Una mujer llamada Thursday Next
«Bowden Cable es el tipo de operativo honrado y fiable que forma la columna vertebral de OpEspec. Nunca ganan distinciones o medallas, y el público no los conoce en absoluto. Cada uno de ellos vale por diez como yo.»
THURSDAY NEXT
Una vida en OpEspec
Bowden me guió a un restaurante de carretera en la vieja calle Oxford. Me pareció una elección curiosa para almorzar; los asientos eran de un plástico duro de color naranja, y las mesas amarillentas cubiertas de melanina empezaban a levantarse por los bordes. Las ventanas estaban casi opacas por la suciedad y las cortinas de nailon colgaban pesadamente a causa de los depósitos de grasa. Del techo colgaban varios papeles cazamoscas, habiendo perdido hacía mucho tiempo la capacidad de atrapar nada, y las moscas que tenían pegadas hacía tiempo que se habían convertido en polvos. Alguien se había esforzado porque el interior fuese ligeramente más alegre pegando algunas fotografías apresuradamente recortadas de antiguos calendarios; sobre la chimenea colgaba una foto firmada del equipo de fútbol inglés de 1978, acompañada de muchas otras cosas y un jarrón lleno de flores de plástico.
—¿Estás seguro? —pregunté, sentándome con cuidado frente a una mesa cerca de la ventana.
—La comida es buena —respondió Bowden, como si eso fuese lo único importante.
Una camarera masticando chicle se acercó a la mesa y nos colocó los cubiertos. Tenía unos cincuenta años y vestía un uniforme que bien podría haber sido de su madre.
—Hola, señor Cable —dijo con un tono plano que sólo manifestaba una ligera indicación de interés en la voz—, ¿todo bien?
—Muy bien, gracias. Lottie, me gustaría presentarte a mi nueva compañera, Thursday Next.
Lottie me miró de forma curiosa.
—¿Algún parentesco con el capitán Next?
—Era mi hermano —dije en voz alta, como si quisiese que Lottie tuviese claro que no me avergonzaba la relación—, y no hizo lo que dicen que hizo.
La camarera me miró durante un momento, como si quisiese decir algo pero no se atreviese.
—Entonces, ¿qué van a tomar? —preguntó en su lugar, con alegría forzada. Presentía que la camarera había perdido a alguien en la Carga.
—¿Cuál es el especial? —preguntó Bowden.
—Soupe d’Auverge au Fromage —respondió Lottie—, seguido de Rojoes Cominho.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Es cerdo frito y luego cocido a fuego lento con comino, cilantro y limón —respondió Bowden.
—Suena genial.
—Dos especiales y una jarra de agua mineral.
Asintió, garabateó una nota y me dedicó una sonrisa triste antes de irse.
Bowden me miró con interés. Con el tiempo habría acabado dándose cuenta de que había estado en el ejército. Se me notaba por todas partes.
—Veterana de Crimea, ¿eh? ¿Sabes que el coronel Phelps está en la ciudad?
—Ayer me lo encontré en la nave aérea. Quiere que vaya a uno de sus mítines.
—¿Lo harás?
—¿Estás de coña? Su idea de un final perfecto para el conflicto de Crimea es que sigamos luchando y luchando hasta que no quede nadie con vida y la península esté tan envenenada y cubierta de minas que no sirva para nada. Tengo la esperanza de que las Naciones Unidas puedan meter sentido común en ambos gobiernos.
—Me llamaron en el 78 —dijo Bowden—. Incluso superé el entrenamiento básico. Por suerte, ese mismo año murió el zar y el príncipe tomó el poder. Había exigencias más importantes para el tiempo del joven emperador, por lo que los rusos se retiraron. Nunca me necesitaron.
—Leí en alguna parte que desde el comienzo de la guerra sólo siete de los ciento treinta y un años se han pasado luchando.
—Pero cuando pelean —añadió Bowden—, ciertamente compensan el tiempo perdido.
Le miré. Bowden había tomado un sorbo de agua después de ofrecerme primero la jarra.
—¿Casado? ¿Niños?
—No —respondió Bowden—. La verdad es que no he tenido tiempo de encontrarme una esposa, aunque en principio no me opongo a la idea. Simplemente OpEspec no es un gran lugar para conocer a gente y no soy, lo confieso, un gran animal social. Me han preseleccionado para un puesto en el equivalente de detectives literarios de Ohio; se me antoja la oportunidad perfecta para encontrar esposa.
