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—Bien, la autorización judicial parece en orden, pero ¿qué es ese sello al pie?

—Es una estampilla de Correos. El fiscal de aquí envió los papeles a un juez del Este.

—¿Por alguna razón en especial?

Para esquivar a los juristas amigos de Exley. Abre la caja fuerte, tipejo entrometido.

—No; sencillamente, el señor Noonan sabía que el juez federal de este distrito estaba demasiado ocupado para atender peticiones de registro.

—Entiendo. Bien, supongo…

Le corté al instante:

—El documento es válido, así que vamos de una vez.

—No es preciso ser tan brusco. Por aquí, caballeros.

Ventanillas de caja, cabina del vigilante, entrada a la caja fuerte. La puerta, abierta: una Pinkerton en formación de revista. Henstell:

—Antes de entrar, quiero que repasemos las instrucciones del señor Noonan.

—Le escucho.

—Uno, puede quedarse todo el dinero que encontremos. Dos, solamente puede inspeccionar los papeles personales que encuentre, y hacerlo en una dependencia del banco. Una vez los haya estudiado, me los entregará para marcarlos y tomar nota de ellos como pruebas federales. Tres, me entregará inmediatamente cualquier artículo de contrabando que pueda encontrar, como narcóticos o armas de fuego, para identificarlo como prueba.

«Armas de fuego»: escalofrío helado.

—De acuerdo.

—Muy bien, entonces. Señor Welborn, usted primero.

A paso ligero, detrás de Welborn. Pasillos de metal gris; cajas de depósito de seguridad apiladas de suelo a techo. Giro a la izquierda, giro a la izquierda, alto.

Welborn, con las llaves oscilando en sus dedos:

—5290 y 5291. Detrás de esa esquina encontrarán una salita para examinar el contenido.

—Ahora, nos dejará usted a solas al agente Henstell y a mí.

—Como desee.

Dos cajas, altas hasta las rodillas; cuatro cerraduras. Hormigueo al introducir mis llaves.

Welborn: las llaves maestras. Chasquidos simultáneos.

En las mangas de mi chaqueta, sendos pañuelos.

Welborn, remolón:

—Buenos días, agentes.

Ahora, deprisa… Henstell mirándose las uñas, aburrido…

Abrí unos centímetros las tapas: ambas cajas, rebosantes de papeles apilados. Y JUSTO AHÍ, encima de los papeles:

Un revólver. Prueba material robada. Huellas dactilares visibles en la empuñadura y en el tambor de la munición. Envuelto en un plástico protector.

Henstell hurgándose la nariz.

Deprisa:

Quitar el plástico, enterrarlo entre la pila de papeles.

Henstell:

—¿Qué tenemos ahí?

—De momento, carpetas y papeles.

—Noonan lo quiere todo, y no me importaría estar fuera de aquí a la hora del almuerzo.

Bajé las manos; los pañuelos cayeron de las mangas. Tapé el ángulo de visión del federal, limpié el arma…

Tres veces, para asegurarme. Glenda…

Le entregué el revólver.

—Henstell, échele un vistazo a esto.

El federal hizo girar el arma en el dedo y jugó a desenfundar rápido. Un mal espectáculo, nada original.

—Cachas de nácar… Ese Stemmons debía de ser un nostálgico de los vaqueros. Y, fíjese, sin números en el cañón.

Saqué las cajas de sus nichos.

—¿Quiere inspeccionarlas para ver si hay droga?

—No, pero Noonan lo quiere todo cuando usted termine de examinarlo. También me dijo que le cacheara antes de salir del banco, pero no es mi estilo hacer tal cosa.

—Gracias.

—Le va a encantar la custodia federal. Noonan encarga buenos filetes para el almuerzo todos los días.

Jadeos fingidos:

—¿Quiere echarme una mano con esto?

—Vamos, teniente, no pueden pesar tanto.

Buena pantomima. Transporté las cajas a un cubículo situado en un rincón y abrí la puerta. Una mesa, una silla; la puerta, sin cerrojo por dentro. Coloqué el respaldo de la silla bajo el pomo.

Volqué las cajas e inspeccioné el contenido:

Carpetas, fotos, papeles sueltos: lo apilé todo sobre la mesa.

Cuatro llaves en una bolsita con una inscripción: «Cerrajería Brownell, Wabash Ave. 4024, Los Angeles Este.»

Recortes de prensa sueltos. Los desdoblé por los pliegues.

Adelante: una ojeada al conjunto del material.

