Sally, que se llamaba así por el número de identificación que aparecía con caracteres de casi dos metros en su fuselaje, el 5411Y, comenzó a acercarse lentamente a la plataforma de anclaje de uno de los asteroides de mayor tamaño. Era allí donde estaba construido el centro de explotación, el grueso de las estructuras humanas. No obstante, sin ningún contacto con la base minera y sin las coordenadas necesarias, la operación de atraque resultaba harto complicada. La mayoría de los pilotos que circulaban esos días por el espacio profundo ya no se atrevían a realizar ese tipo de maniobra sin la asistencia del ordenador, pero Malhereux era diferente: a él le gustaba volar y manejar a Sally en modo manual y lo hacía a menudo, utilizando los grandes mandos del panel principal para gobernarla. Tenía un encanto especial; despertaba en él la sensación de que controlaba su propio destino, como si él fuera la nave y no una carga más en su interior: El Gobernante Maestro, como en los viejos tiempos. Era, por supuesto, una operación delicada; el fuselaje de Sally distaba mucho de contar con blindajes especiales y un arañazo contra la roca podría resultar en costosísimas reparaciones por no mencionar el hecho de tener que quedarse en tierra durante varios ciclos.
Pero Sally viró suavemente y empezó a girar para acercarse a la escotilla con una precisión tan espectacular que nadie que observase la escena desde el exterior hubiera dicho que no estaba siendo dirigida por una máquina.
Ferdinard miraba la pantalla con los ojos entrecerrados. Malhereux era un gran piloto, pero esos momentos siempre le hacían estar nervioso.
—Tres grados más, Mal…
—No, va bien —respondió Malhereux, concentrado. Tiraba de las palancas con extrema suavidad, aplicando pequeños ajustes correctores en la velocidad y el ángulo de la nave.
—¿Seguro? Yo veo tres grados…
—Seguro. Déjame a mí.
Ferdinard se mordió el labio inferior. Su compañero podía ser impulsivo y hasta algo alocado, pero en cuestiones de gobierno de naves, él se había equivocado otras veces. Le dejó hacer.
Fueron unos segundos tensos hasta que Sally se detuvo con un chasquido metálico. En un par de segundos, las cabezas de puente se desplegaron y se apresuraron a conectarse con la escotilla de atraque del complejo. Cuando el panel principal se iluminó con una señal verde, supieron que estaba hecho.
—Y… voilá —exclamó.
Ferdinard suspiró.
—Perfecto —dijo—. Si fueras tan gracioso como buen piloto… amigo, esto sería un circo.
Malhereux soltó una carcajada.
—Vamos a vestirnos —dijo al cabo, sacudiendo la cabeza.