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Una mujer llamada Thursday Next

«Hasta el secuestro de Jane Eyre no creo que nadie —y menos que nadie el propio Hades— comprendiese por completo lo popular que era. Era como si a las masas le hubiesen arrancado una manifestación nacional y viva de la herencia literaria de Inglaterra. Era la mejor noticia que podríamos haber recibido.»

BOWDEN CABLE

Diario de un detective literario

Veinte segundos después del secuestro de Jane, los primeros miembros preocupados del público apreciaron acontecimientos extraños alrededor de la página ciento siete de sus ediciones de lujo encuadernadas en piel de Jane Eyre. En treinta minutos, todas las líneas telefónicas de la biblioteca del Museo Inglés estaban ocupadas. En dos horas, todos los departamentos de detectives literarios estaban inundados por llamadas de preocupados lectores de Brontë. En cuatro horas, el presidente de la Federación Brontë se había entrevistado con el primer ministro. Para la hora de la cena, el secretario personal del primer ministro había llamado al jefe de OpEspec. A las nueve de la noche, el jefe de OpEspec había descendido el escalafón hasta un apesadumbrado Braxton Hicks. A eso de las diez, había recibido una llamada personal del primer ministro, quien le preguntó cómo demonios pensaba resolver la situación. Tartamudeó durante toda la conversación y dijo algo que no fue de mucha ayuda. Mientras tanto, a la prensa se le había filtrado la noticia de que Swindon era el centro de la investigación Jane Eyre, y a la altura de la medianoche, el edificio de OpEspec estaba rodeado por lectores preocupados, periodistas y furgones de agencias informativas.

Braxton no estaba de buen humor. Había empezado a fumar como un carretero y se había encerrado durante horas en su despacho. Ni siquiera practicar golf había conseguido tranquilizar sus nervios soliviantados y, poco después de la llamada del primer ministro, nos convocó a Victor y a mí a una reunión en el tejado, lejos de los ojos inquisitivos de la prensa, los representantes de Goliath y especialmente lejos de Jack Schitt.

—¿Señor? —dijo Victor al aproximarnos a Braxton, quien se apoyaba en una chimenea que gimió cuando se volvió.

Hicks miraba las luces de Swindon con un distanciamiento que me preocupó. El parapeto estaba a apenas dos metros, y durante un terrible momento pensé que quizá quisiese acabar con todo.

—Mírenlos —murmuró.

Los dos nos relajamos al comprender que Braxton estaba en el tejado para poder ver al público que su departamento había jurado ayudar. Había miles de personas, dando vueltas a la comisaría tras las barreras de control, sosteniendo velas en silencio y agarrando sus ejemplares de Jane Eyre, ahora terriblemente afectados, con la narración deteniéndose abruptamente en medio de la página ciento siete después de que un misterioso «Agente de negro» entrase en el dormitorio de Rochester tras el incendio.

Braxton nos apuntó con su propio ejemplar de Jane Eyre.

—Lo han leído, ¿no?

—No hay mucho que leer —respondió Victor—. Eyre se escribió en primera persona; tan pronto como desapareció la protagonista, nadie sabe lo que pudo suceder a continuación. Mi teoría es que Rochester se vuelve todavía mucho más melancólico, manda a Adèle a un internado y cierra la casa.

Braxton le miró con mordacidad.

—Eso son conjeturas, Analogy.

—Es lo que se nos da mejor.

Braxton suspiró.

—¡Quieren que la traiga de vuelta, y ni siquiera sé dónde está! Antes de que pasase todo esto, ¿tenían idea de que Jane Eyre fuese tan popular?

Miramos a la multitud allá abajo.

—Para ser sinceros, no.

Braxton había perdido la compostura. Se limpió la frente; la mano le temblaba visiblemente.

—¿Qué voy a hacer? Esto es confidencial, y no lo he dicho, pero Jack Schitt tomará el mando dentro de una semana si todo este apestoso asunto no ha avanzado favorablemente.

—Schitt no está interesado en Jane —dije, siguiendo la mirada de Braxton hacia la masa de fans de Brontë—. Sólo quiere el Portal de Prosa.

—Dígamelo a mí, Next. Me quedan siete días para la oscuridad y la maldición histórica y literaria. Sé que en el pasado hemos tenido nuestras diferencias, pero deseo darles la libertad para hacer lo que sea necesario. Y —añadió magnánimo— independientemente del coste. —Se controló y añadió—: Pero habiendo dicho eso, por supuesto, no derramen el dinero como si fuese agua, ¿vale?

Volvió a mirar las luces de Swindon.

—Me gustan tanto las Brontë como a cualquiera, Victor. ¿Qué quieres que haga?

—Acepte sus condiciones, las que sean; que nuestras acciones sean totalmente secretas, incluso para Goliath; y necesito un manuscrito.

Braxton entrecerró los ojos.

—¿Qué tipo de manuscrito?

Victor le entregó un trozo de papel. Braxton lo leyó y alzó las cejas.

—Lo conseguiré —dijo lentamente—, ¡incluso si tengo que robarlo personalmente!