13

Western y Adams; las putas se portaron muy bien; por una noche, fueron casi agentes.

Policías de uniforme en masa: deteniendo clientes, interviniendo coches de clientes.

Furgones para las chicas detrás de Cooper's; detectives de Antivicio realizando identificaciones. Hombres apostados al sur y al norte, ansiosos por cazar buscadores de sexo como si fueran conejos.

Mi atalaya: el tejado de Cooper's. Pertrechos: prismáticos, megáfono.

Observé el pánico:

Clientes abordando a las prostitutas: policías deteniéndoles. Vehículos intervenidos, furgón de detenidos: catorce peces ya en la red, interrogatorio preliminar:

—¿Casado?

—¿En libertad condicional o con suspensión de condena?

—¿Le gustan blancas o de color? Firme este volante. Quizá le soltemos en comisaría.

Ninguna Lucille K.

Un payaso intentó huir; un novato le reventó las ruedas de atrás.

Epidemia de lloros: «¡NO SE LO DIGAN A MI ESPOSA!» Ruidos de grilletes para los pies en los furgones de las prostitutas.

Suerte; las putas, mezcladas mitad y mitad: chicas blancas y negras. Catorce clientes arrestados: todos caucasianos.

Pánico a mis pies: Miembros de una secta atrapados en masa. Cinco hombres, cinco casquetes volando. Una prostituta agarró uno de los gorros y se pavoneó.

Conecté el megáfono:

—¡Ya tenemos diecinueve! ¡Acabemos ya!

La comisaría; un rato de espera. Dejar que Sid Riegle se ocupe de la situación. Suerte: el Ford de Junior junto a la puerta de la brigada. Las señales de unos faros me iluminaron al entrar: Jack Woods, encargado provisional de la vigilancia.

Sala de guardia, sala de reunión, celdas. Mostré la placa al vigilante. Clic/clac, la puerta se abrió. Pasillo adelante, doblé la esquina: la celda de homosexuales frente a la de borrachos. Borrachos y clientes abucheaban el espectáculo de los travestidos masturbándose.

Riegle frente a los barrotes, anotando nombres. Le vi sacudir la cabeza: demasiado ruido para hablar.

Eché un vistazo a la pesca: mierda, nada que se pareciera a mi mirón. Mierda. Subí a la sala de identificaciones.

Sillas, un estrado con marcas de estaturas: un falso espejo muy iluminado. Unas fichas y hojas de identificaciones preparadas para mí; las contrasté con mi lista de alias.

Ninguna coincidencia. Era de esperar: ya había comprobado los nombres en el servicio general de Identificación. Ningún nombre auténtico sospechoso; las edades de los permisos de conducir, de treinta y ocho para arriba: diez años más que mi mirón, como poco. Seis clientes tenían antecedentes por faltas leves: ningún mirón, ladrón de pisos ni delincuente sexual. Una nota al margen: dieciséis de los diecinueve tipos estaban casados.

Riegle entró.

—¿Dónde está Stemmons? —le pregunté.

—Esperando en una de las salas de interrogatorio. ¿Es verdad lo que cuentan, Dave? ¿La hija de J.C. Kafesjian hace de puta?

—Es verdad, y no me preguntes qué pretende Exley. Y no me digas que el departamento no necesita esta mierda con los federales husmeando por aquí.

—Iba a comentarlo, pero creo que voy a hacerte caso. De todos modos, una cosa.

—¿De qué se trata?

—He visto a Dan Wilhite en la oficina del comandante de guardia. Dado el trato que tiene con los Kafesjian, yo diría que está bastante furioso.

—Mierda, eso es más mierda que no necesito.

—Sí —sonrió Sid—, pero es una cacería de patos: todos han firmado que no presentarán denuncia por detención ilegal.

Le devolví la sonrisa:

—Hazlos pasar.

Riegle salió y cogí el micrófono del intercomunicador. Ruido de grilletes, arrastrar de grilletes: buscadores de putas en escena, a plena luz.

«Buenas noches, caballeros, y presten atención», vomitó el altavoz.

