Una mujer llamada Thursday Next
«Los fondos para la Red de Operaciones Especiales vienen directamente del gobierno. La mayor parte del trabajo está centralizado, pero todas las divisiones de OpEspec tienen representantes locales para ocuparse de los problemas provinciales. Las administran comandantes locales, que se comunican con las oficinas nacionales para intercambiar información, asesoramiento y decisiones de procedimiento. Como cualquier otro departamento gubernamental, sobre el papel es perfecto pero en realidad es un completo descontrol. Discusiones mezquinas y agendas políticas, la arrogancia y la completa mala disposición mutua casi garantizan que la mano izquierda no sabe lo que hace la derecha.»
MILLON DE FLOSS
Una breve historia de la Red de Operaciones Especiales
Habían pasado dos días de infructuosa búsqueda del Chuzzlewit sin tener ni la más mínima pista de dónde podría estar. Se habían oído rumores de reprimendas, pero sólo si podíamos descubrir cómo se habían llevado el manuscrito. Sería un poco ridículo ser reprendido por dejar un cabo suelto en un dispositivo de seguridad si uno no sabía cuál era. Ahora algo decaída, estaba sentada ante mi mesa de vuelta a la comisaría. Al recordar mi conversación con papá, telefoneé a mi madre y le pedí que no pintase el dormitorio de malva. La llamada salió un poco por la culata, ya que pensó que se trataba de una idea genial y colgó antes de que pudiese discutírselo. Suspiré y repasé los mensajes telefónicos que se habían acumulado durante los últimos dos días. En su mayoría pertenecían a informadores y a ciudadanos preocupados a los que habían robado o engañado y deseaban saber si habíamos avanzado algo. Eran todos casos de poca monta comparados con Chuzzlewit —allí fuera había mucha gente crédula comprando primeras ediciones de versos de Byron a precios reducidos, para luego quejarse amargamente al descubrir que eran falsas—. Como la mayoría de los otros operativos, tenía una idea bastante buena de quién estaba detrás de todo eso, pero nunca habíamos atrapado al pez gordo —sólo a los «expendedores», los vendedores de a pie—. Olía a corrupción en las alturas, pero nunca teníamos pruebas. Normalmente leía los mensajes con interés, pero hoy ninguno parecía especialmente importante. Después de todo, los versos de Byron, Keats o Poe eran reales independientemente de si estaban en forma ilegal o no. Podías seguir leyéndolos y obtener el mismo efecto.
Abrí la gaveta de la mesa y saqué un espejo pequeño. Una mujer con rasgos más bien normales me devolvió la mirada. Tenía el pelo de un color parduzco normal y de un largo medio, atado con prisa para formar una cola. La verdad es que no tenía pómulos y su rostro, me di cuenta, empezaba a mostrar algunas arrugas más bien evidentes. Pensé en mi madre, que cuando tenía cuarenta y cinco años estaba tan arrugada como una pasa. Me estremecí, volví a guardar el espejo y cogí una fotografía desvaída y ligeramente gastada. Era una foto de mí misma con algunos amigos tomada en Crimea cuando no era más que la cabo T.E.Next, 33550336, Conductor: vehículos de transporte de tropas, Brigada Ligera Blindada. Había servido diligentemente a mi país, me había visto implicada en un desastre militar y me habían licenciado con honores con un galardón para demostrarlo. Habían esperado que diese charlas sobre el reclutamiento y el valor pero les había decepcionado. Asistí a una reunión del regimiento y eso fue todo; me había descubierto buscando rostros que ya sabía que no estaban presentes.
En la foto, Landen estaba a mi izquierda, con el brazo por encima de mí y otro soldado, mi hermano, su mejor amigo. Landen perdió una pierna, pero regresó a casa. Mi hermano seguía allá.
—¿Quién es ése? —preguntó Paige, que miraba por encima de mi hombro.
—¡Guau! —grité—. ¡Me has dado un susto de muerte!
—¡Lo lamento! ¿Crimea?
Le pasé la foto y la miró con atención.
