.

Frunció el ceño y nos miró a los dos, luego al reloj.

—¡Maldita sea! —exclamó—. Debo de haber llegado temprano. ¡Malditos cronógrafos!

Tocó el dial y se fue rápidamente sin decir nada más.

—¿Tu padre? —preguntó Landen—. ¿No habías dicho que estaba fugado?

—Lo estaba. Lo está. Lo estará… Ya sabes.

—¡Garbancito! —otra vez mi padre—. ¿Sorprendida de verme?

—En cierta forma.

—¡Felicidades a los dos!

Comprobé que la fiesta seguía en marcha. El tiempo no se había detenido. No pasaría mucho tiempo antes de que la CronoGuardia le localizase.

—¡Al infierno con OE-12, Thursday! —dijo, adivinando mis pensamientos y cogiendo una copa de un camarero que pasaba—. Quería conocer a mi yerno.

Se volvió hacia Landen, le agarró la mano y le valoró con cuidado.

—¿Cómo estás, chico? ¿Te has hecho una vasectomía?

—Bien, no —respondió Landen, algo avergonzado.

—¿Algún golpe fuerte jugando al rugby?

—No.

—¿Una coz de caballo ahí abajo?

—No.

—¿Una pelota de criquet en la entrepierna?

¡No!

—Vale. Entonces es posible que saquemos nietos de este fiasco. Y ya era hora de que la pequeña Thursday se dedicase a soltar algunos críos en lugar de correr por ahí como un cerdito salvaje de montaña… —Hizo una pausa—. Me miráis raro.

—Estuviste aquí no hace ni un minuto.

Frunció el ceño, alzó una ceja y miró furtivamente a su alrededor.

—Si era yo y me conozco a mí mismo, entonces estaré oculto en algún lugar cercano. ¡Oh, sí, mira! ¡Ahí estoy!

Señaló una esquina del jardín donde una figura se ocultaba en las sombras tras un cobertizo de jardín. Entrecerró los ojos y recorrió la cadena de acontecimientos más lógica.

—Veamos. Debo de haberme ofrecido a hacerte un favor, lo he hecho y he regresado un poco antes de tiempo; suele pasar en mi trabajo.

—¿Qué favor podría haber pedido? —aventuré, todavía confundida pero más que dispuesta a jugar.

—No sé —dijo mi padre—. Una pregunta candente sobre la que se ha discutido mucho a lo largo de los años pero que, hasta ahora, no ha tenido respuesta.

Pensé durante un momento.

—¿Qué tal la autoría de las obras de Shakespeare?

Sonrió.

—Muy bien. Veré qué puedo hacer.

Se terminó la copa.

—Bien, una vez más, felicidades a los dos; debo irme. El tiempo no espera por nadie, como nos gusta decir.

Sonrió, nos deseó felicidad para el futuro y se fue.

—¿Puedes explicar qué pasa exactamente? —preguntó Landen, totalmente confundido, no tanto por los acontecimientos en sí como por el orden en que se estaban produciendo.

—En realidad, no.

—¿Ya me he ido, garbancito? —preguntó mi padre, quien había regresado de su escondite tras el cobertizo.

—Sí.

—Bien. Bueno, descubrí lo que querías saber. Fui a Londres en 1610 y descubrí que Shakespeare no era más que un actor con una carrera secundaria y potencialmente vergonzosa como comerciante de artículos en saco en Stratford. No es de extrañar que no se lo comentase a nadie… ¿Lo harías tú?

Efectivamente, era muy interesante.

—Entonces, ¿quién las escribió? ¿Marlowe? ¿Bacon?

—No; eso resultó ser un problemilla. Verás, nadie había oído hablar de las obras, y menos aún escribirlas.

No comprendía.

—¿A qué te refieres? ¿No las había?

—Eso es exactamente lo que digo. No existen. Nunca se escribieron. Ni él las escribió, ni nadie.

—Lo lamento —dijo Landen, nada dispuesto a tragarse más—, pero vimos Ricardo III hace sólo seis semanas.

—Claro —dijo mi padre—. El tiempo está desarticulado a lo grande. Era evidente que había que hacer algo. Llevé un ejemplar de las obras completas conmigo y se lo entregué al actor Shakespeare en 1592 para que las distribuyese según una cronología. ¿Responde eso a tu pregunta?

Seguía confundida.