«Han sido detenidos por incitación a la prostitución, una violación del Código Penal de California punible con hasta un año de cárcel en la prisión del Condado de Los Angeles. Puedo hacer que esto sea muy sencillo o puedo convertirlo en la peor experiencia de sus vidas, y mi decisión sobre lo que haga depende completamente de ustedes.»

Parpadeos, arrastrar de pies, secos sollozos: una hilera de sacos compungidos. Leí mi lista de alias y estudié sus reacciones:

«John David Smith, George William Smith… vamos, sean originales. John Jones, Thomas Hardesty… eso está mejor. D.D. Eisenhower… ¡oh, eso es muy poco para usted! Mark Wilshire, Bruce Pico, Robert Normandie: nombres de calles, ¡por favor! Timothy Crenshaw, Joseph Arden, Lewis Burdette… es un jugador de béisbol, ¿verdad? Miles Swindell, Daniel Doherty, Charles Johnson, Arthur Johnson, Michael Montgomery, Craig Donaldson, Roger Hancock, Chuck Sepulveda, David San Vicente…, joder, más nombres de calles.»

Mierda, no podía fijarme en las caras, tan deprisa.

«Caballeros, ahora es cuando el asunto se pone fácil o muy complicado. El departamento de Policía de Los Angeles desea ahorrarles un mal trago y, con franqueza, sus andanzas extra—conyugales ilegales no nos preocupan en exceso. En pocas palabras, han sido ustedes detenidos para ayudarnos en la investigación de un robo. Está involucrada una mujer que sabemos que vende sus servicios esporádicamente en South Western Avenue y necesitamos encontrar a alguien que haya contratado esos servicios.»

Riegle salta al estrado, saca la foto.

«Caballeros, podemos retenerlos legalmente durante setenta y dos horas antes de presentarlos ante el tribunal de Delitos Menores. Tienen derecho a una llamada telefónica por cabeza y, si deciden llamar a sus esposas, pueden decirles que están detenidos en la comisaría de University, acusados de un uno dieciocho barra seis cero: incitación a la prostitución. Supongo que no tienen demasiadas ganas de hacerlo, así que presten atención; sólo lo diré una vez.»

Murmullos; las respiraciones empañaron el espejo.

«El agente Riegle les enseñará unas fotos de la mujer. Si han contratado sus servicios, den dos pasos al frente. Si la han visto hacer la calle pero no han tenido tratos con ella, levanten la mano derecha.»

Un compás de espera.

«Caballeros, una confirmación auténtica les pondrá a todos en la calle en cuestión de horas, sin cargos. Si ninguno del grupo reconoce haber contratado los servicios de la dama, llegaré a la conclusión de que están mintiendo o de que, sencillamente, ninguno de ustedes la ha visto o ha hablado nunca con ella, lo cual significa en ambos casos que los diecinueve serán sometidos a un interrogatorio intensivo, y que los diecinueve serán fichados, retenidos durante setenta y dos horas y presentados ante el juez bajo la acusación de inducción a la prostitución. Durante ese plazo, permanecerán encerrados en la zona que aquí reservamos a los presos homosexuales, es decir, en la jaula de las locas, con esas preciosidades negras que les enseñaban el rabo. Caballeros, si alguno de ustedes reconoce haber tratado con la dama y su declaración nos convence de que dice la verdad, no será acusado formalmente de ningún cargo y sus revelaciones serán estrictamente confidenciales. Una vez convencidos, les dejaremos a todos en libertad y les permitiremos recuperar sus propiedades confiscadas y sus coches intervenidos. Los coches están en un aparcamiento oficial, cerca de aquí, y como recompensa por su colaboración no les cobraremos la tarifa normal por retirada del vehículo. Lo repito: queremos la verdad. No pretendan salir de aquí diciéndonos que jodieron con la chica si no es así; no nos tragaremos sus mentiras. Sid, pasa las fotos.»

Pase: de Riegle a un tipo larguirucho, ya mayor.

