Reuben Ruiz: convencerle con palabras o por la fuerza. Lo que fuera preciso. Investigaciones me facilitó su dirección: South Loma, 229. Bastante cerca. Llegué enseguida; su hermano Ramón, en el porche.
—Reuben está en Chavez, haciendo de puto para la ciudad de Los Angeles.
Otra vez al coche: Chavez Ravine.
Muy concurrido, ahora; desahucios inminentes. «Aparcamiento Policía»: un solar de tierra. Coches policiales apretujados morro contra cola: de la oficina del sheriff, del LAPD, de los federales. Frente a la calle principal, unas colinas; chiquillos mexicanos arrojando piedras desde ellas. Coches patrulla abollados y llenos de arañazos.
Un camino de acceso, estrecho y polvoriento. Lo recorrí hasta llegar a la cumbre. Desde allí, observé el panorama:
Provocadores cargando contra la línea de contención de los uniformados. La calle principal, acordonada. Chabolas flanqueando calles/laderas/barrancos; todo lleno de notificaciones de desahucio. Equipos de cámaras filmando puerta a puerta: federales y un sombrero de ala ancha agitado en alto.
Y un montón de chabolistas apretujados en torno al sombrero. Bajé la ladera hacia allí; unos patrulleros me franquearon el paso en el control policial. Contemplé el panorama: Shipstad, Milner, Ruiz vestido de torero.
Reuben:
Repartiendo dinero, envuelto por los pachucos.
—¡Dinero!
—¡El jefe Ruiz!
Algarabía de gritos en mexicano. Incomprensibles.
Milner, con cara de asombro: ¿qué es esto?
Me abrí paso a empujones, agitando la mano. Shipstad me vio. Tembloroso y sofocado. Henstell, probablemente, se había ido de la lengua.
Me hizo señas de que me acercara. Chocamos: las manos a la americana, instintivamente.
—¡Gracias al jefe Reuben! —Ruiz arrojando billetes.
Un solar de tierra a un lado de la calle. Shipstad señaló el lugar. Le seguí. La sombra de un árbol, un rótulo: «Notificación de Desalojo.»
—Justifique esa quema de papeles antes de que Noonan revoque su inmunidad y le haga detener.
Un imán para el ojo: Reuben distribuyendo billetes verdes.
—Míreme, Klein.
A él, jerigonza legal:
—Eran evidencias incriminatorias ajenas al caso. No tenían nada en absoluto que ver con la familia Kafesjian ni estaban relacionadas con aspecto alguno de sus investigaciones o de mi testimonio ante el gran jurado. Noonan ya tiene suficiente contra mí y no he querido proporcionarle más informaciones por las que podría perseguirme.
—De abogado a abogado, ¿cómo puede llevar esta vida?
Me mordí la lengua.
—Mire, Klein, estamos intentando ayudarle a salir de esto con vida. Estoy desarrollando un plan para trasladarle después de que testifique y, con franqueza, Noonan opina que no debería esforzarme tanto en mis preparativos.
—¿Y eso significa…?
—Eso significa que Noonan me desagrada ligeramente más de lo que me desagrada usted. Y significa que está a punto de detenerle y designarle testigo hostil, y luego soltarle para que Sam Giancana o quien sea le haga matar.
En tecnicolor: Meg encarcelada/maltratada/cosida a tiros.
—¿Trasladarán a mi hermana?
—Imposible. Esta última travesura le ha costado la credibilidad ante Noonan, el trasladar a su hermana no entraba en el compromiso y no existe ningún precedente de que los hampones hagan daño a los parientes de los testigos fugitivos.
COGE DINERO.
Ruiz, arrojándolo a la gente.
—Nosotros somos su única esperanza. Arreglaré las cosas con Noonan, pero preséntese en el Edificio Federal pasado mañana, a las ocho en punto de la mañana, o daremos con usted, detendremos a su hermana e iniciaremos los trámites para una acusación de fraude a Hacienda.
Griterío de la multitud, polvo. Reuben, mirándonos.
Agité las llaves en alto. El sol se reflejó en el metal. Reuben asintió. Shipstad:
—Klein…
—Estaré.
—A las ocho en punto.
—Ya le he oído.
—Es su única…
—¿Qué está haciendo Ruiz?
El federal volvió la cabeza:
—Expiar sus culpas o algo parecido. ¿Puedes culparle? ¿Todo esto por un estadio de béisbol?
Reuben se acercó. Shipstad:
—¿Ha venido a verle? ¿Y qué son esas llaves?
—Déjeme un momento a solas con él.
—¿Es personal?
—Sí, es personal.
Shipstad se alejó; Ruiz se cruzó con él y guiñó un ojo.
Reuben, con el disfraz de torero y una sonrisa:
—Eh, teniente.
