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Una mujer llamada Thursday Next

«… Esta mañana, Thursday Next se ha unido a la oficina de detectives literarios en sustitución de Crometty. No puedo evitar pensar que no está especialmente dotada para este tipo de trabajos y tengo mis dudas de que esté tan cuerda como cree. Tiene muchos demonios, viejos y nuevos, y me pregunto si Swindon es el lugar adecuado para intentar exorcizarlos…»

Del diario de BOWDEN CABLE

El cuartel general de OpEspec en Swindon se compartía con la policía local; el diseño germánico típicamente brusco y severo se había construido durante la Ocupación para servir como tribunal. También era grande, lo que venía bien. La entrada al edificio estaba protegida por detectores de metales, y una vez que mostré mi identificación pude llegar al enorme vestíbulo de entrada. Agentes y civiles con distintivos de identificación se movían rápidamente de un lado a otro en el estruendoso ajetreo de la comisaría. Me empujaron una o dos veces en la multitud y saludé a algunas viejas caras antes de llegar al mostrador principal. Cuando llegué allí, me encontré con un hombre vestido con una amplia camisa blanca y calzones protestando ante el sargento. El agente se limitaba a mirarle fijamente. Todo lo que le contaba ya lo había oído antes.

—¿Nombre? —preguntó cansado el sargento.

—John Milton.

—¿Qué John Milton?

John Milton suspiró.

—Cuatrocientos noventa y seis.

El sargento lo anotó en el bloc.

—¿Cuánto se llevaron?

—Doscientos en efectivo y todas mis tarjetas de crédito.

—¿Ha informado a su banco?

—Por supuesto.

—¿Y cree que su asaltante era un Percy Shelley?

—Sí —replicó el Milton—. Antes de salir corriendo me entregó un panfleto sobre el rechazo al dogma religioso actual.

—Hola, Ross —dije.

El sargento me miró, hizo una pausa y luego mostró una amplia sonrisa.

—¡Thursday! ¡Me habían contado que volverías! También me contaron que llegaste hasta OE-5.

Le devolví la sonrisa. Ross había sido el sargento de guardia cuando me uní a la policía de Swindon.

—¿Qué haces aquí? —preguntó—. ¿Vas a abrir una oficina regional? ¿OE-9 o algo así? ¿Para añadir un toque de especias a la vieja Swindon?

—No es eso. He pedido el traslado a la oficina de detectives literarios.

Una expresión de duda atravesó el rostro de Ross, pero la ocultó con rapidez.

—¡Genial! —animado y ligeramente incómodo—. ¿Tomamos algo más tarde?

Acepté con alegría, y después de conseguir indicaciones para la oficina de detectives literarios, dejé a Ross discutiendo con Milton 496.

Tomé las escaleras sinuosas hasta el piso superior y luego seguí las indicaciones hasta el extremo del edificio. Toda el ala oeste estaba repleta de OpEspec o sus departamentos regionales. Aquí tenía sus oficinas la OpEspec ambiental, así como Robo de Arte y la CronoGuardia. Incluso Spike tenía una oficina allá arriba, aunque rara vez se le veía por allí; prefería un cuchitril oscuro y bastante fétido en el aparcamiento del sótano. El pasillo estaba atestado de estanterías y archivos; la vieja moqueta estaba casi completamente gastada en el centro. Era completamente diferente a la oficina de detectives literarios en Londres, donde habíamos disfrutado de los sistemas más avanzados de recuperación de información. Con el tiempo, llegué hasta la puerta correcta y llamé. No recibí respuesta, así que entré directamente.

La sala era como la biblioteca de una casa de campo. Tenía dos pisos de alto, con estantes atestados de libros cubriendo hasta el último centímetro cuadrado de pared. La escalera en espiral llevaba hasta una pasarela que recorría las paredes, permitiendo el acceso a los estantes superiores. La zona de en medio de la sala era una planta abierta con mesas dispuestas como en una sala de lectura. Todas las superficies disponibles y el suelo estaban cubiertos con más libros y papeles, y me pregunté cómo se las arreglaban para conseguir hacer algo. Había unos cinco agentes trabajando, pero no parecieron darse cuenta de mi entrada. Sonó un teléfono y un joven respondió.