Aturdido, abogado por una vez: David Klein, Iuris Doctor.

Bajé la vista, contuve el aliento, alcé el rostro: un masón y un profesional de los salones de baile se habían adelantado. Miré las fotos de los permisos de conducir y leí los nombres.

El masón: Willis Arnold Kaltenborn, Pasadena. El bailarín: Vincent Michael Lo Bruto, East L.A. Un vistazo a los antecedentes, éxito con el italiano: fraude a las ayudas sociales a los niños.

Sid volvió a mi lado del espejo.

—Ya está.

—Sí, ya está. Stemmons espera, ¿verdad?

—Verdad, y tiene la grabadora. Está en la cuarta puerta del pasillo.

—Lleva a Kaltenborn a la sala de sudar número cinco y mete a esa bola de sebo con Junior. Luego, devuelve a los demás a la jaula de los borrachos.

—¿Les damos de comer?

—Unas barras de dulce. Y nada de llamadas; un abogado rápido podría presentarse agitando un mandamiento. ¿Dónde está Wilhite?

—No lo sé.

—Mantenle lejos de las salas de interrogatorio, Sid.

—¡Dave! Es un capitán…

—Entonces… ¡mierda, hazlo!

Riegle salió, irritado. Yo también salí, impaciente, en dirección a las saunas: habitaciones estándar, dos metros por tres, espejo falso. En la número cinco: Kaltenborn, el hombre del fez. En la cuatro: Lo Bruto, Junior, una grabadora sobre la mesa.

Lo Bruto movió la silla; Junior se encogió. El comentario de Touch V.: Junior, drogado en Fern Dell. El encuentro con Ainge, un último descubrimiento: ojos de droga. Peor ahora: pupilas como cabezas de alfiler.

Abro la puerta, la cierro con un golpe.

Junior asintió; casi una sacudida. Me senté.

—¿Cómo te llaman? ¿Vince, Vinnie…?

Lo Bruto se hurgó la nariz.

—Las mujeres me llaman señor Polla Grande.

—Así es como llaman a mi compañero.

—¿Sí? El tipo nervioso y silencioso. Debe de irle muy bien.

—Sí, pero no estamos aquí para hablar de su vida sexual.

—Una lástima, porque tengo tiempo. La mujer y los chicos están en Tacoma, así que podría haber cumplido las setenta y dos horas, pero he pensado, ¿por qué fastidiar a los demás? Mire, estuve con esa chica, ¿para qué andarme con rodeos?

—Me caes bien, Vinnie. —Le ofrecí un cigarrillo.

—Sí, me llaman Vincent. Y ahórrese el dinero porque dejé el vicio el 4 de marzo de 1952.

Junior tiró del paquete. Nervios a flor de piel: tres intentos para encender una cerilla. Me eché hacia atrás.

—¿Cuántas veces fuiste con la chica?

—Una.

—¿Por qué sólo una?

—Una vez está bien por la novedad. Para las sorpresas que te dan las putas, más de una vez sería lo mismo que hacerlo con la parienta.

—Eres un tipo listo, Vincent.

—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué soy guarda de seguridad a un dólar veinte la hora?

Junior fumando; chupadas enormes.

—Dímelo tú —respondí.

—No lo sé. Lo que hago es rascarme la tripa en horas pagadas por la empresa. Es un medio de vida.

Calor. Me quité la chaqueta.

—De modo que abordaste a la chica sólo una vez, ¿no es eso?

—Sí.

—¿La habías visto antes?

—No.

—¿La has vuelto a ver después?

—No ha habido ningún después. ¡Coño! Me han dado la paga, he salido a dar una vuelta buscando una chica nueva y un policía novato se me ha echado encima de mala manera. ¡Joder…!

—Vincent, ¿qué te llamó la atención de la chica?

—Era blanca. No me gustan las negras. No es que tenga prejuicios; es sólo que no me atraen. Algunos de mis mejores amigos son negros, pero no me dedico a las negras.

Junior fumando, acalorado. Seguía con la chaqueta puesta. Lo Bruto:

—Su compañero no es muy hablador.