—Ése debe de ser tu hermano… tú tienes la misma nariz.
—Lo sé, solíamos compartirla por turnos. Yo la tenía lunes, miércoles…
—… Entonces ese otro hombre debe de ser Landen.
Fruncí el ceño y me volví para mirarla. Nunca le había mencionado Landen a nadie. Era personal. Me sentí algo traicionada por que ella hubiese estado husmeando a mis espaldas.
—¿Cómo sabes lo de Landen?
Sintió la furia en mi voz, sonrió y alzó una ceja.
—Tú me lo contaste.
—¿Lo hice?
—Claro. Hablabas arrastrando las palabras y en su mayoría no dijiste más que tonterías, pero ciertamente lo tenías en la cabeza.
Hice una mueca.
—¿La fiesta de Navidad del año pasado?
—O el año anterior. No eras tú la única que decía tonterías arrastrando las palabras.
Volví a mirar la foto.
—Estábamos prometidos.
De pronto Paige pareció incómoda. Los prometidos de Crimea podían ser un tema de conversación tremendamente penoso.
—¿Él… ah… regresó?
—En su mayor parte. Dejó una pierna atrás. No nos hablamos demasiado.
—¿Cuál es su nombre completo? —preguntó Paige, interesada al obtener al fin algo de mi pasado.
—Es Parke-Laine. Landen Parke-Laine. —De lo que podía recordar, era la primera vez que decía su nombre completo en voz alta.
—¿Parke-Laine el escritor?
Asentí.
—Un tipo atractivo.
—Gracias —respondí, sin saber muy bien qué le agradecía. Volví a dejar la foto en el cajón y Paige chasqueó los dedos.
—Boswell quiere verte —anunció, al recordar al fin a qué había venido.
Boswell no estaba solo. Me esperaba un hombre de cuarenta y tantos años que se puso en pie cuando entré. No parpadeaba mucho y tenía una enorme cicatriz en un lado de la cara. Boswell anduvo por ahí durante un momento, tosió, miró la hora y dijo algo a propósito de dejarnos.
—¿Policía? —pregunté tan pronto como nos quedamos a solas—. ¿Se me ha muerto un pariente o algo así?
El hombre cerró las persianas para tener más intimidad.
—No que yo sepa.
—¿OE-1? —pregunté, esperando una posible reprimenda.
—¿Yo? —respondió el hombre, sinceramente sorprendido—. No.
—¿Detective literario?
—¿Por qué no se sienta?
Me ofreció una silla y luego se sentó en la enorme silla giratoria de roble de Boswell. Tenía un informe grueso con mi nombre en la portada que dejó caer sobre la mesa. Me asombró el grosor.
—¿Todo eso es sobre mí?
Pasó de mí. En su lugar, abrió el informe, se echó hacia delante y me miró sin parpadear.
—¿Cómo valora el caso Chuzzlewit?
Me descubrí mirando fijamente la cicatriz. Le iba desde la frente hasta la barbilla y tenía el tamaño y la sutileza de una soldadura de astillero. Le levantaba el labio, pero aparte de ese detalle, el rostro era bastante agradable; podría haber sido guapo sin la cicatriz. La verdad es que yo no estaba siendo nada sutil. Instintivamente levantó una mano para cubrírsela.
—El mejor cosaco —murmuró, quitándole importancia.
—Lo lamento.
—No lo haga. Es difícil no quedarse mirándola.
Hizo una pausa.
—Trabajo para OE-5 —anunció lentamente, mostrándome una placa reluciente.
—¿OE-5? —dije entrecortada, sin conseguir ocultar mi sorpresa al hablar—. ¿A qué se dedican?
—Eso es restringido, señorita Next. Le mostré la placa para que pudiese hablar conmigo sin preocuparse por acreditaciones de seguridad. Puedo confirmarlo con Boswell si lo prefiere…
El corazón me latía con rapidez. Entrevistas con operativos de OpEspec de más abajo en ocasiones acababan en traslados…
—Bien, señorita Next, ¿qué opina del caso Chuzzlewit?