Declaraciones mecanografiadas: Asesinato número uno (Glenda Bledsoe/Dwight Gilette). Mi intervención para eliminar pruebas, explicada en detalle por Junior de su puño y letra.

La declaración de George Ainge: original mecanografiado y cinco copias.

Ampliaciones fotográficas: huellas dactilares sacadas de la ficha juvenil de Glenda e impresiones digitales halladas en el arma. Un informe del análisis de las huellas: Fotos con los puntos de comparación señalados.

Informe sobre la situación del testigo:

«El señor Ainge vive actualmente en un lugar indeterminado de la zona de San Francisco, bajo nombre supuesto. Tengo acceso a él por teléfono y le he facilitado dinero para que pueda ocultarse y escapar a las posibles represalias del teniente David D. Klein. Permanezco en contacto con él por si fuera llamado como testigo en el proceso del Condado de Los Angeles contra Glenda Louise Bledsoe.»

Mi detector de mentiras interno lanzó la alarma: Hubiera apostado cualquier cosa a que Ainge se había esfumado por su cuenta, sin la ayuda de nadie.

Páginas escritas a mano. Garabatos, jeroglíficos apenas legibles, caligrafía descuidada:

(Ilegible)/«He encontrado una pista en los papeles»/(ilegible)/«Ha gastado una fortuna hasta el momento»/(ilegible)/borrones de tinta. «De modo que ha gastado una fortuna en manipular al agente John Duhamel»/borrones. «Pero, por supuesto, él es un policía chico rico cuyo padre murió (abril de 1958) dejándole millones.»

Garabatos/dibujos de penes: Junior, homosexual drogado hasta las orejas. El «chico rico» —fácil deducción— era Exley; que protegiera a Johnny D. no era una gran sorpresa. Más garabatos/dibujos de penes/galimatías indescifrable. «Manipular a ese tipo cuya historia nadie creería.» Manchas de café/borrones/dibujos de pollas/«Ver el expediente marcado como Prueba Uno.»

Rebusco entre la pila de papeles. Ahí está. Una carpeta:

Recortes de periódico de mediados de abril de 1958. Una historia lacrimógena de interés humano.

Johnny Duhamel se pasa a profesional; sus padres «ricos» murieron sin un centavo y la universidad del Estado de California le reclama el pago de la matrícula. Johnny asiste a clases y trabaja en tres sitios, sin planes para dedicarse al boxeo profesional. Pero la Universidad se muestra inflexible: o liquida la deuda pendiente, o abandona la institución.

La historia, en el L.A. Times del 18/4/58. Tres resúmenes en Herald/Examiner/Mirror: 24/4, 2/5, 3/5.

Extraño:

Cuatro diarios de Los Ángeles/cuatro historias. Sin nuevos datos ampliados, sin sondear nuevos enfoques. El dato del expediente de Gallaudet, confirmado: los padres de Duhamel murieron en la ruina.

Más Prueba Uno: fotos numeradas de documentos. Me vino a la memoria una imagen del piso de Junior: la cámara Minox.

Fotos 1, 2, 3: Impresos oficiales del First National Bank. Cuentas corrientes y de ahorros abiertas a nombre de Walton White, N. Edgemont 2750, Los Angeles. Dos depósitos de tres mil dólares con destino sospechoso: Edgemont sólo llegaba al número 2400.

Anotaciones en el reverso:

Número 1: «El director dijo que «Walton White" le había resultado "algo familiar» y le describió como un hombre blanco de 1,85 de estatura, 70 kilos, cabello rubio canoso, gafas, rondando los cuarenta.»

Número 2: «Mostrada fotografía de Edmund Exley aparecida en una revista. El director confirma que E.E. abrió las cuentas de «Walton White».»

Número 3: «El director dijo que «Walton White» (E.E.) solicitó de inmediato un talonario de cheques para empezar a hacer transacciones.»

Acalorado, ahora. Empecé a sudar.

Fotos número 4, 5, 6: cheques de «Walton White» compensados. Cuatrocientos, cuatrocientos más, quinientos: 23/4, 27/4, 30/4/58.

Librados a: Fritzie Huntz, Paul Smitson, Frank Brigantino.

Bingo: los firmantes de los artículos sobre Duhamel fusilados del L.A. Times.

Foto número 7: otro cheque compensado. Mil ciento y pico dólares pagados al Fondo de Deudas de Alumnos de la Universidad del Estado de California.

«De modo que ha gastado una fortuna en manipular al agente John Duhamel.»

