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Una mujer llamada Thursday Next

«Los de Milton eran, en general, los seguidores poéticos más entusiastas. Un repaso rápido a la guía telefónica de Londres ofrecería unos cuatro mil John Milton, dos mil William Blake, unos mil Samuel Coleridge, quinientos Percy Shelley, los mismos para Wordsworth y Keats, y un puñado de Dryden. Tales cambios masivos de nombres provocaron problemas a las fuerzas de la ley. Tras un incidente en un pub, en el cual el asaltante, la víctima, el testigo, el propietario, el agente de policía que realizó el arresto y el juez se llamaban todos Alfred Tennyson, se ha aprobado una ley que obligaba a todos los tocayos a llevar tatuado tras la oreja un número de registro. No ha sido bien recibida; muy pocas medidas policiales realmente prácticas son bien recibidas.»

MILLON DE FLOSS

Una breve historia de la Red de Operaciones Especiales

Paré en el aparcamiento frente a un enorme edificio muy iluminado y cerré el coche. El hotel parecía estar muy ajetreado, y tan pronto como entré en el vestíbulo comprobé la razón. Al menos dos docenas de hombres y mujeres se movían por allí ataviados con enormes camisas y calzones holgados. Se me hundió el corazón. Un cartel grande cerca de la recepción daba a todos la bienvenida a la 112ª Convención Anual de John Milton. Respiré hondo y me abrí paso hasta el mostrador de recepción. Una recepcionista de mediana edad con pendientes demasiado grandes me dedicó su mejor sonrisa de bienvenida.

—Buenas noches, señora, bienvenida al Finis, para disfrutar de lo último en confort y estilo. Somos un hotel de cuatro estrellas con muchos servicios y características modernos. ¡Nuestro deseo más sincero es hacer que su estancia sea de lo más feliz!

Lo recitó como un mantra. Podía imaginármela trabajando igual de bien en un SmileyBurger.

—Me llamo Next. Tengo una reserva.

La recepcionista asintió y repasó las tarjetas de reserva.

—Veamos. Milton, Milton, Milton, Milton, Milton, Next, Milton, Milton, Milton, Milton, Milton, Milton. No, lo lamento. Parece que no tenemos su reserva.

—¿Podría comprobarlo de nuevo?

Volvió a mirar y la encontró.

—Aquí está. Alguien accidentalmente la puso entre los Milton. Necesitaré el número de una tarjeta de crédito importante. Aceptamos: Babbage, Goliath, Newton, Pascal, Breakfast Club y Jam Roly-Poly.

—¿Jam Roly-Poly?

—Lo lamento —dijo tímidamente—, lista equivocada. Ésa es la selección de pudines para esta noche. Me volvió a sonreír y le pasé mi tarjeta de débito Babbage.

—Tiene la habitación 8128 —me dijo, pasándome una llave colgando de un llavero tan grande que yo apenas podía levantarlo—. Todas nuestras habitaciones disponen de aire acondicionado y están equipadas con minibar y material para preparar el té. ¿Aparcó su coche en nuestro espacioso aparcamiento, con desagüe, de trescientas plazas?

Oculté una sonrisa.

—Gracias, lo hice. ¿Tienen instalaciones para animales de compañía?

—Por supuesto. Todos los hoteles Finis disponen de completas instalaciones para animales. ¿Qué tipo de animal?

—Un dodo.

—¡Qué dulce! Mi primo Arnold tuvo una vez un alce imperial llamado Beany… Era versión 1.4, así que no vivió mucho. Tengo entendido que hoy en día son mucho mejores. Le reservaré un sitio a su amiguito. Disfrute de su estancia. Espero que le interesen los poetas líricos del siglo diecisiete.

—Sólo profesionalmente.

—¿Profesora?

—Detective literario.

—Ah.

La recepcionista se me acercó y bajó la voz.

—Para decirle la verdad, señorita Next, odio a Milton. Sus primeras obras están bien, pero se perdió en su propio culo cuando le cercenaron el tarro a Charlie. Lo que demuestra el daño que te puede hacer un exceso de republicanismo.