—¿Quiere mi opinión o la versión oficial?
—Su opinión. La versión oficial la obtengo de Boswell.
—Creo que es demasiado pronto para valorarlo. Si el motivo es pedir un rescate, entonces podemos asumir que el manuscrito sigue intacto. Si lo han robado para venderlo o cambiarlo también lo podemos considerar de una pieza. Si se trata de terrorismo, tendríamos que preocuparnos. En los escenarios uno y tres, un detective literario no tiene nada que hacer. OE-9 se implica y nosotros salimos del mapa.
El hombre me miró con atención y asintió.
—No le gusta esto, ¿verdad?
—He tenido suficiente, pongámoslo así —respondí, ligeramente menos cautelosa de lo que debiera—. En cualquier caso, ¿quién es usted?
El hombre rió.
—Lo lamento. Muy malos modales. No pretendía ser tan secreto. Me llamo Tamworth, jefe operativo de campo de OE-5. En realidad —añadió—, eso no significa tanto. Ahora mismo sólo estamos yo y dos más.
Le agarré la mano que me ofrecía.
—¿Tres personas en una división de OpEspec? —pregunté con curiosidad—. ¿No es un poco escaso?
—Ayer perdí a algunos chicos.
—Lo lamento.
—No de esa forma. Hicimos algunos avances y eso no siempre son buenas noticias. Algunas personas investigan bien en OE-5 pero no les gusta el trabajo de campo. Tienen hijos. Yo no. Pero lo comprendo.
Asentí. Yo también lo comprendía.
—¿Por qué habla conmigo? —pregunté casi casualmente—. Soy OE-27; como me repite con tanta amabilidad la junta de traslados de OpEspec, mis talentos están en una mesa de detectives literarios o frente a una cocina.
Tamworth sonrió. Golpeó el informe que tenía delante.
—Lo sé todo. Los de Reclutamiento Central de OpEspec realmente no tienen una buena palabra para decir «No», y se limitan a dar largas. Es lo que se les da mejor. Al contrario, son perfectamente conscientes de su potencial. Ahora mismo he hablado con Boswell y cree que podría dejarla partir si quiere usted ayudarnos en OE-5.
—Si usted es OE-5, Boswell no tiene muchas opciones, ¿no?
Tamworth rió.
—Eso es cierto. Pero usted sí. No recluto a nadie que no quiera unirse al equipo.
Lo miré. Lo decía en serio.
—¿Es un traslado?
—No —respondió Tamworth—, no lo es. Simplemente la necesito porque tiene información que nos es útil. Será una observadora; nada más. En cuanto comprenda a qué nos enfrentamos, agradecerá ser solo observadora.
—Por tanto, cuando acabe, ¿me volverán a tirar aquí?
Hizo una pausa y me miró durante un momento, intentando darme las mejores garantías que le fuesen posibles sin mentir. Me cayó bien por eso.
—No doy garantías, señorita Next, pero cualquiera que haya participado en una misión de OE-5 puede estar casi seguro de que no pertenecerá a OE-27 para siempre.
—¿Qué quiere que haga?
Tamworth sacó un formulario de su maletín y lo empujó sobre la mesa. Era una autorización de seguridad estándar y, una vez firmado, daba a OpEspec el derecho a casi todo lo que yo poseyese y bastantes más cosas adicionales si se me ocurría decir aunque sólo fuese una palabra a alguien de menor nivel de seguridad. Lo firmé debidamente y se lo devolví. A cambio, él me entregó una placa de OE-5 con mi nombre ya grabado. Tamworth me conocía mejor de lo que había pensado. Después de eso, bajó la voz y empezó:
—OE-5 es básicamente una oficina de Búsqueda y Confinamiento. Se nos asigna un hombre al que seguir hasta encontrarlo y confinarlo, luego nos asignan otro. OE-4 es básicamente lo mismo; ellos simplemente buscan una cosa diferente. Persona diferente. Ya sabe. En cualquier caso, esta mañana estuve en Gad’s Hill, Thursday… ¿puedo llamarte Thursday?… y di un buen vistazo de primera mano a la escena del crimen. Quien se llevase el manuscrito de Chuzzlewit no dejó huella, ni señales de entrada y nada en ninguna cámara.
