—¿De qué se trata? —preguntó Malhereux.
Enclave se tomó un par de segundos antes de responder.
—Los sistemas han sido restablecidos en un porcentaje bastante notable, lo que desde luego Yo calificaría como un preclaro éxito. Sin embargo, hay un número de nodos separados y aislados de la red principal que requieren una activación por código. Lamentablemente, debido a la naturaleza de las unidades robóticas de las que dispongo, ninguna está preparada… todavía… —dijo añadiendo énfasis a la palabra— para esa tarea.
—Esta sí que es buena —soltó Ferdinard—. Supongo que quieres que lo hagamos nosotros…
—Creíamos que el acceso era restringido para las simulaciones —exclamó Malhereux con los ojos brillantes.
—Oh, aun siendo simulaciones, se trata tan solo de escribir unos códigos en una consola —contestó Enclave, altiva—. Os creo más o menos capacitados para esa tarea. Si no es así, seréis una amarga y terrible decepción.
Ferdinard giró varias veces sobre sí mismo, visiblemente nervioso y superado por la situación.
—No puedo con esto, Mal —exclamó—. De veras que no puedo.
—Espera —dijo Malhereux en voz baja, aunque sabía que ahora que Enclave estaba infiltrado en su sistema de comunicación, no había quejido ni respiración ni susurro que pudiera escapársele—. Esto es algo. Enclave, ¿qué ganaremos nosotros si hacemos eso?
La respuesta de Enclave se hizo esperar otro par de segundos.
—Si ayudáis con la puesta en marcha de esta estación —dijo al fin—, os devolveré vuestra nave y seréis libres de marchaos en ella.
Ferdinard y Malhereux intercambiaron una mirada tensa.
—Un trato —exclamó Malhereux.
—¿Cómo podemos estar seguros de que cumplirás tu parte? —preguntó Ferdinard.
—La productividad de la estación es la tarea primordial no hay ninguna otra —exclamó la voz—. Enclave tiene que hacer lo que sea necesario para mantener y mejorar la productividad. Si para ello tiene que hacer concesiones, Enclave está capacitado y autorizado para hacerlo, sean las que sean.
—Como matar gente —escupió Ferdinard, furioso.
—La gente son seres humanos, por definición. Las falsificaciones no pueden ser consideradas «gente», según mis esquemas.
—Tus esquemas huelen a boñiga —añadió Ferdinard.
—Ni siquiera sabemos si has destruido ya nuestra nave —interrumpió Malhereux—. O si la has desmantelado para sustraer sus sistemas básicos. En esta condenada roca no debes de tener muchos repuestos a tu alcance, ¿eh? Apuesto a que en la nave has encontrado algunos componentes que te vienen o te vendrán bien en el futuro.
Enclave, otra vez, se tomó un tiempo antes de responder.
—Aunque lo que dices es esencialmente correcto, y una buena observación, de hecho, la nave aún permanece intacta y en el muelle de carga donde fue detectada la primera vez.
—¿Ah, sí? —preguntó Malhereux—. Entonces devuélveme el control. Deja que haga un chequeo a Sally desde aquí para ver si está todo en su sitio.
—¿Quién es Sally? —preguntó Enclave.
—Sally es el nombre de la nave, idiota —exclamó Ferdinard—. Me extraña que siendo tan… agotadoramente arrogante y tan infinitamente pagada de ti misma, no lo hayas deducido a estas alturas.
—Sally es a la nave lo que Enclave es a este sistema, de acuerdo —contestó Enclave.
—Eso es, comemierda, espero que hayas metido ese dato importantísimo en tu base de datos de porquería.
Malhereux, nervioso, cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro.
—Entonces… ¿me devolverás el control?
—El control ha sido restablecido ya —dijo Enclave.
Malhereux se apresuró a accionar los controles de su consola portátil, levantando ambos brazos.
—Sally, responde.
Una luz verde se encendió en la consola. Malhereux sintió un pequeño estremecimiento. Era su… niña, después de todo. No era su nave, era la nave, la única que había tenido como propiedad en toda su vida. Ver encenderse la luz verde le transportó a un estado emocional tan intenso como agradable.
—Sally —exclamó, ahora con suavidad—. Chequeo completo del sistema.
Un batiburrillo de datos empezó a desplegarse en la pantalla. Malhereux los hacía circular por la pantalla moviendo el dedo sobre su superficie.
—Por las estrellas, Fer. Tiene toda la condenada razón. Sally está de una pieza.