—Entonces, no fue Shakespeare el autor de las obras.

—¡Definitivamente no! —admitió mi padre—. Ni tampoco Marlowe, Oxford, De Vere, Bacon o cualquiera de los otros.

—¡Pero eso no es posible! —exclamó Landen.

—Al contrario —respondió mi padre—. Considerando las gigantescas escalas temporales del cosmos, lo imposible es muy habitual. Cuando hayas vivido tanto como yo, sabrás que cualquier cosa es posible. El tiempo está desarticulado; ¡Oh, maldito fastidio, que yo naciese para enderezarlo!

—¿Tú añadiste esa parte? —pregunté, habiendo dado siempre por supuesto que citaba a Hamlet y no al revés.

Sonrió.

—Una pequeña vanidad personal que estoy seguro me disculparán, Thursday. Además: ¿quién iba a enterarse?

Mi padre miró la copa vacía, buscó en vano un camarero y luego dijo:

—A estas alturas Lavoisier me habrá localizado. Juró capturarme y es francamente bueno. Debería serlo; fuimos compañeros durante casi siete siglos. Sólo una cosa más: ¿cómo murió el duque de Wellington?

Recordé que ya me lo había preguntado.

—Como te dije, papá, murió en la cama en 1852.

Padre sonrió y se frotó las manos.

—¡Excelentes noticias! ¿Y Nelson?

—Recibió un disparo francés en Trafalgar.

—¿En serio? Bien, no se puede ganar siempre: buena suerte, a los dos. Un niño o una niña estaría bien; uno de cada todavía mejor.

Se inclinó y bajó la voz.

—No sé cuándo voy a regresar, así que prestad atención. Nunca compréis un coche azul o una piscina para niños, manteneos alejados de las ostras y las sierras circulares, y no os acerquéis a Oxford en junio de 2016. ¿Entendido?

—¡Sí, pero…!

—¡Bien, pip pip, el tiempo no espera por nadie!

Me volvió a abrazar, le dio la mano a Landen y luego se perdió en la multitud antes de que pudiésemos preguntarle nada más.

—Ni siquiera intentes entenderlo —le dije a Landen, colocándole un dedo sobre los labios—. Es un área de OpEspec en la que es mejor no pensar.

—¡Pero si…!

—¡Landen…! —dije con más severidad—. ¡No…!

Bowden y Victor también estaban en la fiesta. Bowden se alegraba por mí y había aceptado con tranquilidad la idea de que no me uniría a él en Ohio, ya fuese como esposa o ayudante. Oficialmente le habían ofrecido el trabajo pero lo rechazó; dijo que había demasiada diversión en la división de detectives literarios de Swindon y que se lo volvería a pensar en la primavera; Finisterre había ocupado su lugar. Pero en este momento, tenía algo más en mente. Sirviéndose una copa bien cargada, se acercó a Victor, quien charlaba animadamente con una mujer anciana de la que se había hecho amigo.

—¡Saludos, Cable! —murmuró Victor, presentando a su nueva amiga antes de aceptar hablar en privado con él—. Resultado genial, ¿no? Que le den a la Federación Brontë; estoy con Thursday. ¡Creo que el nuevo final es chulo! —Hizo una pausa y miró a Bowden—. Tienes la cara más larga que una novela de Dickens. ¿Qué pasa? ¿Te preocupa Felix8?

—No, señor; sé que acabaremos encontrándole. La cosa es que accidentalmente cambié la cubierta del libro al que entró Jack Schitt.

—¿Quieres decir que no está con sus adorados rifles?

—No, señor. Me tomé la libertad de poner este libro en la cubierta de El rifle de plasma en la guerra.

Le entregó el libro que había estado en el Portal de Prosa. Victor miró el lomo y rió. Era un ejemplar de Los poemas de Edgar Allan Poe.

—Mire la página veintiséis —dijo Bowden—. Creo que en «El cuervo» está pasando algo muy raro.

Victor abrió el libro y examinó la página. Leyó el primer verso en voz alta:

Una vez, en una terrible medianoche, mientras consideraba débil y cansado.

Un plan para vengarme de esa maldita Thursday Next…

Este caso Jane Eyre, tan sorprendente, ofrece a mi alma tan terrible desprecio,

Aquí tramo con furia creciente, elevándose en mi prisión de texto.