«Manipular a ese tipo cuya historia nadie creería.»

Sobornos a periodistas.

Johnny, comprado.

Junior, haciéndose con datos bancarios confidenciales: habilidad intimidadora y encanto pre-LOOOCO.

Sudor. Goteando sobre la carpeta:

Recortes de prensa de Duhamel, boxeador.

Una declaración: Chuck Chamales, «el Griego», promotor de boxeo del Olympic Auditorium.

«Revelación efectuada bajo la amenaza de hacer pública su relación con Lurleen Ruth Cressmeyer, de 14 años.»

Johnny D. amañó su único combate profesional.

Ed Exley le pagó para que lo hiciera.

Duhamel se lo contó a Chamales, «una noche que estaba borracho». El Griego a Junior, textualmente: «No me dio más detalles. Se limitó a confiarme, confidencialmente, que ese tal Exley tenía un trabajo especial para él.»

Unas cuantas páginas más de garabatos/galimatías. Una hoja escrita en letra de molde:

APÉNDICE

Como antiguo instructor de la Academia en la búsqueda de pistas, fui invitado a la fiesta de jubilación del sargento Dennis Payne, celebrada el 16 de octubre pasado. Allí hablé con el capitán Didion sobre mi reciente ascenso a sargento y sobre mi paso a Subdirección. Según el capitán, mi padre consiguió que Green, el antiguo jefe del LAPD, trasladara a David Klein y le diera el mando de Subdirección Administrativa aunque sólo fuera teniente; en parte, la intención de mi padre era preparar el camino para que yo, finalmente, me incorporara a esa sección. El capitán Didion se pasó media hora contándome historias de Dave, «el Contundente», y sólo le presté atención porque quería sonsacarle informaciones confidenciales acerca de Johnny. El capitán me dijo que Exley había solicitado personalmente que Johnny fuera graduado antes de tiempo (el ciclo de instrucción finalizaba el 10/7/58) para incorporarle a una posible vacante entre los patrulleros de Wilshire, lo cual no tenía pies ni cabeza para Didion. Asimismo, Dennis Payne confirmó lo que yo sospeché cuando Johnny fue eximido de asistir a mis clases de identificación de pruebas: que Exley le encargó esas misiones secretas a él en persona, y que pidió al capitán Didion que le fueran asignadas aunque, técnicamente, Duhamel era todavía un cadete.

Exley y Duhamel, socios manipuladores. ¿Manipulando a QUIÉN?

Sospechosos:

Los Kafesjian.

Narcóticos.

«Ese tipo cuya historia nadie creería.»

«Ese tipo», en singular. ¿Un desliz semántico?: tal vez sí, tal vez no.

Sospechoso, en singular:

Tommy K.

J.C

Dan Wilhite.

Mal asunto: con mis datos, no podía relacionarles directamente con Johnny.

Entreabro la puerta. Henstell en el pasillo, caminando arriba y abajo. Coloco de nuevo la silla, la encajo en el tirador. Adelante:

Prendí una cerilla y la apliqué a una hoja de la carpeta: el retrato robot del marica ardió con un chisporroteo. Más cerillas, más hojas: una pequeña hoguera sobre la propia mesa.

Humo por debajo de la puerta…

Henstell llamó alarmado desde el otro lado.

—¡Klein! ¿Qué está haciendo, maldita sea?

Llamas, papel hecho cenizas, humo. Volqué la mesa y apagué el fuego a pisotones.

—¡Klein! ¡Maldita sea!

Abro la puerta, le aparto de un empujón, tosiendo por efecto del humo…

—Dígale a Noonan que era un asunto personal. Dígale que sigo siendo su testigo y que ahora estoy en deuda con él.

Del banco, directamente a L.Á Este, algo mareado por la leve inhalación de humos. La custodia federal, a cuarenta y siete horas vista. Dos días para resolver aquello:

«LARGO HISTORIAL DE LOCURA EN NUESTRAS DOS FAMILIAS.»

Al este hacia el Olympic; nubes de lluvia empapando la contaminación. Perseguidor/perseguido/compañero adjudicado/compañero jodido:

El expediente de Richie en Chino seguía sin aparecer; los hombres del alcaide estaban revolviendo cajas de documentos archivados para encontrarlo. Sid Riegle había salido en busca de Richie: el barrio negro/Hancock Park. Ningún rastro.

