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Una mujer llamada Thursday Next

«Yo debía realizar la entrega. Nunca antes había llevado un maletín con diez millones de libras. De hecho, tampoco lo llevé entonces y nunca lo haré. Jack Schitt, en su arrogancia, había dado por supuesto que capturaría a Hades mucho antes de que pudiese mirar el dinero. Vaya un bobo. La pintura del Gainsborough apenas estaba seca y la Compañía Inglesa de Shakespeare no colaboraba. La única parte del acuerdo con Acheron que se había cumplido había sido el cambio del nombre al área de servicio de la autopista. Kington St. Michael era ahora Leigh Delamere.»

THURSDAY NEXT

Una vida en OpEspec

Poco después Braxton Hicks nos detalló el plan —quedaba una hora para la entrega—. Era la forma que tenía Jack Schitt de asegurarse de que ninguno de nosotros intentábamos trazar planes propios. En todos los sentidos se trataba de una Operación de Goliath —Bowden, Victor y yo estábamos destinados simplemente a añadir credibilidad en caso de que Hades estuviese vigilando—. La entrega se realizaría en un puente redundante de ferrocarril; la única forma de llegar era por dos carreteras y la línea de ferrocarril en desuso, que sólo era transitable en un cuatro por cuatro. Los hombres de Goliath cubrirían ambas carreteras y la vía férrea. Tenían órdenes de dejarle pasar, pero no salir. Todo parecía perfectamente claro —sobre el papel.

El camino hasta la vía férrea en desuso fue normal, aunque el Gainsborough falso ocupaba más espacio en el Speedster del que yo había imaginado. Los hombres de Schitt estaban bien escondidos; Bowden y yo no vimos ni un alma mientras nos dirigíamos al punto desierto.

El puente seguía en buen estado, aunque hacía tiempo que había dejado de tener utilidad. Aparqué el coche a cierta distancia y caminé sola hasta el puente. Hacía buen día, y apenas se oía nada. Miré por encima del parapeto pero no pude ver nada fuera de lugar, sólo el enorme cauce de la vía, ligeramente ondulado allí donde años atrás habían retirado las traviesas de la vía férrea. Crecían pequeños arbustos siguiendo las piedras, y cerca de la vía había una caja de señales desierta en la que podía ver la parte superior de un periscopio vigilándome. Di por supuesto que era uno de los hombres de Schitt y miré el reloj. Era la hora.

El sonido amortiguado de una radio llamó mi atención. Incliné la cabeza e intenté deducir de dónde venía.

—Puedo oír el zumbido de una radio —dije al walkie-talkie.

—No es de las nuestras —respondió Schitt desde la base de control en una granja desierta a quinientos metros de distancia—. Te sugiero que la encuentres.

La radio estaba envuelta en plástico y colocada en las ramas de un árbol al otro lado de la carretera. Era Hades y la comunicación era muy mala, sonaba como si Hades fuese en coche.

—¿Thursday?

—Aquí.

—¿Sola?

—Sí.

—¿Cómo estás? Lamento haber tenido que hacer lo que hice pero ya sabes lo desesperados que nos ponemos los psicópatas.

—¿Mi tío está bien?

—De maravilla, querida amiga. Se lo está pasando en grande; semejante intelecto, sabes, pero tan absolutamente poco centrado. Con su mente y mi capacidad podríamos gobernar el mundo en lugar de tener que recurrir a estas extorsiones banales.

—Ya puedes acabar —le dije.

Hades pasó de mí y siguió hablando:

—No intentes ninguna heroicidad, Thursday. Como debes de haber supuesto, tengo el manuscrito Chuzzlewit y no tengo reparos en alterarlo.

—¿Dónde estás?

—¡Tut, tut, Thursday!, ¿con quién crees que hablas? Discutiremos los términos de la liberación de tu tío tan pronto como tenga mi dinero. En el parapeto verás un mosquetón unido a un cable. Coloca el dinero y el Gainsborough en el parapeto y fíjalos. Una vez que lo hayas hecho, iré a recogerlos. ¡Hasta que nos volvamos a ver, señorita Thursday Next!