—Oficina de detectives literarios —dijo con voz amable. Hizo una mueca ante la tirada que le llegaba por el cable telefónico—. Lamento mucho que no le gustase Tito Adrónico, señora —dijo al fin—, pero me temo que no tiene nada que ver con nosotros… Quizás en el futuro debería limitarse a las comedias.

Pude ver a Victor Analogy repasando un informe con otro agente. Caminé hasta donde pudiese verme, y esperé a que terminase.

—¡Ah, Next! Bienvenida a la oficina. Deme un momento, ¿vale?

Asentí y Victor siguió con lo suyo.

—… creo que Keats hubiese empleando una prosa menos florida que ésta y el tercer verso tiene una construcción ligeramente torpe. Tengo la sensación de que se trata de una ingeniosa falsificación, pero pásalo por el Analizador de Metro Poético.

El agente asintió y se fue. Victor me sonrió y me dio la mano.

—Ése era Finisterre. Se encarga de las falsificaciones de poesía del siglo diecinueve. Deje que le muestre esto. —Hizo un gesto en dirección a los estantes—. Las palabras son como hojas, Thursday. En realidad, como las personas: les gusta la compañía de sus iguales. —Sonrió—. Tenemos aquí como mil millones de palabras. En general referencias. Una buena colección de obras importantes y algunas menores que ni siquiera se encontrarían en la biblioteca Bodleian. Tenemos una instalación de almacenamiento en el sótano. También está llena. Necesitamos nuevas instalaciones, pero los detectives literarios no tienen muchos fondos, por decir poco.

Me llevó hasta una de las mesas donde Bowden estaba sentado muy recto, con la chaqueta cuidadosamente plegada en el respaldo de la silla y la mesa tan ordenada que probablemente fuese obsceno.

—A Bowden ya lo conoce. Buen tipo. Lleva doce años con nosotros y se concentra en la prosa del siglo diecinueve. Le mostrará los entresijos. Ahí tiene su mesa.

Hizo una pausa, mirando la mesa vacía. Yo no era supernumeraria. Uno de los suyos había muerto recientemente y yo iba a reemplazarle. Ocupando los zapatos de un muerto, sentándome a la mesa de un muerto. Más allá de la mesa había otro agente, que me miraba con curiosidad.

—Ese es Fisher. La ayudará con todo lo que quiera saber sobre copyright legal y ficción contemporánea.

Fisher era un hombre fornido con un estrabismo extraño que parecía ser más ancho que alto. Me miró y sonrió, dejando al descubierto algo del desayuno que se había quedado atrapado entre sus dientes.

Victor siguió andando hasta la siguiente mesa.

—Helmut Bight se ocupa de la prosa y la poesía de los siglos diecisiete y dieciocho, cedido amablemente por nuestros colegas del otro lado de las aguas. Vino aquí a resolver un problema con un Goethe mal traducido y acabó entreteniéndose con un movimiento neo-Nazi que intentaba convertir a Friedrich Nietzsche en un santo fascista.

Herr Bight tenía unos cincuenta años y me miró con suspicacia. Vestía un traje, pero se había quitado la corbata por el calor.

—OE-5, ¿eh? —preguntó herr Bight, como si estuviese hablando de una enfermedad venérea.

—Soy OE-27, igual que tú —respondí sinceramente—. Ocho años en la oficina de Londres a las órdenes de Boswell.

Bight tomó un volumen de aspecto antiguo encuadernado con piel de cerdo envejecida y me lo pasó.

—¿Qué opinas de esto?

Cogí el tomo polvoriento y le miré el lomo.

La vanidad de los deseos humanos —leí—. Escrito por Samuel Johnson y publicado en 1749, la primera obra que apareció con su nombre.