—Está cansado. Ha estado trabajando en secreto con los de Hollywood.

—¿Sí? Vaya, ahora entiendo por qué es un tipo tan arisco. Un hombre de Manischewitz; dicen que ahí arriba el secuestro se da muy bien.

Me reí.

—Es cierto, pero mi compañero ha estado ocupado con maricas. Di, socio, ¿recuerdas cómo te empleaste con esos tipejos en Fern Dell? ¿Recuerdas que ayudaste a ese tipo amigo tuyo de la Academia?

—Claro… —Con la boca seca y la voz ronca.

—Vaya, socio, eso debió de ponerte enfermo. ¿No te detuviste a tomar algo camino de casa, sólo para librarte del REGUSTO?

Chasquidos de sus nudillos sudorosos. Se le subieron las mangas. MARCAS EN LAS MUÑECAS; rápidamente, tiró de los gemelos para ocultarlas. Lo Bruto:

—¡Eh! Creía que la estrella de este espectáculo era yo.

—Claro que lo es. Sargento Stemmons, ¿alguna pregunta para Vincent?

—No. —Seco, jugando con los gemelos.

Yo, con una sonrisa:

—Volvamos a la chica.

—¡Sí, eso! —Lo Bruto.

—¿Era buena?

—La novedad es la novedad. Era mejor que la parienta, pero no tan buena como las no profesionales que ese tipo guapo de ahí debe ligar.

—A él le gustan los ligues rubios y despampanantes.

—Como a todos, pero yo me conformo con tener caucasianas, sin más.

Junior acarició su arma con manos espasmódicas.

—¿Y en qué era mejor que tu mujer?

—Se movía más y le gustaba decir guarradas.

—¿Cómo se hacía llamar?

—No me dijo ningún nombre.

El desnudo de Lucille en la ventana, úsalo.

—Describe a la chica desnuda.

Lo Bruto, enseguida:

—Regordeta, tetas algo caídas. Pezones grandes oscuros, como si quizá tuviera algo de sangre paisana.

¡Tilín! El tipo sabía.

—¿Qué llevaba puesto cuando la recogiste?

—Pantalones ajustados. Ya sabe, de esos deportivos.

—¿Adónde fuisteis?

—A su pensión, claro.

—La dirección, Vincent.

—¡Oh! Esto… creo que era un motel llamado Red Arrow Inn.

Di unos golpecitos sobre la grabadora.

—Escucha con atención, Vincent. Hay un hombre complicado en este asunto, pero no creo que seas tú. Sólo dime si la chica dijo algo parecido a esto.

Lo Bruto asintió; yo pulsé Play. Un siseo de estática y: «Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»

Pulsé Stop. Junior: ninguna reacción. Lo Bruto:

—Vaya, esa gatita enferma está llena de sorpresas.

—¿Qué significa eso?

—Significa que no me hizo poner condón.

—Quizás ella utiliza diafragma.

—Niet. Fíese de lo que dice el señor Polla Grande: esas chicas siempre lo hacen con goma.

—¿Y ella, no?

—Lo que puedo decirle es que este jinete la cabalgó a pelo. Y puedo asegurarle, paisano, que mi salchicha funciona muy bien. Fíjese en el montón de críos que me tienen trabajando como un esclavo para poderlos alimentar.

Una conjetura: Lucille, estéril a consecuencia de algún raspado.

—¿Qué hay de la cinta?

—¿Qué hay de ella?

—¿La chica dijo algo parecido a eso de la hija y el papá cuando estuviste con ella?

—No.

—Pero has dicho que le gustaba decir guarradas.

—Decía que la mía era la más grande. Yo le dije que no me llamaban señor Polla Grande porque sí. Ella dijo que le gustaban grandes desde hacía mucho tiempo y yo le repliqué que, para una chica como ella, «hace mucho tiempo» significaba la semana pasada. Ella dijo algo así como, «te sorprenderías».

