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Una mujer llamada Thursday Next

«Ya poca gente recuerda al señor Quaverley. Si hubieses leído Martin Chuzzlewit antes de 1985, te hubieses encontrado con un personaje menor que vivía en la pensión de la señora Todger. Hablaba con los Pecksniff sobre mariposas, tema del que casi nada sabía. Por desgracia, ya no está ahí. Su sombrero cuelga del perchero al pie de la página 235, pero eso es todo lo que queda…»

MILLON DE FLOSS

Libro de casos de Thursday Next, volumen 6

—Asombroso —dijo Acheron tranquilamente mientras examinaba el Portal de Prosa de Mycroft—. ¡Realmente asombroso!

Mycroft no dijo nada. Había estado demasiado ocupado preguntándose si Polly estaría viva y bien desde que el poema se le cerró encima. A pesar de sus protestas, habían arrancado el cable de corriente antes de que el portal volviese a abrirse; no sabía si un humano podía sobrevivir en ese ambiente. Durante el viaje le habían vendado los ojos y ahora se encontraba de pie en la sala de fumadores de lo que había sido un enorme y lujoso hotel. Aunque todavía era grandioso, la decoración estaba gastada y raída. El piano de cola taraceado con perlas no parecía haberse afinado en años, y el bar con fondo de espejos carecía tristemente de cualquier refrigerio. Mycroft miró por la ventana en busca de alguna pista sobre su ubicación. No era difícil adivinarlo. La gran cantidad de coches Griffin de colores tristes y la ausencia de cualquier forma de publicidad le indicaron a Mycroft todo lo que precisaba saber; se encontraba en la República Popular de Gales, en algún lugar más allá del alcance de las fuerzas policiales convencionales. Las posibilidades de huir eran muy reducidas, y en el caso de escapar, ¿luego qué? Incluso de tener alguna posibilidad de atravesar la frontera, nunca podría irse sin Polly —seguía prisionera en el poema, en sí mismo ahora no más que palabras impresas en una hoja de papel que Hades se había guardado en el bolsillo—. Parecía haber pocas posibilidades de recuperar el poema sin una tremenda pelea, y además, sin los gusalibros y el Portal de Prosa, Polly se quedaría para siempre en su prisión wordsworthiana. Mycroft se mordió nervioso el labio y dedicó su atención al resto de personas en la sala. Aparte de él y Hades, había otros cuatro, y dos de ellos sostenían pistolas.

—Bienvenido, profesor Next —dijo Hades con una amplia sonrisa—, ¡de un genio a otro!

Miró con cariño la máquina. Pasó el dedo por el borde de una de las peceras. Los gusanos estaban muy ocupados leyendo un ejemplar de Mansfield Park y discutían de dónde sacaba el dinero sir Thomas.

—No puedo hacerlo solo, sabe —dijo Hades sin alzar la vista. Uno de los otros hombres se agitó para situarse más cómodo en uno de los pocos sillones tapizados que quedaban—. El próximo paso es ganar su total apoyo. —Miró a Mycroft con expresión seria—. Usted me ayudará, ¿no?

—¡Antes preferiría morir! —respondió Mycroft con frialdad.

Acheron le miró y luego pasó a otra amplia sonrisa.

—No lo dudo ni un momento, ¡pero he sido un grosero! Le he secuestrado y he robado el trabajo de su vida, ¡y ni siquiera me he presentado! —Fue hasta Mycroft y le dio un caluroso apretón de manos, un gesto al que Mycroft no respondió.

—Me llamo Hades, Acheron Hades. ¿Es posible que haya oído hablar de mí?

—¿Acheron el extorsionista? —preguntó Mycroft lentamente—. ¿Acheron el secuestrador y chantajista?

La sonrisa de Acheron no abandonó los labios.