Abrí el libro y hojeé las páginas amarillentas.

—Primera edición. Sería muy valiosa, si…

—¿Si…? —repitió Bight.

Olisqueé el papel, pasé los dedos por la página y finalmente lo probé con la lengua. Miré a lo largo del lomo y golpeé la portada, para finalmente dejar caer el pesado volumen sobre la mesa con un buen golpe.

—… Si fuese de verdad.

—Estoy impresionado, señorita Next —admitió herr Bight—. Usted y yo debemos hablar de Johnson en alguna ocasión.

—No era tan difícil como parecía —tuve que admitir—. En Londres tenemos dos palés cargados de Johnson falsos como éste con un precio en la calle de trescientas mil libras.

—¿También en Londres? —exclamó Bight con sorpresa—. Llevo seis meses tras esta banda; pensábamos que eran locales.

—Llame a Boswell de la oficina de Londres; ayudará en todo lo posible. Simplemente mencione mi nombre.

Herr Bight descolgó el teléfono y pidió un número a la operadora. Victor me guió hasta una de las muchas puertas de cristal esmerilado que salían de la cámara principal y daban a los despachos laterales. Abrió un poco la puerta para mostrar a dos agentes en mangas de camisa que interrogaban a un hombre vestido con pantalones ajustados y jubón bordado.

—Malin y Sole se encargan de todos los crímenes relacionados con Shakespeare.

Cerró la puerta.

—Se cuidan de falsificaciones, tratos ilegales e interpretaciones dramáticas demasiado libres. El actor que está con ellos es Graham Huxtable. Representaba una versión felona de una sola persona de Noche de reyes. Infractor persistente. Le pondrán una multa y saldrá. Su Malvolio es realmente horrible.

Abrió la puerta de otro despacho lateral. Un par de gemelos idénticos operaban un enorme dispositivo computacional. La sala estaba incómodamente caliente debido a las miles de válvulas, y el chasquido de los relés era casi ensordecedor. Era el único elemento de tecnología moderna que había visto hasta ahora en la oficina.

—Son los hermanos Forty, Jeff y Geoff. Los Forty operan el Analizador de Metro Poético. Descompone cualquier prosa o poema en sus componentes: palabras, puntuación, gramática y demás. Luego compara la firma literaria con una muestra del escritor que ya tiene en memoria. Tiene una precisión del ochenta y nueve por ciento. Muy útil para detectar falsificaciones. Tuvimos lo que afirmaban ser una página de una versión preliminar de Antonio y Cleopatra. Fue rechazada porque contenía demasiados verbos por párrafo.

Cerró la puerta.

—Eso es todo. El hombre encargado en general de OpEspec en Swindon es el comandante Braxton Hicks. Responde ante el comandante regional en Salisbury. La mayor parte del tiempo nos deja en paz, que es como nos gusta. También le gusta ver a cualquier operativo nuevo durante su primera mañana, por lo que le sugiero que vaya y charle un rato con él. Está en la sala veintiocho, pasillo abajo.

Retrocedimos sobre nuestros pasos para regresar a mi mesa. Victor me deseó una vez más lo mejor y luego desapareció para consultar con Helmut sobre algunos ejemplares piratas de Doctor Fausto que habían aparecido en el mercado con el final reescrito para que fuese feliz.

Me senté en mi silla y abrí la gaveta. No había nada; ni un lápiz. Bowden me miraba.

—Victor la vació la mañana del asesinato de Crometty.

—James Crometty —murmuré—. ¿Podrías hablarme de él?

Bowden cogió un lápiz e intentó mantenerlo en equilibrio sobre la punta.

—Crometty trabajaba principalmente en prosa y poesía del siglo diecinueve. Era un agente excelente, pero excitable. No tenía paciencia para el procedimiento. Desapareció una tarde, cuando dijo tener un soplo sobre un manuscrito muy raro. Lo encontramos una semana más tarde en una taberna abandonada en Morgue Road. Le habían disparado seis veces a la cara.