Junior se tiró de los gemelos. Le pinché:

—Esa Lucille parece uno de los mariquitas de Fern Dell Park, socio. Pollas grandes: todos los maricas tienen esa fijación. Tú has trabajado con ellos más que yo, socio; ¿verdad que tengo razón?

Junior se retorció, apurado.

—¿Verdad que tengo razón, sargento?

—Sí… Sí, claro… —Con voz ronca.

Insisto con Polla Grande:

—¿Así que la chica llevaba pantalones deportivos ajustados?

—Exacto.

—¿Comentó algo de un pervertido que la acosara, quizás un mirón que fisgaba sus citas con los clientes?

—No.

—¿Y llevaba pantalones ajustados?

—Sí, ya se lo he dicho.

—¿Qué más llevaba?

—No lo sé. Una blusa, creo.

—¿No era un abrigo de pieles?

Nervios de toxicómano: Junior rompió uno de los gemelos de tanto retorcerlo.

—No, ningún abrigo de pieles. O sea, ¡qué coño!, la chica era una puta de Western Avenue.

Cambio de tema:

—Así que has dicho que la chica decía guarradas.

—Sí. Decía que el señor Polla Grande se merecía el nombre.

—Olvídate de la polla. ¿Dijo alguna «guarrada» más?

—Dijo que estaba follando con un tipo llamado Tommy.

Hormigueo/piel de gallina.

—Tommy, ¿qué?

—No lo sé. No le oí ningún apellido.

—¿Dijo si era su hermano?

—¡Vamos, eso es una locura!

—¿Vamos? ¿Recuerdas la cinta que acabas de escuchar?

—¿De modo que se trata de eso? Pero papá e hija no es lo mismo que hermano, y los blancos no hacen esas cosas. Son pecado, son una infamia, son…

Un golpe sobre la mesa.

—¿Dijo si era su hermano?

—No.

—¿Mencionó el apellido?

—No —un susurro; asustado, ahora.

—¿Dijo algo de perversiones?

—No.

—¿Dijo si era músico?

—No.

—¿Dijo si vendía narcóticos?

—No.

—¿Dijo si le pagó?

—No.

—¿Dijo si era un ladrón?

—No.

—¿Un voyeur, un mirón?

—No.

—¿Te dijo qué le hizo?

—No.

—¿Te dijo algo de su familia?

—No.

—¿Describió al tipo?

—No.

—¿Te dijo si le iban las chicas de color?

—No. Agente, escuche…

Di una palmada sobre la mesa. Polla Grande se santiguó.

—¿Mencionó a un hombre llamado Tommy Kafesjian?

—No.

—¿Abrigos de pieles?

—No.

—¿Robos de abrigos de pieles?

Junior encogiéndose, rascándose las manos.

—Agente, la chica sólo dijo que estaba follando con ese Tommy. Dijo que no era demasiado bueno, pero que él se había presentado y que una siempre seguía enamorada del hombre que la había desflorado.

Me quedé paralizado.

Junior saltó de un brinco. El gemelo rodó bajo la puerta.

Nervios a flor de piel. Abrió la puerta de un tirón. Al otro lado, Dan Wilhite. Parpadeos del altavoz del pasillo; lo había oído.

—Klein, ven aquí.

Obedecí. Wilhite me golpeó en el pecho con el índice. Le doblé la muñeca.

—Este caso es mío. Si no te gusta, entiéndete con Exley.

Los matones de Narcóticos llegaron enseguida.

Solté a Dan. Junior intentó meterse, pero le contuve.

Wilhite, pálido, soltando burbujas de saliva.

Sus muchachos se sonrojaron, muy enfadados, con ganas de bajarme los humos. Lo Bruto:

—¡Caramba, estoy hambriento!

Cerré la puerta.

—De verdad, estoy muerto de hambre. ¿No podría tomar un bocadillo o cualquier cosa?

Pulsé el comunicador.

—Sid, trae al otro tipo.