—Sí, sí y . Pero ha olvidado asesino. Asesino cuarenta y dos veces, amigo mío. La primera vez es siempre la más difícil. Después, ya poco importa, porque sólo pueden colgarte una vez. Es un poco como comerse un paquete de galletas; es imposible tomar sólo una —volvió a reír—. Me encontré con su sobrina, sabe. Pero sobrevivió —añadió, en caso de que Mycroft creyese erróneamente que había algún vestigio de bondad en su alma oscura—. No era lo que yo había planeado.

—¿Por qué hace esto? —preguntó Mycroft.

—¿Por qué? —repitió Acheron—. ¿Por qué? ¡Por la fama, por supuesto! —gritó—. ¿Comprenden, caballeros…? —Los otros asintieron obedientemente—. ¡Fama! —repitió—. ¡Y usted puede compartir esa fama…!

Llevó a Mycroft hasta su mesa y sacó un montón de recortes de prensa.

—¡Mire lo que dicen de mí los periódicos!

Sostuvo un recorte con orgullo.

HADES, 74 SEMANAS EN LO ALTO DE LA

LISTA DE LOS «MÁS BUSCADOS»

—Impresionante, ¿eh? —dijo con orgullo—. ¿Y qué hay de éste?

LOS LECTORES DE TOAD VOTAN A HADES

«PERSONA MENOS QUERIDA»

The Owl dijo que la ejecución era un castigo demasiado bueno para mí y The Mole quería que el Parlamento reinstaurase la tortura sobre la rueda.

Le mostró el fragmento a Mycroft.

—¿Qué opina?

—Creo —empezó a decir Mycroft— que podría usted haber usado su enorme intelecto de forma mucho más útil sirviendo a la humanidad en lugar de robarle.

Acheron pareció dolorido.

—¿Qué gracia tiene eso? La bondad es debilidad, la amabilidad es venenosa, la serenidad es mediocridad, y la afabilidad es para los perdedores. La mejor razón para cometer actos odiosos y detestables, y admitámoslo, se me considera un experto en ese campo, es puramente por sí mismos. La ganancia monetaria está muy bien, pero diluye el sabor de la maldad a un nivel inferior que puede alcanzar cualquiera con un sentido excesivamente desarrollado de la avaricia. El mal verdadero y sin fundamento es tan raro como el bien puro…

—Me gustaría volver a casa.

—¡Claro que sí! —dijo Acheron, sonriendo—. Hobbes, abre la puerta.

El hombre más cercano a la puerta la abrió y se apartó. La enorme puerta conducía al vestíbulo del viejo hotel.

—No hablo galés —murmuró Mycroft.

Hobbes cerró la puerta y la atrancó.

—Ciertamente es un pequeño problema en Merthyr, amigo —dijo Acheron, sonriendo—. No llegará muy lejos sin galés.

Mycroft miró a Hades con incomodidad.

—¡Pero Polly!

—¡Ah, sí! —respondió Hades—. Su encantadora esposa. —Sacó la copia de «Vagué solitario como una nube» e hizo aparecer un enorme encendedor de oro, que encendió con una floritura.

—¡No…! —gritó Mycroft, dando varios pasos hacia delante. Acheron arqueó una ceja, con la llama casi tocando el papel—. Me quedaré y le ayudaré —añadió Mycroft con cansancio.

Una amplia sonrisa rompió los rasgos de Hades. Se volvió a guardar el poema en el bolsillo.

—¡Un hombre tenaz! No lo lamentará.

Pensó un momento.

—En realidad, probablemente lo lamente.

Mycroft se sentó inseguro sobre una silla a mano.

—Por cierto —siguió diciendo Hades—, ¿le he presentado a todos mis compañeros de fechorías?

Mycroft negó tristemente con la cabeza.

