17

El Moonglow. Muy pronto para Lester. Los discos de la máquina llenaban el tiempo.

Noonan, con fondo musical; repeticiones de la escena, oliendo todavía su salivazo.

Esos federales: venganza barata. De vuelta a Nat's Nest: coches patrulla acudiendo a una denuncia de disparos. Los ahuyenté y recogí las pruebas: discos, revistas, grabadora, cinta.

A continuación, llamadas:

Ordenes a Ray Pinker: busca huellas en ambas habitaciones, lleva a un dibujante y que el conserje le dé detalles del mirón. Después, que repase los álbumes de fotografías y ojalá tenga buena vista.

Jack Woods, buenas noticias: había visto a Junior, le había seguido un par de horas y le había perdido. Junior, muy ocupado sacando dinero a tres traficantes independientes. Jack me dio descripciones y números de matrícula. Su comentario, al pie de la letra:

—Parecía borracho hasta los pelos y totalmente ido. Registré su coche mientras iba a por tabaco y, ¿sabes lo que vi en el asiento de atrás? Una hipodérmica, seis latas de atún vacías y tres escopetas de cañones recortados. No sé qué tal te llevas con él pero, en mi opinión, deberías pegarle un tiro.

El disco, inconfundible: Harbor Lights, por Lester Lake. Y la moneda no era mía.

Bingo: Lester en persona, rezumando miedo.

—Hola, señor Klein.

—Siéntate. Cuéntame.

—¿Que le cuente qué?

—A qué viene esa cara y por qué has puesto esa maldita canción.

Lester, tomando asiento:

—Me da confianza. Es estupendo saber que tío Mickey mantiene mi disco en sus Wurlitzer.

—Mickey debería retirar sus máquinas antes de que los federales le retiren a él. ¿De qué se trata? No te he visto tan asustado desde el asunto de Harry Cohn.

—Señor Klein, ¿conoce a una pareja de muchachos del señor Smith llamados sargento Breuning y sargento Carlisle?

—¿Qué sucede con ellos?

—Bueno, están trabajando en el Seven-Seven en los ratos libres.

—Vamos, al grano.

Lester, sin aliento:

—Van por ahí intentando resolver muertes de morenos a manos de otros morenos. Se dice que con eso intentan contrarrestar toda esa posible publicidad favorable de la investigación federal. ¿Recuerda que me preguntó por un vendedor de marihuana llamado Wardell Knox? ¿Recuerda que le dije que se lo habían cargado persona o personas desconocidas?

Tommy K. había delatado a Knox a Narcóticos; Dan Wilhite se lo había dicho a Junior.

—Recuerdo.

—Entonces, recordará que le dije que Wardell era un buscacoños con un millón de enemigos. El tipo jodía con un millón de mujeres, incluida esa negra de pelo amarillo, Tilly Hopewell, que yo también me estaba tirando. Señor Klein, he oído que los muchachos del señor Smith me andan buscando porque les ha llegado el absurdo rumor de que fui yo quien se cargó al jodido Wardell, y me huelo que la han tomado conmigo para engrosar su apresurada estadística. Pero lo que usted quiere es información sobre los jodidos Kafesjian y sus jodidos socios conocidos, de modo que tengo una verdadera sorpresa para usted y es que, hace muy poco, he oído que el chiflado de Tommy Kafesjian le dio el pasaporte a Wardell, más o menos por septiembre; un jodido asunto de drogas o un lío de faldas, porque Tommy también estaba viéndose de vez en cuando con esa belleza, Tilly Hopewell.

Sin aliento/jadeante.

—Mira, hablaré con Breuning y Carlisle. Te dejarán en paz.

—Sí, quizá sea así, porque el viejo casero, Dave Klein, conoce a la gente indicada. Pero el señor Smith odia a los morenos. Y no creo que su gente le vaya a cargar el trabajo de Wardell Knox a Tommy K., su estupendo soplón hijo de puta.

—Vamos, Lester, ¿qué pretendes, cambiar el mundo o salir de este apuro?

—Lo que quiero es que me concedas otro mes libre de alquiler por toda la buena información que te consigo sobre la jodida familia Kafesjian.

Harbor Lights sonó otra vez. Lester:

—Y, hablando de ellos, he oído que la hija es una semiprofesional de la calle. He oído que Tommy y J.C. le zurran a mamá Kafesjian, y que a ella le gustan los golpes. He oído que mamá Madge Kafesjian tuvo un lío con Abe Voldrich, su mano derecha en el negocio de la droga, que además es el encargado de una de las tiendas de lavado en seco. He oído que Voldrich seca grandes cantidades de marihuana en las grandes secadoras de la lavandería. He oído que el sistema de la familia para mantener buenas relaciones con los traficantes rivales es recibir comisiones de pequeños camellos independientes a los que toleran, pero que ninguna organización importante intentaría nunca pisar el Southside porque saben que el LAPD se le echaría encima sólo para complacer a esos jodidos armenios. He oído que los únicos camellos a los que delatan son los independientes que no quieren pagarles tributo por actuar en su territorio. He oído que la familia está muy apegada, aunque no se traten entre ellos con demasiado respeto. He oído que aparte de Voldrich y esa morena que le hace tilín a Tommy K., la familia sólo tiene empleados y clientes, ningún jodido amigo. He oído que Tommy tenía amistad con un blanquito llamado Richie no sé qué más. He oído que soplaban juntos esas malas cornetas sin gracia, como si se creyeran llenos de talento. Ese robo del que me habló usted, esa chifladura de los perros abiertos en canal, la vajilla de plata robada y demás mierda… no he oído nada al respecto. También he oído que piensa usted subir el alquiler en mi edificio, de modo que…

