5

Una mujer llamada Thursday Next

«… Quizás estuviese bien que permaneciese inconsciente durante cuatro semanas. Se perdió la resaca posterior, el informe de OE-1, las recriminaciones, los funerales de Snood y Tamworth. Se lo perdió todo… excepto la culpa. La culpa le esperaba al despertar…»

MILLON DE FLOSS

Thursday Next, Una biografía

Intenté concentrarme en el banco de luces del techo. Sabía que había pasado algo pero la noche en que Tamworth y yo nos enfrentamos Acheron Hades se me había borrado, al menos por el momento, de la mente. Fruncí el ceño, pero por mi consciencia sólo se pasearon algunas imágenes inconexas. Recordaba haberle disparado tres veces a una ancianita y bajar por una salida de incendios. Tenía vagos recuerdos de dispararle a mi propio coche y que me disparasen en el brazo. Me miré el brazo, y efectivamente estaba vendado de blanco. Luego recordé que me disparaban de nuevo —en el pecho—. Aspiré y espiré un par de veces y me sentí aliviada al comprobar que respiraba sin problemas. Había una enfermera en la habitación que dijo un par de palabras que no pude descifrar y sonrió. Lo consideré curioso y luego caí de nuevo en un agradecido ensueño.

Cuando volví a despertar era de noche y la habitación parecía más fría. Estaba sola en una única sala de hospital con siete camas vacías. Al otro lado de la puerta podía ver a un agente de policía armado de guardia, mientras que en el interior una vasta cantidad de flores y tarjetas luchaban por el espacio. Mientras yacía en la cama los recuerdos de la noche en cuestión regresaron y escaparon del subconsciente. Los resistí todo lo que pude, pero fue como intentar resistirse a una inundación. Todo lo sucedido esa noche regresó en un instante. Y mientras recordaba, lloré.

Una semana después tenía fuerzas suficientes para salir de la cama. Paige y Boswell se habían pasado, e incluso mi madre había hecho el viaje desde Swindon para verme. Me contó que había pintado el dormitorio de malva, para gran decepción de papá —y era culpa mía por proponerlo—. No pensé que valiese la pena molestarse en explicarlo. Me alegraba cualquier muestra de simpatía, claro, pero tenía la mente en otra parte: se había producido un fiasco monumental y harían responsable a alguien; y como única superviviente de esa desastrosa noche, era la candidata mejor situada y la única. Se montó una pequeña oficina en el hospital y con ella llegó el viejo comandante de división de Tamworth, un hombre al que no había visto nunca llamado Flanker, que parecía carecer por completo de humor y calor humano. Se trajo con él una grabadora doble de casete y varios operativos de alto nivel de OE-1, que no ofrecieron nombres. Ofrecí mi testimonio lentamente y con sinceridad, sin emoción y con toda la precisión posible. Ya se disponía de antes de indicaciones de los extraños poderes de Acheron, pero incluso así Flanker tuvo problemas para creerlos.

—He leído el expediente de Tamworth sobre Hades y la lectura es bastante extraña, señorita Next —dijo—. Tamworth era un poco imprevisible. OE-5 era cosa suya y sólo de él; Hades era más una obsesión que un trabajo. A partir de nuestras investigaciones preliminares, parece que estaba saltándose reglas básicas de OpEspec. Al contrario de lo que se cree comúnmente, respondemos ante el parlamento, aunque de forma muy discreta.

Se detuvo un momento y consultó sus notas. Me miró y encendió la grabadora. Identificó la cinta con fecha, su nombre y el mío, pero sólo se refirió a los otros operativos con números. Completada esa tarea, acercó una silla y se sentó.

—Bien, ¿qué sucedió?

Me detuve un momento y luego empecé, ofreciendo la historia de mi encuentro inicial con Tamworth hasta la apresurada partida de Buckett.

—Me alegra comprobar que alguien parecía tener sentido común —murmuró uno de los agentes de OE-1. Hice caso omiso.

—Tamworth y yo entramos en el vestíbulo de la propiedad de Styx —les dije—. Subimos las escaleras y en el sexto piso oímos el disparo. Nos detuvimos y prestamos atención, pero el silencio era total. Tamworth creyó que habíamos sido descubiertos.