—Lamento oírlo.

—Ya antes he perdido amigos —dijo Bowden; su voz nunca dejaba el ritmo normal de habla que empleaba—, pero él era un colega y amigo íntimo, y con alegría hubiese dado mi vida por la suya.

Se frotó ligeramente la nariz; era el único signo externo de emoción que había manifestado.

—Me considero un hombre espiritual, señorita Next, aunque no soy religioso. Por espiritual me refiero a que siento que tengo el bien en mi alma y me inclino por seguir el curso de acción correcto dado un conjunto prescrito de circunstancias. ¿Comprende?

Asentí.

—Dicho lo cual, sigo teniendo muchos deseos de acabar con la vida de la persona que cometió ese acto atroz. Últimamente he estado practicando en el campo de tiro y ahora llevo siempre una pistola conmigo; mire…

—Muéstremela más tarde, señor Cable. ¿Tienen alguna pista?

—Ninguna. Nada en absoluto. No sabemos a quién veía o por qué. Tengo contactos en Homicidios; tampoco saben nada.

—Disparar seis veces a la cara indica una persona con una pasión jubilosa por el cumplimiento de sus obligaciones —le dije—. Incluso si Crometty hubiese llevado una pistola no creo que hubiese cambiado nada.

—Podría tener razón —suspiró Bowden—. No se me ocurre ni una sola vez que se haya tenido que sacar una pistola durante una investigación literaria.

Estuve de acuerdo. Diez años atrás, en Londres, también había sido así. Pero el gran negocio y las inmensas cantidades de dinero por la venta y distribución de obras literarias habían atraído a grandes elementos criminales. Conocía al menos a cuatro detectives literarios de Londres que habían muerto cumpliendo con su deber.

—Las cosas se están poniendo violentas. No es como en las películas. ¿Oyó lo del disturbio surrealista ocurrido en Chichester la pasada noche?

—Vaya que sí —respondió—. Antes de que pase mucho tiempo Swindon tendrá problemas similares. La facultad de arte casi se encuentra con un disturbio entre manos el año pasado cuando el decano despidió a un profesor que en secreto había animado a los estudiantes a abrazar el expresionismo abstracto. Querían acusarlo bajo la ley de Interpretación del Medio Visual. Huyó a Rusia, creo.

Miré la hora.

—Tengo que ir a ver al comandante de OpEspec.

Bowden permitió que una extraña sonrisa recorriese sus rasgos serios.

—Le deseo buena suerte. Si me permite que le ofrezca un consejo, mantenga oculta su automática. A pesar de la muerte de James, el comandante Hicks no quiere ver a los detectives literarios permanentemente armados. Cree que nuestro sitio está detrás de una mesa.

Le di las gracias, dejé la automática en la gaveta y recorrí el pasillo. Llamé dos veces y un joven secretario me invitó a pasar. Le di mi nombre y me pidió que esperase.

—El comandante no tardará mucho. ¿Le apetece una taza de café?

—No, gracias.

El secretario me miró con curiosidad.

—Dicen que ha venido desde Londres para vengar la muerte de Jim Crometty. Dicen que ha matado a dos hombres. Dicen que la cara de su padre puede parar el tiempo. ¿Es cierto?

—Depende del punto de vista. Los rumores de oficina empiezan rápido, ¿verdad?

Braxton Hicks abrió la puerta de su despacho y me indicó que pasase. Era un hombre alto y delgado, con un enorme bigote y piel gris. Tenía ojeras; no parecía que durmiese mucho. La estancia era mucho más austera de la de cualquier comandante que hubiese visto nunca. Varias bolsas de golf se apoyaban contra la pared, y podía ver que una alfombra de práctica de golf había sido apartada a toda prisa.

Me sonrió afable y me ofreció asiento antes de sentarse él mismo.

—¿Cigarrillos?

—No fumo, gracias.

—Yo tampoco.

