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Una mujer llamada Thursday Next

«Durante toda mi vida he sentido al destino tirándome de la manga. Muy pocos de nosotros tenemos alguna idea concreta de qué debemos hacer aquí y cuándo debemos hacerlo. Todo pequeño acto produce un efecto dominó que acaba afectando de formas invisibles a todos los que nos rodean. Yo tuve la suerte de tener un propósito claro.»

THURSDAY NEXT

Una vida en OpEspec

Pero sí lo había hecho. Cuando volvimos, había una carta aguardándonos en la comisaría. Había esperado que fuese de Landen, pero no lo era. No llevaba sello y la habían dejado sobre la mesa esa mañana. Nadie había visto quién la había entregado.

Llamé a Victor tan pronto como la leí, dejando la hoja de papel sobre la mesa para evitar tocarla más de lo que ya lo había hecho. Victor se puso las gafas y leyó la nota en voz alta.

Estimada Thursday,

Cuando supe que te habías unido al personal de detectives literarios de Swindon casi creí en la intervención divina. Parece que al final podremos resolver nuestras diferencias. El señor Quaverley no fue más que el comienzo. Al propio Martin Chuzzlewit le caerá el hacha a continuación a menos que reciba lo siguiente: 10 millones de libras en billetes usados, un Gainsborough, preferiblemente el que tiene el niño de azul, ocho semanas de representación de Macbeth para mi amigo Thomas Hobbes en el teatro Old Vic, y quiero que cambiéis el nombre a un área de servicio de autopista llamándola «Leigh Delamere» en honor a la madre de un colega. Hay que indicar la aceptación colocando un pequeño anuncio en la edición del miércoles del Swindon Globe anunciando la venta de conejos de Angora y te daré más instrucciones.

Victor se sentó.

—Está firmada Acheron. ¡Imagina un Martin Chuzzlewit sin Chuzzlewit! —exclamó seriamente, repasando todas las posibilidades—. El libro se acabaría, con el primer capítulo. ¿Pueden imaginar a los otros personajes esperando a un personaje principal que no aparecerá nunca? Sería como intentar representar Hamlet sin el príncipe.

—Bien, ¿qué hacemos? —preguntó Bowden.

—A menos que tengamos un Gainsborough que no queramos y diez millones en calderilla, recurriremos a Braxton.

Cuando entramos, Jack Schitt estaba en el despacho de Braxton Hicks. No se ofreció a salir cuando le dijimos a Hicks que era importante y Hicks no se lo pidió.

—Bien, ¿qué pasa? —preguntó Braxton, mirando a Schitt de reojo, quien practicaba golf en la moqueta.

—Hades está vivo —le dije, mirando fijamente a Jack Schitt, quien alzó una ceja.

—¡Dios santo! —murmuró Schitt con un tono poco convincente—. Eso es una sorpresa.

Pasamos de él.

—Lea esto —dijo Victor, entregándole la nota de Acheron cubierta de celofán.

Braxton la leyó antes de pasársela a Schitt.

—Ponga el anuncio, agente Next —dijo Braxton altivo—. Parece haber impresionado a Acheron lo suficiente para que confíe en usted. Hablaré con mis superiores sobre sus exigencias y puede informarme cuando vuelva a ponerse en contacto con usted.

Se puso en pie para hacernos saber que la entrevista había terminado pero yo seguí sentada.

—¿Qué está pasando, señor?

—Eso es clasificado, Next. Nos gustaría que realizase la entrega para nosotros, pero ésa será su única implicación en la operación. El señor Schitt dispone de un pelotón extremadamente bien entrenado que se ocupará de la captura de Hades. Buenos días.

Aun así no me puse en pie.

—Va a tener que decirme más, señor. Mi tío está implicado, y si quiere que colabore, entonces tendré que saber qué está pasando.

Braxton Hicks me miró y entrecerró los ojos.

—Me temo…

—Qué demonios —intervino Schitt—. Díselo.

Braxton miró a Schitt, quien seguía practicando golf.

—Tendrá usted el honor, Schitt —dijo Braxton con furia—. Después de todo, es su espectáculo.

Schitt se encogió de hombros y acabó el tiro al hoyo. La bola dio en la marca y sonrió.

—Durante los últimos cien años se ha producido una inexplicable fertilización cruzada entre las obras de ficción y la realidad. Sabemos que el señor Analogy lleva un tiempo investigando el fenómeno, y sabemos del señor Glubb y otros personajes que han entrado en libros. No sabíamos de nadie que hubiese regresado, por lo que lo considerábamos un viaje de ida. Christopher Sly lo cambió todo.

—¿Ustedes le tienen? —preguntó Victor.

—No; regresó. Por voluntad propia, la verdad, aunque por desgracia al estar tan borracho no regresó a la versión de Will de La fierecilla domada, sino a una interpretación desigual en uno de los Bad Quartos. Se evaporó en el aire un día mientras le observábamos.

Hizo una pausa dramática y limpió el putter con un enorme pañuelo rojo con topos.

—Desde hace un tiempo, la división de armamento avanzado de Goliath ha estado trabajando en un dispositivo para permitir abrir una puerta hacia una obra de ficción. Después de treinta años de investigación y un gasto fabuloso, todo lo que hemos logrado ha sido sintetizar un Cheddar de muy mala calidad a partir de los volúmenes uno a ocho de El mundo del queso. Sabíamos que Hades estaba interesado, y había rumores de experimentos clandestinos en Inglaterra. Cuando robaron el manuscrito Chuzzlewit y descubrimos que lo tenía Hades, supe que íbamos por buen camino. El secuestro de su tío sugería que había perfeccionado una máquina y la extracción de Quaverley lo demostró. Cazaremos a Hades, aunque realmente lo que queremos es la máquina.