Habían sido descubiertos —anunció Flanker—. Por las transcripciones de la cinta sabemos que Snood pronunció en voz alta el nombre de Hades. Hades lo recibió y reaccionó muy mal; acusó a Styx de haberle traicionado, recogió el paquete y luego mató a su hermano. Su ataque sorpresa no fue nada sorpresivo. Él sabía que los dos estaban allí.

Tomé un sorbo de agua. De haberlo sabido, ¿habríamos retrocedido? Lo dudo.

—¿Quién iba delante?

—Tamworth. Giramos lentamente desde la escalera y miramos al descansillo del séptimo piso. Estaba vacío excepto por una ancianita que miraba las puertas del ascensor y murmuraba para sí con furia. Tanworth y yo nos acercamos con cuidado a la puerta abierta de Styx y miramos al interior. Styx estaba tendido en el suelo y registramos con rapidez el pequeño apartamento.

—Les vimos en el vídeo de vigilancia, Next —dijo uno de los operativos innominados—. La búsqueda se ejecutó bien.

—¿Vieron a Hades en el vídeo?

El mismo hombre tosió. Había tenido problemas para aceptar el expediente de Tamworth, pero el vídeo era claro. La imagen de Hades no se había registrado, sólo su voz.

—No —dijo al fin—. No, no le vimos.

—Tamworth maldijo y regresamos a la puerta —seguí—. Y fue entonces cuando oí otro disparo.

Me detuve un momento, recordando con cuidado lo sucedido, pero sin comprender del todo lo que había visto y sentido. Recordaba que la velocidad de mi corazón se había reducido; de pronto todo se había vuelto cristalino. No había sentido pánico, sino simplemente un sobrecogedor deseo de ver el trabajo terminado. Había visto morir a Tamworth pero no sentía ninguna emoción; eso llegaría más tarde.

—¿Señorita Next? —preguntó Flanker, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Qué? Lo lamento. Alcanzó a Tamworth. Fui hasta él, pero una mirada rápida confirmó que la herida era incompatible con la supervivencia. Debía asumir que Hades estaba en el descansillo, así que tomé aliento y miré fuera.

—¿Qué vio?

—Vi a la ancianita, de pie junto al ascensor. No había oído que nadie bajase las escaleras, así que di por supuesto que Hades estaba en el tejado. Volví a mirar fuera. La ancianita había renunciado a esperar y pasó junto a mí de camino a las escaleras, atravesando de camino un charco de agua. Se puso de puntillas al pasar junto al cuerpo de Tamworth. Volví a prestar atención al descansillo y a la escalera que llevaba hasta el tejado. Mientras me acercaba lentamente hacia el acceso al tejado, una duda penetró en mi mente. Me volví a mirar a la ancianita, que había empezado a bajar las escaleras y rezongaba por la poca frecuencia de los tranvías. Las pisadas de agua llamaron mi atención. A pesar de sus pies pequeños, las pisadas húmedas las habían dejado zapatos de hombre. No me hicieron falta más pruebas. Era la Regla Número Dos: Acheron podía mentir de pensamiento, obra, acción y apariencia. Por primera vez en mi vida, disparé un arma con furia.

Silencio, así que seguí.

—Vi que al menos tres de los cuatro disparos daban a la figura anciana de la escalera. La anciana, o, al menos, su imagen, cayó perdiéndose a mi vista y yo caminé con cautela hasta el comienzo de la escalera. Sus posesiones estaban tiradas por los escalones de cemento con su carrito de la compra en el descansillo de abajo. Se le habían salido los alimentos y varias latas de comida para gato rodaban lentamente escalones abajo.

—Por tanto, ¿le acertó?

—Con toda seguridad.

Flanker se sacó una pequeña bolsa de pruebas del bolsillo y me la mostró. Contenía tres de mis balas, aplastadas como si las hubiesen disparado al lateral de un tanque.

Cuando Flanker volvió a hablar, su voz contenía tonos de incredulidad.

—¿Dice que Acheron se disfrazó de ancianita?

—Sí, señor —respondí, mirando al frente.

—¿Cómo lo hizo?

—No lo sé, señor.

—¿Cómo podría un hombre de dos metros vestirse con las ropas de una mujer pequeña?

—No creo que lo hiciese físicamente; creo que se limitó a proyectar lo que quería que yo viese.

—Suena a locura.

—Hay muchas cosas que no sabemos sobre Hades.