Ferdinard asintió.
—También queremos nuestros robots. Todos nuestros robots.
Enclave permaneció en silencio.
—¿Has oído? —preguntó Malhereux—. Queremos que nos devuelvas nuestras unidades. Todas ellas.
—Eso no puedo incluirlo en el trato —respondió Enclave después de lo que pareció una interminable espera—. Esas unidades son ahora esenciales para el funcionamiento de la estación.
Malhereux apretó los dientes mientras, a su lado, Ferdinard se revolvía, inquieto.
—¡No! —exclamó éste—. ¡Esos robots son nuestros!
Ferdinard le puso la mano en el hombro. Malhereux se volvió para mirarle y descubrió que su rostro reflejaba, otra vez, la antigua calma de la que solía hacer gala. Negó con la cabeza.
—Pero, Fer… ¡esos robots son caros!
—Enclave —dijo Ferdinard entonces—. Te dejamos los robots. Entiendo que son importantes para ti. Pero nos permitirás llevarnos una de las lanzaderas de carga, para compensar el coste.
Otra vez se produjeron unos instantes de silencio. Malhereux pensó divertido en cómo Enclave debía de estar procesando las cadenas lógicas en su memoria interna, añadiendo masa a las variables, comparándolas, activando algoritmos y rutinas, porciones de código cuidadosamente diseñados y escritos por algún ingeniero informático que no pudo imaginar, ni en el más loco de sus sueños, que el resultado pudiera ser un programa demente que hubiera ejecutado a toda una colonia minera en un apartado rincón de la galaxia.
Sacudió la cabeza.
—De acuerdo —dijo Enclave al fin—. Seguiréis mis instrucciones, instalaréis las células, y luego podréis marchaos en vuestra nave, sin los robots, remolcando una de las lanzaderas Cargomax 500.
—Bien —exclamó Ferdinard.
—Os envío una esquemática de las instalaciones con la ubicación de las células —dijo Enclave—. Cuando las tengáis, contactad conmigo. Os daré nuevas instrucciones.
Se quedaron esperando durante unos segundos, mirándose con gravedad, hasta que estuvo claro que Enclave no iba a decir nada más. Fue Malhereux quien rompió el silencio.
—¿De verdad te fías de esa cosa? —preguntó.
Ferdinard levantó un dedo en señal de silencio. Estaba mirando la consola en su brazo, como si esperara algo. Malhereux esperó sin comprender.
De pronto, un pitido agudo sonó brevemente en la consola, y Ferdinard sonrió. A continuación retiró los broches de seguridad del casco y se lo quitó abriendo la boca para inhalar aire.
Malhereux comprendió, y se quitó su casco. Había oxígeno de nuevo. Sin el casco puesto, el ruido de fondo de la maquinaria elemental de la instalación se hizo más audible. Estaba bombeando oxígeno de nuevo.
—Mucho mejor —decía Ferdinard, pasándose la mano por la cara.
—Ya te entiendo —dijo Malhereux—. Sin los cascos, no puede escucharnos.
—Eso es —respondió Ferdinard—. Y respecto a tu pregunta: no, no me fío de esa cosa. No porque piense que es cruel, o mala, en algún sentido, sino, precisamente, por su falta de crueldad. Es una máquina, un maldito programa. Hará lo que sea más lógico hacer, lo que sea necesario para cumplir sus objetivos, sin tener en cuenta ninguna consideración adicional, como el sentido del honor, el hecho de haber dado su palabra. Sobre todo, a lo que ella considera imitaciones, algo que tiene tan poco valor que puede simplemente «retirarlo» por el método más expeditivo posible.
—Estoy de acuerdo contigo. Y entonces, ¿qué has pensado?
—No he pensado gran cosa —admitió Ferdinard—, pero creo que hemos ganado un poco de tiempo. Me preocupaba que, a estas alturas, hubiera un número de robots buscándonos por todo el complejo. El lugar no es tan grande, Mal… tarde o temprano, nos toparíamos con alguno, sobre todo si intentamos acercarnos a la nave.
—Sí —coincidió Malhereux—. Eso es verdad. Entonces…
Las consolas en los brazos zumbaron brevemente. Ambos miraron sus dispositivos.
—¡La esquemática! —exclamó Malhereux.
—Perfecto —dijo Ferdinard—. Esa idiota nos ha puesto la maldita instalación en bandeja. ¡Veamos qué hay por aquí!