Harris Dulange: cincuenta años, mala dentadura:
—Como tanto yo como la revista estamos más limpios que el culo de un gato, le voy a explicar cómo funciona Transom. Primero, contratamos prostitutas o aspirantes a actriz en apuros para tomar las fotos. El material escrito es de su seguro servidor, el redactor jefe, o es obra de alumnos de la facultad que ponen en papel sus fantasías a cambio de ejemplares gratis. Es lo que en nuestra revista Hush-Hush llamamos «insinuaciones». Colocamos esas iniciales de estrellas de cine en nuestras historias para que nuestros lectores (débiles mentales, lo reconozco) piensen: «¡Vaya!, ¿de veras hablan de Marilyn Monroe?»
Yo, cansado.
Había pasado por la oficina a primera hora para conseguir el retrato robot de Pinker. Exley dijo que no se distribuyera a todas las unidades. La noche anterior me había dejado demasiado agotado como para replicarle.
—¿Está usted soñando, teniente? Sé que ésta no es la oficina más bonita del mundo, pero…
Saqué el número de junio del 58.
—¿Quién escribió esa historia de padre e hija?
—No es preciso que me la enseñe. Si es de morenas rollizas ardiendo de deseo por un sucedáneo de papá, la escribió Champ Dineen.
—¿Qué? ¿Usted sabe quién es Champ Dineen?
—Quién era, porque murió hace algún tiempo. Ya sé que el tipo utilizaba un seudónimo.
Mostré a Dulange el retrato robot que había conseguido Pinker. El hombre no mostró la menor reacción.
—¿Quién es?
—Puede que el tipo que escribió esas historias. ¿Le ha visto alguna vez?
—No. Sólo hablamos por teléfono. Pero en ese retrato sale bastante guapo. Es sorprendente. Yo imaginaba que el tipo sería un monstruo.
—¿Le dijo si su nombre auténtico era Richie? Eso podría ser una pista para su identificación.
—No. Sólo hablamos por teléfono en una ocasión. Me dijo que se llamaba Champ Dineen y yo pensé: «Estupendo, y único en Los Angeles.» Teniente, permítame una pregunta: ¿Ese falso Champ tiene alma de mirón?
—Sí.
Dulange, asintiendo y estirándose:
—Hace unos once meses, hacia Navidad, ese pseudo Champ me llama como caído del cielo. Dice que ha tenido acceso a un buen material en la onda Transom, algo así como una mirada furtiva a un prostíbulo. «Estupendo —le dije—. Mándeme unas copias; quizás hagamos negocios.» Entonces, el tipo me envió dos historias. La dirección del remitente era un apartado de correos y pensé, «¡Vaya! ¿Andará huido de la policía, o acaso vive en un apartado postal?»
—Siga.
—El material merecía la pena. Incluso merecía dinero, y yo rara vez pago por el texto, sólo por las fotos. En cualquier caso, eran dos historias de papá y su niñita y los diálogos eran realistas, como si el tipo los hubiera escuchado mientras se dedicaban a sus cochinadas. Las otras historias no eran tan buenas, pero le envié un billete de cien sin anotarlo en los libros. Y además una nota: «Mantenga viva la llama. Su material me gusta.»
—¿Le manda los textos manuscritos?
—Sí.
—¿Los guarda?
—No. Los paso a máquina y luego los tiro.
—¿Y lo ha hecho siempre con todos los papeles que le ha enviado?
—Exacto. Hemos sacado cosas de ese Champ en cuatro números, y las cuatro veces me he encargado de mecanografiarlos y de tirar los manuscritos. El número que me ha enseñado es de junio del cincuenta y ocho. Champ también aparece en los de febrero, mayo y septiembre. ¿Quiere ejemplares? Puedo hacer que se los envíen del almacén; quizás en una semana.
—¿No antes?
—¿Los espaldas mojadas que tienen trabajando ahí? Para ellos, una semana es Speedy Gonzales.
Le dejé una tarjeta.
—Mándelos a mi oficina.
—Está bien, pero le decepcionarán.
—¿Por qué?