Agité las llaves ante él:
—Empieza a hablar.
—No. Antes de hacerlo, asegúreme que esto sólo es una charla informal entre dos testigos colegas; y asegúreme también que no tiene interés por endosarle a un pobre peso gallo mexicano una denuncia por robo.
Calle abajo, ruido de excavadoras. Una chabola derribada.
—Las llaves, Reuben. Viste las originales, aprendiste los números de memoria e intentaste que el cerrajero te hiciera un duplicado. Y había marcas de ganzúas y de palancas en las taquillas de la consigna.
—No le he oído decir nada parecido a «Esto es sólo una charla entre dos tipos que quieren ahorrarse problemas mutuamente».
Chirridos de la pala excavadora/crujidos de la madera/polvo. El ruido me hizo fruncir el entrecejo.
—No estoy en condiciones de ir deteniendo gente.
—Ya me lo imaginaba, después de lo que he oído decir a los federales.
—Canta, Reuben. Me da la ligera sensación de que tienes ganas de hacerlo.
—De hacer penitencia, tal vez. De cantar, no lo sé.
—¿Cogiste alguna piel de ese almacén, Reuben?
—Tantas como yo y mis probos compinches de robo nos pudimos llevar. Y ya no queda ninguna. Lo digo por si quería usted un visón para su hermana, la casera.
Flores creciendo entre malas hierbas; el aire, saturado de contaminación.
—De modo que robas unas cuantas pieles, las vendes y repartes el dinero entre tus pobres hermanos explotados, ¿no es eso?
—No. Primero le regalo unas pieles de zorro plateado a la señora Mendoza, que vive en la puerta de al lado, porque desvirgué a su hija y no me casé con ella. Entonces vendo las pieles, y luego me emborracho y empiezo a repartir el dinero.
—¿Y ya está?
—Sí. Y esos estúpidos se lo gastarán probablemente en entradas para ver a los Dodgers.
—Reuben…
—¡Está bien, joder! Yo, Johnny Duhamel y mis hermanos hicimos el trabajo del almacén de pieles de Hurwitz. Usted quizás estaba investigando en esa dirección cuando nos vimos en mi vestuario, de modo que ahora será mejor que me cuente lo que ha descubierto del caso antes de que vuelva a estar sobrio y me harte de esta penitencia.
—Pongamos que Ed Exley manipula a Johnny.
El aire, cargado de humos. Reuben tosió.
—Ha escogido un tema muy oportuno.
—Imaginé que, si Johnny hablaba con alguien, sería contigo.
—Imaginó muy bien.
—¿Te explicó algo al respecto?
—La mayor parte, creo. Escuche, Klein, ¿esto es…, ya sabe, confidencial?
Asentí. Ahora, con calma: aflojarle la cuerda.
Tic tic tic tic.
Tirar de la cuerda:
—Reuben…
—Sí, de acuerdo, teniente. Creo que fue en primavera, por abril o algo así. Exley leyó en el periódico esa historia sobre Johnny. Ya sabe, uno de esos artículos que llaman «de interés humano». Eso del chico estudiante, sus diversos empleos, «el muchacho fue una promesa en los Guantes de Oro, pero ahora tiene que pasar a profesional aunque no le guste, porque sus padres murieron y le dejaron en la ruina y tiene que pagarse la universidad». ¿Me sigue hasta aquí?
—Continúa.
—Bien. De modo que Exley abordó a Johnny, le hizo propuestas y le, digamos, manipuló. Le dio dinero, pagó el crédito para sus estudios y saldó las deudas que habían dejado sus padres. Exley es una especie de niño bien policía con una gran herencia, de modo que le dio a Johnny un montón de pasta y también pagó a los periodistas de los otros periódicos para que escribieran, ya sabe, esas otras historias parecidas sobre el muchacho, destacando en especial el aspecto de que había tenido que pasarse a profesional por «necesidad financiera».
—Y Exley obligó a Johnny a perder el único combate profesional que disputó.
—Exacto.
—Y los artículos de los periódicos y el combate amañado estaban destinados a mostrar a Johnny como una especie de chico sin suerte, de modo que la historia resultara convincente cuando Duhamel presentase la solicitud de ingreso en el LAPD.
—Exacto.
—¿Y Exley hizo entrar a Johnny en la Academia?
—Exacto.
—¿Y todo esto tenía por objeto buscarle una fachada legal para encargarle trabajos clandestinos?
—Exacto, para acercarse a alguien o a algo que Exley tenía entre ceja y ceja, pero no me pregunte quién o qué, porque no tengo idea.
ELLOS/Dan Wilhite/Narcóticos: mezclarlos, encajarlos…
—Continúa.
Gestos de asentimiento, fintas; Reuben chorreando sudor.
