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—…y Pete me ha hablado de su espléndida actuación en el asunto Morton Diskant. ¿Sabía que Diskant es miembro de cuatro organizaciones que han sido clasificadas como tapaderas comunistas por la Fiscalía General del estado de California?

Howard Hughes: alto, delgado. Una suite de hotel, dos lacayos: Bradley Milteer, abogado; Harold John Miciak, guardaespaldas.

Siete de la mañana. Aturdido, maquinando un plan: encerrar a algún chiflado por el trabajo en casa de los Kafesjian.

—No, señor Hughes, no lo sabía.

—Pues debería. Pete me ha dicho que sus métodos eran rudos y quiero que sepa que los antecedentes de Diskant justificaban el trato que le dio. Entre otras cosas, proyecto establecerme como productor de películas independiente. Me propongo producir una serie de películas de batallas aéreas contra los comunistas, y uno de los argumentos principales de esas películas será que el fin justifica los medios.

Milteer:

—El teniente Klein también es abogado. Si acepta lo que usted va a proponerle, seguro que le hará llegar una interpretación adicional de los términos del contrato.

—No he practicado mucho como abogado, señor Hughes. Y en estos momentos estoy bastante ocupado.

Miciak carraspeó. Manos tatuadas: la marca de alguna banda.

—Eso no es trabajo para un abogado. Pete Bondurant ya tiene lleno el plato, así que…

Hughes, interrumpiéndole:

—La palabra que mejor resume el asunto es «vigilancia», teniente. Explíqueselo en detalle, Bradley.

Milteer, remilgado:

—El señor Hughes contrató en exclusiva a una joven actriz llamada Glenda Bledsoe, la instaló en una de sus casas de invitados y la estaba preparando para que interpretara papeles importantes en esas películas sobre las Fuerzas Aéreas. La chica ha violado el contrato al abandonar la casa y faltar a sesiones de ensayo sin pedir permiso. Actualmente, hace de protagonista femenina en una película de miedo de una productora no agremiada que se rueda en Griffith Park. Se titula El ataque del vampiro atómico, así que ya puede usted imaginar la calidad de la obra.

Hughes, remilgado:

—El contrato de la señorita Bledsoe le permite hacer una película al año con otro productor que no sea yo, de modo que no puedo romper el contrato por eso. Sin embargo, existe una cláusula de moralidad que podemos utilizar. Si demostramos que la chica es alcohólica, delincuente, adicta a los narcóticos, comunista, lesbiana o ninfómana, podemos denunciar el contrato y cerrarle las puertas de la industria del cine basándonos en ello. La única alternativa a eso es conseguir pruebas de que la señorita Bledsoe ha participado conscientemente en actos publicitarios de otras productoras rivales de Hughes, aparte de su trabajo para esa ridícula película de monstruos. Teniente, su trabajo consistiría en vigilar a la señorita Bledsoe con el objeto de reunir información sobre violaciones del contrato. Sus honorarios serán de tres mil dólares.

—¿Le ha explicado la situación a la chica, señor Milteer?

—Sí.

—¿Cuál fue su reacción?

—Sus palabras fueron, «¡Que te jodan!». ¿Qué responde usted, teniente?

El «no» en la punta de la lengua. Lo reprimí. Recordé:

Hush-Hush decía que Mickey C. financiaba aquella película.

«Casa de invitados» significaba «picadero». Que Howard Hughes se ocupara de poner orden en su propio gallinero.

Una idea:

Utilizar a algunos muchachos de la sección para el trabajo de seguimiento. Echar mano de un fondo especial: el dinero de los detenidos por los soplos de Kafesjian.

REGATEA. SUBE LA CIFRA.

—Cinco mil, señor Hughes. Puedo recomendarle alguien mas barato, pero no puedo desatender mis obligaciones normales por menos de esa cantidad.

Hughes asintió; Milteer sacó un fajo de billetes.

