AUNQUE hoy día Sprogø es solo uno de los puntos de apoyo del puente colgante Gran Belt, el pequeño islote, con su pintoresco faro, tiene un pasado sombrío que la mayoría de daneses desconocen.
Entre 1923 y 1961, como Rose cuenta a sus compañeros del Departamento Q en su investigación sobre el caso del Expediente 64, la isla, como parte de un complejo mayor de instituciones repartidas por varios puntos del archipiélago danés, albergó un sanatorio para mujeres; un eufemismo para lo que en realidad era una cárcel a la que se enviaba a mujeres que padecían enfermedades mentales, prostitutas, madres solteras o jóvenes demasiado «ligeras de cascos» para la moralidad de la época, en un movimiento eugenésico iniciado a principios del siglo XX para evitar que «genes indeseados» se propagaran en la sociedad. Muchas de estas mujeres fueron encerradas en la isla durante años y sometidas a torturas disfrazadas de terapia y maltratos por parte del personal. En muchos casos, la única forma de poder salir era someterse a una esterilización forzada. Durante los largos años en los que la cárcel permaneció abierta, Sprogø se convirtió casi en un elemento de fábula. Había madres, incluso, que amenazaban a sus hijas con llevarlas a la isla si se portaban mal.
Además, los métodos usados en Sprogø y en varias otras instituciones parecidas, no solo fueron aplaudidos en Dinamarca, sino que convirtieron al país escandinavo en un ejemplo de salud pública para el resto de Europa. Tras su cierre a principios de los sesenta, se dejó que el horror de lo sucedido cayera en el olvido. Las víctimas, es decir, las mujeres prisioneras, sus hijos y sus familias, nunca fueron reconocidas ni compensadas de ninguna forma.
Jussi Adler-Olsen recuerda haber oído hablar de la isla, que aún estaba en funcionamiento cuando él era un niño, y, conmovido por la tremenda injusticia cometida, ha querido incluir esta sombría historia en su novela para sacar a la luz los errores del pasado.