—Con eso estoy de acuerdo. El nombre de la anciana era señora Grimswold; la encontramos encajada en la chimenea del apartamento de Styx. Hicieron falta tres hombres para sacarla.

Flanker pensó durante un momento y permitió que uno de los otros hombres plantease una pregunta.

—Me interesa saber por qué los dos iban armados con munición expansiva —dijo uno de los otros agentes, sin mirarme a mí, sino a la pared. Era bajo, de tez oscura y tenía un tic molesto en el ojo izquierdo—. Estriadas de puntas huecas y cargas de alta potencia. ¿A qué planeaban disparar? ¿Búfalos?

Respiré hondo.

—Hades recibió seis disparos sin sufrir daño en el año 77, señor. Tamworth nos entregó munición expansiva para que la usásemos contra él. Dijo tener permiso de OE-1.

—Bien, no lo tenía. Si los periódicos se enteran, habrá que dar demasiadas explicaciones y rodarán cabezas. OpEspec no tiene buenas relaciones con la prensa, señorita Next. The Mole insiste en obtener acceso para uno de sus periodistas. En este clima de petición de responsabilidades, los políticos se nos echan cada vez más encima. ¡Munición expansiva…! Mierda, ni siquiera la caballería especial la usa contra los rusos.

—Eso dije yo —repliqué—, pero al ver el estado de estas balas —agité la bolsita de casquillos aplastados— veo que Tamworth demostró considerable autocontrol. Deberíamos haber llevado revienta blindajes.

—Ni lo sueñe.

En ese punto hicimos un descanso. Flanker y los otros se perdieron en la habitación contigua para discutir mientras una enfermera me cambiaba el vendaje del brazo. Había tenido suerte; no había habido infección. Estaba pensando en Snood cuando volvieron para retomar la entrevista.

—Mientras descendía cuidadosamente la escalera era aparente que ahora Acheron estaba desarmado —seguí—. Había una Beretta de nueve milímetros en los escalones de cemento junto a una lata de polvo para natillas. No había ni rastro de Acheron ni de la ancianita. En el descansillo encontré una puerta de apartamento que habían abierto con gran fuerza, arrancando ambas bisagras y rompiendo el cierre de seguridad de la puerta. Interrogué con rapidez a los ocupantes del piso, pero los dos reían sin parar; parece que Acheron les había contado un chiste sobre tres osos hormigueros en un pub y no conseguí sacarles nada útil.

Uno de los operativos negaba lentamente con la cabeza.

—¿Ahora qué? —pregunté indignada.

—Ninguna de las dos personas que describe recuerda que usted o Hades pasasen por el piso. Sólo recuerdan que la puerta saltó sin razón aparente. ¿Cómo lo explica?

Pensé durante un momento.

—Evidentemente, no puedo. Quizá posea control sobre las mentes débiles. Sólo tenemos una pequeña idea de los poderes de ese hombre.

—Hummm —respondió pensativo el operativo—. Para ser sinceros, la pareja intentó contarnos el chiste de los osos hormigueros. Nos pareció curioso.

—No tenía gracia, ¿verdad?

—En absoluto. Pero ellos parecían creer que era hilarante.

Empezaba a sentirme furiosa y no me gustaba la dirección que estaba tomando la entrevista. Reuní mis ideas y seguí, argumentando ante mí misma que cuanto antes acabase, mejor.

—Busqué lentamente por el piso y encontré una ventana abierta en el dormitorio. Llevaba hasta la salida de incendios, y al mirar al exterior pude apreciar la forma de Acheron bajando los tramos oxidados cuatro pisos más abajo. Sabía que no podía darle alcance, y fue entonces cuando vi a Snood. Salió tambaleándose de detrás de un coche aparcado y apuntó con el revólver a Hades cuando éste se dejó caer al suelo. En ese momento no comprendí qué hacía allí.

—¿Pero ahora sí?

El corazón se me vino abajo.

—Estaba allí por .

Sentí que me anegaban las lágrimas y luché por controlarlas. Antes muerta que llorar como un bebé delante de esta gente, así que con habilidad convertí el sollozo en un estornudo.