Lo Bruto fuera, Kaltenborn dentro. Un gordo degenerado con un fez en la cabeza. Junior, bajó los ojos. El tipo:

—Por favor, no quiero problemas…

Su voz, casi familiar. Pulsé Play. Lucille: «Adelante, encanto.» Pausa. «Sí, quiere decir ahora.»

Kaltenborn hizo una mueca. Patata caliente.

Pausa. «Está bien, está bien»: la voz, más familiar. Unos chirridos de somier, gemidos. El gordito se puso a sollozar.

Lucille: «Juguemos a una cosita. Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»

Grandes sollozos. Pulsé Stop.

—¿Era su voz, señor Kaltenborn?

Sollozos, gestos de asentimiento. Junior se movió, intranquilo.

—Deje de llorar, señor Kaltenborn. Cuanto antes responda a mis preguntas, antes le dejaremos irse.

El fez le resbaló hasta quedar ladeado.

—¿Y Lydia?

—¿Qué?

—Mi esposa, ella no va a…

—Esto es estrictamente confidencial. ¿Es usted el de la grabación, señor Kaltenborn?

—Sí, sí, soy yo. ¿Es que la policía grabó esa…?

—¿Esa cita extraconyugal ilegal? No, no fuimos nosotros. ¿Sabe usted quién lo hizo?

—No, desde luego que no.

—¿Y jugó usted a «papá»?

Con voz amortiguada, sofocada en sollozos:

—Sí.

—Hábleme de eso.

Kaltenborn, agarrando el fez, retorciéndolo, frotándolo:

—Yo quería repetir, así que la chica se puso la ropa y me pidió que se la arrancara. «Arráncame la ropa, papá», me dijo. Yo lo hice, y entonces repetimos. Y eso fue todo. No sé cómo se llama, no la había visto nunca y no he vuelto a verla. Todo esto ha sido una terrible coincidencia. Esa chica es la única prostituta con la que he tenido tratos y estaba en una reunión con mis hermanos de logia para discutir nuestro presupuesto de obras de caridad cuando uno de ellos me preguntó si sabía dónde se podía encontrar prostitutas, así que yo…

—¿Habló la chica de un hombre llamado Tommy?

—No.

—¿Y de un hermano llamado así?

—No.

—¿De un hombre que la pudiera estar siguiendo, o grabando sus palabras, o escuchándola a escondidas?

—No, pero…

—¿Pero qué?

—Pero oí a un hombre en la habitación de al lado, llorando. Quizá fue mi imaginación, pero era como si estuviera escuchándonos. Era como si lo que oía le afectara.

Bingo. El mirón.

—¿Vio al hombre?

—No.

—¿Le oyó decir o murmurar alguna palabra en concreto?

—No.

—¿Mencionó la chica a otros miembros de su familia?

—No, sólo dijo lo que he declarado y lo que ha oído usted en esa grabación. Agente… ¿de dónde la ha sacado? Yo… no quiero que mi esposa oiga…

—¿Está seguro de que no mencionó a un tal Tommy?

—¡Por favor, detective! Me está gritando.

Cambio de actitud:

—Lo siento, señor Kaltenborn. Sargento, ¿tiene alguna pregunta?

El sargento (esa bestia estúpida, acariciando el arma):

—Hum, no… —Se mira las manos.

—Señor Kaltenborn, ¿la chica llevaba un ABRIGO DE PIELES?

—No, llevaba unos pantalones ajustados de torero y una especie de blusa barata.

—¿Dijo que le gustaba el STRIPTEASE?

—No.

—¿Mencionó que frecuentaba un club negro llamado BIDO LITO'S?

—No.

—¿No dijo que desnudarse de un CÁLIDO ABRIGO DE PIELES era el éxtasis?

—No. ¿Qué pretende usted…?

Junior bajó las manos. Estuve atento por si desenfundaba.

—Señor Kaltenborn, ¿mencionó la chica si conocía a un POLICÍA RUBIO DESPAMPANANTE que antes era boxeador?

—No, no dijo nada parecido. Y no… no comprendo su interés por esas preguntas, oficial.

—¿Dijo si conocía a un policía artista de la extorsión con AFICIÓN a los jóvenes rubios?