—¿No? Muy negligente por mi parte. El tipo con la pistola de ahí es el señor Delamere. Su obediencia sólo es igualada por su estupidez. Hace todo lo que le digo y moriría por mí si fuese necesario. Una especie de red setter humano, para entendernos. Tiene un cociente intelectual inferior al de un neandertal y sólo cree lo que lee en The Gad-fly. Señor Delamere, amigo mío, ¿ha cometido su acto malvado de hoy?

—Sí, señor Hades. Conduje a ciento veinte kilómetros por hora.

Hades frunció el ceño.

—No suena muy malvado.

Delamere rió.

—¿A través del centro de Arndale?

Hades agitó un dedo aprobatorio y esbozó una sonrisa malvada.

—Muy bien.

—Gracias, señor Hades.

—Allí se encuentra el señor Hobbes. Es un actor de cierta distinción cuyo talento la Compañía Inglesa de Shakespeare decidió ignorar tontamente. Intentaremos rectificar ese error, ¿no es así, señor Hobbes?

—Así es, señor —respondió el señor Hobbes, inclinándose con una floritura.

Vestía mallas, un jubón de piel y una coquilla. Durante diez años lo habían dejado atrás en todos los papeles importantes de la compañía, relegándolo a figurante y suplente. Se había vuelto tan peligrosamente inestable que incluso los otros actores se dieron cuenta. Se había unido a Acheron poco después de fugarse de una larga sentencia de prisión; llevando al límite la interpretación dramática, había matado de verdad a Laertes mientras interpretaba a Hamlet.

—El tercer hombre por ahí es Müller, un doctor del que me hice amigo después de que le inhabilitasen. Los detalles son un poco sórdidos. Lo comentaremos en alguna ocasión durante la cena, siempre que no comamos bistec tártaro. El cuarto hombre es Felix7, que resulta ser uno de mis compañeros de mayor confianza. No puede recordar más de una semana en el pasado, y no tiene aspiraciones de cara al futuro. Sólo piensa en el trabajo que se le ha asignado ejecutar. Carece de consciencia, misericordia o piedad. Un buen hombre. Deberíamos tener más como él.

Hades entrechocó las manos con alegría.

—¿Volvemos al trabajo? Hace casi una hora que no cometo ningún acto singularmente perverso.

Mycroft renuentemente fue hasta el Portal de Prosa y empezó a prepararlo. Había alimentado, dado agua y limpiado a los gusalibros, había suministro de energía, y se habían seguido con exactitud todos los detalles de su libreta infantil de ejercicios. Mientras Mycroft trabajaba, Acheron se sentó y hojeó un viejo manuscrito lleno de una letra florida, repleto de correcciones garabateadas y unido por una cinta roja que perdía el color. Se saltó varias secciones hasta encontrar lo que buscaba.

—¡Perfecto! —rió con ganas.

Mycroft terminó con el procedimiento de comprobación y se echó atrás.

—Listo —dijo con un suspiro.

—¡Excelente! —Acheron sonreía al entregar el antiguo manuscrito—. Abra el portal justo aquí.

Señaló la página y sonrió. Mycroft lentamente tomó el manuscrito y miró el título.

¡Martin Chuzzlewit! ¡Monstruo!

—Los halagos no le llevarán a ningún sitio, mi querido profesor.

—Pero —siguió diciendo Mycroft—, ¡si altera cualquier cosa en el manuscrito original…!

—Pero para eso estamos aquí, ¿no es así, mi querido Mycroft? —dijo Hades, agarrando una de las mejillas de Mycroft, agitándola suavemente—. Para… eso… estamos… aquí. ¿De qué vale la extorsión si no puedes demostrar a todos los grandes daños que puedes causar si quieres? Y en cualquier caso, ¿qué gracia tiene robar bancos? ¿Bang, bang, dame todo el dinero? Además, matar civiles nunca es verdaderamente divertido. Es un poco como dispararle a conejos atados al suelo. Prefiero lidiar con un pelotón del cuerpo de intervenciones especiales.

—¡Pero el daño…! —siguió diciendo Mycroft—. ¿¡Está loco!?