—El Champ es un tipo de piñón fijo. Siempre escribe encuentros casi incestuosos protagonizados por morenas rollizas. Me parece que empezaré a revisar los textos y cambiar cosas. Rita Hayworth intentando tirarse a un sustituto de su padre resulta más picante, ¿no le parece?
Inquieto por Glenda.
—¿Le paga por cheque?
—No, siempre en metálico. Cuando hablamos por teléfono me dijo que sólo aceptaba metálico. Teniente, le noto impaciente, así que se lo diré: Busque el apartado 5841 de la oficina central de Correos. Ahí es dónde envío el dinero. Siempre en metálico, y si está usted pensando en denunciarme a Hacienda, no lo haga, porque lo de ese Champ está cubierto bajo varias notas de gastos de poca cuantía.
Acalorado; los sudores matinales.
—¿Qué le pareció esa única vez que habló con él?
—Me pareció un absoluto inútil que siempre ha querido ser un músico de jazz. ¿Oiga, sabe que mi hermano pequeño fue sospechoso en el caso de la Dalia Negra?
¿Apostarme junto al apartado de correos?: me llevaría demasiado tiempo. ¿Conseguir una orden para registrar el contenido?: no. ¿Reventar la caja?: sí. Llamar a Jack Woods.
Monedas en un teléfono:
Jack: sin respuesta. Meg: saca diez de cien de nuestra cuenta de alquileres. Está bien, dice ella, sin pedir razones. Novedades: ella y Jack volvían a estar liados. Reprimí una broma sin gracia: dale los billetes a él, porque va a matar a Junior por orden mía.
A tiros, a cuchilladas, a golpes… Una imagen: Junior, muerto.
Miciak, convertido en un alfiletero. La imagen/la sensación: hojas de cuchillo clavadas en su espina dorsal.
Más llamadas:
Mick Breuning y Dick Carlisle; la calle Setenta y siete, la brigada: sin suerte. Imagino a Lester Lake cagado de miedo: policías enviados a detenerle con falsas pruebas.
Imagino a Glenda: «Mierda, David, me has pillado llorando.»
Bajé al barrio negro, un paseo en busca de nombres. Bares y clubes de jazz abiertos ya. Adelante. Nombres:
Tommy Kafesjian, Richie (¿un viejo amigo de Tommy?). Tilly Hopewell, consorte; Tommy y el difunto Wardell Knox. Mi comodín: Johnny Duhamel, policía ex boxeador.
Nombres mencionados a:
Chicas de bar, drogadictos, vagos, amigos de la botella, camareros. Sus respuestas: Richie, caras inexpresivas. Mirones blancos, nada. Wardel Knox, «está muerto y no sé quién lo hizo». Johnny, «el Escolar», sólo conocido por el boxeo.
El retrato robot del mirón: cero identificaciones.
Anochecer: más clubes abiertos. Más nombres; nulos resultados. Eché un vistazo al tráfico de máquinas tragaperras por puro reflejo. En el Rick Rack, un grupo de recaudadores —blancos/hispanos—; al otro lado de la calle, federales con la cámara preparada. Los hombres de las máquinas de Mickey recogidos en película. Mickey, suicida.
Un montón de Plymouth policiales: federales, del LAPD. Accesos intermitentes de desasosiego: ¿me habría seguido alguien ANOCHE? Me detuve junto a una cabina. Estaba sin monedas; usé fichas falsas. Glenda —en mi casa, en la suya—, sin respuesta. Jack Woods, sin respuesta.
Me acerqué por el Bido Lito's. Dejé caer nombres; dejé caer mierda: no conseguí más que risas burlonas.
Dos copas, mínimo. Ocupé un taburete y pedí dos whiskys. Ojos de vudú: negros de pared a pared.
Apuré la bebida enseguida: dos copas, no más. Calentado por el licor, una idea: esperar a Tommy K. y llevarlo fuera a empujones. ¿Te follas a tu hermana/se la folla tu padre? Zurrarle con el puño americano en los nudillos hasta que escupiera la mierda de la familia.
El encargado de la barra dijo que tenía la tercera copa preparada; le dije que no. Un combo preparándose; hice una seña al saxo para que se acercara. Llegamos a un acuerdo: veinte dólares por un pupurri de Champ Dineen.
Las luces, amortiguadas. Vibráfono/batería/saxo/trompeta. ¡Ya…!