Me miró durante un momento y tamborileó con sus largos dedos sobre la mesa inmaculadamente limpia. Abrió un expediente que tenía delante y leyó en silencio durante un momento. Estaba leyendo mi expediente de OE-5; evidentemente, él y Analogy no se llevaban lo bastante bien como para compartir información entre departamentos.

—Operativo Thursday Next, ¿eh? —Sus ojos recorrieron los puntos pertinentes de mi carrera—. Vaya carrera. Policía, Crimea, se vuelve a unir a la policía, y luego se traslada a Londres en el 75. ¿Por qué?

—Avanzar profesionalmente, señor.

Braxton Hicks gruñó y siguió leyendo.

—OpEspec durante ocho años, dos veces elogiada. En préstamo reciente a OE-5. Su estancia con esa división ha sido muy censurada, sin embargo, aquí dice que fue herida en acción.

Me miró por encima de las gafas.

—¿Devolvió el fuego?

—No.

—Bien.

—Disparé primero.

No tan bien.

Braxton se acarició el bigote, pensativo.

—Era usted Operativo de Grado I en la oficina de Londres trabajando en Shakespeare, nada menos. Muy prestigioso. Sin embargo, cambia todo eso por un puesto de operativo de grado III en un lugar apartado como éste. ¿Por qué?

—Los tiempos cambian, y nosotros cambiamos con ellos, señor.

Braxton refunfuñó y cerró el expediente.

—Aquí en OpEspec mi responsabilidad no es sólo para los detectives literarios, sino también para Robo de Arte, Vampirismo y Licantropía, CronoGuardia, Antiterrorismo, Orden Civil y la perrera. ¿Juega al golf?

—No, señor.

—Una pena, una pena. ¿Por dónde iba? Oh, sí. De todos esos departamentos, ¿sabe a cuál temo más?

—No tengo ni idea, señor.

—Se lo diré. A ninguno. Lo que más temo son las reuniones regionales de presupuesto de OpEspec. ¿Comprende lo que eso significa, Next?

—No, señor.

—Significa que cuando uno de ustedes trabaja horas extras o realiza una petición especial, yo me salgo del presupuesto y la cabeza me empieza a doler justo aquí. —Se señaló la sien izquierda—. Y no me gusta. ¿Comprende?

—Sí, señor.

Volvió a coger mi expediente y lo agitó en mi dirección.

—Oí que tuvo un problema en la gran ciudad. Otros operativos murieron. Aquí estamos hablando de una pecera totalmente diferente, sabe. Nos ganamos la vida procesando datos. Si quiere arrestar a alguien, que lo haga un policía de uniforme. Nada de correr por ahí disparándole a los malos, nada de horas extras y definitivamente nada de operaciones de vigilancia de veinticuatro horas. ¿Comprende?

—Sí, señor.

—Ahora, sobre Hades.

El corazón me dio un salto; había pensado que de todas las cosas, eso lo habrían censurado.

—¿Debo entender que cree que sigue con vida?

Pensé durante un momento. Mis ojos miraron el informe que sostenía Hicks. Adivinó mis pensamientos.

—Oh, eso no está aquí, cariño. Puede que yo sea un comandante paleto de provincias, pero tengo mis fuentes. ¿Cree que sigue con vida?

Sabía que podía confiar en Victor y Bowden, pero en cuanto a Hicks no estaba segura. No creía que debiese arriesgarme.

—Un síntoma de estrés, señor. Hades está muerto.

Tiró mi expediente en la bandeja de salida, se recostó en la silla y se frotó el bigote, gesto del que evidentemente disfrutaba.

—Entonces, ¿no ha venido para intentar encontrarle?

—¿Por qué iba a estar Hades en Swindon si siguiese con vida, señor?

Braxton pareció inquieto durante un momento.

—Exacto, exacto.

Sonrió y se puso en pie, indicando que la entrevista había terminado.

—Bien, adelante. Un consejo. Aprenda a jugar al golf; descubrirá que es un juego gratificante y relajante. Aquí tiene una copia del presupuesto del departamento y aquí tiene una lista de todos los campos de golf de la zona. Estúdielos. Buena suerte.

