Una mujer llamada Thursday Next
«Irónicamente, de no haber sido por el aplastamiento eficiente y violento de los alzamientos simultáneos en Pontypool, Cardiff y Newport en 1839, Gales podría no haberse convertido jamás en república. Bajo la presión de los terratenientes y la protesta pública por la muerte de 236 mujeres y hombres galeses desarmados, los cartistas lograron que el gobierno realizase una reforma temprana del sistema parlamentario. Alentados por el éxito y bien representados en la cámara, lograron garantizar la autonomía galesa tras los ocho meses de "Huelga General" de 1847. En 1854, bajo el liderazgo de John Frost, Gales declaró su independencia. Inglaterra, lastrada por los problemas en Crimea e Irlanda, no encontró ninguna buena razón para discutir contra la decidida y beligerante asamblea galesa. Las relaciones comerciales eran buenas y el traspaso de competencias, junto con un tratado de no agresión anglo-galés, se aprobó al año siguiente.»
ZEPHANIA JONES
Tomado de Gales. El nacimiento de una república
Cuando la frontera anglo-galesa se cerró en 1965, la A4 desde Chepstow hasta Abertawe se convirtió en un pasillo de acceso por el que sólo se permitía el paso de hombres de negocios o camiones, ya fuese para realizar negocios en la ciudad o para recoger productos en los puertos. A ambos lados de la A4 galesa había alambradas de espino para recordar a los visitantes que no se permitía salirse de la ruta asignada.
Abertawe se consideraba una ciudad abierta —una «zona de libre comercio»—. Los impuestos eran bajos y las tarifas para el comercio casi no existían. Bowden y yo entramos conduciendo lentamente, siendo las torres de vidrio y las instituciones bancarias globales que se alineaban en la costa una demostración evidente de una filosofía de libre comercio que, aunque muy rentable, no era promovida con entusiasmo por todos los galeses. El resto de la República era mucho más reservado y tradicional: en algunos lugares, la pequeña nación apenas había cambiado en nada durante los últimos cien años.
—¿Ahora qué? —preguntó Bowden mientras aparcábamos frente al Primer Banco Nacional de Goliath.
Di un golpecito a la cartera de mano que Braxton me había dado la noche antes. Me había indicado que usase el contenido con sabiduría; tal y como iban las cosas, ésta era básicamente la última oportunidad que teníamos antes de que Goliath interviniese.
—Haremos autostop hasta Merthyr.
—No dirías algo así a menos que tuvieses un plan.
—No malgasté el tiempo mientras estuve en Londres, Bowden. Tengo algunos favores en el bolsillo. Por aquí.
Caminamos calle arriba, dejando atrás el banco y entrando por una calle lateral que estaba llena de tiendas que trataban con billetes de banco, medallas, monedas, oro —y algunos libros—. Pasamos por entre los comerciantes, que en su mayoría charlaban en galés, y nos paramos frente a una pequeña librería anticuaría cuyo escaparate estaba repleto hasta arriba con viejos volúmenes de conocimientos olvidados. Bowden y yo compartimos una mirada de ansiedad y, respirando hondo, abrí la puerta y entramos.
Una campanilla resonó en el fondo de la tienda y un hombre alto que andaba encorvado salió para recibirnos. Nos miró con suspicacia a través de un brote de pelo gris y un par de gafas de media luna, pero la suspicacia se transformó en una sonrisa al reconocerme.
—¡Thursday, bach! —murmuró, abrazándome con afecto—. ¿Qué te trae por aquí? Seguro que no te has venido hasta Abertawe para ver a un viejo.
—Necesito tu ayuda, Dai —dije en voz baja—. Ayuda como no la he necesitado nunca antes.
Debía de haber seguido las noticias, porque guardó silencio. Con delicadeza tomó uno de los primeros volúmenes de R. S. Thomas de las manos de un posible cliente, le dijo que era hora de cerrar y lo guió fuera de la tienda antes de que tuviese tiempo de quejarse.
—Éste es Bowden Cable —le expliqué mientras el librero atrancaba la puerta—. Es mi compañero; si puedes confiar en mí, puedes confiar en él. Bowden, éste es Jones el Manuscrito, mi contacto galés.