Les repetí a los otros lo que me había dicho. Me dijeron que hiciese lo que me había indicado.

Coloqué el maletín Gladstone con el dinero sobre el parapeto y lo uní al Gainsborough. Regresé al coche, me senté en el capó y miré atentamente el botín de Hades. Pasaron diez minutos, luego media hora. Pedí consejo a Victor pero se limitó a decirme que siguiese donde estaba.

El sol calentaba cada vez más y las moscas volaban alegres alrededor de los setos. Podía oler el ligero olor del heno recién volteado y oír a lo lejos el suave zumbido del tráfico. Daba la impresión de que Hades nos estaba probando, lo que no era nada inusual en la delicada tarea de pagar rescates. Cuando secuestraron al Escritor Poético Nacional cinco años atrás, habían hecho falta nueve intentos antes de poder entregar con éxito el rescate. Tras lo cual el EPN fue liberado en perfecto estado; resultó que él lo había preparado todo para incrementar las tristes ventas de su decididamente aburrida autobiografía.

Me aburrí y regresé al parapeto, pasando de las peticiones de Schitt para que me retirase. Jugueteé con el mosquetón y distraídamente seguí el delgado cable de alta resistencia que había estado oculto en el enladrillado. Lo seguí hasta la tierra suelta en la base del parapeto, donde abandonaba el puente. Lo recogí lentamente y lo encontré unido a una correa elástica, enrollada como una serpiente bajo algo de hierba seca. Intrigada, seguí la correa hasta otro cable de alta resistencia. Éste estaba unido cuidadosamente a un poste telegráfico y luego se extendía tres metros sobre mi cabeza en un enorme lazo doble hasta otro poste al otro extremo del puente. Fruncí el ceño cuando el rugido bajo de un motor me hizo volverme. No podía ver nada, pero el motor se me acercaba claramente, y con mucha rapidez. Miré la base de gravilla del viejo ferrocarril, esperando ver un cuatro por cuatro, pero no había nada. El estruendo del motor que se aproximaba se incrementó dramáticamente a medida que un avión ligero apareció de detrás de un terraplén, hasta donde evidentemente había volado bajo para no ser detectado.

—¡Avión! —grité al walkie-talkie—. ¡Tienen un avión!

Entonces comenzaron los disparos. Era imposible saber quién había empezado, o incluso de dónde venían, pero en un instante el tranquilo campo se llenó de los estallidos intensos e informes de las pequeñas armas de fuego. Me agaché instintivamente cuando varios disparos alcanzaron el parapeto, lanzando una lluvia de polvo rojo de ladrillo. Saqué mi automática y solté el seguro justo cuando el avión me pasaba por encima. Lo reconocí como el tipo de avión de observación de ala alta que usaban en Crimea para encontrar a las unidades de artillería; había retirado la portezuela lateral y sentado medio fuera del avión con un pie en la estructura del ala se encontraba Acheron. Sostenía una ametralladora ligera y disparaba con satisfacción a todo lo que veía. Salpicó la desvencijada caja de señales y los hombres de Goliath devolvieron el fuego con igual entusiasmo; ya podía ver varios agujeros en la estructura del avión. Tras el avión, agitándose en su estela, iba un arpeo con un garfio. Al pasar, el garfio atrapó el cable tendido entre los postes telegráficos y se llevó la bolsa Gladstone y la pintura, con la correa elástica absorbiendo la tensión inicial de la recogida. Me puse en pie de un salto y empecé a disparar al avión ya en retirada, pero se inclinó mucho y se hundió tras el terraplén, con la bolsa y el Gainsborough agitándose peligrosamente al extremo de la cuerda. Retrasarse ahora sería perderlos definitivamente y quizá también perder cualquier posibilidad real de atrapar a Hades, así que corrí al coche y salí marcha atrás en medio de una lluvia de tierra y piedrecillas. Bowden se subió con expresión grave y se puso el cinturón de seguridad.