—Está bien, teniente. Aquí tiene dos mil por adelantado, y espero informes cada dos días, por lo menos. Puede llamarme aquí, al Bel-Air. Y ahora, ¿hay algo más que necesite saber de la señorita Bledsoe?

—No, ya me las arreglaré con el equipo de la película.

Hughes se puso en pie. Le tendí la mano gustosamente:

—La atraparé, señor.

Un apretón débil. Unos dedos fláccidos. Hughes se limpió la mano, restregándola a escondidas.

Dinero nuevo: gastarlo con vista. Pensar con vista:

Atrapar a Glenda Bledsoe enseguida. Dejar que Junior llevara parte del asunto Kafesjian, si había terminado de repasar los archivos que le dije. Aclarar la pista del barrio negro y evitar que volvieran a seguirme.

Instinto: Exley no me delataría en lo de Johnson. Lógica: destruyó el informe del forense; yo podría dar el soplo de lo de Diskant. Instinto: su interés por Kafesjian, ASUNTO PERSONAL. Instinto: me utilizaba como cebo; un policía bruto enviado para aumentar la presión.

Conclusiones:

Número uno: Wilhite y Narcóticos, los más peligrosos; para ellos era un policía torcido enredando con su fuente de ingresos. Quizás estaba a punto de sonar el blues del gran jurado federal: acusaciones en firme, procesos. Luego, policías corruptos sin trabajo y una cabeza de turco: un abogado-casero con una pensión de policía segura. Y para los asesinos sin trabajo, un objetivo: yo.

Número dos: Encontrar un ladrón/pervertido confesante; algún chiflado que cargara con el 459. Untar a los detectives de la comisaría para dar con alguno: mantener a Junior en la investigación real. ¿Que no aparece el auténtico ladrón?, Míster Pervertido se carga el muerto.

Me acerqué a la comisaría de Hollywood. El encargado del archivo no estaba. Eché un vistazo a «459 Resueltos» y «Falsas Confesiones», 1949-1957. Una hoja 187 en el tablón: el Diablo de la Botella. Asunto de pervertidos; estupendo. Cogí una copia.

Conclusión número tres:

Todavía bastante asustado.

Griffith Park, carretera oeste arriba: riachuelos, pequeñas montañas. Curvas empinadas, cañadas y matorrales: Peliculandia.

Un aparcamiento improvisado, abarrotado de vehículos. Añadí el mío. Gritos, carteles de manifestantes moviéndose a lo lejos. Salté a un remolque plano y observé el alboroto.

Piquete del sindicato; Chick Vecchio plantándoles cara; el bate de béisbol preparado, en alto. Un claro, camiones y plataformas, el plató: cámaras, una nave espacial medio Chevrolet.

—¡Esquiroles! ¡Basura de esquiroles!

Suficiente; cargo contra el piquete: «¡Oficial de Policía!» Los manifestantes, acogotados: me dejan pasar sin protestas.

Chick me saludó; sonrisas, palmadas en la espalda.

—¡Escoria! ¡Connivencia policial!

Nos alejamos hasta los remolques. Silbidos, nada de piedras; llorones. Chick:

—¿Buscas a Mickey? Apuesto a que tiene un bonito sobre para ti.

—¿Te lo ha dicho él?

—No, es lo que mi hermano llamaría una «conclusión inevitable para un buen conocedor». ¡Vamos, hombre! Un testigo vuela por la ventana en presencia de Dave Klein. ¿Qué va a suponer cualquier buen conocedor que se precie?

—Creo que estabas a punto de repartir un poco de leña sindical.

—¡Oye!, deberíamos haber llamado al viejo Contundente. En serio, ¿se te ocurre alguna idea? Mickey está de un humor insoportable. ¿Sabes de algún muchacho que no nos costara un ojo de la cara?

—¡Mierda!, déjales que protesten.

—No. Se ponen a gritar mientras rodamos y luego tenemos que volver a grabar el sonido. Y eso cuesta dinero.

Alguien, en alguna parte:

—¡Cámaras! ¡Acción!