Temas: sonoros/rápidos, suaves/lentos. En voz baja, el barman me habló del mítico Champ Dineen.
La historia:
Salió de ninguna parte. Parecía blanco, pero el rumor convirtió su sangre en mestiza. Tocaba el piano y el saxo bajo, componía jazz y grabó algunos discos. Un tío guapo, muy colgado: follaba en las cabinas para mirones y nunca se dejaba tomar fotos. Champ enamorado: de tres hermanas, niñas ricas, y su madre. Cuatro mujeres, nacieron cuatro hijos. El papá rico y cornudo se cargó a Champ a tiros.
Una copa sobre la barra. La engullí de un trago. Mi legendario mirón: encajarlo en aquella historia.
Sólo tal vez: las cabinas para mirones encajaban con Transom; la intriga familiar encajaba con KAFESJIAN.
Salí a la carrera. Crucé la calle hasta una cabina telefónica. El número de Jack Wood, tres llamadas…
—¿Diga?
—Soy yo.
—Dave, no preguntes. Todavía estoy buscándole.
—Está bien, no se trata de eso.
—¿Entonces…?
—Hay dos billetes más para ti, si quieres. ¿Conoces la oficina de Correos del centro, la que está abierta toda la noche?
—Claro.
—Apartado 5841. Fuérzalo y tráeme el contenido. Espera hasta las tres, más o menos, y no te verá nadie.
Jack soltó un silbido.
—Estás metido en problemas con los federales, ¿verdad? Sería inútil pedir una orden de registro, así que…
—¿Sí o no?
—Sí. Me gusta verte en problemas: eres generoso. Llámame mañana, ¿de acuerdo?
Colgué. Me asaltó un recuerdo: números de matrícula. Los coches de los tipos exprimidos por Junior que Jack había visto durante su vigilancia. Saqué el bloc de notas y llamé a Tráfico.
Lento: cantar los números, esperar. El aire frío absorbió mi sofoco del alcohol y me aclaró la cabeza: traficantes exprimidos, posibles soplones de Junior/de Tommy.
Resultado:
Patrick Dennis Orchard, varón caucasiano, S. High Point, 1704 1/2; Leroy George Carpenter, varón negro, calle Setenta y uno W., 819, # 114; Stephen NC Wenzel, varón caucasiano, S. St. Andrews, 1811, # B.
Dos blancos; sorprendente. Pienso: Lester Lake me dio la dirección de Tilly Hopewell. Aquí está: South Trinity, 8491, # 406.
No está lejos; llego enseguida. Un edificio de cuatro pisos. Aparco junto al bordillo.
No hay ascensor. Subo al último piso a pie. 406: llamo al timbre.
Chasquidos en la mirilla.
—¿Quién es?
—Policía.
Ruido de cadena, la puerta se abre. Tilly, una treintañera, negra clara; quizá medio blanca.
—¿Señorita Hopewell?
—Sí. —Ningún acento negro.
—Sólo unas preguntas.
Ella se hizo a un lado, muerta de miedo. El saloncito, mísero, limpio.
—¿Es usted de Libertad Provisional?
Cerré la puerta.
—No. LAPD.
—¿Narcóticos? —Piel de gallina.
—Subdirección Administrativa.
Ella agarró unos papeles de encima del televisor.
—Estoy limpia. Acabo de pasar el test de nalorfina hoy mismo, vea.
—No me interesa.
—¿Entonces…?
—Empecemos por Tommy Kafesjian.
Tilly retrocedió, rozó una silla y se derrumbó en ella:
—¿Qué es esto, señorito policía?
—Déjate de «señoritos». Tú no eres de esa clase de negras. Tommy Kafesjian.
—Conozco a Tommy.
—Y has intimado con él.
—Sí.
—Y también has intimado con Wardell Knox y con Lester Lake.
—Es verdad, pero no soy de esa clase de negras que consideran eso un gran pecado.
—Wardell está muerto.
—Ya lo sé.
—Tommy le mató.
—Tommy es malo, pero yo no digo que matara a Wardell. Y, si lo hizo, es un protegido del LAPD, de modo que no conseguirá de mí nada que no sepa ya.
—Eres una chica lista, Tilly.
