Movimiento en el aeropuerto: federales, hombres del sheriff, espías de las bandas. Pasé entre todos ellos; ni el menor parpadeo. Llegué al mostrador.
Servicio amistoso, un vistazo al pasaporte. Pasé el control con las bolsas del dinero: «Que tenga feliz vuelo, señor Smith.»
Fuera. Tal cual.
La voluntad de recordar.
Sueños febriles; esa época, ardiente.
Ahora, ya viejo: un gringo exiliado, rico gracias a inversiones inmobiliarias. Mi confesión, completa, pero aún no es suficiente.
Posdatas:
Will Shipstad, detective privado desde el año 59.
Reuben Ruiz, campeón de los gallos, 61-62.
Chick Vecchio, muerto a tiros en un atraco a una licorería.
Touch V., representante de travestidos en Las Vegas.
Fred Turrentine, muerto: cirrosis. Lester Lake, muerto: cáncer.
El lugar, perdido; la época, ardiente. Yo, de alguna manera, cercano a ellos.
Madge Kafesjian, sola; la casa, los fantasmas…
Welles Noonan, convicto de influir ilícitamente en el jurado, en 1974. Sentenciado a cumplir de tres a cinco años en una penitenciaría federal. Suicidio mediante sobredosis de Seconal mientras era conducido a Leavenworth.
Meg, anciana y viuda. Mi fuente de ingresos desde entonces hasta hoy. Los dos, ricos: nuestros edificios de pisos en los barrios bajos, cambiados por urbanizaciones de viviendas adosadas.
Girando, cayendo… Temiendo olvidar:
Mickey Cohen, perpetuo avaro, dos condenas a cárcel. Muerto de un ataque al corazón en el 76.
Jack Woods, Pete B.: viejos, llenos de achaques.
Dick Carlisle:
Retirado del LAPD; nunca acusado de cómplice de Dudley Smith. Dick, «el rey de las pieles»: el botín del asunto Hurwitz financió su expansión comercial. Magnate de la limpieza en seco, después de comprar la cadena E-Z Kleen a Madge K.
Dudley Smith, todavía medio lúcido, todavía fascinador: tonadas en gaélico a las enfermeras que le atienden.
Edmund Exley:
Jefe de Detectives, jefe de Policía. Congresista, vicegobernador, actual candidato a gobernador.
Reconocido admirador de Dudley Smith; una admiración astuta, políticamente ventajosa.
Dudley, libertino con el parche en el ojo. En sus momentos de lucidez, un gran sabio: comentarios mordaces sobre «contención», siempre dispuesto para reportajes restrospectivos. Un recordatorio: entonces, los hombres eran hombres.
Glenda:
Estrella de cine y de televisión. Sesentona: la matriarca de una serie de larga duración.
Glenda:
Treinta y tantos años famosa. Siempre conmigo: aquellas fotos, cerca de mí en todo instante. Siempre joven en mi recuerdo; rehuyendo todas sus películas, todas sus fotos en la prensa.
En mis sueños: girando, cayendo.
Como Exley, Dudley y Carlisle.
Exiliados de mí, con cosas que decirme: horrores prosaicos que definen su larga supervivencia. Palabras para poner al día esta confesión liberadora.
Sueños: girando, cayendo…
Me dispongo a volver. Voy a obligar a Exley a confesar, con la misma sinceridad que lo he hecho yo, cada uno de los tratos monstruosos que ha efectuado a lo largo de su carrera. Voy a matar a Carlisle y voy a hacer que Dudley cuente con detalle cada momento de su vida, para eclipsar mi culpa con el peso tremendo de su maldad. Voy a matarle en nombre de nuestras víctimas. Voy a buscar a Glenda y a decirle:
Dime algo.
Dímelo todo.
Olvida el tiempo que hemos estado separados.
Ámame con ardor en el peligro.
Fin