Los ojos de Acheron manifestaron una furia súbita mientras agarraba a Mycroft con fuerza por el cuello.

—¿Qué? ¿Qué ha dicho? Loco, ¿ha dicho? ¿Sí? ¿Eh? ¿Qué?

Apretó los dedos sobre la laringe de Mycroft; el profesor pudo sentir cómo empezaba a sudar debido al miedo frío de la asfixia. Acheron esperaba una respuesta que Mycroft no podía dar.

—¿Qué? ¿Qué ha dicho?

Las pupilas de Acheron empezaron a dilatarse mientras Mycroft sentía que sobre su mente caía un velo oscuro.

—¿Cree que es divertido tener un nombre como el mío? ¿Tener que vivir con lo que esperan de ti? ¿Nacer con un intelecto tan vasto que los demás humanos son cretinos en comparación?

Mycroft se las arregló para emitir un gemido y Acheron le soltó. Mycroft cayó al suelo, intentando respirar. Acheron se alzó sobre él y agitó un dedo de reproche.

Jamás vuelvas a llamarme loco, Mycroft. No estoy loco, simplemente… bien, soy moralmente diferente, eso es todo.

Hades volvió a entregarle el Chuzzlewit y a Mycroft no le hizo falta una segunda orden. Colocó los gusanos con el manuscrito en el interior del viejo libro pesado; tras media hora de febril actividad, el dispositivo estaba dispuesto y preparado.

—Estoy listo —anunció Mycroft con tristeza—. No tengo más que apretar este botón y la puerta se abrirá. Como mucho permanecerá abierta diez segundos.

Suspiró con toda el alma y agitó la cabeza.

—¡Qué dios me perdone…!

Yo te perdono —respondió Acheron—. ¡Es lo más cerca que vas a estar!

Hades se acercó a Hobbes, que ahora iba vestido con un uniforme negro de combate. Llevaba una redecilla alrededor de la cintura de la que colgaban todo tipo de artilugios que podrían venir bien en un robo armado no planificado: una linterna grande, un corta cerrojos, cuerda, esposas y una automática.

—¿Sabes a quién buscamos?

—Señor Quaverley, señor.

—Espléndido. Siento que me viene un discurso.

Se subió a una mesa tallada de roble.

—¡Amigos míos! —empezó—. Éste es un gran día para la ciencia y un pésimo día para la literatura de Dickens.

Hizo una pausa dramática.

—Camaradas, nos encontramos en la antesala de un acto de barbarismo artístico tan monstruoso que casi me avergüenzo de mí mismo. Todos vosotros habéis sido fieles servidores a lo largo de muchos años, y a pesar de que ninguno de vosotros posee un alma tan miserable como la mía, y los rostros que veo frente a mí son simultáneamente estúpidos y desagradables, os profeso a todos un razonable cariño.

Sus cuatro camaradas le dieron las gracias.

—¡Silencio! Creo que es justo decir que yo soy el individuo más abyecto sobre este planeta y sin duda la mente criminal más brillante de este siglo. El plan en el que nos embarcamos ahora es fácilmente el más diabólico jamás concebido por un hombre, y no sólo os llevará a lo más alto de la lista de los más buscados, sino que además os hará ricos por encima de vuestros mayores sueños de avaricia. —Entrechocó las manos—. Por tanto, que comience la aventura, ¡y brindo por el éxito de esta estupenda empresa criminal!

—¿Señor?

—¿Qué pasa, doctor Müller?

—Todo ese dinero. No lo tengo claro. Yo me conformaría con un Gainsborough. Ya sabe… el del niño con el traje azul.

Acheron le miró fijamente durante un momento, con una sonrisa abriéndose lentamente en su cara.

—¿Por qué no? ¡Detestable amante del arte! ¡Qué dicotomía tan divina! ¡Tendrá su Gainsborough! Y ahora, nosotros… ¿Qué pasa, Hobbes?