Salí y cerré la puerta.

El secretario levantó la vista.

—¿Mencionó el presupuesto?

—No creo que mencionase nada más. ¿Tienes una papelera?

El secretario sonrió y la empujó con el pie. Sin mayor ceremonia, arrojé el pesado documento.

—Bravo —dijo el secretario.

Estaba a punto de abrir la puerta para irme cuando un hombre bajo vestido con un traje azul la atravesó sin mirar. Leía un fax y chocó conmigo antes de pasar directamente a la oficina de Braxton sin decir ni una palabra. El secretario me observaba para comprobar mi reacción.

—Bien, bien —murmuré—. Jack Schitt.

—¿Le conoce?

—No socialmente.

—Tiene tanto encanto como una tumba abierta —dijo el secretario, a quien evidentemente le caía bien desde que tiré el presupuesto—. Mantente alejada de él. Goliath, ya sabes.

Miré la puerta cerrada del despacho de Braxton.

—¿Qué hace aquí?

El secretario se encogió de hombros, me dedicó un guiño conspirativo y dijo muy significativa y lentamente:

—Traeré los cafés y eran dos de azúcar para ti, ¿no?

—No gracias, para mí no.

—No, no —respondió—. Dos de azúcar, DOS de azúcar.

Señalaba el intercomunicador sobre su mesa.

—¡Por amor del cielo! —explotó—. ¿Tengo que deletrearlo?

Por fin caí. El secretario me dedicó una cálida sonrisa y salió corriendo por la puerta. Me senté con rapidez, moví la palabra marcada como Dos en el intercomunicador y me acerqué para escuchar.

—No me gusta que no llame, señor Schitt.

—Estoy devastado, Braxton. ¿Sabe ella algo sobre Hades?

—Dice que no.

—Miente. Está aquí por algún propósito. Si yo doy primero con Hades, podremos librarnos de ella.

—Deja el plural, Jack —dijo Braxton irritado—. Por favor, recuerda que he ofrecido mi total cooperación a Goliath, pero trabajas bajo mi jurisdicción y sólo tienes los poderes que yo te concedo. Poderes que puedo revocar en cualquier momento. Lo hacemos a mi modo o no lo hacemos. ¿Comprendes?

Schitt ni se inmutó. Respondió de forma condescendiente.

—Claro que sí, Braxton, siempre que tú comprendas que si esto sale mal, la Corporación Goliath te considerará personalmente responsable.

Volví a sentarme ante mi mesa vacía. Parecía que en esa oficina pasaban muchas cosas que se me escapaban. Bowden me colocó la mano sobre el hombro y yo di un salto.

—Lo siento, no pretendía pillarla por sorpresa. ¿Recibió el discurso sobre el presupuesto del comandante?

—Y más. Jack Schitt entró en su despacho como si fuese el dueño de todo esto.

Bowden se encogió de hombros.

—Considerando que pertenece a Goliath, es posible que lo sea.

Bowden recogió la chaqueta del respaldo de la silla y se la dobló cuidadosamente sobre el brazo.

—¿Adónde vamos? —pregunté.

—A almorzar, luego a comprobar una pista sobre el robo Chuzzlewit. Lo explicaré por el camino. ¿Tiene coche?

Bowden no se mostró muy impresionado al ver el Porsche multicolor.

—No es lo que uno usaría para pasar desapercibido.

—Al contrario —respondí—, ¿quién podría pensar que un detective literario conduciría un coche así? Además, tenía que conducirlo.

Se subió al asiento del pasajero y miró a su alrededor ligeramente desdeñoso por el interior espartano.

—¿Algún problema, señorita Next? Se me ha quedado mirando.

Ahora que Bowden ocupaba el asiento del pasajero, comprendí de pronto dónde le había visto antes. Había sido el pasajero cuando el coche había aparecido frente a mí en el hospital. Efectivamente, los acontecimientos empezaban a alinearse.