—En serio, Dave.

—Está bien, llama a Fats Medina, del gimnasio de Main Street. Dile que he dicho cinco muchachos y una barricada. Dile que cincuenta por cabeza.

—¿De verdad?

—Hazlo esta noche y mañana ya no tendrás problemas con el sindicato. Vamos, quiero echar un vistazo a la película.

Llegamos al plató. Chick se llevó el índice a los labios: estamos rodando.

Dos «actores» gesticulando. La nave espacial en primer plano: aletas de Chevrolet, parrilla de Studebaker, pista de lanzamiento de cartón piedra.

Touch Vecchio:

«Los cohetes rusos han arrojado basura atómica sobre Los Angeles; una trama para convertir a los angelinos en autómatas receptivos al comunismo. ¡Han creado un virus vampiro! ¡La gente se ha convertido en monstruos que devoran a sus propias familias!»

Su coprotagonista: rubio, un relleno en la entrepierna:

«La familia es el concepto sagrado que une a todos los americanos. ¡Tenemos que detener esta invasión que nos arrebata el alma, al precio que sea!»

Chick, en un susurro con la mano delante de la boca:

—Los del piquete gritan que mi hermano ha matado a ocho hombres, y Touch se toma en serio los abucheos. Y, encima, él y ese encanto rubito se ponen a hacer guarradas en los remolques cada vez que pueden; incluso bajan a ligar a los lavabos de Fern Dell. ¿Ves al tipo del megáfono? Es Sid Frizell, el presunto director. Mickey le contrató barato y para mí que es un ex convicto que no podría dirigir un desfile de mongólicos. Siempre anda hablando con ese tipo, Wylie Bullock, el cámara, que al menos tiene un lugar donde dormir, y no como la mayoría de los vagabundos que ha contratado Mickey. Imagina: contrató al personal en los mercados de esclavos de los barrios bajos. Duermen en el plato, como si esto fuera una especie de jungla de mendigos. ¿Y el diálogo? También Frizell; Mickey le suelta diez pavos extra al día para que se ocupe del guión.

Ni Mickey, ni mujeres. Touch:

«¡Mataría a los máximos jerarcas del Secretariado soviético para proteger la santidad de mi familia!»

El rubito: «Te comprendo, desde luego, pero primero debemos aislar la basura atómica antes de que se filtre a la presa de Hollywood. ¡Mira a esas desgraciadas víctimas del virus vampiro!»

Corte a unos extras disfrazados de hombre lobo bailando un loco hip—hop. Hip, hop… Botellas asomando del bolsillo de atrás de los pantalones.

Sid Frizell:

—¡Corten! ¡Os he dicho que dejéis el vino con las mantas y los sacos de dormir! ¡Y recordad la orden del señor Cohen: nada de vino antes del descanso para el almuerzo!

Uno de los tipos, tambaleante, acabó chocando con la nave espacial. Touch le pellizcó el culo al rubito disimuladamente.

—¡Cinco minutos de descanso y nada de beber! —Frizell.

Ruido de fondo:

—¡Esquiroles! ¡Policía, títeres!

Nada de Glenda Bledsoe.

Touch pasó junto a la cámara, lento, viscoso.

—Hola, Dave. ¿Buscas a Mickey?

—Todo el mundo me pregunta lo mismo.

—Bueno, es la conclusión inevitable del buen conocedor.

Chick me guiñó un ojo.

—Ya aparecerá. Habrá ido a comprar pan de hace una semana para los bocadillos. Imagina la cocina que tenemos: pan seco, donuts rancios y esa carne que venden por la puerta de atrás en ese matadero de Vernon. Dejé de comer en el plató cuando encontré piel y pelos en mi salchicha con queso.

Me reí. Comentario de script: el rubio y un viejo vestido de Drácula. Touch suspiró.

—Rock Rockwell va a ser un gran astro. Fíjate, le está diciendo al mismísimo Elston Majeska cómo debe interpretar el papel. ¿Qué significa eso para el buen conocedor?

