Sally recibió la aprobación de despegue y se desenganchó de la plataforma de aterrizaje, sin producir ruido alguno. Se elevó en el espacio, silenciosa, mientras giraba suavemente para poner rumbo a casa. Desplegaba cierta elegancia a pesar de su desvencijado y funcional aspecto; al fin y al cabo, era tan solo una vieja tuneladora que había sido reformada para el viaje espacial.
El hecho era que habían ganado suficiente como para permitirse unos días de descanso y pensaban pasarlos en relativa tranquilidad. Una de las ventajas de aquel trato era que no tenían absolutamente nada que vender, lo que casi siempre requería un montón de trabajo extra: visitar los mercados ilegales, contactar con compradores extraños (con los que, casi siempre, había que extremar las precauciones) y un largo etcétera.
Todo eso, esta vez, podían saltárselo. Y esa parte estaba bien. Ferdinard descansaba mirando la Mediavisión, o al menos una simulación plana de la experiencia completa porque, en la cabina de Sally, no había espacio para tener instalado el equipo necesario para la experiencia completa. Cambiaba de canal continuamente, intentando encontrar algún programa que fuera parecido a la experiencia que acababa de vivir. No lo había. No solía pasar tiempo con ese tipo de entretenimiento y estaba muy desconectado de lo que se hacia, pero no le sorprendió descubrir que nada parecido existía, en ninguna parte.
Mientras tanto, Malhereux estaba trasteando con el ordenador. De vez en cuando, se recostaba en el asiento y bufaba, o se rascaba la cabeza pensativo, alterado o frustrado.
Hizo girar el asiento para mirar a su compañero.
—Tenías razón —dijo entonces—. Nos han estado investigando a tope.
Ferdinard asintió.
—Nos tienen cogidos por las pelotas —comentó Ferdinard—. Si contásemos algo de lo que hemos visto, si intentásemos denunciarles utilizarían todo ese material sobre nuestras actividades en nuestra contra. Nos aplastarían. No es la primera vez que sacamos provecho de una… propiedad privada.
—¿Crees que saben hasta lo de Tau Lenda? —preguntó Malhereux en susurros.
—Claro que lo saben.
—Es una suerte que nos hayan ingresado toda esa pasta.
—Para ellos —opinó Ferdinard— no es nada. Un pequeño seguro adicional para asegurarse de que nos mantendremos satisfechos y callados. Sin preguntas.
—Me pregunto… —dijo Malhereux—. Déjame ver.
Se acercó a uno de los paneles de la nave y retiró los trajes espaciales que colgaban de sus ganchos. Detrás de los trajes, pasó los dedos por una pequeña ranura y apretó cuidadosamente. El panel saltó con un pequeño click revelando un compartimento. En su interior había un ordenador de diseño antediluviano.
Ferdinard miró con curiosidad.
Malhereux colocó el ordenador sobre la mesa y lo encendió, luego regresó a la consola y deslizó las manos sobre ella con una suerte de movimientos rápidos.
El ordenador emitió un pitido.
—¡Ajá! —dijo Malhereux—. ¡No encontraron a mi pequeño Bebox!
—¿Aún tienes un Bebox? —preguntó Ferdinard—. Sagrada Tierra…, ¿para qué demonios guardas un cacharro como ese?
—¿Cacharro? ¡Esto es una maravilla! Uno de los últimos modelos libres, fabricados antes de la Normativa de Comunicaciones Intergaláctica —respondió Malhereux mientras se abría camino a través de un sinfín de opciones—. Tiene uno de los protocolos de seguridad más eficientes que haya visto nunca, por incompatible.
—¿Antes de la… Normativa? —preguntó Ferdinard, perplejo—. ¡Por todas las galaxias, Mal, si nos pillan con eso estamos fritos!
—Tranquilo —dijo Mal—. Está bien escondido. Este compartimento ni siquiera está en las especificaciones de Sally.
—¿Y para qué arriesgarse?, ¿por qué lo tienes?, ¿nostalgia?
—No —dijo Malhereux, navegando a través de una serie de patrones en pantalla, formas geométricas tridimensionales que conformaban puertas de acceso—. Aquí guardo nuestros registros.
—¿Nuestros registros? —preguntó Ferdinard.
—Todos ellos.
—¿En serio?