—Allí pagan bien y las instalaciones son excelentes. Yo misma lo consideraría si tuviese la oportunidad —respondí. Era sincera.
—¿Lo harías? ¿Lo harías de verdad? —preguntó Bowden con un rubor de emoción que chocaba curiosamente con sus modales ligeramente fríos.
—Claro. Cambio de ambiente —dije tartamudeando, deseando cambiar de tema no fuese a ser que Bowden se hiciese una idea equivocada—. ¿Llevas… ah… mucho tiempo como detective literario?
Bowden pensó un momento.
—Diez años. Vine desde Cambridge con una titulación en literatura del siglo diecinueve y me uní de inmediato a detectives literarios. Jim Crometty cuidó de mí desde que empecé.
Miró pensativo por la ventana.
—Quizá si hubiese estado allí…
—… entonces los dos estaríais muertos. Cualquiera que dispara a un hombre seis veces en la cara no va a la iglesia los domingos. Te habría matado y ni siquiera se lo hubiese pensado. No se gana nada con los «podría haber sido»; créeme, lo sé. Perdí dos compañeros frente a Hades. Lo he repasado cien veces, pero probablemente de tener otra oportunidad todo pasaría exactamente de la misma forma.
Lottie nos colocó la sopa delante con una cesta de pan recién horneado.
—Que lo disfruten —dijo Lottie—, es a cuenta de la casa.
—¡Pero…! —empecé a decir. Lottie me hizo callar.
—Ahórrese el aliento —dijo imperturbable—. Después de la carga. Después de que la mierda empezase a volar. Después de la primera oleada de muerte… usted regresó para hacer todo lo posible. Usted regresó. Aprecio ese gesto. —Se volvió y se fue.
La sopa era buena; los Rojoes Cominho eran todavía mejores.
—Victor me dijo que en Londres trabajabas en Shakespeare —dijo Bowden.
Era el área de trabajo más prestigiosa de la oficina de detectives literarios. Los poetas del lago iban ligeramente por detrás en segundo puesto y la comedia de la Restauración en tercer lugar. Incluso en las oficinas más igualitarias, siempre se establecía un orden jerárquico.
—No había muchas oportunidades de promoción en la oficina de Londres, así que después de un par de años me dieron las labores de Shakespeare —respondí, partiendo un trozo de pan—. En Londres los baconianos dan muchos problemas.
Bowden alzó la vista.
—¿Cómo valoras la teoría baconiana?
—No muy bien. Como la mayoría de la gente, estoy casi segura de que en Shakespeare hay más que sólo Shakespeare. Pero ¿sir Francis Bacon empleando a un actor poco conocido como fachada? No me lo trago.
—Era abogado —afirmó Bowden—. Muchas de las obras contienen jerga legal.
—No significa nada —respondí—. Greene, Nashe y sobre todo Ben Jonson emplean fraseología legal; ninguno de ellos tenía educación legal. Y no me hagas hablar de los llamados códigos.
—No hay que preocuparse de eso —respondió Bowden—. No lo haré. Yo tampoco soy baconiano. Él no las escribió.
—¿Y qué te hace estar tan seguro?
—Si uno lee su De Augmentis Scientarium, descubre a Bacon criticando el drama popular. Más aún, cuando la compañía a la que pertenecía Shakespeare pidió al rey formar un teatro, se les envió a la comisión de pleitos. ¿Adivinas quién pertenecía a ese comité y que más vehementemente se opuso a la petición?
—¿Francis Bacon? —pregunté.
—Exacto. Quien fuese que escribió las obras, no fue Bacon. A lo largo de los años he formulado algunas teorías propias. ¿Has oído hablar de Edward De Vere, el decimoséptimo conde de Oxford?
—Vagamente.
—Hay algunas pruebas de que, al contrario que Bacon, sabía escribir y escribía bastante bien… Un momento.
Lottie había traído un teléfono a la mesa. Era para Bowden. Se limpió la boca con una servilleta.
—¿Sí?
Me miró.
—Sí, aquí está. Iremos de inmediato. Gracias.