—¿Quién es Elston Majeska?

Chick:

—Era una especie de estrella del cine mudo en Europa y ahora Mickey le consigue permisos del asilo. Está enganchado, así que Mickey le paga con caballo cortado que consigue barato. Elston dice sus frases, se mete la aguja y le entra furor por el dulce. Deberías verle tragar esos donuts secos.

El viejo, tambaleándose, quitó el envoltorio de un pastelillo Mars. El rubito le agarró por la capa.

Touch, embelesado:

—¡Se lo va a follar!

—¡Glenda al plató dentro de cinco minutos! —Frizell.

—Cuando conocí a Mickey, ganaba diez millones al año. De aquello a esto, Dios santo.

—Las cosas vienen y se van —Chick.

—La antorcha pasa —Touch.

—Bobadas. Mickey salió de McNein Island hace un año, y nadie se ha hecho cargo aún de su viejo negocio. ¿Está asustado, acaso? Ya han liquidado a tiros a cuatro de sus muchachos y todos los casos están por resolver; y con eso quiero decir que nadie sabe quién lo ha hecho. Vosotros dos sois los únicos matones que le quedan y no comprendo cómo estáis con él todavía. ¿Qué le queda a Mickey, el negocio de las tragaperras del barrio negro? ¿Cuánto puede sacar con eso?

Chick se encogió de hombros:

—Míralo de esta manera: llevamos mucho tiempo con él y quizá no nos apetece cambiar. Mickey es un tipo listo y los tipos listos consiguen resultados tarde o temprano.

—Bonitos resultados. Y Lester Lake me dijo que unos tipos de fuera de la ciudad están trabajando las tragaperras del Southside.

Chick se encogió de hombros. Piropos y silbidos de admiración entre los extras: Glenda Bledsoe con un vestido de majorette.

Alta, esbelta, rubia miel. Toda piernas, toda pechos; una sonrisa que decía que nunca se creía nada. Un poco patizamba, ojos grandes, pecas oscuras. Puro algo: quizás estilo, quizás energía.

Touch me dio más detalles:

—Glenda la seductora. Rock y yo somos los únicos del plató inmunes a sus encantos. Servía bandejas de comida por la ventanilla de los coches en el autor restaurante Scrivner's cuando Mickey la descubrió. Mickey está embobado con ella; Chick, también. Glenda y Rock hacen de hermanos. Ella se ha infectado con el virus vampiro y trata de seducir a su propio hermano. Después, se convierte en un monstruo y obliga a Rock a huir a las montañas.

—¡Actores en sus puestos! ¡Cámara! ¡Acción!

Rock: «Susie, soy tu hermano mayor. El virus vampiro ha atrofiado tu crecimiento moral y todavía te quedan dos años para entrar en el instituto de Hollywood.»

Glenda: «Todd, en tiempos de lucha histórica, las reglas de la burguesía no sirven.»

Un abrazo, un beso. Frizell:

—¡Corten! ¡Toma buena! ¡Positivar!

Rock se desasió del abrazo. Silbidos, gritos de júbilo. Uno de los vagabundos abucheó; Glenda le dedicó un gesto: a tomar por culo. Mickey C. se encerró en un remolque, cargado de paquetes.

Di un rodeo por detrás del plató y llamé a la puerta.

—¡El dinero para el vino no se repartirá hasta las seis en punto! ¡Hatajo de borrachos atontados! ¡Esto es un plató para filmación de exteriores, no la misión de Cristo Redentor!

Abrí la puerta y atrapé un bollo volador. Seco. Lo mandé de vuelta.

—¡David Douglas Klein! El «Douglas» es una prueba concluyente de que no eres de mi sangre, jodido holandés pedorrero. Rechazas mi comida, pero dudo mucho que rechaces el dinero que Sam Giancana me ha encargado darte. —Mickey metió un sobre con un fajo de billetes bajo mi pistolera—. Sammy dice que gracias. Dice que ha sido un trabajo condenadamente bueno, con tan poco tiempo de aviso.