—No había mucho con lo que trabajar, ¿verdad?
—Al contrario. Era justo la oportunidad que esperaba.
—¿Eso se lo ha dicho a Boswell? —pregunté.
—Claro que no. No nos interesa el manuscrito; nos interesa el hombre que lo robó.
—¿Y de quién se trata?
—No te puedo decir su nombre, pero puedo escribirlo.
Cogió un rotulador y escribió «Acheron Hades» en un bloc de notas y lo levantó para que yo lo viese.
—¿Te resulta familiar?
—Muy familiar. No puede haber mucha gente que no haya oído hablar de él.
—Lo sé. Pero tú le has visto, ¿no?
—Por supuesto —respondí—. Era uno de los profesores cuando estudié filología inglesa en Swindon en 1968. A ninguno de nosotros nos sorprendió que se pasase a una carrera criminal. Era algo sátiro. Dejó embarazada a una de las estudiantes.
—Breaburn; sí, lo sabemos. ¿Qué hay de ti?
—No me dejó embarazada, pero lo intentó.
—¿Te acostaste con él?
—No; no me parecía que acostarme con los profesores fuese mi mejor opción. La atención era elogiosa, supongo, cena y demás. Era brillante… pero un vacío moral. Recuerdo que una vez lo arrestaron por robo a mano armada mientras daba una clase muy inspirada sobre El diablo blanco de John Webster. En esa ocasión lo liberaron sin cargos, pero el asunto Breaburn fue suficiente para que lo echasen.
—Te pidió que fueses con él y te negaste.
—Tiene buena información, señor Tamworth.
Tamworth escribió una nota. Me la enseñó.
—Pero lo importante es: ¿sabes qué aspecto tiene?
—Claro que sí —respondí—, pero está malgastando el tiempo. Murió en Venezuela en el 82.
—No; simplemente hizo que lo creyésemos. Al año siguiente exhumamos la tumba. No era él. Fingió la muerte tan bien que engañó a los médicos; enterraron un ataúd relleno de contrapesos. Posee poderes ligeramente desconcertantes. Es por eso que no podemos pronunciar su nombre. La llamo la Regla Número Uno.
—¿Su nombre? ¿Por qué no?
—Porque puede oír su propio nombre, incluso si se susurra, en un radio de mil metros, quizá más. Lo emplea para sentir nuestra presencia.
—¿Y por qué cree que robó Chuzzlewit?
Tamworth metió la mano en el maletín y sacó un informe. Estaba marcado como Secreto total - sólo con permiso OpEspec-5. La zona en la parte delantera, normalmente reservada para una fotografía, estaba vacía.
—No tenemos una foto suya —dijo Tamworth al abrir el informe—.No se le registra en película o vídeo, y nunca ha estado bajo custodia el tiempo suficiente para que le hiciesen un dibujo. ¿Recuerdas las cámaras de Gad’s Hill?
—Sí.
—No grabaron a nadie. Repasé las cintas con sumo cuidado. El ángulo de la cámara varía cada cinco segundos pero aun así no habría ninguna forma de que alguien pudiese esquivarlas todas durante su estancia en el edificio. ¿Comprendes a qué me refiero?
Asentí lentamente y hojeé el informe de Acheron. Tamworth siguió hablando:
—Llevo cinco años detrás de él. Tiene siete órdenes de búsqueda por asesinato en Inglaterra, dieciocho en América. Extorsión, robo y secuestro. Es frío, calculador y bastante despiadado. Treinta y seis de sus cuarenta y dos víctimas conocidas eran miembros de OpEspec o agentes de policía.
—¿Hartlepool en el 75? —pregunté.
—Sí —respondió Tamworth lentamente—. ¿Oíste hablar de ese caso?