«¡De aquí sacadme!», digo, aconsejando, «Extraedme de esta prisión de texto… o juro que os retorceré el cuello».

Victor cerró el libro de golpe.

—La última línea se le ha ido un poco, ¿no?

—¿Qué esperas? —respondió Bowden—. Es miembro de Goliath, no un poeta.

—Pero ayer mismo leí «El cuervo» —añadió Victor con confusión—. ¡No era así!

—No, no —le explicó Bowden—. Jack Schitt sólo está en este ejemplar… Si le hubiésemos metido en el manuscrito original, cualquiera sabe lo que habría hecho.

—¡Fe-li’ci-da’des! —exclamó Mycroft al acercársenos.

Polly le acompañaba, y tenía un aspecto radiante con su sombrero nuevo.

—¡Los Do’s Nos Ale’gra-mos Mucho Por Voso’tros! —añadió Polly.

—¿Has estado trabajando otra vez con los gusalibros? —pregunté.

—¿Se No’ta? —preguntó Mycroft—. ¡Ten’emos Que Irn’os!

Y se fueron.

—¿Gusalibros? —preguntó Landen.

—No es lo que crees.

—¿Mademoiselle Next?

Eran dos. Estaban vestidos con trajes elegantes y me mostraron placas de OE-12 que no había visto antes.

—¿Sí?

—Prefecto Lavoisier, ChronoGendarmerie. Où es votre père?

—Un minuto antes y le habrían encontrado.

Lanzó una maldición.

Colonel Next est un homme très dangereux, mademoiselle. Il est important de lui parler concernant ses activités de trafic de temps.

—Es mi padre, Lavoisier.

Lavoisier me miró fijamente, intentando decidir si algo que él pudiese decir o hacer haría que le ayudase. Suspiró y se rindió.

Si vous changez votre avis, contactez-moi par les petites annonces du Grenouille. Je lis toujours les archives.

—No contaría con ello, Lavoisier.

Reflexionó un momento, pensó en algo que decir, se decidió en contra y en su lugar me sonrió. Me ofreció un rápido saludo, me dijo en perfecto inglés que disfrutase del día y se fue. Pero su joven compañero también tenía algo que decir:

—Un consejo para los dos —murmuró algo cohibido—. Si alguna vez tienen un hijo que quiere unirse a la CronoGuardia, intenten disuadirle.

Sonrió y siguió a su compañero para continuar la búsqueda de mi padre.

—¿A qué vino eso del hijo? —preguntó Landen.

—No sé. Pero su cara me pareció familiar, ¿no?

—Un poco, sí.

—¿Dónde estábamos?

—¿Señora Parke-Laine? —preguntó un individuo fornido, que me miraba seriamente desde dos ojos castaños muy hundidos.

—¿OE-12? —lancé, preguntándome de dónde habría salido el hombrecito de frente saliente.

—No, señora —respondió, tomando una ciruela de un camarero que pasaba, olisqueándola cuidadosamente y comiéndosela, con hueso y todo—. Me llamo Bartholomew Stiggins; de OE-13.

—¿A qué se dedican?

—No tengo permiso para comentarlo —respondió de inmediato—, pero podríamos necesitar de sus habilidades y talentos.

—¿Qué tipo de…?

Pero el señor Stiggins ya no me prestaba atención. En su lugar, miraba fijamente a un escarabajo que había encontrado en una maceta.

Con gran cuidado y destreza que contradecían sus enormes manos que tan torpes parecían, agarró el insecto y se lo metió en la boca. Miré a Landen, quien hacía una mueca.

—Lo lamento —dijo Stiggins, como si le hubiesen pillado metiéndose el dedo en la nariz—. ¿Cómo dice la expresión? ¿Las viejas costumbres tardan en morir?

—Hay más en el montón de estiércol —dijo Landen, deseoso de ayudar.

El hombrecito sonrió un poco; supongo que no manifestaba muchas emociones.

—Si le interesa, estaré en contacto.

—Esté en contacto —le dije.

Farfulló, se volvió a encajar el sombrero, nos deseó un feliz día, preguntó por el paradero del montón de estiércol y se fue.

—Nunca había visto a un neandertal con traje —comentó Landen.

—No te preocupes por el señor Stiggins —dije, alzándome para besarle.

—Creía que habías terminado con OpEspec.

—No —respondí con una sonrisa—. Es más, ¡creo que sólo acabo de empezar…!