—¿Quiere decir «lista, para ser negra»?
—Ser lista es ser lista. Ahora, dame un motivo para que Tommy matara a Wardell. ¿Fue por mala sangre respecto a ti?
Sentada muy modosa; una maestra de escuela drogadicta.
—Tommy y Wardell no se cegarían nunca hasta ese punto por una mujer. No digo que Tommy le matara pero, si lo hizo, sería porque Wardell se retrasó en el pago de alguna partida de drogas. Lo cual no tiene ninguna importancia para ustedes, teniendo en cuenta las cestas de Navidad que envía el señor Kafesjian a la central.
Cambio de tema:
—¿Te cae bien Lester Lake?
—Claro que sí.
—No quieres verle encerrado por un asesinato que no ha cometido, ¿verdad?
—No, pero ¿quién dice que tal cosa vaya a ocurrir? Cualquier estúpido puede ver que Lester no es de la clase de hombres que mataría a otro.
—Vamos, vamos. Sabes que las cosas no funcionan así.
Tilly, algo ansiosa; descartada esa rehabilitación de la droga.
—¿Por qué se interesa tanto por Lester?
—Nos ayudamos mutuamente.
—¿Quiere decir que es usted el casero para el que Lester hace de soplón? Si quiere ayudarle, arréglele la bañera.
Cambio de tema:
—Johnny Duhamel.
—¿Quién es ése? No me suena.
Recito nombres:
—Leroy Carpenter… Stephen Wenzel… Patrick Orchard… Probemos con un policía llamado George Stemmons, Jr.
Unos cigarrillos en una bandeja cercana. Tilly alargó una mano temblorosa.
Derribo la bandeja de una patada. Provoco a la chica. Ella se lanza.
—¡Ese Junior es basura! ¡Steve Wenzel es amigo mío y ese desgraciado de Junior le robó la pasta y los polvos y le llamó negro blanco! ¡Ese Junior le soltó toda esa sarta de locuras! ¡Y vi a ese chiflado de Junior tomándose pastillas sin ningún disimulo junto a ese club!
Mostrado en un destello: mi fajo de billetes.
—¿Qué sarta de locuras? Vamos, eso de la rehabilitación es un camelo. Seguro que te iría bien un pinchazo. ¡Vamos! ¿Qué sarta de locuras?
—¡No lo sé! ¡Steve sólo dijo «una sarta de locuras»!
—¿Qué más te dijo de Junior?
—¡Nada más! ¡Sólo lo que le he dicho!
—Patrick Orchard, Leroy Carpenter. ¿Les conoces?
—¡No! ¡Sólo conozco a Steve! ¡Y no quiero crearme fama de soplona!
Veinte, cuarenta, sesenta. Dejé caer los billetes sobre su regazo. Ojos de droga, ahora; al carajo el miedo.
—Tommy dijo que Lucille, a veces, hace la calle. Dijo que un hombre de la orquesta de Stan Kenton la recomendó a ese tipo de la agencia de modelos de Beverly Hills, Doug no sé cuántos. Doug… ¿Ancelet? Tommy dijo que Lucille trabajó una temporada para ese hombre, hace varios años, pero que el tipo la despidió porque le había contagiado la gonorrea a sus clientes.
Disgusto: Glenda, ex chica Ancelet. La cinta de mi mirón; el cliente a Lucille: «esa pequeña infección que me pasaste.»
Tilly: ojos de droga, dinero fresco.
Carpenter/Wenzel/Orchard: hice una ronda de direcciones de sur a noroeste. Nadie en casa: ronda por el sur, abro las ventanillas del coche. El aire fresco me aclaró la cabeza.
Dar a Junior por muerto o casi muerto. Descubrirle post—mortem como marica. Soplarle basura homosexual a Hush-Hush, vengar su basura sobre Glenda. Volver a su casa, dejar pruebas, sonsacar a las víctimas de sus extorsiones. Trabajar en el 459 Kafesjian… y relacionar a Junior con el fregado. Un interrogante: su expediente en el cajón de Exley.
Rondas mentales: Exley anuncia mi recompensa por lo de Kafesjian: jefe de la sección de Robos. Es una puñalada a Dudley Smith, el encargado del trabajo de las pieles (autor: su protegido, Johnny Duhamel). Johnny y Junior, ¿socios en el golpe? Mi instinto: improbable.