—Salió bien por muy poco, Mick. Me ha causado muchos problemas.

Mickey se dejo caer en un sillón.

—A Sammy no le importan tus problemas. Tú, más que nadie, deberías conocer el carácter de ese loco pedorrero chupapollas.

—Pues más vale que se preocupe por los tuyos.

—Ya lo hace, aunque sea con sus métodos bastos de tragón de espaguetis.

Fotos de Glenda casi desnuda en las paredes.

—Digamos que esta vez ha calculado mal.

—Como dice la canción, «¿Debe importarme?»

—Sí, debe importarte. La investigación de Noonan sobre el boxeo también saltó por la ventana, de modo que ahora anda loco por organizar algo en el barrio negro. Si los federales se meten en el Southside, seguro que investigarán tu negocio con las máquinas. Si me llega alguna noticia, te lo diré, pero es posible que no me entere. Sam ha puesto en verdaderas dificultades tu último negocio productivo.

Chick V. junto a la puerta; Mickey, con los ojos en las fotos.

—David, estas dificultades que predices me dejan asombrado. Mi única aspiración es ver legalizado el juego en este distrito; luego, pienso retirarme a las Galápagos y dedicarme a contemplar cómo las tortugas folian bajo el sol.

Solté una carcajada:

—El Legislativo del Estado no aprobará nunca el juego en el distrito. Y, si alguna vez lo hiciera, tú no conseguirías nunca una concesión. Bob Gallaudet es el único político de prestigio que lo apoya, y cambiará de opinión si consigue la Fiscalía.

Chick carraspeó; Mickey se encogió de hombros. Un permiso en la puerta: «Parques y Esparcimiento: Autorización para filmar.» Forcé la vista. En letra muy pequeña: «Robert Gallaudet.»

Otra carcajada.

—Bob te ha dejado filmar aquí a cambio de una contribución a su campaña. Está a punto de alcanzar la Fiscalía, de modo que piensas que un par de miles te dará ventajas en el asunto del juego. ¡Mick, debes de estar metiéndote más droga que ese viejo Drácula!

Un montón de fotos de chicas. Mickey les echó besos.

—La pareja que no tuve en el baile de promoción de 1931. Puedo garantizarle a la chica un aderezo de flores y muchas horas de diversión.

—¿Y ella te corresponde?

—Mañana, tal vez sí, pero hoy me rompe el corazón. Ya habíamos quedado para cenar esta noche, pero luego ha llamado Herman Gerstein. Su compañía va a distribuir mi película y necesita a Glenda para que acompañe a Rock Rockwell, su amor loco, a un acto publicitario. Esos problemas… Herman está preparando a ese chapero para el estrellato sin contar conmigo, pero tiene pánico a que las revistas de escándalos descubran que le va la marcha por la puerta de atrás. Ya ves, todo un montaje y yo me quedo sin la compañía de mi bonita tetuda.

«Acto publicitario»: violación de contrato.

—Mickey, vigila tu negocio de las monedas. Recuerda lo que te digo.

—Adiós, David. Llévate un bollo para el camino.

Salí del remolque; Chick entró. Abrí el sobre: cinco de los grandes.

Un teléfono público; dos llamadas: a Identificaciones y a Junior.

Datos: Glenda Louise Bledsoe, 1,72 m, 58 kg, rubia/azules, FN 3/8/29, Provo, Utah. Permiso de conducir de California desde 8/46, cinco multas de tráfico. Chevrolet Corvette del 56, rojo/blanco, Cal. DX 413. Dirección: 2489 ½ N. Mount Airy, Hollywood.

Junior. Sin suerte en la oficina. El escribiente de Subdirección me dijo que no había pasado por allí. Dejé un mensaje: que me llamara al autorrestaurante Stan's.

Fui hasta allí y ocupé un espacio libre cerca de la cabina telefónica. Café, una hamburguesa. Repaso de las copias de fichas.