—¡Ah! —dijo el librero, dándole la mano a Bowden con efusividad—. Cualquier amigo de Thursday es amigo mío. Éste es Haelwyn el Libro —añadió, presentando a su ayudante, quien sonrió con timidez—. Bien, joven Thursday, ¿qué puedo hacer por ti?
Hice una pausa.
—Necesitamos llegar hasta Merthyr Tydfil…
El librero soltó una explosión de risa.
—… esta noche —añadí.
Dejó de reír y se fue detrás del mostrador, ordenando sin pensar mientras avanzaba.
—Tu reputación te precede, Thursday. Dicen que buscas Jane Eyre. Dicen que tienes buen corazón… y que te has enfrentado al mal y has sobrevivido.
—¿Qué más cuentan?
—Que la oscuridad camina por los valles —interrumpió Haelwyn con una buena dosis de fatalidad en la voz.
—Gracias, Haelwyn —dijo Jones—. El hombre que buscas…
—… y el Rhondda se ha cubierto de sombras durante las últimas semanas —siguió diciendo Haelwyn, quien evidentemente todavía no había terminado.
—Es suficiente, Haelwyn —dijo Jones con más seriedad—. Hay ejemplares nuevos de La granja Cold Comfort que es preciso enviar a Llan-dod, ¿vale?
Haelwyn se fue con expresión dolida.
—¿Qué hay de…? —empecé a decir.
—¡… y la leche sale agria de las ubres de las vacas! —gritó Haelwyn detrás de una estantería—. ¡Y durante los últimos días las brújulas de Merthyr se han vuelto todas locas!
—No le hagáis caso —explicó Jones disculpándose—. Lee muchos libros. ¿Pero cómo podría ayudaros? ¿Yo, un viejo librero sin contactos?
—Un viejo librero con ciudadanía galesa y acceso libre al otro lado de la frontera no necesita contactos para ir a donde quiera ir.
—Espera un momento, Thursday, bach; ¿quieres que yo os lleve a vosotros hasta Merthyr?
Asentí. Jones era la mejor y la única oportunidad que tenía, todo en uno. Pero le hacía tanta gracia el plan como yo había creído.
—¿Y por qué iba a querer hacer tal cosa? —preguntó de pronto—. ¿Sabes cuál es el castigo por contrabando? ¿Quieres ver a un viejo como yo acabando sus días en una celda de Skokholm? Me pides demasiado. Soy un viejo loco… no un viejo estúpido.
Ya había pensado que diría algo así.
—Si nos ayudas —empecé a decir, tomando la cartera—, te dejaré quedarte con… esto.
Puse una única hoja de papel sobre el mostrador, delante de él; Jones tomó aire con fuerza y se dejó caer sobre la silla con todo su peso. Sabía lo que era sin tener que examinarlo de cerca.
—¿Cómo… cómo lo has conseguido? —me preguntó suspicaz.
—El gobierno inglés desea fervientemente el regreso de Jane Eyre… tanto como para estar dispuesto a realizar un intercambio.
Se inclinó y recogió la hoja. Allí, en toda su gloria, se encontraba un primer borrador a mano de «Veo a los muchachos del verano», el primer poema de la antología que posteriormente se convertiría en 18 poemas, la primera obra publicada de Dylan Thomas. Gales llevaba un tiempo reclamando su devolución.
—Esto no pertenece a ningún hombre sino a la República —anunció lentamente el librero—. Es su herencia cultural.
—Cierto —respondí—. Puedes hacer con el manuscrito lo que te apetezca.
Pero Jones el Manuscrito no iba a ceder. Podría haberle traído Bajo el bosque lácteo y a Richard Burton para que se lo leyese y aun así no nos hubiese llevado a Merthyr.
—¡Thursday, pides demasiado! —gimió—. ¡Aquí las leyes son muy estrictas! ¡La HeddluCyfrinach tiene ojos y oídos por todas partes…!
Quedé desolada.
—Lo comprendo, Jones… Y gracias.
—Yo les llevaré a Merthyr, señorita Next —interrumpió Haelwyn, dedicándome una media sonrisa.
—Es demasiado peligroso —murmuró Jones—. ¡Lo prohíbo!