Pero el aeroplano no había terminado con nosotros. La pequeña nave ejecutó un picado corto para ganar velocidad y luego remontó con una inclinación a la izquierda casi vertical, la punta del ala de babor rozando la copa de una gran haya cuando el piloto viró hacia nosotros. Un Studebaker lleno de hombres de Goliath se había puesto en marcha pero frenó violentamente cuando el aeroplano se les acercó rozando, el piloto dándole a fondo al timón izquierdo para dejar a Acheron una mejor visión del blanco. El coche negro fue pronto una masa de agujeros de bala y cayó a una zanja. Yo pisé el freno cuando otro Studebaker salió justo delante de mí. Acheron también lo condimentó con balas y corrió hacia un muro bajo que se aproximaba al puente. El avión pasó por encima de mí, con el Gainsborough tan bajo que le dio al capó del coche y el traqueteo de los disparos recibió ahora sólo una respuesta sin convicción por parte de los hombres de Schitt.

Pisé con fuerza el acelerador y salí en persecución del avión, dejando atrás a los dos coches destrozados y pasando por encima del puente. Por delante de nosotros había una carretera recta y el avión de Hades se esforzaba contra un ligero viento de frente; con un poco de suerte podríamos alcanzarles. Al final de la recta había un desvío y justo delante una entrada cerrada a un campo. El avión siguió de frente. Bowden me miró nervioso.

—¿Qué camino? —gritó.

En respuesta, saqué la automática, apunté a la puerta y disparé. Los dos primeros disparos fallaron, pero los otros tres acertaron; las bisagras saltaron y la puerta cayó mientras entrábamos a tumbos en el campo, que resultó estar poblado por un rebaño de vacas perplejas. El avión seguía volando, y aunque no estábamos acortando distancias, al menos nos manteníamos a su alcance.

—En persecución de sospechosos en aeroplano en dirección, eh, este, creo —gritó Bowden por la radio policial.

Un avión era lo único en lo que no habíamos pensado. Aunque había una nave aérea de la policía en la zona, sería demasiado lenta para poder impedir la huida del avión.

Avanzamos por una ligera pendiente, esquivando vaquillas y dirigiéndonos al otro extremo del campo, donde un granjero en su Land Rover estaba cerrando la puerta. Miró con perplejidad al ver el coche deportivo cubierto de barro que se le acercaba con rapidez pero aun así abrió la puerta. Le di un golpe total al volante, giré a la derecha y me deslicé de costado por la carretera con una rueda trasera en la zanja antes de recuperarme y acelerar con rapidez, ahora en ángulo recto a donde queríamos ir. El siguiente giro a la izquierda daba a una granja, así que ahí entramos, espantando en todas direcciones a los pollos asustados mientras buscábamos un camino que diese a los campos que había más allá. El avión seguía siendo visible, pero desvíos como éstos no hacían más que incrementar la distancia.

—¡Granja Hollycroft! —gritó Bowden por la radio, intentando mantener informado de nuestros progresos a cualquiera que pudiese sentirse interesado. Encontré un camino de salida de la granja a través de un huerto por medio de una verja de alambre de espino que marcó cinco arañazos horizontales en la pintura del coche. A través de la hierba fuimos más rápido, traqueteando pesadamente sobre surcos endurecidos provocados el invierno anterior. En dos ocasiones el coche rebotó, pero al menos avanzábamos. Al colocarnos debajo del avión, éste abruptamente se inclinó a la izquierda. Yo hice lo mismo y entramos en un bosque siguiendo un camino para leñadores. Apenas podíamos ver el avión sobre nuestras cabezas a través del follaje que nos pasaba intermitentemente sobre nuestras cabezas.

—¡Thursday…! —gritó Bowden para hacerse oír por encima del estruendo del motor.

—¿Qué?

—Carretera.

—¿Carretera?

—Carretera.