Contacto con los seis hombres de Asuntos Internos: ninguna nueva relación Herrick/Kafesjian. Relaciones establecidas: Pennsylvania/trabajo en la química/llegadas a L.Á. años 31-32. Bodas a finales del 31: Joan Renfrew, Magde Clarkson (sin antecedentes, consultados sus lugares de nacimiento).

Meg a la caza de propiedades inmobiliarias: búsqueda del título de propiedad de un piso en Spindrift. Nada, de momento, pero Meg seguía en ello.

Los Kafesjian en casa, presos de la «fiebre del encierro». Federales ante la casa, federales detrás. La familia, sometida a un cerco estrecho; no había modo de decirles:

Vosotros y los Herrick, juntos en los asuntos sucios. Botellas de licores estrelladas/perros desojados/música hecha añicos: asesinato/suicidio/castración. Lo HUELO. Acabaréis por decírmelo, por decírselo a alguien: esta vez cuento con un respaldo muy sólido.

Sólido y sucio: Exley. Sólido/cauto/listo/capaz: Noonan.

Utilizarlos a ambos: luchar/revolverse/mentir/suplicar/ manipularlos. Mi arma con Exley: Johnny D. Contra el federal, desarmado todavía: aquel fuego había consumido mi impulso. Henstell:

—¿Sabe?, el señor Noonan estaba empezando a pensar que sería usted un testigo bastante bueno.

Estaba/está/estaría/estuviese: EL TIEMPO APREMIA. Junior, amenaza desactivada: Glenda, a salvo. Ahora, momento de ocuparme de mi nueva tarea: el FEDERAL.

Aún no me habían tomado declaración previa a la presentación ante el tribunal; por tanto, «custodia» significaba interrogatorio. Noonan —cauto/capaz—, haciéndome llamadas telefónicas sin cesar:

«Está llevando un caso de homicidio, teniente; qué raro.»

«¿Sería Richard Herrick el Richie en el que parecía usted tan interesado? ¿Sería él ese hombre en el que parece tan interesado Tommy Kafesjian? El jefe Exley contó al Herald que usted trabajaba en un robo que podría estar relacionado con las muertes. Tendremos que hablar de eso cuando esté bajo custodia.»

«Comprendo el dilema en que se encuentra, David. Tal vez se le ocurra pensar que puede engañarnos y ser un testigo no tan amistoso cuando tenga que declarar sobre sus relaciones con el crimen organizado, evitándose con ello una sentencia a muerte del Sindicato. Naturalmente, gozará de protección federal después de su testimonio ante el gran jurado, pero debe saber que no toleraremos falsedades ni mentiras por omisión.»

Jodido tipo listo.

Habría apostado a que me ocultaba información. Mi gran temor, aquellos seguimientos de los federales después de lo de Johnson. Conjetura aventurada, difícil de quitarme de la cabeza: Abe Voldrich, eliminado; visto en las inmediaciones, un Pontiac azul. Jack Woods —nueve muertos por encargo, como mínimo—, mi asesino favorito. Jack Woods, orgulloso propietario de un Pontiac del 56, verdeazulado.

Al centro: el puente de la calle 3, Boyle Height. Al este, hacia Wabash: Cerrajería Brownell.

La tienda: una caseta en mitad de un aparcamiento.

Cuatro llaves —tres de ellas, numeradas—; quizá sacara algún dato de valor.

Detuve el coche ante la caseta y toqué el claxon. Apareció un hombre con una sonrisa profesional.

—¿En qué puedo ayudarle?

Le mostré la placa y el juego de llaves.

—Llaves 158-32, 159-32, 160-32 y una sin numeración. ¿Para quién las hizo?

—Ni siquiera tengo que mirar los archivos, porque el código 32 es ese almacén —consigna para el que hago todas las llaves de las taquillas.

—¿De modo que no sabe quién alquiló esas taquillas, en concreto?

—No, señor. La llave sin numeración es de la puerta del local. Las numeradas corresponden a cada taquilla. Y no hago duplicados a menos que el encargado del negocio me dé el visto bueno.

—¿Dónde está el local?

—En North Echo Park Boulevard 1750. Está abierto las veinticuatro horas, por si no lo sabía.

—Es usted muy rápido con sus respuestas, amigo. Y le noto algo irritado.

—Bueno…

—Vamos, cuénteme.

—Bueno…

—Nada de «bueno…». Soy agente de policía.

Con voz entre el gimoteo y el halago:

—Bueno, lamento tener que decirlo, porque el tipo me cayó bastante bien.

—¿Qué tipo?