—¡A callar! —respondió Haelwyn—. Deja de hablarme de esa forma. Todos los días leo aventuras… Ahora puedo participar en una. Además… anoche las farolas redujeron su potencia; ¡fue una señal!
Nos sentamos en la tienda de Jones hasta que se hizo de noche, luego pasamos una hora ruidosa e incómoda en el maletero del coche Griffin-12 de Haelwyn el Libro. Oímos el murmullo de voces galesas al atravesar la frontera y luego nos lanzamos sin piedad por la carretera llena de baches que llevaba a Merthyr. Había un segundo control justo en las afueras de la capital, lo que era raro; parecía que los movimientos de tropas inglesas habían puesto nerviosos a los militares. Unos minutos después el coche se detuvo y el maletero se abrió. Haelwyn nos indicó que saliésemos y nos estiramos con dolor después de viajar tan apretados. Nos indicó el camino al hotel Penderyn y yo le dije que si no habíamos regresado para la salida del sol es que no íbamos a volver. Sonrió y nos dio la mano, nos deseó buena suerte y se fue a visitar a su tía.
En ese momento, Hades se encontraba en el bar abandonado del hotel Penderyn, fumando una pipa y contemplando la vista a través de los grandes ventanales. Más allá del bellamente iluminado palacio de justicia se había alzado la luna llena que proyectaba un resplandor frío por la vieja ciudad repleta de luces y movimiento. Más allá de los edificios se hallaban las montañas, con las cumbres ocultas entre las nubes. Jane se encontraba al otro lado de la sala, sentada en el borde del asiento, mirando con furia a Hades.
—Una vista agradable, ¿no le parece, señorita Eyre?
—No es nada comparado con mi ventana en Thornfield, señor Hades —respondió Jane conteniendo la voz—. Aunque no es la mejor vista, he aprendido a amarla como a una vieja amiga, responsable e inalterable. Exijo mi regreso inmediato.
—Todo a su tiempo, querida amiga, todo a su tiempo. No pretendo hacerle daño. Sólo quiero ganar un montón de dinero, y luego podrá regresar con su Edward.
—La avaricia se apoderará de usted, opino yo, señor —respondió Jane con tranquilidad—. Quizá crea que le traerá la felicidad, pero no será así. La felicidad se sostiene con el alimento del amor, no con una dieta indigesta de dinero. ¡El amor por el dinero es la raíz de todos los males!
Acheron sonrió.
—Eres tan aburrida, ¿lo sabías?, Jane, con esa vena puritana. Deberías haberte ido con Rochester cuando tuviste la oportunidad en lugar de malgastarte con ese bobo de St. John Rivers.
—¡Rivers es un buen hombre! —declaró Jane furiosa—. ¡Él posee más bondad de la que usted conocerá nunca!
El teléfono sonó y Acheron la interrumpió con un gesto de la mano. Era Delamere, que hablaba desde una cabina de teléfonos en Swindon. Leía la sección de anuncios por palabras de The Mole.
—Pronto habrá disponibles conejos de orejas caídas para ser acogidos en buenos hogares —citó por el teléfono.
Hades sonrió y colgó el receptor. Después de todo, pensó, las autoridades estaban cooperando. Le hizo un gesto a Felix8, quien le siguió fuera de la sala, arrastrado con él a una recalcitrante Jane.
Bowden y yo tuvimos que forzar una ventana en las entrañas tenebrosas del hotel y nos encontramos en la vieja cocina: una estancia húmeda y desvencijada atestada de grandes equipos para la preparación de comida.
—¿Ahora adónde? —siseó Bowden.
—Arriba… Seguro que está en el salón de baile o algo así.