—Estaba allí porque sabía lo que había hecho —dijo Flanker—. Al pronunciar en voz alta el nombre de Hades había comprometido su situación y la de Tamworth. Creía estar enmendándose. A los ochenta y nueve años intentaba atrapar a un hombre más fuerte, más decidido y más inteligente. Era valiente. Era estúpido. ¿Oyó algo de lo que se dijeron?

—Al principio no. Bajé por la salida de incendios y oí a Snood gritar ¡Policía armada! y ¡Al suelo! Para cuando llegué al segundo piso, Hades había convencido a Snood para que le entregase el arma y había disparado. Yo disparé dos veces desde mi posición; Hades se tambaleó ligeramente, pero se recuperó pronto y corrió hacia el coche más cercano. Mi coche.

—¿Qué sucedió entonces?

—Gateé para bajar de la escalera y me lancé al suelo, aterrizando mal sobre algo de basura y lesionándome el tobillo. Alcé la vista y vi a Acheron golpear la ventanilla de mi coche y abrir la portezuela. No le llevó más de un par de segundos forzar el seguro del volante y arrancar el motor. La calle era, como ya sabía, un callejón sin salida. Si Acheron quería escapar, sería a través de mí. Cojeando me situé en medio de la calle y esperé. Empecé a disparar tan pronto como se alejó de la acera. Todos mis disparos dieron en el blanco. Dos en el parabrisas y uno en la rejilla del radiador. El coche siguió acelerando y yo seguí disparando. Saltaron un retrovisor y el otro faro. El coche me daría si seguía moviéndose, pero ya no me importaba en realidad. La operación era un desastre. Acheron había matado a Tamworth y a Snood. Mataría a muchos otros si yo no daba todo lo que tenía. Con mi último disparo le di a la rueda delantera del conductor y finalmente Acheron perdió el control. El coche golpeó un Studebaker aparcado y volcó, se desplazó sobre el techo y finalmente se detuvo a apenas un metro de mi posición. Se agitó inestable durante un momento y luego se quedó quieto, el agua del radiador mezclándose con la gasolina que fluía a la calle.

Bebí otro sorbo de agua y miré a los rostros reunidos. Prestaban atención a todas mis palabras, pero lo más duro estaba por llegar.

—Recargué, luego abrí la portezuela del conductor del coche volcado. Había esperado que Acheron cayese convertido en un guiñapo, pero Hades, no por primera vez esa noche, no cumplió las expectativas. El coche estaba vacío.

—¿Le vio escapar?

—No. Yo misma reflexionaba sobre la situación cuando oí una voz familiar a mi espalda. Era Buckett. Había vuelto.

»“¿Dónde está?”, gritó Buckett.

»“No lo sé”, respondí tartamudeando, comprobando la parte de atrás del coche.

»“¡Quédate aquí! —gritó Buckett—. ¡Voy a comprobar el otro lado!”

»Me alegraba de que me diesen órdenes y poder descargar la carga de la iniciativa. Pero mientras Buckett se giraba para irse, rieló un poco y supe que algo iba mal. Sin vacilar, le disparé tres veces en la espalda. Cayó en un montón…

—¿Disparó a otro operativo? —dijo una del grupo de OE-1 con tono de incredulidad—. ¿Por la espalda? —Pasé de ella.

—… y evidentemente no era Buckett. La figura que se alzó de la calle para mirarme era Acheron. Se frotó la espalda donde le había acertado y sonrió benignamente.

»“¡No ha sido muy deportivo!”, dijo sonriendo.

»“No estoy aquí para hacer deporte”, le aseguré.

Uno de los agentes de OE-1 me interrumpió.

—Parece que usted le dispara a mucha gente por la espalda, Next. ¿A quemarropa con balas estriadas y sobrevivió? Lo lamento, ¡es totalmente imposible!

—Es lo que pasó.

—¡Está mintiendo…! —dijo indignado—. ¡Ya he tenido bastante de…!

Pero Flanker le puso una mano en el brazo y lo tranquilizó.

—Siga, señorita Next.

Lo hice.

—«Hola, Thursday», dijo Hades.

»“Acheron”, —respondí.

»Sonrió.

»“La sangre de Tamworth se enfría en los escalones de arriba y es todo culpa tuya. Venga, dame tu pistola y podremos acabar con esto y volver a casa.”