—No recuerdo su nombre, pero es ese pequeño boxeador mexicano de los gallos que siempre pelea en el Olympic.

—¿Reuben Ruiz?

—Exacto. Vino ayer y me dijo que quería un duplicado de las llaves numeradas, como si hubiera visto las llaves pero no hubiese podido echar los guantes a los dos juegos originales que entregué. «De ninguna manera —le dije—. Ni que fuera el mismísimo Rocky Marciano.»

—¿De modo que hizo dos juegos de llaves para el local?

—Un original para el encargado, otro para el cliente. El encargado mandó a alguien para hacer un segundo juego para el cliente, porque la gente que había alquilado las taquillas quería un duplicado.

Juego número uno: Junior. Juego número dos: tal vez Johnny D., el colega de Reuben.

—Verá, agente, las cerraduras y las llaves se cambian continuamente para evitar robos. Si habla usted con Bob, el encargado, ¿querrá decirle que estoy cumpliendo con mi parte para mantener las cosas…?

Apreté el acelerador. El cerrajero engulló los gases del tubo de escape.

Echo Park, junto a Sunset. Un almacén de grandes dimensiones. Un aparcamiento, sin vigilante en la puerta. Abrí con la llave que traía.

Un local enorme: una red de pasillos entrecruzados, con taquillas a ambos lados. A la entrada, un plano con números y códigos.

La zona del código 32 llevaba una anotación: «Jumbo.» Sigo el plano: dos pasillos más allá, vuelta a la izquierda.

Tres contenedores de dos metros de ancho, desde el suelo hasta el techo.

Llenos de raspaduras: marcas de ganzúa en la cerradura.

Introduzco las llaves. Las puertas chirrían:

158-32: abrigos de visón, colgados de perchas. Tres metros de fondo por dos de ancho.

Siete colgadores, vacíos.

159-32: estolas y otras pieles, amontonadas en una pila hasta la altura de los hombros.

160-32: abrigos de zorro/visón/mapache. En gran cantidad, colgados/apilados/doblados/arrojados de cualquier manera.

Johnny/Junior/Reuben.

Dudley Smith, jefe de la investigación del robo de pieles, burlado/engañado/vendido.

Exley y Duhamel, manipulando ¿A QUIÉN?

Visón. El tacto, el olor. Los colgadores vacíos, ¿el striptease de Lucille con el abrigo de pieles? ¿Johnny intentando vender el alijo de pieles a Mickey Cohen?

Reuben Ruiz: ex ladrón/hermanos ladrones.

Su intento directo de hacerse con las llaves, sin éxito.

Marcas de ganzúa/local sin vigilancia, abierto las veinticuatro horas.

Clic, la llave/clic, la cerradura/clic, el cerebro. Saqué la pluma y el bloc de notas. Tres taquillas; dejé tres notas idénticas en su interior:

Quiero hablar sobre Johnny Duhamel, Junior Stemmons y quienquiera más que esté relacionado con esto. Es un asunto de dinero, independiente de Ed Exley.

D. Klein

Cerré las puertas —clic, la cerradura/clic, el cerebro— y busqué un teléfono. Encontré una cabina en la otra acera de Sunset y llamé a la oficina.

—Riegle.

—Sid, soy yo.

—Es decir, eres tú y quieres algo.

—Exacto.

—Bien, dime lo que sea, pero te adelanto que este trabajo de Homicidios me está dejando agotado.

—¿Qué significa eso?

—Significa que Richie Herrick no aparece por ninguna parte. Primero, Exley emite una orden de busca y captura; luego, la anula, pero ni aun así podemos localizar a un hombre blanco soltero de quien se sabe que frecuenta los barrios negros.

—Ya lo sé, y nuestra mejor baza es dejar que Tommy Kafesjian lo encuentre por nosotros.

—Lo cual no parece muy probable, con esos camellos armenios enclaustrados en su casa y vigilados de cerca por los federales.

—Sid, toma nota de esto.

—Vale, te escucho.

—El almacén de North Echo Park 1750.

—Está bien, he tomado nota. Y ahora, ¿qué?

—Ahora coges tu coche particular y te dedicas a vigilar la entrada y el aparcamiento. Anota el número de matrícula de cualquiera que entre. Cada cinco o seis horas, comunica los datos a la central de Tráfico. Mantén la vigilancia hasta mañana por la mañana y llámame entonces.

Gruñidos teatrales.

—¿Me lo explicarás todo entonces?

—Ajá.

—¿Es el asunto Herrick? —Es todo junto, maldita sea.