Dimos con la carretera a toda velocidad y saltamos del suelo por el peralte. El coche voló por los aires, aterrizó ligeramente ladeado y derrapó hasta un matorral de zarzamoras. El motor se paró pero lo arranqué otra vez con rapidez y me dirigí en la dirección del aeroplano. Aceleré carretera arriba y abandoné el bosque; el avión iba por delante de nosotros, pero sólo cien metros. Volví a pisar el acelerador y el coche avanzó con fuerza. Giramos a la derecha para entrar en otro campo y atravesamos la hierba, ganando distancia al avión, que todavía volaba de cara al viento.

—¡Thursday!

—¿Ahora qué?

—¡Nos acercamos a un río!

Era cierto. A izquierda y a derecha y a no más de media milla de distancia, la ancha extensión del Severn bloqueaba la ruta. Acheron se dirigía a Gales y la frontera, y no parecía que hubiese nada que pudiésemos hacer.

—¡Agarra el volante! —grité al acercarnos por detrás del avión.

Bowden miró la ribera fluvial con nerviosismo. Íbamos a casi ciento diez kilómetros por hora sobre una zona de hierba, y pronto llegaríamos al punto de no retorno. Apunté cuidadosamente con ambas manos y disparé al aeroplano. Dio un bandazo y se inclinó violentamente. Durante un momento creí que le había acertado al piloto, pero el avión cambió rápidamente de dirección; simplemente había hecho un descenso en picado para ganar velocidad.

Lancé un juramento, pisé el freno y giré el volante. El coche saltó sobre la hierba y se desplazó de lado atravesando otra valla antes de deslizarse por una ribera y acabar parado en el borde del agua con una rueda delantera metida en el río. Salté del coche y disparé al avión en la distancia en un gesto fútil hasta que no me quedaron balas en la pistola, medio esperando que Acheron diese la vuelta y realizase un pase bajo, pero no fue así. El avión, con Hades, un Gainsborough falso y diez millones de libras en billetes de pega, se perdió en la distancia.

Salimos y examinamos los daños del coche.

—Siniestro total —murmuró Bowden después de realizar un último informe de posición por la radio—. Pronto Hades se dará cuenta de que el dinero que le hemos dado no es de la mejor calidad.

Miré al avión, que ahora era un punto diminuto en el horizonte.

—¿En dirección a la República? —sugirió Bowden.

—Podría ser —respondí, preguntándome cómo íbamos a llegar hasta él si se refugiaba en Gales. Había acuerdos de extradición, pero las relaciones anglo-galesas no eran buenas y el Politburó tendía a considerar amigo a cualquier enemigo de los ingleses.

—¿Ahora qué? —preguntó Bowden.

—No estoy segura —respondí lentamente—, pero me parece que si no has leído Martin Chuzzlewit, deberías hacerlo lo antes posible. Tengo la sensación de que tan pronto como Acheron descubra que le han tomado el pelo, Martin será el siguiente en pasar por el cadalso.

El avión de Hades desapareció en la distancia. Todo estaba en silencio, sólo se oía el suave chapalear del río. Me tendí en la hierba y cerré los ojos, intentando obtener algunos momentos de paz antes de que volviésemos a caer en el torbellino de Goliath, Hades, Chuzzlewit y demás. Era un momento de calma —el ojo del huracán—. Pero no pensaba en nada de eso. Seguía pensando en Daisy Mutlar. La noticia sobre ella y Landen era simultáneamente inesperada y esperada; él podría haberlo mencionado, claro, pero vamos, después de diez años de ausencia, no tenía ninguna obligación de hacerlo. Me encontré preguntándome cómo sería tener hijos y luego preguntándome cómo sería no llegar a saberlo nunca.

Bowden se me unió en la hierba. Se quitó un zapato y vació la gravilla.

—Ese puesto en Ohio del que te hablaba, ¿recuerdas?

—¿Sí?

—Esta mañana confirmaron el nombramiento.

—¡Genial! ¿Cuándo empiezas?

Bowden bajó la vista.

—Todavía no he aceptado.