»Hades alargó la mano y sentí un impulso enorme de entregarle el arma. Pero ya le había rechazado antes, cuando empleaba métodos más persuasivos… cuando yo era alumna y él profesor. Quizá Tamworth supiese que yo era capaz de resistirme a él; quizá fuese ésa otra razón para querer tenerme en el equipo. No lo sé. Hades se dio cuenta y en su lugar dijo de forma cordial:

»“Ha pasado mucho tiempo. ¿Quince años, no?”

»“Verano del 69”, respondí con gravedad. No tenía ganas de juegos.

»“¿69?” —preguntó él, después de pensarlo un momento—. Entonces hace dieciséis años. Me parece recordar que éramos muy amigos.

»“Eras un profesor genial, Acheron. No he conocido a un intelecto con el que pueda compararte. ¿Por qué todo esto?”

»“Podría decir lo mismo de ti —respondió Acheron con una sonrisa. Tú fuiste el único alumno que he tenido nunca al que podría describir como genial, sin embargo, aquí estás, trabajando como poli con pretensiones; una detective literaria; un peón para la Red. ¿Qué te trajo a OE-5?”

»“El destino.”

»Hubo una pausa. Acheron sonrió.

»“Siempre me caíste bien, Thursday. Me rechazaste y, como todos sabemos, no hay nada más seductor que la resistencia. Siempre me he preguntado qué haría si nos volviésemos a encontrar. Mi alumna estrella, mi protegida. Casi fuimos amantes.”

»“Nunca fui tu protegida, Hades.”

»Volvió a sonreír.

»“¿Alguna vez has querido un coche nuevo?”, me preguntó de improviso.

»Claro que sí, y se lo dije.

»“¿Qué hay de una casa grande? ¿Qué hay de dos casas grandes? En el campo. Con terrenos. Y un Rembrandt.”

»Vi lo que pretendía.

»“Si quieres comprar mi buena voluntad, Acheron, tienes que escoger la moneda adecuada.”

»Dejó de sonreír.

»“Eres fuerte, Thursday. La avaricia funciona con la mayoría de la gente.”

»Yo ya estaba furiosa.

»“¿Para qué quieres el manuscrito Chuzzlewit, Acheron? ¿Para venderlo?

»“¿Robar y vender? Qué vulgar —dijo con desprecio—. Lamento lo de tus dos amigos. Las balas de punta hueca lo dejan todo hecho un lío, ¿no crees?”

»Nos quedamos allí de pie mirándonos. Pronto llegaría OE-14.

»“Al suelo —le ordené— o juro que disparo.”

»De pronto Hades se convirtió en un borrón móvil. Hubo un restallido y sentí que algo me golpeaba el brazo. Hubo cierta sensación de calor y comprendí con cierto distanciamiento que me habían disparado.

»“Buen intento, Thursday. ¿Qué tal con el otro brazo?”

»Sin saberlo, yo había lanzado un disparo en su dirección. Me felicitaba por ello. Sabía que me quedaban como mucho treinta segundos antes de que la pérdida de sangre me empezase a marear. Pasé la automática a la mano izquierda y empecé a elevarla.

»Acheron sonrió con admiración. Había seguido con ese juego brutal todo lo posible, pero el rugido lejano de las sirenas de policía le hizo apresurarse. Me disparó una vez en el pecho y me dejó por muerta.

Los agentes de OE-1 se movieron ligeramente al concluir mi historia. Intercambiaron miradas, pero no me interesaba si me creían o no. Hades me había dado por muerta pero todavía no se me había acabado el tiempo. El ejemplar de Jane Eyre que Tamworth me había dado me había salvado la vida. Me lo había metido en el bolsillo del pecho; la bala de Hades había penetrado hasta la tapa de atrás pero no la había atravesado. Costillas rotas, un pulmón colapsado y un moratón de muerte… pero había sobrevivido. Fue suerte, el destino o lo que uno quiera creer.

—¿Eso es todo? —preguntó Flanker.

Asentí.

—Eso es todo.

No lo era, claro, había mucho más, pero nada de eso era importante para ellos. No les había contado cómo Hades había usado la muerte de Filbert Snood para triturarme emocionalmente; fue así como consiguió acertar con el primer disparo.

—Eso es todo lo que precisamos saber, señorita Next. Puede volver a OE-27 tan pronto como se recupere. Debo recordarle que está sujeta al acuerdo de confidencialidad que firmó. Una palabra en el momento equivocado podría tener graves consecuencias. ¿Hay algo que le gustaría añadir?