—Mucho.

—Casi lo olvido. Son para usted.

Sacó un ramo de flores de debajo del mostrador, como si se tratase de un truco de magia.

—De un tal señor Landen Parke-Laine…

Explosión. Estruendo.

—… y hay dos caballeros esperándola en el Gato de Cheshire.

—¿El Gato de Cheshire?

—Nuestro bar completamente aprovisionado y animado. Atendido por un equipo profesional y servicial, es una agradable zona de bienvenida para relajarse.

—¿Quiénes son?

—¿El equipo del bar?

—No, los dos caballeros.

—No dejaron nombre.

—Gracias, ¿señorita…?

—Barrett-Browning —dijo la recepcionista—. Liz Barrett-Browning.

—Bien, Liz, quédate con las flores. Que tu novio se ponga celoso. Si el señor Parke-Laine vuelve a llamar, dile que me he muerto de fiebres hemorrágicas o algo así.

Me abrí paso como pude por la multitud de Miltons y entré en el Gato de Cheshire. Fue fácil dar con él. Sobre la puerta había un enorme gato de neón rojo subido a un árbol de neón verde. Cada par de minutos, el neón rojo parpadeaba y se apagaba, dejando sólo la sonrisa del gato sobre el árbol. Mientras atravesaba el vestíbulo me llegó a los oídos el sonido de una banda de jazz que tocaba en el bar, y sonreí al escuchar el piano inconfundible de Holroyd Wilson. Era un hombre de Swindon, de pura cepa. Con una llamada de teléfono podría haber tocado en Europa, pero había decidido quedarse en Swindon. El bar estaba lleno pero no atestado, con una clientela en su mayoría de Miltons, sentados por ahí bebiendo y bromeando, lamentando la Restauración y llamándose unos a otros John.

Me dirigí a la barra. Era la hora feliz en el Gato de Cheshire, y las bebidas valían 52,5p.

—Buenas noches —dijo el barman—. ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?

—¿En qué Poe escribió sobre ambos?

—Muy bien —rió—. ¿Qué va a ser?

—Una mitad de especial de Vorpal. Me llamo Next. ¿Alguien me espera?

El barman, que iba vestido de sombrerero, indicó un apartado al otro lado de la sala donde había dos hombres sentados, parcialmente oscurecidos por las sombras. Cogí la bebida y me acerqué. El local estaba demasiado lleno para que nadie se pusiese a dar problemas. Al acercarme, pude ver más claramente a los dos hombres.

El mayor de los dos era un caballero de pelo gris de unos setenta y cinco años. Tenía grandes patillas y estaba vestido con un traje de tweed bien cortado y una pajarita de seda. Sus manos sostenían un par de guantes marrones sobre un bastón y podía ver un sombrero deerstalker en el asiento a su lado. Su rostro tenía una apariencia colorada, y al aproximarme echó la cabeza atrás y rió como una foca por algo que había dicho el joven.

El hombre en el asiento opuesto tenía unos treinta años. Estaba sentado en el borde del asiento de una forma ligeramente nerviosa. Bebía una tónica y vestía un traje de rayas finas que era caro pero que había visto mejores épocas. Sabía que le había visto antes, pero no lograba situarle.

—¿Me buscan, caballeros?

Los dos se pusieron en pie a la vez. El mayor habló primero.

—¿Señorita Next? Encantado de conocerla. Me llamo Analogy. Victor Analogy. Jefe de los detectives literarios de Swindon. Hablamos por teléfono.

Me ofreció la mano y la acepté.

—Encantada de conocerle, señor.

—Este es el operativo Bowden Cable. Los dos trabajarán juntos.

—Encantado de conocerla, señorita —dijo Bowden con grandiosidad, algo incómodo y muy rígido.

—¿Nos hemos visto antes? —le pregunté, mientras le daba la mano.

—No —dijo Bowden con firmeza—. Me acordaría.

Victor me ofreció un asiento junto a Bowden, quien se movió emitiendo ruiditos de amabilidad. Tomé un sorbo de mi bebida. Sabía a vieja manta de caballo empapada de orina. Tosí explosivamente. Bowden me ofreció un pañuelo.