—¿Problemas?
—Tu tío y tu tía. No sé cómo decírtelo pero… ¡los han secuestrado!
Cuando llegamos, había varios coches de policía y OpEspec acumulados alrededor de la entrada de la casa de mi madre. Se había reunido también una pequeña multitud que miraba por encima de la valla. Los dodos se habían reunido al otro extremo y miraban a la multitud, preguntándose a qué venía ese alboroto. Le mostré la identificación al oficial al mando.
—¿Detective literaria? —dijo desdeñoso—. No puedo dejarla pasar, señora. Sólo policía y OpEspec 9.
—¡Es mi tío…! —dije con furia, y el agente renuentemente me dejó pasar.
Swindon era igual que Londres: una placa de detective literario poseía tanta autoridad como un bonobús. Encontré a mi madre en el salón rodeada de pañuelos mojados. Me senté a su lado y le pregunté qué había pasado.
Se sonó la nariz con fuerza.
—Los llamé para comer a la una. Eran salchichas de lata, el plato favorito de Mycroft. No respondieron, así que fui al taller. Habían desaparecido los dos y la puerta doble estaba totalmente abierta. Mycroft jamás hubiese salido sin avisar.
Era cierto. Mycroft jamás abandonaba la casa a menos que fuese estrictamente necesario; desde que Owens había sido merengado, Polly se encargaba de todos los recados.
—¿Han robado algo? —le pregunté a un operativo de OpEspec 9 que me miró con frialdad. No le gustaba que una detective literaria le hiciese preguntas.
—¿Quién sabe? —respondió con poca emoción—. ¿Usted ha estado hace poco en el taller?
—Ayer por la noche.
—Entonces, ¿podría dar un vistazo y decirnos si falta algo?
Me escoltaron al taller de Mycroft. Habían forzado la puerta de atrás y di un vistazo cuidadoso. Habían limpiado la mesa donde Mycroft conservaba sus gusalibros; sólo podía ver el pesado conector de potencia de dos patillas que hubiese encajado en la parte posterior del Portal de Prosa.
—Había algo aquí mismo. Varias peceras llenas de pequeños gusanos y un enorme libro parecido a una Biblia medieval de iglesia…
—¿Puede dibujarlo? —preguntó una voz familiar.
Me volví para ver a Jack Schitt oculto entre las sombras, fumando un pequeño cigarrillo y supervisando a un técnico de Goliath que pasaba un sensor zumbante por el suelo.
—Bien, bien —dije—. Aquí está Jack Schitt. ¿Qué interés tiene Goliath en mi tío?
—¿Puede dibujarlo? —repitió.
Asentí y uno de los hombres de Goliath me dio papel y lápiz. Esbocé lo que había visto, la combinación intrincada de diales y botones en la parte delantera del libro y las pesadas tiras de metal. Jack Schitt me lo cogió y lo examinó con gran interés mientras otro técnico de Goliath entraba desde el exterior.
—¿Bien? —preguntó Schitt.
El agente saludó con precisión y le mostró a Schitt un par de abrazaderas grandes y ligeramente fundidas.
—El profesor Next había improvisado una conexión de sus propios cables a la subestación eléctrica de al lado. Hablé con la junta eléctrica. Dicen que tienen tres pérdidas de potencia inexplicadas, de como unos 1,8 megavatios cada una, muy tarde la pasada noche.
Jack Schitt se volvió hacia mí.
—Será mejor que nos deje la situación a nosotros, Next —dijo—. Secuestro y robo no forman parte de las responsabilidades de detectives literarios.
—¿Quién fue? —exigí, pero Schitt no respondía ante nadie… al menos no ante mí. Agitó un dedo en mi dirección.
—La investigación no tiene nada que ver con usted; la mantendremos informada de cualquier avance. O no. Como me parezca mejor.
Se volvió y se alejó.
—Fue Acheron, ¿no? —dije, lenta y deliberadamente.
Schitt se detuvo a medio paso y se volvió para mirarme.
—Acheron ha muerto, Next. Ardió por completo en el cruce doce. No extiendas tus teorías por la ciudad, niña. Podrían hacerte parecer más inestable de lo que estás.
Sonrió sin el menor vestigio de amabilidad y salió del taller para llegar hasta el coche que le esperaba.