Ladrones de casas confesos: datos físicos/modus operandi/antecedentes. Tomé notas. Mierda, el Diablo de la Botella, todavía suelto. Nombres, nombres, nombres; candidatos a psicópata inculpado. Más notas, aturdido: camareras coquetas, más dinero. Una idea irritante: un falso culpable no resolvía el caso; no había modo de encajar a Lucille y al ladrón en un ¿POR QUÉ?

El teléfono. Corrí a descolgarlo.

—¿Junior?

—Sí. El escribiente me ha dicho que te llamara.

Cauteloso. Raro en él.

—¿Has visto la nota que te dejé, verdad?

—Sí.

—Bueno ¿has encontrado algún papel sobre Lucille Kafesjian en el archivo de prostitutas de la comisaría?

—Estoy trabajando en ello, Dave. Ahora no puedo hablar. Escucha, te… te llamaré más tarde.

—¡Una mierda, más tarde! Termina enseguida con eso y…

CLIC. Zumbido.

En casa, papeleo. Furioso con Junior: un inútil errático, cada vez peor. Papeleo: engordando el informe Kafesjian para Exley. Después, listas: posibles seguidores para Glenda, posibles pervertidos a inculpar. Llamadas recibidas: Meg (Jack Woods ha cobrado los alquileres atrasados), Pete B. (dile que sí al señor Hughes, le he convencido de que no eres subnormal). Llamadas realizadas: Subdirección, piso de Junior (sin suerte; cuando lo encuentre, le aplasto ese corazón insubordinado). La lista de seguidores; una suerte de perros: nadie libre para empezar esta noche. Me tocaría a mí por defecto: un acto publicitario significaba quebrantamiento de contrato.

De vuelta a Hollywood: calles secundarias, la autovía. No me siguió nadie, cien por ciento seguro. Gower arriba, Mount Airy, giro a la izquierda.

2489: apartamentos con patio: estuco color melocotón. Un cobertizo para coches con un Corvette blanco y rojo guardado.

5.10, recién oscurecido. Aparqué cerca: vista del patio/cobertizo. Matar el rato, el blues de la vigilancia; mear en una taza, deshacerse de ella, una cabezada. Tránsito de peatones/automóviles.

7.04, tres coches en el bordillo. Puertas abiertas, destellos de flashes: Rock Rockwell: esmoquin, una flor. Una carrerita hasta el patio, de vuelta con Glenda: guapa, un suéter ajustado. El resplandor de los flashes iluminó su expresión patentada: Mirad, es una broma y lo sé.

Zoom: los tres coches dieron media vuelta y se encaminaron al sur. Seguimiento en marcha, cuatro coches en comitiva: Gower, Sunset oeste. El Strip, Club Largo: tres coches se vaciaron.

Los conserjes perdieron el culo, serviles. Más fotos: Rockwell con cara de aburrido. Aparqué en lugar prohibido y coloqué en el parabrisas: «Vehículo Oficial Policía.» Los alrededores se correspondían con el local.

Entré con la placa, eché a un cliente de un taburete de la barra con la placa. Turk Butler en el escenario: el rey del club. En primera fila: Rock, Glenda, plumíferos. Fotógrafos junto a la salida: zoom funcionando.

Violación de contrato.

Cena: agua de seltz, pastas. Trabajo de vigilancia fácil: Glenda, locuaz; Rock, enfurruñado. Los periodistas le ignoraron: un soso.

Turk Butler dejó el escenario y salieron las chicas del coro. Glenda fumaba y reía. Las bailarinas tenían grandes tetas. Glenda se subió el suéter por bromear. Rock se dedicó a beber: whisky sours.

Salida del club a las diez en punto; a pie por Sunset hasta el Crescendo. Otro taburete de bar, vigilancia: pura Glenda. Glenda llamando la atención. Pequeños vestigios de Meg, y su ALGO personal.