Encendí una linterna y miré los planos bosquejados con rapidez. Buscar los planos reales hubiese sido demasiado arriesgado con Goliath vigilando todos nuestros movimientos, así que Victor había dibujado de memoria la disposición básica del edificio. Abrí una puerta doble y nos encontramos en el piso inferior. Por encima teníamos el vestíbulo de entrada. Bajo el resplandor de las farolas que atravesaba las ventanas sucias, subimos cuidadosamente la escalera de mármol manchado. Estábamos cerca; podía sentirlo. Saqué la automática y Bowden hizo lo mismo. Miré al vestíbulo. Un busto de bronce de Y Brawd Ulyanov ocupaba orgulloso un lugar de honor en el enorme salón de entrada frente a las puertas principales cerradas. A la izquierda quedaba la entrada al bar y restaurante, y a la derecha el antiguo mostrador de recepción; por encima de nuestras cabezas, la majestuosa escalera se retorcía subiendo hasta los dos salones de baile. Bowden me tocó en el hombro y señaló. Las puertas del salón principal estaban entreabiertas, y por ellas surgía una delgada franja de luz naranja. Estábamos a punto de movernos cuando oímos pasos arriba. Nos ocultamos en las sombras y esperamos, conteniendo el aliento. Desde el piso de arriba, una pequeña procesión de gente descendía la amplia escalera de mármol. En cabeza iba un hombre al que reconocí como Felix8; sostenía en lo alto un candelabro con una mano y con la otra agarraba por la muñeca a una mujer pequeña. Iba vestida con ropas de cama victorianas y tenía un gabán sobre los hombros. Su rostro, aunque decidido, también transmitía desesperación e indefensión. Tras ella iba un hombre que no proyectaba sombra bajo la luz inquieta de las velas: Hades.
Vimos cómo entraban en la sala de fumadores. Rápidamente recorrimos de puntillas el vestíbulo y nos encontramos frente a la vistosa puerta. Conté hasta tres y entramos de golpe.
—¡Thursday! ¡Cariño, qué predecible!
Miré. Hades estaba sentado en un enorme sillón, sonriéndonos. Mycroft y Jane miraban abatidos desde un diván con Felix8 detrás de ellos sosteniendo dos pistolas automáticas apuntándonos a Bowden y a mí. Delante de todos ellos estaba el Portal de Prosa. Me maldije a mí misma por haber sido tan estúpida. Pude sentir que Hades estaba aquí; ¿había dado por supuesto que él no podría hacer lo mismo?
—Dejen sus armas, por favor —dijo Felix8.
Estaba demasiado cerca de Mycroft y Jane como para arriesgarme a disparar; la última vez que me encontré con él, le había visto morir. Dije lo primero que me vino a la cabeza.
—¿No he visto tu cara en otra parte?
Pasó de mí.
—Las armas, por favor.
—¿Y dejar que nos dispares como a dodos? Ni lo sueñes. Nos quedamos con ellas.
Felix8 no se movió. Nosotros teníamos las armas a un lado y las suyas nos apuntaban directamente. No le resultaría muy difícil, francamente.
—Pareces sorprendida de que te estuviese esperando —dijo Hades sonriendo un poco.
—Podría expresarse así.
—Las condiciones han cambiado, señorita Next. Creía que mis diez millones de rescate eran un montón de dinero, pero he recibido la oferta de alguien dispuesto a darme diez veces ese dinero sólo por la máquina de tu tío.
Mycroft se agitó infeliz. Hacía tiempo que había dejado de quejarse, sabiendo que era totalmente inútil. Ahora sólo esperaba las cortas visitas a Polly que le permitían.
—Si es así —dije lentamente—, entonces podrás devolver a Jane al libro.
Hades pensó durante un minuto.
—¿Por qué no? Pero primero, quiero que veas a alguien.
Se abrió una puerta a nuestra izquierda y Jack Schitt entró. Le flanqueaban tres de sus hombres y todos ellos llevaban rifles de plasma. La situación, me di cuenta, era en general bastante menos que favorable. Le murmuré una disculpa a Bowden y luego dije:
—¿Goliath? ¿Aquí, en Gales?
—No hay puertas cerradas para la Corporación, señorita Next. Vamos y venimos como nos conviene.
Schitt se sentó en un sillón que tenía un tapizado desvaído y sacó un puro.
—¿Aliándose con criminales, señor Schitt? ¿A eso se dedica ahora Goliath?
—Es un argumento relativista, señorita Next… Las situaciones desesperadas exigen medidas desesperadas. No espero que lo entienda. Pero escuche, tenemos a nuestra disposición un buen montón de dinero y Acheron está dispuesto a ser generoso con el uso del notable invento del señor Next.
—¿Y se trata?
—¿Alguna vez ha visto uno? —preguntó Schitt, agitando el arma corta y rechoncha con la que nos apuntaba.