Respiré profundamente.

—Sé que lo que he contado parece imposible, pero es la verdad. Soy el primer testigo que ha visto lo que Hades está dispuesto a hacer para sobrevivir. Quien le persiga en el futuro debe ser plenamente consciente de lo que es capaz de hacer.

Flanker se recostó en la silla. Miró al hombre del tic, quien asintió.

—Abstracto, Señorita Next.

—¿Qué quiere decir?

—Hades está muerto. A pesar de tener el gatillo fácil, los de OE-14 no son unos perdedores completos. Esa noche le persiguieron por la M4 hasta que estrelló el coche en el cruce doce. Rodó por un embarcadero y estalló en llamas. No queríamos contárselo hasta oír su declaración.

La noticia me dio directamente y con fuerza. La venganza había sido la emoción principal que me había mantenido cuerda durante las últimas semanas. Sin el ardiente deseo de ver a Hades castigado, puede que no lo superase. Sin Acheron mi testimonio quedaría sin probar. No había esperado que lo creyesen todo, pero al menos podría esperar ser vindicada cuando otros se enfrentasen a él.

—¿Disculpe? —pregunté de pronto.

—Dije que Hades está muerto.

—No, no lo está —dije sin pensar.

Flanker supuso que mi reacción era un efecto de mi estado traumático.

—Puede que sea difícil aceptarlo, pero lo está. Ardió hasta quedar casi irreconocible. Tuvimos que identificarle usando sus registros dentales. Todavía llevaba la pistola de Snood.

—¿El manuscrito Chuzzlewit?

—Ni rastro… Creemos que también quedó destruido.

Bajé la vista. Toda la operación había sido un fiasco.

—Señorita Next —dijo Flanker, poniéndose en pie y colocándome una mano sobre el hombro—, le alegrará saber que nada de esto será público por debajo de OE-8. Puede volver a su unidad sin mácula en su expediente. Se produjeron errores, pero ninguno de nosotros sabe cómo podrían haber acabado las cosas dadas otras circunstancias. En cuanto a nosotros, no volverá a vernos.

Apagó la grabadora, me deseó buena salud y salió de la sala. Los otros agentes fueron con él, excepto el hombre del tic. Esperó hasta que sus colegas no pudiesen oírle y me susurró:

—Creo que su testimonio es basura, señorita Next. El servicio no se puede permitir perder a hombres como Fillip Tamworth.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por decirme su nombre de pila.

El hombre se movió para decir algo, se lo pensó mejor y se fue.

Me levanté de la mesa en la sala de interrogatorios improvisada y miré por la ventana. Fuera hacía calor y sol y los árboles se agitaban suavemente bajo la brisa; el mundo parecía no tener espacio para gente como Hades. Permití que los recuerdos de esa noche regresasen. La parte que no les había contado se refería a Snood. Acheron había dicho más cosas esa noche. Había señalado el cuerpo cansado y gastado de Snood y había dicho:

—Filbert me pidió que te dijese que lo sentía.

—¡Ése es el padre de Filbert…! —le corregí.

—No —rió—. Ese era Filbert.

Volví a mirar a Snood. Estaba tendido de espaldas con los ojos abiertos y el parecido era innegable, a pesar de sesenta años de diferencia.

—¡Oh, Dios mío, no! ¿Filbert? ¿Ese era él?

Acheron parecía estar pasándoselo en grande.

—«Retenido ineludiblemente» es un eufemismo de la CronoGuardia para la agregación temporal, Thursday. Me sorprende que no lo supieses. Atrapado fuera del aquí-ahora. En menos de un minuto se le acumularon sesenta años. No me sorprende que no quisiese que le vieses.

Después de todo, no había habido ninguna chica en Tewkesbury. De mi padre lo había oído todo sobre dilataciones del tiempo e inestabilidades temporales. En el mundo del Suceso, el Cono y el Horizonte, Filbert Snood había quedado retenido ineludiblemente. Lo verdaderamente trágico fue que jamás creyó que pudiese contármelo. Fue entonces, cuando alcancé el punto más bajo, que Acheron se volvió para dispararme. Era lo que había planeado.