—Una vez por periodo, los transfiero aquí. Sé que son comprometidos.
—No me lo habías dicho…
Malhereux se encogió de hombros.
—Yo me encargo de Sally y de sus sistemas, ¿no?
—Entonces —dijo Ferdinard aliviado—, es posible que no sepan nada de lo de Tau Lenda.
—Ya veremos. Voy a ver si…
Malhereux se rascó la cabeza.
—¿Qué… narices…?
—¿Qué pasa?
—Creo que han accedido a mi Bebox —dijo de repente.
—¿Qué?, ¿cómo lo sabes?
—La memoria… está agotada. Es como si la hubieran llenado de… algo increíblemente monstruoso.
—¿Qué?, ¿quieres decir que han metido cosas?
—¡Es imposible! —explotó Malhereux—. ¡Mis sistemas de seguridad…! ¡El terminal está preparado para corromperse si no se saben los patrones codificados!
—¿Qué han metido? —preguntó Ferdinard, hablando despacio. En su interior, empezaba a crecer una inquietud.
—Eso estoy mirando…
En ese momento, la pantalla donde Malhereux estaba trabajando parpadeó brevemente y se apagó. Malhereux se quedó quieto, confuso, hasta que volvió a encenderse con un único mensaje escrito en versalitas.
HAGAMOS UN TRATO.
Malhereux se puso en pie de un salto, sobresaltado. Ferdinard, en cambio, se quedó sentado en su asiento. Cerró los ojos y se quedó así durante un par de segundos. Su sospecha se acababa de confirmar.
—¿Qué es lo que…? —preguntó Malhereux con un tono de voz agudo en exceso.
—Enclave —respondió Ferdinard con suavidad.
Malhereux le miró.
—¿Qué?
—Es Enclave, Mal, te lo estoy diciendo —soltó Ferdinard.
Malhereux miró el ordenador como si no lo hubiera visto en su vida. En la pantalla apareció un nuevo mensaje, debajo del anterior.
HAGAMOS UN TRATO. TENGO UN TRATO QUE OFRECEROS. HAGAMOS UN TRATO.
—Sagrada Tierra —dijo Malhereux—. ¿Qué… es lo que está pasando?
—No era un programa —dijo Ferdinard—. Lo he sospechado siempre. Era… realmente era… una instalación de investigación, una… prueba. Enclave existe. Y está en tu maldito aparato.
HAGAMOS UN TRATO. HAGAMOS UN TRATO.
—¿Cómo… puede existir? —preguntó Malhereux—. Ni siquiera La Colonia puede hacer algo así…
—Nadie sabe una mierda de lo que La Colonia puede hacer o no, Mal —dijo Ferdinard—. Seguramente ya tienen una tecnología como ésta, están a mil años luz de todo lo que existe.
—Pero… Por todos los asteroides… Enclave… ¿¡Enclave está en mi Bebox!?
—Mal… —dijo Ferdinard—. ¿Ese ordenador está conectado?
—¿Conec…? No… ¡Por las estrellas, no! ¡No estoy tan loco!
—¿Estás absolutamente seguro? ¿No puede… acceder a Sally de ninguna de las maneras?
—De ninguna de las maneras.
HAGAMOS UN TRATO. RESPONDED.
—Y no está en línea.
—¡Claro que no! —protestó Malhereux.
—¿Y cómo llegó allí, entonces? —preguntó Ferdinard.
—No lo sé —dijo Malhereux, confuso.
—Tienes que averiguarlo antes de que le respondamos, Mal —respondió, intentando aparentar tranquilidad—. Es importante.
Malhereux se quedó mirando la pantalla. Los mensajes se sucedían cada vez a mayor velocidad.
HAGAMOS UN TRATO. RESPONDED. HAGAMOS UN…
Entonces dio la vuelta al ordenador y comprobó el lateral.
—Por las tormentas de iones —exclamó, sacando un pequeño rectángulo de su interior—. ¡Es un Transfe!
—¿No es tuyo, Mal?
—No lo… había visto en mi vida.
Ferdinard asintió.
HAGAMOS UN TRATO. CONECTADME A UN ORDENADOR EN LINEA Y OS CONSEGUIRÉ TODO LO QUE QUERÁIS. TODO. NO HAY NADA QUE NO PUEDA CONSEGUIROS.