Reflejo instintivo: poner a Johnny en manos de Dud, desviar la puñalada de Exley, buscar el favor de Dud.
Al sur, piso el gas. Según la radio, Smith estaba ocupado en la calle Setenta y siete. Me acerqué allí; periodistas en el exterior y un capitán con una declaración rimbombante:
Desatender los 187 con víctimas negras, ¡jamás!
¡Atentos al próximo despliegue de celo policial!
En la puerta, varios centinelas impedían el paso a los periodistas: civiles verboten, fanatismo encubierto.
Enseñé la placa y entré. La sala de detenidos estaba abarrotada: sospechosos negros, dos grupos de policías haciendo girar las porras.
—Muchacho.
Smith en la puerta de la sala de guardia. Me acerqué; me dio un apretón de manos que me hizo crujir los huesos.
—Muchacho, ¿venías a verme a mí?
Disimulo:
—Buscaba a Breuning y Carlisle.
—¡Aaah, estupendo! Esas dos monedas falsas deberían aparecer por aquí pero, mientras tanto, quédate un rato a charlar con el viejo Dudley.
Un par de sillas cerca. Las cogí.
—Muchacho, en mis treinta años y cuatro meses como policía, nunca he visto nada parecido a ese asunto de los federales. ¿Cuánto llevas tú en el departamento?
Veinte años y un mes.
—¡Ah, estupendo! Con tu servicio en el frente incluido, por supuesto. Dime, muchacho, ¿hay diferencia entre matar orientales y hombres blancos?
—Nunca he matado a ningún blanco.
Dud guiñó un ojo: ¡Oh, muchacho!
—Yo, tampoco. Los siete hombres que me he cargado en el cumplimiento del deber apenas merecen el calificativo de humanos. Muchacho, este asunto de los federales es una jodida provocación, ¿no crees?
—Sí.
—Muy conciso. Y con esa misma concisión de abogado, ¿qué dirías tú que hay detrás?
—Política. Bob Gallaudet por los republicanos, Welles Noonan por los demócratas.
—Sí, extraños compañeros de cama. E irónico que el gobierno federal esté representado por un hombre sospechoso de compañero de viaje. Tengo entendido que ese tipo te escupió en la cara, muchacho.
—Tienes muy buenos ojos por ahí, Dud.
—Visión veinte—veinte, todos mis chicos. ¿Odias a Noonan, muchacho? ¿Me equivoco si digo —un guiño— que te considera negligente en el asunto del vuelo no programado de Sanderline Johnson?
Le devolví el guiño.
—Cree que yo le compré el billete.
Ja, ja, ja:
—Muchacho, no hagas reír a este pobre viejo. ¿Por casualidad fuiste educado católico?
—No. Luterano.
—¡Aaah! Un protestante. La rama secundaria de la Cristiandad, Dios los bendiga. ¿Sigues siendo creyente?
—No, desde que mi pastor se afilió a la Liga Germano—Norteamericana.
—¡Ahhh! Hitler, Dios le bendiga. Un poco revoltoso pero, con franqueza, le prefiero a los rojos. Muchacho, ¿en tu rama secundaria de la Cristiandad existe un equivalente a la confesión?
—No.
—Una lástima, porque en este momento nuestras salas de interrogatorio están llenas de confesores y confesantes, y este magnífico rito está siendo utilizado para contrarrestar cualquier publicidad desfavorable que esa investigación federal pueda levantar contra el departamento. Al grano, muchacho: Dan Wilhite me ha hablado de la fijación potencialmente peligrosa del jefe Exley en la familia Kafesjian, contigo como agente provocador. Muchacho, ¿quieres confesar tu opinión de qué pretende ese hombre?
Esquivé la pregunta:
—No me cae mejor que a ti. Llegó a jefe de detectives pasando por encima de ti y a mí me habría encantado que ocuparas el puesto.
—Grandes sentimientos, compañero, que por supuesto comparto. Pero ¿qué crees que está haciendo?
Le eché un cebo: el prólogo a mi chivatazo de Johnny.