—¿Por qué no?

—¿Alguna vez… mmm… has estado en Ohio? —preguntó con tono de voz inocente.

—No; pero he estado en Nueva York varias veces.

—Me han contado que es muy bonito.

—Gran parte de América lo es.

—Me ofrecen el doble de la paga de Victor.

—Buen trato.

—Y dicen que puedo llevar a alguien conmigo.

—¿En quién has pensado?

—En ti.

Le miré, y su expresión apremiante y esperanzada lo decía todo. No le había considerado un compañero o jefe permanente. Supuse que trabajar a sus órdenes sería como trabajar otra vez a órdenes de Boswell. Un adicto al trabajo que esperaba lo mismo de los demás.

—Es una oferta muy generosa, Bowden.

—Entonces, ¿lo pensarás?

Me encogí de hombros.

—No puedo pensar en nada excepto Hades. Después de vivir con él todo el día, tenía la esperanza de no tener que soportar su presencia por las noches, pero también está ahí, mirándome burlón en mis sueños.

Bowden no tenía esos sueños, pero tampoco había visto todo lo que Hades podía hacer. Los dos nos quedamos en silencio y permanecimos así una hora, observando al río fluir lánguidamente hasta que llegó la grúa.

Me estiré en la enorme bañera de hierro de mi madre y le di un trago al gin-tonic grande que me había traído a escondidas. En el garaje habían dicho que sería mejor convertir el Speedster en chatarra, pero yo les dije que lo volviesen a poner en la carretera a cualquier precio porque todavía le quedaban tareas importantes que cumplir. Mientras me iba quedando dormida en las cálidas aguas con olor a pino, llamaron a la puerta. Era Landen.

—¡Mierda, Landen! ¿Una chica no se puede dar un baño en paz?

—Lo siento, Thurs.

—¿Cómo has entrado en casa?

—Tu madre me dejó entrar.

—Por supuesto que lo hizo. ¿Qué quieres?

—¿Puedo pasar?

—No.

—Hablaste con Daisy.

—Sí, lo hice. ¿De verdad te vas a casar con esa vaca?

—Comprendo que estés furiosa, Thursday. No quería que lo supieses de esta forma. Iba a decírtelo yo mismo, pero como te fuiste apresuradamente la última vez que estuvimos juntos…

Se produjo un silencio incómodo. Miré fijamente a los grifos.

—Sigo adelante —dijo Landen al fin—. El próximo junio cumpliré cuarenta y uno y quiero una familia.

—¿Y Daisy te la dará?

—Claro; es una gran chica, Thursday. No es tú, claro, pero es una gran chica; muy…

—¿De confianza?

—De fiar, quizá. No es emocionante, pero es segura.

—¿La amas?

—Claro.

—Entonces parece que hay poco de lo que hablar. ¿Qué quieres de mí?

Landen vaciló.

—Simplemente quería asegurarme de estar tomando la mejor decisión.

—Dijiste que la amabas.

—La amo.

—Y ella te dará los hijos que quieres.

—Eso también.

—Entonces creo que debes casarte con ella.

Landen vaciló ligeramente.

—Por tanto, ¿te parece bien?

—No necesitas mi permiso.

—No es eso lo que quiero decir. Simplemente quería preguntarte si creías que todo esto podría haber tenido un final diferente.

Me coloqué una toallita sobre la cara y gemí en silencio. No era algo con lo que quisiese lidiar ahora mismo.

—No. Landen, debes casarte con ella. Se lo prometiste y además… —pensé con rapidez—… tengo un trabajo en Ohio.

—¿Ohio?

—Como detective literaria. Uno de mis colegas del trabajo me lo ofreció.

—¿Quién?

—Un tipo llamado Cable. También es una gran persona.

Landen se rindió, suspiró, me dio las gracias y prometió enviarme una invitación. Dejó la casa en silencio; cuando bajé, diez minutos más tarde, mi madre todavía llevaba la expresión tristona de «desearía que él fuese mi yerno».