Medianoche, una carrerita hasta los coches. Seguí a la caravana descaradamente de cerca. Regreso a casa de Glenda, farolas en la acera: un fingido beso de buenas noches recogido en fotos.

El periodista se marchó; Glenda le dijo adiós con la mano. Silencio, y unas voces contenidas.

—¡Mierda, ahora no tengo coche! —Rock.

—Coge el mío, y tráete a Touch cuando vuelvas —Glenda—. ¿Pongamos dos horas?

Rock cogió las llaves y echó a correr, encantado. El Corvette salió quemando llanta; Glenda frunció el entrecejo. «Tráete a Touch cuando vuelvas» me sonó raro. Salí tras el coche.

Gower sur, Franklin este. Poco tránsito y nadie siguiéndome a mí. Al norte por Western, una pasada por el plató de filmación; el permiso de Mickey mantuvo abierta la carretera del parque.

Los Feliz, giro a izquierda, Fern Dell: arroyos y arboledas antes de las colinas de Griffith Park. Luces de frenos. Mierda: Fern Dell. En la brigada lo llamaban Paraíso del Chupa-pollas.

Rockwell aparcó. Hora punta. Luciérnagas rojas de cigarrillos en la oscuridad. Me eché a la derecha y paré el motor. Mis faros enfocaban a Rock y un chapero joven, muy mono.

Apagué las luces, bajé un poco el cristal. Cerca, capté la proposición:

—Hola.

—Hola.

—Esto… el otoño es la mejor estación en Los Angeles, ¿no crees?

—Sí, claro. Oye, acaban de dejarme un coche estupendo. Podríamos hacer una última visita al Orchid Room y luego ir a alguna parte. Tengo un poco de tiempo antes de recoger a mi chico… quiero decir, a una persona.

—No te andas con rodeos…

—Te aseguro que no. Anda, di que sí.

—No, encanto. Eres grande y brusco, y eso me gusta, pero el último tipo grande y brusco al que dije sí resultó ser un policía.

—¡Oh, vamos!

—No, niet, nein, no. Además, he oído que los detectives de la Central también han estado rondando por Fern Dell.

Falso. Subdirección no se ocupaba nunca de homosexuales. Posible explicación: un exceso de celo de Junior, hombre de la brigada.

—Gracias por el aviso.

Una cerilla. Rock encendió un cigarrillo y siguió la ronda. Fácil de rastrear: el resplandor de la colilla pasando de marica en marica.

Pasó el tiempo, con una banda sonora penosa: jadeos de sexo entre los árboles. Una hora, una hora y diez; Rock reapareció subiéndose la bragueta.

Zum… el Corvette salió lanzado. Le seguí sin prisas. No había tráfico. Directo al plató, imaginé. Una barrera en la carretera, salida de la nada: unos hombres con bates de béisbol le dejaron pasar sin detenerle.

Faros de camión acercándose. Me detuve a distancia y observé. Chirriar de frenos, un camión grande con remolque: otra vez, los payasos del piquete. Se encendió un foco: una brillante ceguera blanca sobre el objetivo.

Los matones asaltaron el camión blandiendo bates claveteados. El parabrisas estalló; un hombre salió tambaleándose y eructando cristal. El conductor echó a correr; un clavo certero le arrancó la nariz.

La compuerta trasera saltó y los matones subieron en bloque: trabajando los costillares. Fats Medina sacó a un tipo arrastrándolo por el pelo; le arrancó el cuero cabelludo.

Ningún grito. Malo. ¿Por qué ningún ruido?

De vuelta a Fern Dell, y a casa de Glenda. Ningún grito. Muy raro; luego, el pulso dejó de resonarme en los oídos y éstos volvieron a funcionar.

Aguardé a que salieran los muchachos: Rock, Touch el amanerado, el matón con ocho muescas. Sospechoso: dos de la madrugada, una sirena de películas de serie B haciendo de anfitriona.

Un patio con la luz encendida: el suyo. Conecté el emisor y pasé las cintas para matar el aburrimiento. Mensajes, voces; la frecuencia de la comisaría.