HUIDA…

Junior gana la puerta, cruza el pasillo con la pistola desenfundada. Salgo, le persigo, corro…

Llegó hasta su coche, jadeante. Le alcancé, le inmovilicé la mano del arma y eché su cabeza hacia atrás.

—Te dejaré salir de todo esto. Te retiraré del caso Kafesjian antes de que jodas aún más las cosas. Podemos hacer un trato ahora mismo.

Cabello engominado. Junior se desasió agitando la cabeza. Unos faros desviados iluminaron su cara de drogado escupiendo salivazos.

—Esa puta mató a Dwight Gilette y tú lo estás ocultando. Ainge dejó la ciudad y yo quizá tengo el arma que usó la chica. Tú estás colado por esa puta y estoy convencido de que empujaste a ese testigo por la ventana. No hay trato. Y ya verás cómo os amargo la existencia a ti y a esa puta.

Le agarré por el cuello y apreté para matarle. Obsceno: su respiración, sus labios echados hacia atrás para morder. Me retiré ligeramente, en un descuido. Un rodillazo. Me doblo, sin aliento; a patadas, ruedo por el suelo. Neumáticos derrapando sobre la grava.

Unos faros: Jack Woods sale en su persecución.

Los Angeles Oeste, tres de la madrugada. En casa de Junior —cuatro viviendas adosadas de una planta—, todo a oscuras. Ningún Ford de Junior aparcado en las proximidades. Uso la ganzúa, enciendo las luces.

Dolorido desde la entrepierna hasta el pecho: darle una paliza, matarle. Dejé las luces encendidas. Que lo supiera.

Cerré la puerta y recorrí la vivienda.

Salón, comedor, cocina. Muebles a juego: meticuloso. Limpieza, mugre: mobiliario de formas angulosas, polvo.

El fregadero: comida mohosa, cucarachas.

El congelador: cápsulas de nitrato de amilo.

Ceniceros llenos de colillas —la marca de Junior— con manchas de carmín.

Cuarto de baño, dormitorio: lúgubre, equipo de maquillaje: el color del lápiz de labios coincidía con el de las colillas. Una papelera, rebosante de pañuelos de papel manchados de rojo de labios. Una cama revuelta. Cápsulas vacías sobre las sábanas. Levanté las sábanas: una Luger con silenciador y un consolador sucio de mierda debajo.

Libros de bolsillo en la estantería: Como los chicos, A la griega, Deseo prohibido.

Un baúl cerrado con candado.

Una foto en la pared: el teniente Dave Klein en uniforme del LAPD. Sigo el pensamiento de un marica. Zoooom:

No estoy casado.

Ninguna pasión por una mujer hasta Glenda.

De Meg, no podía saber nada.

La Luger, sonriendo: «Adelante, dispara a algo.»

Disparé. Un silencio a quemarropa: rompió el cristal/desconchó el yeso/me desconchó a MÍ. Disparé al baúl: astillas/nube de cordita. El candado voló.

Hurgué en el interior. Pilas de papeles ordenados: Junior, el meticuloso. Lento inventario.

Copias:

El expediente personal de Johnny Duhamel. Informes de capacidad de Dudley Smith: todo de primera. Peticiones de nombramiento: Johnny para el trabajo de las pieles, referencias al robo clasificadas. Extraño: Johnny no había estado nunca en Patrullas; de la Academia, había pasado directamente a la brigada.

Más Duhamel: programas de boxeo, músculos de lujo. Papeles de la Academia, prueba 104: Junior le había contado a Reuben Ruiz que él había enseñado a Johnny. Todo sobresalientes (amor ciego de marica: el estilo de redacción de Duhamel era infame). Más papeles sobre el trabajo de las pieles: informes de Robos… Era posible que Junior se adelantara a Dudley; debía de haber descubierto que Johnny era el ladrón y Dud no se había dado cuenta.