—Olvida —dije lentamente—, que la máquina no les pertenece; conociendo a mi tío, destruirá la idea para siempre antes que entregársela a los militares.

—Lo sabemos todo sobre Mycroft, señorita Next. Descubrirá que semejante salto cuántico en el conocimiento científico no debe ser propiedad de un hombre incapaz de comprender el verdadero potencial de su dispositivo. La tecnología pertenece a la nación.

—Se equivoca —dije obstinadamente, poniéndome en pie para salir—. Se equivoca todo lo que es posible equivocarse. Mycroft destruye toda máquina que cree que puede tener un potencial militar devastador; si todos los científicos se parasen a pensar en los posibles efectos de sus descubrimientos, ahora el mundo sería un lugar mucho más seguro para todos.

Schitt aplaudió lentamente.

—Un discurso valiente, pero ahórreme la moralina, Next. Si quiere refrigeradores, su coche, una casa bonita, asfalto en las carreteras y un servicio de salud, entonces dé las gracias al negocio del armamento. Gracias a la economía de guerra que nos impulsa y gracias a Goliath. Crimea es buena, Thursday… Buena para Inglaterra y especialmente buena para la economía. Usted ridiculiza el negocio del armamento pero sin él seríamos un país de décima categoría luchando por mantener estándares de vida cercanos a los de nuestros vecinos europeos. ¿Eso le gustaría más?

—Al menos tendríamos la conciencia tranquila.

—Ingenuo, Next, muy ingenuo.

Schitt volvió a su golf y Braxton siguió con la explicación.

—Agente Next, estamos dando todo el apoyo posible a la Corporación Goliath en este asunto. Queremos que nos ayude usted a atrapar a Hades. Usted le conoce de su época de universidad y la carta va dirigida a usted. Aceptaremos sus exigencias y acordaremos un punto de entrega. Luego le seguiremos y le arrestaremos. Simple. Goliath obtiene el Portal de Prosa, nosotros obtenemos el manuscrito, su tío y su tía quedan libres y OpEspec 5 tiene a Hades. Todo el mundo saca algo y por tanto todo el mundo está contento. Así que por ahora, nos sentamos a esperar noticias de la entrega.

—Conozco tan bien como usted las reglas de ceder a la extorsión, señor. A Hades no se le engaña con facilidad.

—No llegará hasta ahí —respondió Hicks—. Le daremos el dinero y le pillaremos mucho antes de que pueda escapar. Tengo total confianza en los operativos de Schitt.

—Con todos los respetos, señor, Acheron es más listo y duro de lo que pueda imaginar. Deberíamos hacerlo nosotros. No necesitamos a los mercenarios de Schitt dando tiros en todas direcciones.

—Permiso denegado, Next. Hará lo que le digo, o no hará nada. Creo que eso es todo.

Debería haber sentido más furia, pero no la sentía. No había habido ninguna sorpresa —Goliath nunca aceptaba compromisos—. Y cuando no hay sorpresas, es difícil cabrearse. Tendríamos que trabajar con lo que teníamos.

Cuando regresamos a la oficina volví a llamar a Landen. En esta ocasión respondió una mujer; pedí hablar con él.

—Está dormido —respondió de inmediato.

—¿Puede despertarle? —pregunté—. Es importante.

—No, no puedo. ¿Quién es usted?

—Me llamo Thursday Next.

La mujer emitió una risita que no me gustó.

—Me lo contó todo sobre ti, Thursday.

Lo dijo con desdén; me cayó mal al instante.

—¿Con quién hablo?

—Soy Daisy Mutlar, querida, la prometida de Landen.

Me recliné lentamente en la silla y cerré los ojos. No me podía estar pasando esto. No era de extrañar que Landen me preguntase con cierta urgencia si iba a perdonarle.

—Has cambiado de opinión, ¿no es así, cariño? —preguntó Daisy con tono burlón—. Landen es un buen hombre. Esperó casi diez años por ti, pero me temo que ahora me quiere a mí. Quizá si tienes suerte te enviemos un trozo del pastel, y si quieres mandar un regalo, la lista de bodas está en Camp Hopson.

Me obligué a tragar el nudo de la garganta.

—¿Cuándo es el feliz día?

—¿Para ti o para mí? —Daisy rió—. Para ti, ¿quién sabe? En cuanto a mí, el querido Landy y yo nos convertiremos en el señor y la señora Parke-Laine en dos semanas a partir del sábado.

—Déjame hablar con él —exigí, subiendo el tono de voz.

—Cuando despierte, es posible que le diga que llamaste.

—¿Quieres que vaya allí a dar golpes en la puerta? —pregunté, alzando aún más la voz. Bowden me miró desde el otro lado de la mesa alzando una ceja.

—Escucha, zorra estúpida —dijo Daisy en voz muy baja por sí Landen la oía—, podías haberte casado con Landen y la jodiste. Se ha acabado. Ve y búscate un sabiondo de detectives literarios o algo… Por lo que he visto, todos los payasos de OpEspec sois un montón de bichos raros.

—Escúchame bien…

—No —me cortó Daisy—. me escucharás. ¡Si intentas hacer algo que interfiera con mi felicidad te retorceré tu estúpido cuello!

Colgó. Devolví el auricular con rapidez a la base y agarré el abrigo del respaldo de la silla.

—¿Adónde va? —preguntó Bowden.

—Al campo de tiro —respondí—, y puede que me quede un buen rato.