Comentarios sobre el asunto de las pieles de Hurwitz: ladrones. Reconocí las voces: Dick Carlisle y Mick Breuning, guardaespaldas de Dudley Smith. Ni rastro de las pieles; Dud quería que se apretara fuerte a los peristas. Crepitación: interferencia entre comisarías. Breuning: Dud había sacado a Johnny Duhamel de Antidisturbios. Un ex boxeador zumbado y peligroso. Más estática; pasé el dial: atraco a una licorería en La Brea.

El Corvette entró en el cobertizo; los muchachos caminaron hasta la casa haciéndose arrumacos.

Un timbrazo: la puerta se abre y se cierra.

Estudio de los accesos.

El patio delantero: demasiado arriesgado. El tejado, no: imposible subir. Detrás del apartamento: quizás una ventana por la que espiar.

Me arriesgo. Merece la pena, por una conversación jugosa.

Rodeé el bloque, conté las puertas traseras —una, dos, tres—; la de Glenda, cerrada con llave. Una ventana, cortinas entreabiertas. Ojos pegados al cristal:

Un dormitorio a oscuras; la puerta, ajustada. Presiono el cristal y se desliza en la guía. Se abre sin un chirrido, sin una vibración. Salvo el alféizar: arriba… y adentro.

Olores: algodón, perfume rancio. La oscuridad se hace gris. Una cama y unos estantes con libros. Voces. Me pego a la puerta y escucho:

—Bien, hay un precedente —Glenda.

—No muy afortunado, encanto —Touch.

Rockwell:

—Mary McDonald, «el Cuerpo». Una carrera saliendo de la nada; luego, ese secuestro salido de la nada. Los periódicos enseguida se olieron un truco publicitario. Yo pienso que…

—No era realista, por eso salió mal. —Glenda—. Ni siquiera se le desordenó el peinado. Recordad, Mickey Cohen financia nuestra película y está embobado conmigo, de modo que la prensa pensará enseguida en una intriga entre bandas. Hasta hace poco me administraba Howard Hughes, así que ya tenemos un personaje secundario…

—«Administraba»… ¡Vaya eufemismo! —Touch.

—¿Qué es un eufemismo? —Rock.

—Tienes suerte de estar tan bueno, porque con ese cerebro no llegarías muy lejos.

—Cortad ya y escuchad. —Glenda—. Me pregunto qué pensará la policía. No es un secuestro por un rescate porque, francamente, nadie pagaría un dólar para librarnos de problemas a Rock y a mí. Lo que pienso…

Touch:

—La policía imaginará que alguien se quiere vengar de Mickey o algo parecido, y Mickey no tendrá la menor idea. A la policía le encanta molestar a Mickey. Molestar a Mickey es una de las actividades favoritas del departamento de Policía de Los Angeles. Y vosotros dos seréis buenos. Georgie Ainge os va a sacudir sólo un poquito más que una pizca, para darle realismo. La policía tragará, no os preocupéis. Los dos seréis víctimas de un secuestro y los dos tendréis un montón de publicidad.

—Actuación de método —Rock.

—Será un compromiso para Howard, ese cerdo —la chica—. No se le ocurriría denunciar el contrato de la bella víctima de un secuestro.

—Dime la verdad, encanto. ¿El tipo estaba colgado?

—Más loco que una cabra, Touch.

Todos se echaron a reír. El auténtico chiste: que los falsos secuestros siempre fracasaban.

Una rendija en la puerta. Me acerqué y apliqué el ojo. Glenda, en bata, con el cabello mojado:

—Hablaba de aviones para excitarse. Llamaba a mis pechos «mis hélices».

Más risas. Glenda salió de mi campo de visión. Crujidos de aguja, Sinatra. Esperé toda la canción por echarle otro vistazo.

No hubo suerte; sólo Ebb Tide, cantada muy lento. Crucé el dormitorio y salté por la ventana con una idea loca: No delatarla.