Regresé caminando lentamente a mi habitación y me senté en la cama totalmente desalentada. Cuando no hay nadie cerca, las lágrimas me llegan con facilidad. Lloré copiosamente durante unos cinco minutos y me sentí muchísimo mejor, me soné y luego encendí la tele para distraerme. Recorrí los canales hasta dar por casualidad con Toad News Network. Más cosas sobre Crimea, claro.

—Todavía hablando de Crimea —anunció la presentadora—, la división de armas especiales de la Corporación Goliath ha presentado su última arma en la lucha contra los agresores rusos. Se espera que el nuevo Rifle balístico de energía de plasma, de nombre en código «Stonk», se convierta en un arma decisiva para cambiar el curso de la guerra. Nuestro corresponsal de defensa James Backbiter nos lo amplia.

La escena cambió a un primer plano de un arma de aspecto exótico manipulada por un soldado con uniforme de OpEspec Militares.

—Este es el nuevo rifle de plasma Stonk presentado hoy por la división de armas especiales de Goliath —anunció Backbiter, de pie junto un soldado en lo que era evidentemente un campo de tiro—. Por razones evidentes, no podemos darles muchos detalles, pero podemos mostrarles su efectividad y decirles que emplea un rayo de energía concentrada para destruir vehículos y personal hasta kilómetro y medio de distancia.

Miré horrorizada cómo el soldado demostraba la nueva arma. Rayos invisibles de energía destrozaron el tanque que hacía de blanco con la potencia de diez de nuestros howitzers. Era como llevar una pieza de artillería en la palma de la mano. La andanada terminó y Backbiter le planteó a un coronel un par de preguntas evidentemente ensayadas mientras de fondo desfilaban los soldados con la nueva arma.

—¿Cuándo creen que llegarán los Stonk al frente?

—Ahora ya se están enviando los primeros. El resto se enviará en cuanto se monten las fábricas necesarias.

—Y finalmente, ¿su efecto en el conflicto?

Algo de emoción aleteó en el rostro del coronel.

—Predigo que el Stonk hará que en un mes los rusos quieran la paz.

—Oh, mierda —murmuré. Durante mi época en el ejército había oído esa frase en muchas ocasiones. Había suplantado en fatuidad la promesa de antaño «para Navidad». Sin excepción, había sido precedida siempre por una pérdida horrible de vidas.

Incluso antes del primer envío de las primeras armas, su mera existencia ya había afectado al equilibrio de poder en Crimea. Abandonada la idea de la retirada, el gobierno inglés intentaba negociar la rendición de todas las tropas rusas. Los rusos se negaban. La ONU exigía que ambos bandos volviesen a las conversaciones de Budapest, pero todo se había parado; el ejército imperial ruso se había enterrado para protegerse de la masacre que esperaba. En un momento anterior del mismo día, el representante de armas especiales de Goliath había recibido instrucciones de presentarse ante el parlamento para explicar el retraso de las nuevas armas, que ya iban un mes por detrás.

El gemido de ruedas me sacó de mi ensueño. Alcé la vista. En medio de la habitación del hospital había un coche deportivo pintado de colores brillantes. Parpadeé dos veces, pero no desapareció. No había ninguna razón terrenal para que estuviese en la habitación ni siquiera pruebas de cómo había llegado hasta allí, ya que la puerta tenía el tamaño justo para una cama, pero allí estaba. Podía oler los vapores del tubo de escape y oír el ronroneo del motor, pero por alguna razón no me pareció raro. Los ocupantes me miraban fijamente. La conductora era una mujer de treinta y pocos años con un aspecto que me resultaba familiar.

—¡Thursday…! —gritó la conductora con una voz cargada de urgencia.

Fruncí el ceño. Todo parecía real y estaba completamente segura de haber visto a la conductora en alguna otra parte. El pasajero, un joven vestido con traje a quien no conocía, me saludó con alegría.

—¡No murió! —dijo la mujer, como si no tuviese mucho tiempo para hablar—. ¡El coche estrellado fue una distracción! ¡Los hombres como Acheron no mueren con tanta facilidad! ¡Pide el trabajo de detective literario en Swindon!

—¿Swindon…? —repetí. Creía haber escapado de esa ciudad… Me había provisto de más de un recuerdo doloroso.