—Es un rifle de plasma.
—Correcto. Una pieza de artillería de campo que un hombre puede llevar, que dispara cuantos supercargados de pura energía. Puede atravesar treinta centímetros de blindaje a una distancia de cien metros; creo que estará de acuerdo en que ofrecerá la supremacía a las tropas de tierra en cualquier conflicto.
—Si cumple con los plazos… —añadió Bowden.
—Es ligeramente más complicado, agente Cable —respondió Schitt—. Verán… No funciona. Tras mil millones de financiación, esta mierda no funciona. Peor aún, recientemente se ha demostrado que no funcionará jamás; este tipo de tecnología es totalmente imposible.
—¡Pero Crimea está al borde de la guerra! —exclamé con furia—. ¿Qué pasará cuando los rusos se den cuenta de que la nueva tecnología es un farol?
—Pero eso no sucederá —respondió Schitt—. Puede que la tecnología sea imposible aquí fuera pero no es imposible ahí dentro.
Acarició el enorme libro que era el Portal de Prosa y miró a los gusalibros modificados genéticamente de Mycroft. Ahora se encontraban en Descanso y Recuperación en sus peceras; acababan de digerir una comida reciente de preposiciones y estaban tirando pedos de exclamaciones y apóstrofos; el aire estaba carg’ado de ell’os! Schitt levantó un libro con un título claramente visible. Decía: El rifle de plasma en la guerra. Miré a Mycroft, quien asintió desalentado.
—Es cier’’to, seño’rit’a Next.
Schitt sonrió y le dio a la portada con el dorso de la mano.
—Ahí den’tro, el rifle de plas’ma funciona perfectamente. No tene’mos más que abri’r el libro con el Portal de Pro’sa, sacar las arm’as y entreg’arlas. Es’’’ el arma definitiva, seño’rit’a Next.
Pero no se refería al rifle de plasma. Señalaba el Portal de Prosa. Los gusalibros respondieron eructando grandes cantidades de mayúsculas innecesarias.
—To’do Lo Que La Imagina’ción Hum’ana Pueda Concebir, Nosotros Podemos Reproducir. Considero El Portal No Tan’to Como Un Portal A Un Millón De Mund’os, Sino Más Bien Como Una Fotocop’iadora Tridi’mensional. Con Él Podremos Fab’ricar Todo Lo Que Nos Apetezca; Incluso Otro Portal… Una Versión De Ma!no. Navid’ad Todos Los Días, Señorita Next.
—Más Muertes En Cri’mea; Esp’ero Que Pueda Dormir B’ien Por Las Noches, Schitt.
—Al Co’ntrario, Señorita Next. Rusia Se Echará Al Suelo Y Se Meará’’ De Miedo Cuando Compruebe El Poder Del Stonk. El Zar Cederá Permanentemente La Península A Inglaterra; Una Nueva Riviera, ¿No Será Genial?
—¿Genial? ¿Turista’s Y Hotel’es Altos? ¿Construi!dos Sobre Una Tierra Cuya Devol!ución Volverán A Pedir En Medio Siglo? No Va A R’esolver Nada, Schitt, Simplemente Lo Retrasa. Cuando Los Rus’os Tengan Un Rifle De Plasma Propio, ¿Qué?
Jack Schitt no cedía.
—Oh, No Se Preocupe Por Eso, Señorita Next, ¡A El’los Les Cobra’’ré El Doble Que Al Gobierno Ing’lés!
—¡Atención, Atención! —Añadió Hades, profundamente impresionado por la carencia total de escrúpulos demostrada por Schitt hasta este momento—. Un Millón’ De Dólares P’or El Portal, Thursday —añadió Hades emocionado—, ¡Y! Un Porcentaje Del 50% De To’do Lo Que Sal’ga Del Portal!
—¿Un Lacayo Para La Corpora’ción Goliath, Acheron? No Parece En Absoluto Digno De Ti.
A Hades se le estremeció la mejilla, pero se controló.
—De Las Bellotas Más Pequeñas, Crecen Los Árboles Más Fuertes, Thur’sday…
Schitt le miró con suspicacia. Le hizo un gesto a uno de sus hombres, quien apuntó a Hades con una pequeña arma antitanque.
—Hade’s, El Manual De Instrucci’ones.
