III

La puerta lateral de Sally se desplegó con un chasquido hidráulico, revelando el puente hacia la escotilla. Los chatarreros, vestidos con sus trajes preparados para el espacio profundo, se acercaron a la puerta. Malhereux extrajo una suerte de conector grueso del lado de la puerta, una boca redonda con dientes metálicos unida a un cable.

Resultaba del todo imposible abrir la escotilla sin energía, pero todos los sistemas de conexión con el exterior tenían un pequeño compartimento para tomar energía; una pequeña prevención para esos casos en los que una instalación tenía un problema con el suministro energético. Malhereux conectó el cable cuidadosamente hasta que produjo un sonoro click.

Esperaron.

—¿Nada? —preguntó Ferdinard, sujetando las cintas del macuto que llevaba a la espalda.

—Es raro.

Ferdinard miró hacia atrás. Allí, más allá del umbral, las luces de las consolas dispuestas por las paredes permanecían encendidas.

—Espero que no nos chupe toda la energía, como aquella vez.

—Nah… —exclamó Malhereux—. Instalamos aquellos inhibidores de seguridad, ¿te acuerdas? Sally no dejará que le chupen la sangre.

—Bueno, no sabemos si funcionarán.

—Funciona —se apresuró a decir Malhereux—. Es solo que parece que le esté…

En ese momento, la puerta de acceso se deslizó horizontalmente, sin producir apenas sonido, y la oscuridad, al otro lado, se retiró a duras penas mostrando volúmenes difusos que se distribuían por la sala. Casi en el acto, la entrada hacia Sally se cerró con un traqueteo mucho menos elegante.

—Genial —dijo Ferdinard—. Nada de aire, ni gravedad.

—Bueno, ya lo sabíamos —exclamó Malhereux—. No hay ni una pizca de energía en todo el maldito campo de asteroides. Pero no pasa nada, los trajes nos mantendrán pegados al suelo.

—Gracias por los pequeños favores —dijo Ferdinard, y luego añadió—. Luz del traje.

Dos pequeños haces de luz se desplegaron rápidamente, brotando de unos diminutos diodos ubicados en el hombro. Parpadearon brevemente y ganaron intensidad con rapidez.

—Luz del traje —repitió Malhereux—. Veamos qué nos encontramos.

Pasaron al otro lado y dejaron que la luz barriera la estancia. Era un muelle de atraque convencional: había trajes encerrados en pequeñas cabinas, asegurados en las paredes, contenedores dispuestos en columnas, una estructura central con un asiento circular que la rodeaba y un pequeño mostrador de recepción.

Y había cosas flotando por toda la sala. Sin gravedad, la sala estaba llena de pequeños trozos de cable, herramientas, pequeños utensilios, un par de desvencijadas botas a las que les hacía falta una jubilación y otras cosas menos evidentes. Resultaba una visión inquietante, el escenario típico de una instalación que hubiera sido atacada por piratas espaciales. Ferdinard y Malhereux habían visto unas cuantas en su vida, y no era agradable.

Ferdinard consultó la consola que se desplegaba en su antebrazo.

—Empecemos —dijo—. A ver qué dice Sally.

Mientras tanto, Malhereux miraba alrededor, haciendo cálculos mentales con cada pequeña cosa que veía. Todo tenía un valor; todo era susceptible de ser llevado a la nave y vendido en el mercado negro, empezando por los trajes espaciales y terminando por los contenedores, que a buen seguro contenían equipo técnico para realizar pequeñas operaciones de mantenimiento en el exterior. Allí tenían trabajo para muchos, muchísimos ciclos, si les dejaban; podía ser su pequeña mina dentro de una mina, suficiente para cubrir la cuota por un larguísimo periodo de tiempo. Pero sabía que era arriesgado; cada hora que pasaban allí dentro incrementaba las posibilidades de que fueran sorprendidos. Sally tenía los mejores sistemas de sondeo que existían en el mercado y los mantenían todo lo actualizados que podían permitirse porque resultaban absolutamente esenciales para su trabajo, pero la tecnología mejoraba con cada ciclo y siempre resultaba posible que existieran alarmas silenciosas que alertaran a la compañía minera de la presencia de intrusos. Los trajes estaban bien, desde luego, pero tendrían que empezar por las cosas más valiosas: Ordenadores, consolas, servidores, robots… ahí era donde estaba el negocio. Limpiarían el lugar de dentro a afuera, empezando por los sistemas y acabando por los robots, cabezas de extracción y las naves de carga. Créditos. La cabeza de Malhereux daba vueltas.

—Ya está —dijo Ferdinard—. No hay agentes químicos ni bacteriológicos. ¡Perfecto!

Malhereux se encogió de hombros.

—Me hubiera sorprendido —dijo, pensando en la ausencia de aire.

—Yo me quedo más tranquilo, de todas maneras.

—Bien, ¿por dónde empezamos? —preguntó Mal.

Los haces del traje de Ferdinard iluminaron las puertas que salían de aquella sala, pero ninguna tenía símbolos ni indicaciones de ningún tipo, lo que resultaba algo raro. Había una normativa básica universal que se debía atender, y las puertas debían estar debidamente marcadas para su identificación. Le extrañaba que aquella instalación hubiese pasado la Certificación.

—Al Centro de Mando, si podemos encontrarlo —respondió entonces—. Si podemos instalar unas cuantas células de energía puede que podamos tener luz aquí dentro.

—Y gravedad —exclamó Malhereux—. Me jode la sensación que tienes cuando no hay gravedad, a pesar de los trajes. Es como si tuvieras el estómago metido en el culo.

Ferdinard soltó una carcajada.