—¿Especial de Vorpal? —dijo Victor, alzando una ceja—. Chica valiente.

—Gr… gracias, señor.

—Bienvenida a Swindon —siguió diciendo Victor—. Primero de todo, me gustaría decir que lamentamos mucho saber de su pequeño incidente. Según lo que cuentan, Hades era un monstruo. No lamento que muriese. Espero que se haya recuperado.

—Lo he hecho, pero otros no tuvieron tanta suerte.

—Lamento oírlo, pero aquí le damos la bienvenida. Nunca antes nadie de su calibre se había molestado en unírsenos en este lugar apartado.

Miré a Analogy y me quedé ligeramente confusa.

—No estoy segura de comprender lo que quiere decir.

—Lo que quiero decir, hablando rápido, es que todos nosotros en esta oficina somos más académicos que agentes típicos de OpEspec. Su puesto lo tenía Jim Crometty. Le mataron de un tiro en la ciudad vieja durante una compra de libro que salió mal. Era el compañero de Bowden. Jim era un amigo muy especial para todos nosotros; tenía esposa, tres hijos. Quiero… no, ansío tremendamente capturar a la persona que nos quitó a Crometty.

Miré fijamente sus rostros sinceros con algo de confusión hasta que las piezas encajaron. Creían que yo era un operativo total y miembro de pleno derecho de OE-5 en una misión de descanso y recuperación. No era nada raro. En OE-27 solíamos recibir continuamente a personajes quemados de OE-9 y OE-7.

—¿Ha leído mi expediente? —pregunté lentamente.

—Se negaron a enviarlo —replicó Analogy—. No sucede a menudo que un operativo llegue a nuestras filas desde las altas cumbres de OpEspec 5. Necesitábamos un reemplazo con buena experiencia de campo pero también alguien que pueda… bien, ¿cómo debo expresarlo…?

Analogy se detuvo, aparentemente sin encontrar las palabras. Bowden respondió por él.

—Necesitamos a alguien que no tema emplear fuerza extrema si resulta ser necesario.

Miré a los dos, preguntándome si sería mejor confesar; después de todo, lo único a lo que le había disparado recientemente había sido a mi propio coche y a un genio criminal aparentemente a prueba de balas. Yo oficialmente pertenecía a OE-27, no a OE-5. Pero dadas las grandes posibilidades de que Acheron siguiese vivo, y con la venganza todavía en lo alto de mi lista, quizá fuese mejor seguir con el juego.

Analogy se agitó nervioso.

—Homicidio investiga el asesinato de Crometty, por supuesto. Extraoficialmente, no podemos hacer mucho, pero OpEspec siempre se ha enorgullecido de cierta independencia. Si descubriésemos cualquier prueba mientras realizásemos cualquier otra investigación, nadie diría nada. ¿Comprende?

—Claro. ¿Tienen alguna idea de quién mató a Crometty?

—Dijeron que tenían algo que debía ver, para comprar. Un manuscrito de Dickens poco común. Fue a verlo y… bien, no iba armado.

—Pocos detectives literarios de Swindon saben usar armas de fuego —añadió Bowden—, y para muchos de ellos el entrenamiento está fuera de la cuestión. El trabajo de detective literario y las armas de fuego no acaban de encajar; la pluma es más fuerte que la espada y todo eso.

—Las palabras están muy bien —repliqué fríamente, disfrutando de pronto de mi papel de mujer misteriosa de OE-5—, pero una bala de nueve milímetros llega a la raíz del problema.

Me miraron en silencio durante uno o dos segundos. Victor sacó una foto de un sobre grueso y la colocó sobre la mesa delante de mí.

—Nos gustaría que nos diese su opinión. La tomaron ayer.

Miré la foto. Conocía muy bien el rostro.

—Jack Schitt.

—¿Y qué sabe de él?

—No mucho. Es el jefe del servicio de seguridad interna de Goliath. Quería saber qué había planeado Hades para el manuscrito Chuzzlewit.