—¡Por Favor! —rogó Mycroft—. ¡Están trastornando a los gusan’os! ¡Empiezan a guio-ni-zar!
—¡Cáll-ese, Mycroft! —le soltó Schitt—. Ha-de’s, Por Favor, El Man-ual de Instru-cciones.
—¿Man-ual, Mi Estima’do Amigo?
—Sí, Señor Hade’s. Ni Siqui-era Usted Será Insen-sible A La Pequeña Arma De Artille-ría De Mi So’cio. Tiene Usted El Manual De My-croft Para El Por-tal Y El Po-ema Donde Tiene Pri-sio-ne-ra A La Señora Next. Démelo-Todo.
—No, Señor ‘Schitt. Déme A Mí El Arma…
Pero Schitt ni se inmutó; el poder que había robado la razón de Snood y un número incontable de personas no provocaba ningún efecto en el alma negra de Schitt. Hades quedó confundido. Nunca antes se había enfrentado contra alguien como Schitt; al menos, no desde el primer Felix. Rió.
—¿Se Atreve A Apuña-larme Por La Espalda A Mí?
—Claro Que Sí. Si No Lo Hici-ese Usted No Me Res’-petaría. Y Así No Se Pued’e Sostener Ningun-a Relación Empresarial.
Hades se colocó frente al Portal de Prosa.
—Y Pensar Que Todos Nos Estáb-amos Lleva-ndo Tan Bie-n, ¡Vaya! —exclamó, colocando el manuscrito original de Jane Eyre en la máquina y añadiendo los gusalibros, que se calmaron, dejaron de pedorrear, eructar y guionizar y se pusieron a trabajar.
»¡En serio! —siguió diciendo Hades—. Esperaba más de usted. Debo decir que casi creí encontrar alguien con el que podría asociarme.
—Pero usted lo querría todo, Hades —respondió Schitt—. Tarde o temprano, y lo más probable es que fuese temprano.
—Cierto, muy cierto.
Hades hizo un gesto en dirección a Felix8, quien de inmediato comenzó a disparar. Bowden y yo nos encontrábamos directamente en la línea de fuego; no podía fallar de ninguna forma. Mi corazón dio un salto pero curiosamente la primera bala fue desacelerando y se detuvo flotando en el aire a diez centímetros de mi pecho. Era el heraldo inicial de una procesión mortal que retrocedía perezosamente hasta el arma de Felix8, el cañón ahora convertido en un crisantemo de fuego congelado. Miré a Bowden, quien también estaba en la línea de un disparo; una bala reluciente se había detenido a treinta centímetros de su cabeza. Pero no se movía. Es más, nada en la sala se movía. Mi padre, por una vez, había llegado en el momento justo.
—¿He llegado en mal momento? —preguntó papá, mirando desde donde estaba sentado en el polvoriento piano de cola—. Puedo volver a irme si quieres.
—No… No, papá, esto está bien, francamente bien —farfullé.
Miré alrededor de la sala. Mi padre jamás se quedaba más de cinco minutos y, cuando se fuese, las balas continuarían hacia sus víctimas previstas. Mis ojos se fijaron en una mesa pesada y la volteé, lanzando al suelo polvo, restos y contenedores vacíos de Puerros-al-Gusto.
—¿Has oído hablar de alguien llamado Winston Churchill?
—No; ¿quién es? —jadeé mientras colocaba la pesada mesa de roble frente a Bowden.
—¡Ah! —dijo mi padre, anotándolo en su libretita—. Bien, se suponía que debía dirigir Inglaterra durante la última guerra, pero creo que murió en una caída cuando era adolescente. Es de lo más embarazoso.
—¿Otra víctima de los revisionistas franceses?
Mi padre no respondió. Le había llamado la atención la zona media de la sala, donde Hades trabajaba en el Portal de Prosa. El tiempo, para hombres como Hades, rara vez se detenía.
—¡Oh, no me presten atención! —dijo Hades mientras un rayo de luz se abría en la penumbra—. Simplemente voy a meterme dentro y esperaré a que pase toda esta confusión. Tengo el manual de instrucciones y a Polly, por lo que todavía podemos negociar.
—¿Quién es ése? —preguntó mi padre.