—Mientras Johnny estaba en la Academia, Exley le buscó un trabajito externo: fue ese caso en el que, digamos, se infiltró entre esos muchachos del cuerpo de Marines que andaban robando y dando palizas a esos maricas cargados de dinero. Ese bicho raro de Stemmons, ese ex compañero suyo, teniente, era profesor de Johnny en la Academia y leyó el informe que escribió el muchacho sobre el asunto.
—¿Y?
—Y Stemmons… En fin, Stemmons sentía a la vez atracción y repulsión por los homosexuales. Y Johnny le hacía tilín, lo cual ponía rabioso al muchacho, porque Johnny es un tipo muy macho. Así pues, Johnny cogió a la banda de ladrones de maricas y la policía militar de Marines consiguió pruebas contra los tipos. Johnny se graduó en la Academia y fue destinado inmediatamente a la brigada de Detectives, porque el caso de los maricas le hacía parecer muy adecuado y porque ser un campeón de los Guantes de Oro le proporcionaba un prestigio muy conveniente. En cualquier caso, ese irlandés…, ya sabe, Dudley Smith, le tomó simpatía y le destinó a la unidad Antibandas, porque un ex boxeador le venía de perlas para el trabajo violento al que se dedican.
Las cosas iban encajando; ninguna sorpresa, de momento.
—¿Y?
—Y, de algún modo, Stemmons descubrió que Exley estaba, como usted dice, manipulando a Johnny. Y le montó ese numerito de marica celoso. Y eso disgustó a Johnny, pero Johnny no le sacudió a ese puto maricón como se merecía, porque Stemmons era su antiguo profesor de obtención y recogida de pruebas y porque podía destapar todo el jodido chanchullo que Johnny tenía montado con Exley.
Amagando golpes, salpicando sudor; pequeños movimientos sincronizados con sus palabras.
—¿Y?
—¡Y! Ustedes, la policía, siempre ponen ese «¿Y?» para hacer que la gente siga hablando.
—Entonces, probemos con «¿Qué más?»
—¿Qué más? Bien, calculo que fue por esos días cuando Johnny se enredó en el asunto de las pieles. Dijo que tenía ayuda desde dentro y nos contrató a mí y a mis hermanos para hacer el trabajo de carga, solamente. Johnny estaba metido al mismo tiempo en otros asuntos presuntamente turbios y di por sentado que era algún trabajo de matón para Antibandas, pero Johnny me dijo que era algo mucho peor, tan malo que incluso temía contárselo a su buen amigo, Exley. Ese jodido Stemmons no hacía más que soltarle a Johnny todo ese rollo sobre su mente de genio del crimen y, no sé, de algún modo, descubrió lo del golpe de las pieles.
Ruiz, comemierda sonriente; unas fintas, unos soplidos.
—¿Cuándo te contó Johnny todo eso?
—Después del golpe de las pieles. Cuando nos pusimos los guantes y me dijo que le diera esa paliza como penitencia.
—Y más o menos para entonces, Stemmons intentó hincar el diente a la parte del botín de Johnny.
—Exacto.
—Vamos, Reuben… Exacto, ¿y?
—Y Johnny me dijo que el trabajo de las pieles era un montaje de Exley desde el principio. Era parte de lo que podría llamarse «sus trabajos encubiertos» y Exley estaba de acuerdo con ese Sol Hurwitz. Hurwitz era una especie de jugador arruinado y ese jodido ricacho de Exley le compró todas las pieles y le dijo a Johnny cómo simular el robo.
AUDAZ.
Faltaban piezas por encajar.
El robo, Exley. La investigación, Dudley Smith. ¿Por qué Exley había destinado a alguien tan bueno?
Cronología de los eslabones pendientes (meras suposiciones):
Johnny ofrece pieles calientes a Mickey Cohen.
Dud encuentra la pista Cohen y deja a Mickey cagado de miedo.
Exley intercede.
Exley manipula a Mickey. ¿Con qué intención?
Mickey, actuando en dos frentes: magnate del cine/chapucero de barrios bajos. ¡Seguía sin retirar de la circulación sus tragaperras del Southside!
Chick Vecchio: vinculado a Mickey.
Chick, delator: entrada en escena de los Kafesjian.
Mickey y Chick, conectados con:
ELLOS/Narcóticos/Dan Wilhite.
Conexiones:
Desaparecidas/ocultas/disimuladas/tergiversadas LOOOCAS.
Reuben; nuevas fintas, sonriente:
—Bien, supongo que todo esto quedará entre nosotros dos. Entre dos testigos colegas.
—Supones bien.
—¿Y Johnny? ¿Muerto?
—Sí.
—Es una pena que no estuviese casado. Mea jodida culpa, porque podría haberle regalado un bonito abrigo de visón a su viuda.
Nuevos crujidos. Otra chabola derruida.