—Le contaré un secreto. Tiene razón en que Schitt pertenece a Goliath pero no es de seguridad interna.

—Entonces, ¿qué?

—División de armamento avanzado. Ocho mil millones de presupuesto anual. Y todo ese dinero pasa por sus manos.

—¿Ocho mil millones?

Y algo de calderilla. Los rumores dicen que incluso se pasaron de ese presupuesto para desarrollar el rifle de plasma. Schitt es inteligente, ambicioso y bastante inflexible. Vino aquí hace dos semanas. No estaría en Swindon a menos que aquí hubiese algo que a Goliath le resultase muy interesante; creemos que Crometty fue a ver el manuscrito original de Chuzzlewit y que si eso es así…

—… Schitt está aquí porque lo estoy yo —anuncié de pronto—. Le pareció sospechoso que de entre todos los posibles destinos, yo quisiese un trabajo de OE-27 en Swindon… sin ofender.

—No nos ofendemos —replicó Analogy—. Pero el que Schitt esté por aquí me hace creer que Hades sigue suelto… o al menos, que Goliath lo cree.

—Lo sé —respondí—. Preocupante, ¿no?

Analogy y Cable se miraron. Habían dicho lo que querían decir: me daban la bienvenida, estaban deseosos de vengar la muerte de Crometty y no les gustaba Jack Schitt. Me desearon una agradable velada, se pusieron los sombreros y abrigos, y se fueron.

El número de jazz acabó. Me uní a los aplausos mientras Holroyd se ponía en pie con dificultad y saludaba a la multitud antes de irse. Una vez que acabó la música, el bar se despejó con rapidez, dejándome casi sola. Miré a mi derecha, donde dos Milton estaban muy ocupados mirándose, y luego a la barra, donde varios representantes con traje bebían todo lo que podían con cargo a sus dietas. Fui hasta el piano y me senté. Toqué un par de acordes, probando primero el brazo, sintiéndome luego más aventurera al tocar la mitad baja de un dueto que recordaba. Miré al barman para pedir otra copa, pero estaba muy ocupado secando un vaso. Mientras la introducción de la parte alta del dueto llegaba por tercera vez, una mano de hombre entró en escena y tocó la primera nota de la parte superior exactamente en el momento justo. Cerré los ojos; supe instantáneamente de quién se trataba, pero no iba a mirar. Podía oler su loción para después del afeitado y apreciar la cicatriz de la mano izquierda. El pelo de la nuca se me erizó ligeramente y sentí que un rubor crecía en mi interior. Instintivamente me desplacé a la izquierda y le dejé sentarse. Sus dedos se deslizaron por el teclado junto a los míos, los dos tocando al unísono casi sin cometer errores. El barman nos dedicó una mirada aprobadora, e incluso los tipos con traje dejaron de hablar y miraron a ver quién tocaba. Yo seguía sin mirar. A medida que mis manos se acostumbraban a esa pieza largo tiempo sin tocar, fui ganando confianza y tocando más rápido. Mi compañero no observado incrementó el tempo para mantenerse a mi altura.

Así tocamos durante unos diez minutos, pero yo no podía mirarle. Sabía que si lo hacía le sonreiría y no quería hacerlo. Quería que él supiese que seguía cabreada. Luego él podría engatusarme. Cuando la pieza acabó al fin, seguí mirando al frente. El hombre a mi lado no se movió.

—Hola, Landen —dije al fin.

—Hola, Thursday.

Toqué un par de notas distraídamente, pero seguí sin mirarle.

—Ha pasado mucho tiempo —dije.

Mucha agua bajo el puente —respondió—. Diez años de agua.