Le interrumpí:

—¿Qué me dices de Tommy follando con Lucille?

—¿Qué quiere que le diga? No he oído nada parecido. He dicho que la familia estaba apegada, no encamada.

—¿Y qué hay de ese Richie?

—Mierda, ya le he contado todo lo que he oído, ni más ni menos. ¿Quiere que…?

—Sigue preguntando por él. Puede estar relacionado con ese mirón que ando buscando.

—Sí, ya me ha hablado de ese hijo de puta mirón. Escuche, señor Klein, yo sé cómo sacarle jugo a lo que me cuenta cualquiera, de modo que he estado preguntando por ahí, pero no me he enterado de nada. Y ahora, sobre el aumento del alquiler…

—Pregunta por ahí si los Kafesjian también andan buscando al mirón. Tengo el presentimiento de que saben quién es el ladrón.

—Y yo tengo el presentimiento de que Dave Klein, el casero, me va a subir el alquiler.

—No, y te prolongo hasta enero. Si se presenta Jack Woods a cobrar, llámame.

—¿Qué hay de los muchachos del señor Smith que me pisan los talones?

—Me ocuparé de eso. ¿Conoces la dirección de Tilly Hopewell?

—¿Saben bailar mis hermanos de raza? ¿Me he dejado alguna vez el dinero en ese nido de amor?

—Lester…

—South Trinity, 8491, apartamento 406. ¡Eh!, ¿adónde va?

—Al boxeo.

—¿Moore y Ruiz?

—Ajá.

—Apueste por el mexicano. Estuve liado con la hermana de Stevie Moore y me dijo que su hermano no encajaba bien los golpes al estómago.

Llegué a la fila de ring mostrando la placa.

Descanso del sexto asalto: chicas paseando con los carteles. Cánticos de los espectadores: «¡Dodgers, no! ¡Ruiz es un traidor!» Abucheos, gritos: pachucos contra comunistas.

La campana.

El estilista Reuben, girando en círculos; Moore, punteando con la derecha. Clinch en el centro del cuadrilátero: Ruiz soltó el puño, Moore se quedó sin respiración.

¡Break! ¡Break!: el árbitro intervino y ordenó seguir.

Moore acechando, agachado: codos arriba, abierto de piernas. Reuben buscando la cabeza: ganchos fallados por poco en el momento de retroceder.

Reuben, indolente. Reuben, aburrido.

Una súbita intuición: combate amañado.

Moore: sin clase, sin fuerza. Ruiz: ganchos flojos, directos lentos.

Moore, cazando moscas y buscando aire; Reuben, tragándose golpes fáciles de bloquear: la guardia, abierta de par en par.

Ruiz: un gancho de izquierda indolente.

Moore buscando aire con la guardia baja.

Un golpe del mexicano y besa la lona quien no debe.

Vítores de los pachucos.

Abucheos de los rojillos.

Reuben —esa expresión de «¡oh, mierda!»— retardó el inicio de la cuenta. Perdiendo el tiempo, se encaminó hacia el rincón neutral con toda parsimonia.

…Seis, siete, ocho… Moore, en pie. Tambaleándose.

Ruiz ocupando sin ganas el centro del ring. Moore retrocediendo: golpes al aire. Sucesión de fallos: Reuben lanza los puños diez, doce, catorce veces, todos desviados. Un auténtico ventilador.

Ruiz simulando jadeos; bajando los brazos con fingido agotamiento. Moore lanza un golpe abierto y flojo.

El roqueño Reuben se tambalea.

Moore: más caricias, izquierda/derecha.

Reuben cae a la lona: ojos en blanco, tongo. Siete, ocho, nueve, diez… Moore besó a Sammy Davis Jr. en la primera fila de asientos.

Pelea en las gradas: ¡a por los rojos! Los hispanos arrojando vasos de cerveza llenos de meados. Carteles por escudo, en vano. Los pachucos avanzaron blandiendo cadenas de bicicleta.

Busqué una salida. Un café en el bar de la esquina, dejar que las cosas se enfriaran. Veinte minutos y volví: un montón de coches patrulla y comunistas esposados.

Dentro otra vez, sigo el hedor a linimento. Vestuarios. Ruiz, a solas, devorando un plato de tacos.

—Bravo, Reuben. La mejor pelea amañada que he visto nunca.