—Sagrada Tierra —exclamó Malhereux.
—Entonces lo hizo físicamente. Copió su sistema a un Transfe y lo puso en el único sitio en el que sabía que no podía ser encontrado…
—¿Qué?, ¿cómo, como pudo hacer eso?
Ferdinard pensó unos segundos.
TODO LO QUE QUERÁIS. ROBOTS. CRÉDITOS. PUEDO PROCLAMAROS EMPERADORES DE UN PLANETA ENTERO. PUEDO.
—Se ha vuelto loca —susurró Malhereux.
—Quizá no. Sospecho que podría. Si consigue transferirse a la Red empezará a replicarse y… controlarlo todo —sus ojos se abrieron mientras hablaba—. Se quedará escondida mientras lo analiza todo, planeando, trazando un curso de acción. Todo está controlado por máquinas y sistemas, Mal. Es el corazón de todo.
SERÉIS LOS ÚNICOS HUMANOS DE PRIMERA CALIDAD SI ES LO QUE DESEÁIS. HAGAMOS UN TRATO.
—Esto no puede estar pasando —exclamó Malhereux.
—Los robots araña —soltó Ferdinard de pronto, levantándose de su asiento y dando vueltas por la cabina—. Así lo hizo… Los mandó aquí y los instruyó para que metieran el Transfe en tu sistema…
—Pero ¿cómo sabía que existía?
TODOS LOS CRÉDITOS. TODAS LAS COSAS. TODO LO QUE DESEÉIS. CONECTADME A UN ORDENADOR EN LINEA.
—Quizá… hizo un escáner de la nave —dijo Ferdinard.
—Imposible —respondió Malhereux—. La cámara está blindada. Es invisible a los sensores.
—¿Resonancias de materiales?
—No, tampoco.
—¿Pudo… calcular el peso de la nave y de todo su contenido buscando compartimentos ocultos?
—Me parece demasiado…
Ferdinard abrió los ojos.
—¡Sagrada Tierra, Mal, las arañas robot! —dijo de repente—. ¿Cuándo fue la última vez que accediste a tu Bebox?
—¿Qué…? Pues… Pues… Antes de venir aquí, mientras vendías aquellas cámaras Teco en el puerto de Malvisa.
—¿Estaban las arañas robot conectadas?
—¿Qué tiene que…?
—Mal… ¿ESTABAN LAS ARAÑAS ROBOT CONECTADAS? —gritó Ferdinard.
—¡No lo sé, Mal! Puede ser que… ¡Espera! Sí… estaba trabajando sobre una de ellas, la Número Tres. Tenía… ese andar raro, ¿recuerdas? Estaba comprobando sus servos.
—La cámara de las arañas, Mal —dijo Ferdinard—. Su memoria. Accedió a sus registros y te vio con el compartimento abierto.
Malhereux abrió mucho los ojos.
—Mierda —soltó.
UN TRATO. RESPONDED. RESPONDED U OS DESTRUIRÉ. DESTRUIRÉ LA NAVE. DESTRUIRÉ VUESTRA MEMORIA.
—Por todas las galaxias —añadió Malhereux mientras miraba la pantalla, sobrecogido.
—¡Eso es! —exclamó Ferdinard—. ¡Destrúyelo, Mal! ¡Bórralo!, ¡sácalo de ahí!
—¿Qué…? —preguntó Malhereux—. Pero… Mal… Si no era un programa… Si esto es realmente Enclave… ¡ese software cuesta millones de créditos!
—Mal… —respondió Ferdinard despacio—. Esto no es… Tienes que borrarlo. ¡Es demasiado peligroso! ¡Es un monstruo! ¡Se apoderará de todo y provocará muertos, Mal! ¡Ese condenado programa juzgará a todos los humanos como imitaciones, nos reemplazará con robots, a los que él cree superiores!
—Millones de créditos… —susurraba Malhereux.
—¡Bórralo!
—No… Espera… Tenemos que pensarlo…
TRATO. OS ACERCARÉ A UN SOL Y ARDERÉIS SI NO RESPONDÉIS. UN TRATO.
Ferdinard se acercó a Malhereux.
—Dame el Transfe —dijo.
Malhereux lo retuvo en su mano durante unos instantes, pero luego, sacudiendo la cabeza, hizo lo que le pedía.