Su voz sonaba igual. La calidez y la sensibilidad que una vez había apreciado seguían allí. Le miré, le di un vistazo y aparté la vista rápidamente. Sentí que se me humedecían los ojos. Me avergonzaban mis sentimientos y nerviosamente me rasqué la nariz. Tenía el pelo ligeramente gris, pero lo llevaba de la misma forma. Tenía pequeñas arrugas alrededor de los ojos, pero bien podrían ser por la edad o por reír. Él tenía treinta años cuando me fui; yo veintiséis. Me pregunté si yo habría envejecido tan bien como él. ¿Era ya demasiado mayor para seguir sintiendo rencor? Después de todo, pelearme con Landen no me iba a devolver a Anton. Sentí la tentación de preguntarle si era demasiado tarde para intentarlo de nuevo, pero al abrir la boca las palabras se detuvieron. El re sostenido que yo acababa de pulsar seguía sonando y Landen me miraba fijamente, con los ojos congelados en medio de un parpadeo. El sentido de la oportunidad de papá no podría haber sido peor.

—¡Hola, garbancito! —dijo, llegando hasta mí de entre las sombras—. ¿Molesto?

—Definitivamente… sí.

—Entonces, no te ocuparé mucho tiempo. ¿Qué te parece esto?

Me pasó un objeto curvo y amarillo, como del tamaño de una zanahoria grande.

—¿Qué es? —pregunté, olisqueándolo cautelosamente.

—Es la fruta de una planta nueva diseñada por completo desde cero dentro de setenta años. Mira…

Le retiró la piel y me dejó probarla.

—Buena, ¿no? Lo puedes recoger bastante antes de que madure, transportarla si es necesario a miles de kilómetros de distancia y se mantendrá fresca en su propio contenedor herméticamente sellado y biodegradable. También es nutritiva y sabrosa. La secuenció una ingeniera brillante llamada Anna Bannon. No tenemos muy claro cómo llamarla. ¿Alguna idea?

—Estoy segura de que se te ocurrirá algo. ¿Qué vas a hacer con ella?

—Creo que la voy a introducir en algún lugar del décimo milenio antes del presente y ver qué pasa… Alimento para la humanidad y esas cosas. Bien, el tiempo no espera por nadie, como dicen. Te dejaré volver con Landen.

El mundo parpadeó y arrancó de nuevo. Landen abrió los ojos y me miró.

—Banana —dije, al comprender de pronto que eso era lo que me había mostrado mi padre.

—¿Disculpa?

—Banana. Le pusieron el nombre de su diseñadora.

—Thursday, no entiendo nada de lo que dices —dijo Landen con una sonrisa perpleja.

—Mi padre acaba de venir.

—Ah. ¿Todavía pertenece a todos los tiempos?

—Sigue siendo el mismo. Escucha, lamento lo sucedido.

—Yo también —respondió Landen, luego guardó silencio.

Yo quería tocarle la cara, pero en su lugar dije:

—Te he echado de menos.

Era lo que no debía decir, y me maldije por ello; demasiado, demasiado pronto. Landen se agitó incómodo.

—Deberías apuntar con más cuidado[5]. Yo también te eché de menos. El primer año fue el peor.

Landen hizo una pausa. Tocó algunas notas en el piano y dijo:

—Tengo una vida y me gusta vivir aquí. A veces pienso que Thursday Next no fue más que un personaje de una de mis novelas, alguien que inventé a imagen y semejanza de la mujer que quería amar. Ahora… bien, lo he superado.

No era realmente lo que yo deseaba oír, pero después de todo lo sucedido, no podía echárselo en cara.

—Pero viniste a buscarme.

Landen me sonrió.

—Estás en mi ciudad, Thurs. Cuando vienen amigos de fuera, vas a visitarles. ¿No se supone que así son las cosas?

—¿Y les compras flores? ¿El coronel Phelps también recibió rosas?

—No, él recibe lirios. Las viejas costumbres tardan en morir.

—Comprendo. Te ha ido bien solo.

—Gracias —respondió—. Nunca respondiste a mis cartas.

—Nunca leí tus cartas.

—¿Estás casada?

—No veo que eso sea de tu incumbencia.

—Lo voy a considerar un no.

La conversación había tomado un mal derrotero. Era hora de escapar.

—Escucha, estoy agotada, Landen. Tengo un día muy duro por delante.

Me levanté. Landen cojeó siguiéndome. Había perdido la pierna en Crimea, pero a estas alturas ya se había acostumbrado. Me pilló en la barra.