—¿No olvidará obligar a la compañía a representar mi versión mejorada de la obra escocesa… Macbeth: se acabó el «señor Simpatía»?

—Claro que no.

—¿Durante ocho semanas completas?

—Sí, sí, y El sueño de una noche de verano con sierras mecánicas. Señor Delamere, ¿quiere usted algo?

—Bien —dijo el hombre con el cerebro de un perro, frotándose pensativamente la parte posterior de la cabeza—, ¿podría tener un área de servicio de la autopista con el nombre de mi mamá?

—Insufriblemente obtuso —comentó Acheron—. No creo que resulte muy difícil. ¿Felix7?

—No me hace falta ningún pago —dijo estoicamente Felix7—. No soy más que su dedicado servidor. Ningún ser consciente puede desear más que servir a un amo bueno y sabio.

—¡Me encanta ese hombre! —le dijo Hades a los otros. Rió para sí y luego se volvió hacia Hobbes, quien esperaba para dar el salto—. ¿Comprende lo que tiene que hacer?

—Perfectamente.

—Entonces, Mycroft, abre el portal y mi querido Hobbes: ¡vaya con Dios!

Mycroft pulsó el botón verde de Apertura y se produjo un destello brillante y un pulso electromagnético fuerte que hizo girar como locas todas las brújulas en dos kilómetros a la redonda. El portal se abrió con rapidez y Hobbes respiró profundamente y entró; al hacerlo, Mycroft pulsó el botón rojo de Cerrado, el portal se selló y sobre la sala descendió el silencio. Acheron miró a Mycroft, quien miraba al temporizador en el libro grande. El doctor Müller leía un ejemplar de bolsillo de Martin Chuzzlewit para comprobar los progresos de Hobbes, Felix7 vigilaba a Mycroft y Delamere miraba algo pegajoso que se había encontrado dentro de la oreja.

Dos minutos más tarde Mycroft pulsó una vez más el botón verde de Apertura y Hobbes regresó, arrastrando a un hombre de mediana edad vestido con un traje mal cortado con cuello alto y corbata gruesa. Hobbes estaba sin aliento y se sentó para jadear en una silla cercana. El hombre de mediana edad miró a su alrededor con confusión.

—Amigo —empezó a decir, mirando sus rostros curiosos—, me encuentro en desventaja. Por favor, explíquenme el sentido de lo que sólo puedo describir como un apuro desconcertante…

Acheron se le acercó y le colocó un brazo amistoso sobre los hombros.

—Ah, el dulce, dulce olor del éxito. Bienvenido al siglo veinte y a la realidad. Me llamo Hades.

Acheron extendió la mano. El hombre se inclinó y la aceptó agradecido, creyendo erróneamente que se encontraba entre amigos.

—A su servicio, señor Hades. Me llamo señor Quaverley, residente en el establecimiento de la señora Todger y supervisor de profesión. Debo confesar que no tengo demasiada idea de la gran maravilla a la que se me ha sometido, pero por favor, ya que es usted el amo de esta paradoja, ¿qué ha sucedido y cómo puedo ayudar?

Acheron sonrió y palmeó con afecto el hombro del señor Quaverley.

—¡Mi querido señor Quaverley! Podría pasar muchas horas de feliz discusión con usted sobre la esencia de la narrativa de Dickens, pero realmente sería malgastar mi precioso tiempo. Felix7, regresa a Swindon y abandona el cuerpo del señor Quaverley allí donde lo encuentren por la mañana.

Felix7 agarró al señor Quaverley por el brazo.

—Sí, señor.

—Oh, y Felix7…

—¿Sí, señor?

—Ya que sales, ¿por qué no silencias a ese tipo Sturmey Archer? Ya no nos sirve de nada.

Felix7 arrastró al señor Quaverley de puertas afuera. Mycroft lloraba.