VII

El lugar en el que estaban ahora no les sonaba en absoluto, pero al menos estaban bastante seguros de que habían conseguido despistar a su perseguidor. Se apoyaron contra la pared, jadeantes y sudorosos.

—¡Nos hemos equivocado en algún momento! —exclamó Ferdinard.

—Bueno… —consiguió decir su socio, intentando respirar entre jadeos—, pero hemos despistado a esa máquina.

—¿Y eso es bueno? —chilló Ferdinard—. ¡El ordenador lo mandará directamente hacia Sally! ¡Nos estará esperando, si no se carga la nave con esa mierda de sistemas hidráulicos que tiene!

Malhereux pestañeó.

—No, no la destruirá…

—Me importa una mierda —ladró Ferdinard—. Si no la destruye, la pondrá en marcha y la mandará al otro extremo de la galaxia. ¿Para qué quiere esa cosa nuestra nave?

Malhereux consideró las opciones y decidió que, probablemente, su socio tenía razón.

Masculló algo en su idioma natal y agachó la cabeza, luchando aún por respirar con normalidad.

—¿Y el oxígeno? —preguntó Ferdinard.

—Un… Lo mismo, un veinte por ciento.

—Bien —exclamó Ferdinard poniendo los ojos en blanco—. Parece que aguanta. Al menos esa parte no nos preocupará por un tiempo. Podemos pensar en algo.

En ese momento, el pasillo pareció estremecerse con una sacudida. Se miraron brevemente, las caras débilmente iluminadas por las luces interiores de los cascos, tan expectantes como temerosos. Después de la sacudida, algo en alguna parte emitió un sonido arrastrado, dejando una cadencia residual que sonaba a maquinaria en funcionamiento, distante y pesada.

—¿Qué pasa? —preguntó Malhereux.

—Es… Es Enclave —dijo—. Debe de estar poniéndolo todo en marcha, como dijo.

Malhereux se quedó escuchando todavía unos instantes.

—Eso es malo… —exclamó.

—No lo sé, debe…

No pudo terminar; en ese momento, los auriculares crepitaron con un crujido de estática que les hizo encogerse. La voz de Enclave sonó entonces en el interior de sus cascos.

—Ahora deberíais poder oírme —dijo, cantarina.

—Pero qué… —soltó Ferdinard, asombrado.

—¡Galaxias! —exclamó Malhereux.

—¡Mal está en nuestro sistema!

—¡Eso ya lo veo!

—Deduzco por vuestros comentarios —replicó la voz femenina— que, efectivamente, podéis escucharme. Yo se alegra. No ha sido fácil.

—¡Córtala, Mal! —exclamó Ferdinard.

—¡No creo que…!

Malhereux levantó el brazo para accionar los controles.

—Me gustaría observar —exclamó Enclave, zalamera— que, efectivamente, podéis reubicar la frecuencia en la que emitís. Tardaréis unos cuatro segundos, contando con que deis los pasos correctos en un tiempo razonable, sin equivocaciones. Pero yo puedo volver a rastrear esa frecuencia incluso en menos tiempo.

—Pero qué…

—Dicho de otro modo: desistid. Y escuchad.

—Sagrada Tierra —soltó Ferdinard, furioso—, ¡córtala, Mal, corta a ese montón de circuitos súper-vitaminados!

—No… —exclamó Malhereux, bajando los brazos—. Tiene… Tiene razón.

—Estupendo —dijo la voz—. Ahora que tenéis mi atención, os quiero pedir algo. Necesito vuestra ayuda.

Ferdinard levantó ambas manos, completamente perplejo.

—¡Que me aspen y me frían en aceite hirviendo! —soltó—. ¡Esto es lo último que me quedaba por oír!