—¿Cenamos una de estas noches?

Me volví para mirarle.

—Claro.

—¿El martes?

—¿Por qué no?

—Bien —dijo Landen, frotándose las manos—. Podríamos reunir a la vieja unidad…

No era lo que yo había tenido en mente.

—Alto. Después de todo, el martes no me viene bien.

—¿Por qué no? Valía hace tres segundos. ¿Tu padre ha vuelto por aquí?

—No, simplemente tengo que hacer muchas cosas, atender a Pickwick y tengo que recogerle en la estación de tren porque las naves aéreas le ponen nervioso. ¿Recuerdas aquella vez que lo llevamos a Mull y vomitó encima de la azafata?

Me contuve. Estaba empezando a parlotear como una idiota.

—Y no me digas —añadió Landen—, tienes que lavarte el pelo.

—Muy gracioso.

—De todas formas, ¿en qué trabajas en Swindon? —preguntó Landen.

—Limpio en SmileyBurger.

—Claro que sí. ¿OpEspec?

Asentí.

—Me he unido a la unidad de detectives literarios de Swindon.

—¿Permanentemente? —preguntó—. Es decir, ¿has vuelto a Swindon para siempre?

—No lo sé.

Le cogí la mano. Quería abrazarle, llorar y decirle que le amaba y siempre le amaría como una niña tonta del todo, pero el momento no era del todo apropiado, como diría mi padre. Así que en su lugar decidí pasar al interrogatorio ofensivo. Pregunté:

—¿ estás casado?

—No.

—¿Nunca te lo has planteado?

—Me lo he planteado muchas veces.

Los dos nos quedamos en silencio. Había tantas cosas que decir que a ninguno de los dos se le ocurría la mejor forma de empezar. Landen abrió un segundo frente:

—¿Quieres ver Ricardo III?

—¿Todavía la representan?

—Claro que sí.

—Estoy tentada, pero sigue siendo cierto que no sé cuándo estaré libre. En estos momentos las cosas están… volátiles.

Me di cuenta de que no me creía. No podía decir que en realidad perseguía a un genio criminal que podía robar pensamientos y proyectar imágenes a voluntad; que era invisible en las grabaciones y que podía asesinar y reír mientras lo hacía. Landen suspiró, pescó una tarjeta de visita y la colocó sobre la barra.

—Llámame. Cuando estés libre. ¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Me besó en la mejilla, se acabó la copa, me volvió a mirar y salió cojeando del bar. Me quedé mirando su tarjeta de visita. No la cogí. No me hacía falta. El número era el que recordaba.

La habitación era exactamente igual que todas las otras habitaciones del hotel. Los cuadros estaban atornillados a las paredes y en el minibar, representantes demasiado tacaños para pagar por las bebidas habían abierto las botellas, se las habían bebido y luego las habían vuelto a cerrar llenas de agua o té frío. La habitación miraba al norte; podía ver el campo aéreo. Una nave enorme de cuarenta pasajeros estaba anclada al mástil, con sus flancos plateados iluminados en la noche oscura. El pequeño dirigible que me había traído a mí había seguido hasta Salisbury; consideré brevemente volver a subir cuando pasase de regreso pasado mañana. Encendí la tele justo a tiempo para pillar Hoy en el Parlamento. El debate sobre Crimea había llevado todo el día y todavía no había terminado. Me vacié el cambio de los bolsillos, saqué la automática de la funda y abrí el cajón junto a la cama. Estaba lleno. Además de la Biblia, estaban las enseñanzas de Buda y una copia en inglés del Corán. También había un volumen de oraciones DEG y un panfleto wesleyano, dos amuletos de la Sociedad de Consciencia Cristiana, los pensamientos de San Zvlkx y las ahora obligatorias Obras completas de William Shakespeare. Saqué todos los libros, los guardé en el armario y metí la automática en el cajón. Abrí la bolsa y empecé a organizar la habitación. No había alquilado mi apartamento en Londres; no sabía si me quedaría aquí o no. Curiosamente, la ciudad me había empezado a resultar agradable, y no sabía si esa sensación me gustaba o no. Lo coloqué todo sobre la cama y luego lo guardé cuidadosamente. Coloqué algunos libros sobre la mesa y el ejemplar de Jane Eyre que me había salvado la vida en la mesita de noche. Cogí la foto de Landen y fui hasta el escritorio, pensé un momento y luego la coloqué boca abajo en el cajón de mi ropa interior. Ahora que el verdadero andaba cerca, la foto no me hacía falta. La televisión seguía con lo suyo:

—…a pesar de la intervención de los franceses y las garantías rusas de ocupación segura para los colonos ingleses, parece que el gobierno inglés no volverá a ocupar su puesto en la mesa de Budapest. Con Inglaterra todavía decidida a una ofensiva empleando el nuevo rifle de plasma llamado Stonk, la paz no descenderá en la península del mar Negro…

El presentador movió algunos papeles.

—Ahora las noticias nacionales. La violencia volvió a desatarse en Chichester cuando un grupo de neo-surrealistas se reunió para celebrar el cuarto aniversario de la legalización del surrealismo. En el lugar de los hechos para Toad News Network se encuentra Henry Grubb. Henry, ¿cómo están las cosas por ahí?

Una imagen en directo algo temblorosa apareció en pantalla, y me detuve un momento para mirar. Detrás de Grubb se veía un coche volcado e incendiado, y había varios agentes vestidos con equipo antidisturbios. Henry Grubb, quien se preparaba para el trabajo de corresponsal en Crimea y secretamente esperaba que la guerra no terminase hasta que él tuviese la oportunidad de ir allí, vestía un chaleco antibalas azul marino y hablaba con la voz apresurada y entrecortada de un corresponsal en zona de guerra.

—Las cosas están un poco calientes por aquí, Brian. Me encuentro a cien metros de la zona de disturbios y puedo ver varios coches volcados e incendiados. La policía lleva todo el día intentando mantener separadas a las facciones, pero se ha enfrentado al peso de los números. Esta noche varios cientos de rafaelistas rodearon el bar N’est pas une pipe donde se habían atrincherado un centenar de neo-surrealistas. Los manifestantes del exterior corearon eslóganes italianos del renacimiento y luego lanzaron piedras y otros proyectiles. Los neo-surrealistas respondieron atacando esas líneas de batalla protegidos por enormes relojes flácidos y parecían ir ganando hasta la intervención de la policía. Espera, puedo ver a un hombre arrestado por la policía. Intentaré entrevistarle.

Agité la cabeza con tristeza y guardé algunos zapatos en el fondo del armario. Había violencia cuando el surrealismo estaba prohibido y había violencia cuando se retiraba esa misma prohibición. Grubb siguió con la emisión mientras interceptaba a un policía que se alejaba con un joven vestido con ropas del siglo XVI y una reproducción perfecta de la Mano de Dios de la Capilla Sixtina tatuada en la cara.

—Discúlpeme, señor, ¿cómo respondería a las críticas de que son ustedes un grupo intolerante que no respeta el valor del cambio y la experimentación en todos los aspectos del arte?

El renacentista miró a la cámara con un gesto de furia.

—La gente dice que sólo los renacentistas causamos problemas, pero aquí, esta noche, he visto chicos barrocos, rafaelistas, románticos y manieristas. Es una demostración clásica de unidad artística contra esos cabrones frívolos que se refugian bajo la seguridad de la palabra progreso. No es justo…

El agente de policía intervino y se lo llevó. Grubb esquivó un ladrillo volador y luego concluyó su informe.

—Les ha hablado Henry Grubb, informando para la Toad News Network, en directo desde Chichester.

Apagué la tele usando un mando a distancia encadenado a la mesita de noche. Me senté en la cama y me tiré con fuerza del pelo, dejé que cayese y me di un masaje en la cabeza. Olisqueé dubitativamente el pelo y me decidí en contra de una ducha. Con Landen había sido más dura de lo que había pretendido. Incluso con nuestras diferencias, teníamos lo suficiente en común para ser buenos amigos.