—Sí, y el alboroto tampoco ha estado mal. Oiga, teniente, ¿qué le dicen todos esos ganchos al aire?

Cerré la puerta por el alboroto en el pasillo: periodistas y Moore.

—Que sabes entretener a lo más selecto.

Reuben, dando tragos a una cerveza:

—Espero que Hogan Kid Bassey haya visto la pelea, porque el trato era que Moore alcanza la ronda eliminatoria del peso gallo y yo subo a los plumas y peleo con él. Le daré una buena paliza, créame. Oiga, teniente, no habíamos vuelto a hablar desde la noche que Sanderline saltó.

—Llámame Dave.

—Oiga, teniente: un negro y un mexicano saltan de la ventana de un sexto piso al mismo tiempo. ¿Quién llega al suelo primero?

—Ya lo he oído, pero cuéntalo de todas formas.

—El negro, porque el pachuco tiene que detenerse en plena caída para pintar con spray en la pared: «Ramón y Kiki por vida

Ja, ja. Por cortesía.

—Bien, teniente, sé que vio usted a Will Shipstad ocupándose de mi protección en Chavez Ravine. Deje que les tranquilice otra vez a usted y al señor Gallaudet: sigo estándoles agradecido por haberme conseguido este trabajo que llaman de «relaciones públicas», sobre todo porque así he podido sacar de otro lío al desgraciado de mi hermano. De modo que sí, vuelvo a ser un testigo federal, pero Noonan sólo me quiere para declarar sobre un asunto de apuestas que ya es pan rancio, y yo nunca delataría a Mickey C, teniente, ni a su amigo, Jack Woods.

—Siempre he supuesto que sabías actuar.

—¿Quiere decir actuar para lo más selecto?

—Sí. Los negocios son los negocios, de modo que uno ha de joder a los suyos para estar a bien con el fiscal del Distrito.

Con una ancha sonrisa:

—Tengo una familia propensa a los problemas, teniente, y he llegado a la conclusión de que me importa más que los mexicanos en general, de modo que beso unos cuantos culos para que unos… ¿cómo llamarlos, caseros de barrio pobre? como usted y su hermana puedan seguir cebándose. ¿Sabe, Dave?, la maldita Oficina de Tierras y Caminos ha estado inspeccionando esas casuchas de Lynwood. Parece que los peces gordos quieren instalar a mis pobres hermanos desahuciados en esa especie de casa de putas reformada, así que tal vez usted y su maldita hermana casera puedan participar en el negocio.

Un tipo listo; joderle la bravata:

—Sabes muchas cosas de mí.

—Sí, Dave Klein, «el Contundente». La gente habla de usted.

Cambio de tema:

—¿Johnny Duhamel es marica?

—¿Está loco? Es el cazaconejos para acabar con los cazaconejos.

—¿Le has visto últimamente?

—Estamos en contacto. ¿Por qué?

—Sólo por saberlo. Se ocupa del robo de pieles de Hurwitz y es un caso grande para un agente inexperto. ¿Ha hablado del asunto contigo?

Reuben mueve la cabeza con cautela.

—No. Casi siempre habla de ese trabajo en la brigada Antibandas que tiene ahora.

—¿Algo en concreto?

—No. Dijo que se supone que no debe hablar de ello. Eh, ¿a qué vienen tantas preguntas?

—¿A qué viene esa cara de pena, de pronto?

Ganchos, directos: zumbidos en el aire.

—Vi a Johnny hace una semana, quizá. Me contó que había estado haciendo algunas maldades. Johnny no… ¿cómo se dice?…, no entró en detalles, pero dijo que necesitaba una paliza como penitencia. Nos calzamos los guantes y me dejó sacudirle un rato. Recuerdo que él tenía ampollas en las manos.

Huellas de manguera de goma. Probablemente, Johnny la odia.

—¿Recuerdas al sargento Stemmons, Reuben?

—Claro. Su socio en el hotel. Buen corte de pelo, pero un tipo de poco fiar, si quiere mi opinión.

—¿Lo has visto?

—No.

—Johnny te ha mencionado su nombre alguna vez?

—No. Eh, ¿a qué viene este interés por Johnny?

—Mero interés —repliqué con una sonrisa.

—Claro. Muy sutil, teniente. Escuche éste: ¿qué sale de la mezcla de un negro y un mexicano?

—No lo sé.

—Un ladrón demasiado vago para robar.

—Muy bueno. Para partirse de risa.

Reuben, acariciando una Schlitz:

—Pues no oigo que se ría tanto. Y adivino lo que está pensando: «En Chavez Ravine, Reuben dijo que teníamos que hablar.»

—Hablemos, pues.

Pachuco puro: Reuben destapó la botella con los dientes y dio un trago.

—Oí a Noonan hablando con Will Shipstad acerca de usted. Noonan no le puede ver ni en pintura. Está convencido de que empujó a Johnson por la ventana y de que le dio una paliza a un tipo llamado Morton Diskant. Intentó hacerme decir que había oído que usted tiró a Johnson y juró que le iba a bajar los humos.