XIII

Tanto Malhereux como Ferdinard celebraron enormemente regresar con Sally. Hasta olía diferente, como si…

—Sagrada Tierra —dijo Malhereux—, ¿han limpiado esto?

—¿Qué? —preguntó Ferdinard mientras miraba las plantillas metálicas del suelo—. Pues… ¡creo que sí!

—No puedo creerlo… ¿Por qué?

—Porque… seguramente, nos han rastreado de lo lindo —dijo Ferdinard—. Han debido de investigarlo todo sobre nosotros. Quiénes somos, de dónde venirnos, qué hacemos. Han debido pasar tiempo aquí, examinando el Registro de Sally, nuestras cuentas, nuestro expediente…

—¿En serio? —preguntó Malhereux—. ¿Por qué?

—Da lo mismo —dijo Ferdinard—. Sácanos de aquí, Mal. Quiero irme de esta estación lo más pronto posible.

—Déjame ver algo primero.

Malhereux se acercó a la consola de Sally y empezó a accionar los controles. El software de la nave era el NaveCon tradicional, pero con varias modificaciones realizadas por él mismo; más como diversión que otra cosa, había instalado una serie de puertas traseras y zonas de seguridad codificadas donde podía acceder a subsistemas, por lo generat inaccesibles desde las opciones estándar. Allí tenía su acceso privado a su cuenta de operaciones.

—Por las estrellas, Fer —dijo Malhereux—. Nos han ingresado los créditos. ¡Mira!

Ferdinard miró la pantalla. Oh, no le quedaba duda de que les habían ingresado los créditos, conforme estaba estipulado el contrato. ¡Por supuesto! Era una forma de hacerlo efectivo, de sellarlo con una cláusula legal difícil de desabrochar. Les habían silenciado de la manera más efectiva posible. Con un montón de puñeteros créditos.

—Pues vámonos —soltó—. Ya. Saca a Sally de aquí.

—Pero… ¿qué mosca te ha picado? —preguntó Malhereux.

—Solo arranca a Sally y vámonos.