—Creo que quizás esté sacrificando Narcóticos a los federales. Es una sección prácticamente autónoma y quizá Noonan está seguro de que la investigación federal tendrá el éxito suficiente para requerir un chivo expiatorio que proteja al resto del departamento y a Bob Gallaudet. Exley es dos cosas: inteligente y ambicioso. Siempre he pensado que se cansaría del trabajo policial e intentaría también la carrera política, y sabemos la amistad que le une a Bob. Creo que tal vez ha convencido a Parker de que deje caer a Narcóticos para salvar su propio futuro.
—Una interpretación brillante, compañero. ¿Y sobre el robo Kafesjian y tu papel como oficial escogido por Exley para la investigación?
Insistí en mi teoría:
—Tienes razón, soy un agente provocador. Cronológicamente: Sanderline Johnson salta, y ahora Noonan me odia. Ya hay rumores de la investigación federal en el Southside y, simultáneamente, se produce el robo en casa de los Kafesjian. Y, simultáneamente con eso, yo aprieto las tuercas a un político rojillo enamorado de Noonan. Bien, el robo no es nada: es el trabajo de un pervertido. Pero los Kafesjian son la escoria personificada y están en buenas relaciones con la sección más autónoma y vulnerable del LAPD. Al principio pensé que Exley estaba manejando a Dan Wilhite, pero ahora creo que me ha puesto ahí en medio para atraer los tiros. Estoy ahí fuera, al descubierto, sin llegar prácticamente a ninguna parte con un 459 sin importancia, obra de un pervertido. Exley sólo tiene a un… quiero decir, a dos hombres en el caso, y si de verdad quisiera resolver el caso, habría puesto a trabajar a media docena. Creo que me está manipulando.
Dudley, radiante:
—Soberbio, muchacho, qué inteligencia, qué labia de picapleitos. Y bien, ¿qué piensa del asunto el sargento George Stemmons, Jr.? Mi fuente dice que últimamente tiene un comportamiento bastante errático.
Espasmos. Sin pestañear:
—Cuando dices «tu fuente», hablas de Johnny Duhamel. Junior le dio clases en la Academia.
—Johnny es un buen chico y tu colega debería recortarse esas asquerosas patillas a la medida reglamentaria. ¿Sabías que he destinado a Johnny a la investigación del caso Hurwitz?
—Sí, lo he oído. ¿No está un poco verde para un asunto como ése?
—Es un magnífico agente joven y he oído que tú mismo pediste dirigir el caso.
—Robos está limpio, Dud. Me tengo que guardar de demasiados amigos que trabajan en Subdirección.
Más carcajadas. Más guiños:
—Muchacho, tu capacidad de percepción acaba de ganarte la amistad eterna de cierto irlandés llamado Dudley Liam Smith. Francamente, estoy sorprendido de que dos muchachos brillantes como nosotros no hayan pasado de simples conocidos en todos estos años.
DELATA A DUHAMEL.
HAZLO AHORA.
—Hablando de amistades, muchacho, tengo entendido que Bob Gallaudet y tú estáis muy unidos.
Ruidos en el pasillo: gruñidos/golpes sordos. Una voz:
—¡Soy amigo de David Klein!
Lester. Las salas de interrogatorio.
Corrí hacia allí. La puerta número 3 estaba cerrándose. Me asomé a la mirilla: Lester, esposado, babeando dientes; Breuning y Carlisle, descargando porrazos fuera de horario.
Cargué con el hombro. Reventé la puerta. Breuning, distraído: «¿Uh?»
Carlisle, las gafas empañadas de sangre.
Jadeante, suelto la mentira:
—Lester estaba conmigo cuando mataron a Wardell Knox.
Carlisle:
—¿Fue por la mañana o por la noche?
Breuning:
—¡Eh, zambo, prueba a cantar Harbor Lights ahora!
Lester escupió sangre y dientes al rostro de Breuning.
Carlisle cerró los puños. Le arreé una patada en la espinilla. Breuning lanzó un grito, cegado por la sangre. Le arreé un cachiporrazo en las rodillas.
El irlandés:
—Muchachos, tendréis que soltar al señor Lake. Teniente, bendito sea por facilitar el curso de la justicia con su espléndida coartada.