Abrí la boca para hablar, pero se produjo otro gemido de goma y el coche se fue, plegándose más que desvanecerse hasta no quedar nada excepto el eco de las ruedas y el ligero olor a los gases de escape. Pronto ésos también desaparecieron, sin dejar ninguna pista sobre esa extraña aparición. La conductora me había resultado muy familiar. Había sido yo.

Tenía el brazo casi completamente curado para cuando investigación interna comenzó a hacer circular sus resultados. No se me permitió leer el informe, pero no me molestó. De haber sabido lo que contenía, probablemente sólo hubiese logrado sentirme más insatisfecha y molesta de lo que ya me sentía. Boswell me había vuelto a visitar para decirme que me habían concedido seis meses de baja médica antes de volver, pero no me sirvió de nada. No quería regresar al despacho de detectives literarios; al menos, no en Londres.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Paige. Se había presentado para ayudarme a empacar antes de que me diesen el alta—. Seis meses de baja puede ser mucho tiempo si no tienes hobbies, familia o amigos —añadió. En ocasiones podía ser muy directa.

—Tengo un montón de hobbies.

—Dime uno.

—La pintura.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Ahora mismo estoy pintando una marina.

—¿Cuánto te ha llevado hasta ahora?

—Casi siete años.

—Debe de ser muy buena.

—Es una mierda.

—Pero en serio —dijo Turner, con quien había intimado más durante las últimas semanas que durante todo el tiempo que nos habíamos tratado—, ¿qué vas a hacer?

Le entregué la revista de OpEspec 27; mostraba puestos libres por todo el país. Paige miró lo que había marcado con un círculo de tinta roja.

—¿Swindon?

—¿Por qué no? Es mi casa.

—Puede que sea tu casa —respondió Turner—, pero definitivamente es raro —indicó la descripción del trabajo—. Sólo piden un operativo… ¡Tú has sido inspectora en funciones durante más de tres años!

—Tres y medio. No importa. Voy a ir.

No le conté a Paige la verdadera razón. Bien podría haber sido una coincidencia, pero el consejo de la conductora del coche había sido muy específico: ¡Pide el trabajo de detective literario en Swindon! Quizás después de todo la visión hubiese sido real; la revista con la oferta de trabajo había llegado después de la visita del coche. Si había acertado en lo del trabajo en Swindon, era razonable que quizá la noticia sobre Hades también fuese correcta. Sin pensarlo más, lo había solicitado. No podía contarle a Paige lo del coche; de haberlo sabido, a pesar de la amistad se lo hubiese dicho a Boswell. Boswell hubiese hablado con Flanker y hubiesen acaecido todo tipo de hechos desagradables. Empezaba a tener maña para ocultar la verdad, y ahora me sentía más feliz que en muchos meses.

—Te echaremos de menos en el departamento, Thursday.

—Pasará.

Yo te echaré de menos.

—Gracias, Paige. Te lo agradezco. Yo también te echaré de menos.

Nos abrazamos, ella me dijo que mantuviese el contacto y salió de la habitación, con el busca sonando.

Terminé de empacar y le di las gracias al equipo de enfermeras, que me entregó una bolsa de papel marrón antes de irme.

—¿Qué es? —pregunté.

—Pertenecía a quien fuese que le salvó la vida esa noche.

—¿A qué se refiere?

—Un transeúnte la asistió antes de que llegasen los médicos; cerró la herida de su brazo y le puso su abrigo para mantenerla caliente. Sin su intervención, usted bien podría haberse desangrado hasta morir.

Intrigada, abrí la bolsa. Primero, había un pañuelo que a pesar de varios lavados todavía estaba manchado con mi sangre. Un monograma cosido en una esquina decía «EFR». Segundo, el paquete contenía una chaqueta, una especie de abrigo informal de noche que podría haber sido muy popular a mediados del siglo pasado. Busqué en los bolsillos y encontré la factura de un sombrerero. Estaba a nombre de Edward Fairfax Rochester, caballero, y llevaba fecha de 1833. Me senté en la cama dejándome caer y miré fijamente las dos prendas y la factura. Normalmente, no hubiese creído que esa noche Rochester se había despegado de las páginas de Jane Eyre para ayudarme; una cosa así es, por supuesto, totalmente imposible. Podría haber rechazado la misma idea como una broma ridículamente compleja de no haber sido por un detalle: Edward Rochester y yo nos habíamos encontrado en una ocasión…