—Acheron Hades.
—¿En serio? Esperaba a alguien más bajito.
Pero Hades se había ido; el Portal de Prosa zumbó y luego se cerró tras él.
—Tengo que encargarme de algunas reparaciones —anunció mi padre, poniéndose en pie y cerrando la libreta—. El tiempo no espera por nadie, como nos gusta decir.
Cuando el mundo volvió a ponerse en marcha, tuve el tiempo justo de esconderme detrás de un escritorio grande. La lluvia de plomo de Felix8 golpeó la pesada mesa de roble que yo había, situado delante de Bowden, y las balas que estaban destinadas a mí golpearon la pesada puerta de madera que había detrás del lugar que ya había ocupado. En dos segundos la sala se llenó de disparos cuando los operativos de Goliath se unieron a la trifulca, cubriendo a Jack Schitt quien, perplejo por la desaparición de Hades en mitad de una frase, se retiraba ahora hacia la puerta que daba al viejo Atlantic Grill. Mycroft se arrojó al suelo seguido de cerca por Jane mientras el polvo y los restos se esparcían por la sala. Le grité al oído de Jane que se quedase donde estaba mientras los disparos se acercaban peligrosamente cerca de nuestras cabezas, derribando molduras de los muebles y cubriéndonos de polvo. Me arrastré hasta donde pude ver a Bowden intercambiando disparos con Felix8, que ahora estaba atrapado tras una falsa mesa georgiana volteada cerca de la entrada a la sala de té Palm Court. Yo acababa de disparar a los hombres de Goliath, que rápidamente habían sacado a Schitt de la sala, cuando el fuego se detuvo tan rápidamente como había comenzado. Recargué el arma.
—¡Felix8! —grité—. ¡Todavía puedes rendirte! Tu nombre real es Danny Chance. Te prometo que haremos todo lo que podamos por…
Se produjo un extraño sonido de gorjeo y miré desde detrás del sofá. Creía que Felix8 estaba herido, pero no era así. Se reía. Su rostro habitualmente sin expresión se retorcía de alegría. Bowden y yo nos miramos con curiosidad, pero nos quedamos ocultos.
—¿Qué te hace tanta gracia? —grité.
—¡No he visto tu cara en otra parte! —rió—. ¡Ahora lo pillo!
Alzó el arma y nos disparó repetidamente mientras salía por la puerta y se retiraba a las tinieblas del vestíbulo. Había comprendido que su amo había huido y no tenía nada que hacer aquí.
—¿Dónde está Hades?
—En Jane Eyre —respondí, poniéndome en pie—. Cubre el portal… y si regresa, usa esto.
Le entregué el arma antitanque mientras Schitt, sabiendo del final del tiroteo, regresaba. Apareció en la puerta del bar.
—¿Hades?
—En Jane Eyre, con el manual de instrucciones.
Schitt me dijo que le entregase el Portal de Prosa.
—Sin el manual de instrucciones no tendría nada —le dije—. Una vez que capture a Hades en Thornfield y reúna a mi tía con Mycroft, podrá quedarse con el manual. No hay otro trato; eso es todo. Ahora voy a llevarme a Jane.
Me volví hacia mi tío.
—Mycroft, envíanos justo antes de que Jane salga de su cuarto para apagar el fuego del dormitorio de Rochester. Será como si no se hubiese ido nunca. Cuando quiera volver, enviaré una señal. ¿Puedes hacerlo?
Schitt alzó los brazos al cielo.
—¿Qué dulce locura es ésta? —gritó.
—Esa es la señal —dije—, las palabras «dulce locura». Tan pronto como las oigas, abre el portal de inmediato.
—¿Estás segura de saber lo que haces? —preguntó Bowden mientras yo ayudaba a Jane a ponerse en pie.
—Nunca he estado más segura. Simplemente no desconectes la máquina; por mucho que me guste el libro, no tengo ningún deseo de quedarme en su interior para siempre.
Schitt se mordió el labio. Le habían superado. Su baza, si la tenía, tendría que jugarla después de mi regreso. Comprobé que seguía teniendo cargada la pistola, respiré hondo y le hice un gesto a Jane, quien me sonrió ansiosa. Nos dimos la mano con fuerza y atravesamos la entrada.