Una declaración formal: Georgie Ainge acusa a Glenda del 187 de Dwight Gilette. El teniente D.D. Klein elimina la prueba; Junior apunta el motivo: lujuria. Agarro esas hojas y la información sobre cajas de seguridad que hay debajo: era posible que Junior tuviera documentos de reserva guardados en algún banco. Ninguna mención de la pistola ni de huellas de Glenda en un arma; quizá Junior guardaba la pistola como carta de reserva.

Polvo de yeso posándose; mis disparos habían rozado algunas tuberías. Diversos expedientes, tarjetas de fichero:

Expediente número uno: el trabajo del Búho nocturno, el asunto de los cuatro muertos del jefe Ed Exley. Expediente número dos: diversos casos de Exley entre el 53 y el 58. Conciso: el Times, el Herald; meticuloso.

¿POR QUÉ?

Las tarjetas: fichas de identificación del LAPD; impresos de datos estándar de diez por quince. «Nombre», «Situación», «Comentarios», llenos de siglas. Fui interpretándolas mientras las leía:

Todas las situaciones eran «F.D.P.»: Fern Dell Park, probablemente. Iniciales, ningún nombre. Números, de artículos del Código Penal de California: conducta lasciva y depravada.

Comentarios: coitus interruptus «homo», multa y cobro inmediato por parte de Junior (metálico, joyas, porros).

Sudoroso, casi sin aliento. Tres tarjetas juntas, sujetas con un clip. Iniciales: T.V. Comentarios: el arresto de Touch Vecchio; conceder a Junior facultades para la extorsión:

Touch llama a Mickey C. desesperado y muerto de hambre. Está impaciente por hacer algo «por su cuenta»; ha estado tramando su propio plan de extorsión. El proyecto: Chick Vecchio, a buscar favores de mujeres famosas; Touch, a buscarlos de maricas célebres. Pete Bondurant, a tomar fotos y aplicar la presión: escupe o los negativos llegan a Hush-Hush.

Escalofríos. Mal asunto. El teléfono: un timbrazo, cuelga, un timbrazo. La señal de Jack.

Cogí el supletorio de la cabecera de la cama.

—¿Sí?

—Dave, escucha. Seguí a Stemmons al Bido Lito's. Se reunió con J.C. y Tommy Kafesjian en la trastienda que tienen allí. Les vi exigirle información y pesqué algunas palabras antes de que cerraran la ventana.

—¿Qué?

—Lo que oí fue a Stemmons hablando. Se ofreció a proteger a la familia Kafesjian (dijo precisamente eso, «familia») de ti y de alguien más, pero no pude captar el nombre.

Quizás Exley, a juzgar por los papeles.

—¿Qué más?

—Nada más. Stemmons salió del local contando dinero, como si Tommy y J.C. acabaran de untarle. Le seguí calle abajo y le vi dar el alto a un tipo, un negro. Creo que el tipo estaba vendiendo marihuana y me parece que también untó a Stemmons.

—¿Dónde está ahora?

—Camino de ahí. Dave, me debes…

Colgué, marqué el 111 y conseguí el número de teléfono de Georgie Ainge. Marco, dos timbrazos, un mensaje: «El número que ha marcado está desconectado.» Coincidía con la historia de Junior: Ainge había dejado la ciudad.

Opciones:

Neutralizarle: amenazar con delatarle como homosexual. Cortarle las alas, negociar con él: declaraciones y la pistola con las huellas a cambio del silencio.

A la mierda con los razonamientos: los psicópatas no negocian.

Apagué las luces, cogí la Luger. Matarle/no matarle. Péndulo: si toma la decisión equivocada, es hombre muerto.

Pienso: celos de marica. Junior, el psicópata, odia a Glenda, el bombón.

El tiempo se volvió loco.

Me dolían las costillas.

El periódico matinal golpeó la puerta. Le pegué un tiro a una silla. Lógica de bala: todas aquellas molestias por una mujer a la que nunca había tocado.

Salí de la casa. Amanecía. El lechero no sería testigo de ningún asesinato.

Arrojé la Luger a un cubo de basura.

Me acicalé un poco. No lo pienses, hazlo.