Sí. La mayoría de la gente lo conocía. Habían arrinconado a Hades en el sótano de un aparcamiento de varias plantas tras un robo fallido. Uno de sus compinches yacía muerto en el banco cercano; Acheron había asesinado al hombre herido para evitar que hablase. En el sótano, convenció a un agente para que le diese la pistola, matando a otros seis mientras salía. El único agente que sobrevivió fue el que le dio la pistola. Era lo que Acheron entendía por un chiste. El agente en cuestión jamás ofreció una explicación satisfactoria a por qué le entregó el arma. Se prejubiló y seis años más tarde se asfixió en el coche después de un breve historial de alcoholismo y robos menores. Se le acabó conociendo como la séptima víctima.
—Entrevisté al superviviente de Hartlepool antes de que se quitase la vida —siguió diciendo Tamworth—, después de que me ordenasen encontrar a… al sujeto a cualquier precio. Mi descubrimiento me llevó a formular la Regla Número Dos: si alguna vez tienes la desgracia de encontrarte con él, no creas nada de lo que diga o haga. Puede mentir de pensamiento, obra, acción y apariencia. Posee asombrosos poderes de persuasión sobre los que tienen una mente débil. ¿Te he dicho que estamos autorizados a emplear la máxima fuerza?
—No, pero lo suponía.
—OE-5 tiene una política de disparar a matar en relación a nuestro amigo…
—Eh, eh, un segundo. ¿Tienen el poder de eliminar sin juicio?
Rió con una risa algo preocupante.
—Como dicen: Si quieres ser de OpEspec, actúa de forma algo extraña. No tendemos a andarnos con chiquitas.
—¿Es legal?
—En absoluto. Es La Estación Central del Gran Ojo Ciego por debajo de OpEspec 8. Tenemos un dicho: Por debajo de ocho, por encima de la ley. ¿Lo has oído alguna vez?
—No.
—Lo oirás mucho. En cualquier caso, lo convertimos en la Regla Número Tres: El apresamiento tiene una importancia mínima. ¿Qué pistola llevas?
Se lo dije y garabateó una nota.
—Te conseguiré algunas balas estriadas expansivas.
—Se desatará el infierno si nos pillan con ésas.
—Sólo en defensa propia —explicó Tamworth con rapidez—. Tú no lidiarás con este hombre; sólo quiero que lo identifiques si se presenta. Pero escucha: si pasa lo peor, no quiero que mi gente se tenga que enfrentar al rayo con flechas y arco. Y cualquier cosa menos potente que una bala expansiva vale como usar cartón mojado como chaleco antibalas. No sabemos casi nada sobre él. No hay certificado de nacimiento, ni tampoco una edad fiable, y ni siquiera sabemos quiénes eran los padres. Apareció en escena en el 54 como un pequeño criminal con matices literarios y ha ido subiendo con calma hasta convertirse en el número tres en la lista de los más buscados del planeta.
—¿Quiénes son uno y dos?
—No lo sé y me han informado en toda confianza que es mejor no saberlo.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
—Yo te llamaré. Mantente alerta y lleva el busca siempre contigo. Desde ahora estás de permiso de OE-27, así que disfruta del tiempo libre. ¡Te veré!
Desapareció en un instante, dejándome con la identificación de OE-5 y un corazón desbocado. Boswell volvió, seguido de una Paige curiosa. Les mostré la placa.
—¡Así se hace! —dijo Paige, dándome un abrazo, pero Boswell parecía menos feliz. Después de todo, tenía que pensar en su propio departamento.
—Las cosas se pueden poner muy difíciles en OE-5, Next —dijo Boswell con tonos paternales—. Quiero que vuelvas a tu mesa y lo medites con mucha tranquilidad. Tómate una taza de café y un bollo. No, dos bollos. No tomes ninguna decisión precipitada, y repasa los puntos a favor y en contra. Cuando hayas terminado, estaré encantado de aceptar. ¿Comprendes?
Comprendía. En las prisas por salir de la oficina casi olvidé la foto de Landen.