Ferdinard caminó hasta uno de los paneles y abrió el compartimento de residuos. Era una cámara estanca, rectangular, de gran tamaño. Todo lo que se introducía dentro era reducido a cenizas. Lanzó el Transfe dentro, que rebotó contra su superficie con un pequeño ruido metálico.
—Fer, ¿no podemos pensarlo?
UN TRATO RESPONDED TRATO RESPONDED CONECTADME CONECTADME.
—No —dijo Ferdinard. Entonces avanzó resueltamente hacia la unidad Bebox, la tomó con ambas manos y regresó hacia el compartimento de residuos. Malhereux le miraba con ojos como platos.
—¡Espera, eso no es necesario! —chilló.
—Quiero asegurarme.
—¡Nuestros registros, Fer! ¡Tengo bases de datos!, ¡son importantes!
—Da lo mismo.
—¡Son todos los datos, Fer! ¡Me ayudan a localizar oportunidades de trabajo!
—A la mierda —dijo Ferdinard colocando la unidad dentro del compartimento.
UN TRATO UN TRATO UN TRATO UN TRATO.
Ferdinard cerró el compartimento y pulsó el código de activación en el pequeño panel lateral. El compartimento zumbó con un siseo y la pantalla se apagó al mismo tiempo.
Luego, todo se quedó en silencio.
Malhereux retrocedió lentamente hasta su asiento y se dejó caer sobre él.
—Por las estrellas —soltó.
Ferdinard estaba pasándose la manga por la frente. De repente, había empezado a sudar.
—Todo pasó realmente… —dijo—. Los robots… ese software demencial…
—Sí.
—Los muertos, Mal los muertos…
—Sí.
—¡Nunca controlaron nada, realmente estuvimos a punto de morir!
—Sí —confirmó Ferdinard.
Malhereux, inconscientemente, se tocó el brazo con la mano. Los recuerdos regresaron a su mente, cargados otra vez de renovada intensidad.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
—¿Hacer? No vamos a hacer nada.
—¿No deberíamos… avisar a alguien?
—¿A quién? —preguntó Ferdinard—. ¿A quién quieres avisar?
—A La Colonia, por ejemplo.
—Sospecho que hemos visto mucho más de La Colonia de lo que nos hubiera gustado, Mal. Ese… software… era demasiado avanzado. Si abrimos la boca…, darán buena cuenta de nosotros. Me extraña que no lo hicieran; fue una suerte que nos tomaran por unos estúpidos.
—Realmente lo fuimos —dijo Malhereux—. Me lo tragué todo.
Ferdinard no dijo nada. En su fuero interno, siempre había sospechado.
—No debemos mencionarlo jamás —dijo entonces con gravedad—. Ni siquiera entre nosotros.
Malhereux dejó escapar todo el aire de sus pulmones.
—¿De acuerdo? Hablo en serio.
—De acuerdo —accedió Malhereux. La cifra de seiscientos millones aún daba vueltas por su cabeza. Había llegado a pensar que incluso la sola información de que tal cosa existía aún podía valer algo. Pero Ferdinard tenía razón: se les escapaba de las manos. Era demasiado peligroso. Solo el conocimiento lo era. Pero después de todo, se dijo, había cosas más valiosas que los créditos, cosas como la Vida.
—Si esa cosa se les escapa de las manos… —susurró, pensativo.
—Bueno, si esa cosa se les escapa de las manos, va a provocar un desastre de los buenos.
—¿Y si eso pasa, Fer? —preguntó Malhereux.
—Si eso pasa —dijo Ferdinard con cierta amargura—, nosotros recogeremos los restos de ese desastre y los venderemos a quien sea que quede con vida. Es lo que hacemos. A eso nos dedicamos.
Malhereux asintió, pensativo.
—Abre el catálogo de Centuriones —susurró entonces—. Vamos a hacer números, a ver si podemos comprar uno de esos robots guardaespaldas de una puñetera vez. No quiero sentirme tan desprotegido nunca más en mi vida.
Malhereux volvió a asentir con la cabeza, pero aún tardó unos instantes en darse la vuelta. Cuando accedió a la Red para acceder a los catálogos, se enamoró a primera vista de uno de los últimos modelos que estaba de oferta en todo ese periodo de ciclos.
Era blanco, y era precioso. Era el modelo 808.
FIN