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Demostración de fuerza.

South Tremaine, 1684; ocho de la mañana. Personal: expertos del laboratorio, equipo de huellas, cuatro agentes de uniforme.

Los uniformados se desplegaron: búsqueda de testigos oculares en las casas vecinas, inspección de cubos de basura. Policía de Tráfico preparada para ahuyentar a la prensa.

Demostración de fuerza: Exley, furioso hasta los pelos del culo.

Demostración de fuerza: liquidar el asunto lo antes posible.

Un compromiso con Dan Wilhite: una llamada telefónica, su voz irritada. Le dije que Exley había sido terminante; Dan replicó que era una locura: Kafesjian y el departamento, veinte años de provecho mutuo. Yo estaba en deuda con Dan; él lo estaba conmigo (favores acumulados). Wilhite, asustado:

—Me jubilo dentro de tres meses. Mis tratos con la familia no resistirían una investigación externa. Dave… ¿puedes… puedes dejarme fuera del asunto?

—Primero mi culo, después el tuyo —dije.

—Llamaré a J.C. y le pondré sobre aviso —dijo él.

8.04: la hora de la función.

Coches patrulla, una furgoneta del laboratorio. Policías de calle, técnicos. Un montón de mirones, chiquillos.

El camino de la casa. Conduje a los tipos del laboratorio a la parte de atrás. Ray Pinker:

—He llamado a Control de Animales. Dicen que no han tenido llamadas sobre perros muertos desde esta dirección. ¿Crees que los habrán llevado a algún cementerio de animales?

Día de recogida de basura: cubos alineados en el callejón.

—Puede ser, pero mirad en esos cubos de detrás de la valla. Me parece que el viejo Kafesjian no es tan sentimental.

—He oído que es un auténtico encanto. Bien, encontramos a los perros; luego, ¿qué?

—Tomad muestras de tejido para descubrir con qué los envenenaron. Si aún tienen unos trapos entre los dientes, analizad la sustancia; olía a cloroformo. Necesito diez minutos para hablar con J.C; luego, quiero que entres y recojas muestras en la cocina, el salón y el comedor. Después, haz entrar a los chicos de huellas y diles que sólo en el piso de abajo; no creo que el ladrón subiera al de arriba. El tipo se hizo una paja sobre unos pantalones de mujer, así que, si papá no los ha tirado, podéis buscar el grupo sanguíneo en el semen.

—¡Dios!

—Sí, Dios. Escucha; si se ha deshecho de la ropa, estará probablemente en esos cubos de basura. Pantalones ajustados de mujer, color pastel, desgarrados en la entrepierna. Ropa poco corriente. Y Ray, quiero un informe bien gordo de todo lo que encontréis.

—¡No me vengas con rodeos! Si lo que quieres es que ponga mucha paja, dilo.

—Ponle paja. No sé qué quiere Exley, de modo que vamos a darle algo a lo que hincar el diente.

Madge en la puerta de atrás, observando. Una gruesa capa de maquillaje para disimular los cardenales.

Ray me dio un codazo:

—No parece armenia.

—No lo es. Y sus hijos tampoco lo parecen. Ray…

—Sí, le meteré paja.

Volví a la calle; los mirones se arremolinaban. Junior y Tommy K., frente a frente.

Tommy, haragán de porche: camisa a flores, pantalones de pinza, el saxo.

Junior, luciendo su nuevo aire de perro apaleado con una vena de mala leche. Le sujeté, con talante veterano:

—Vamos, no dejes que ese tipo te ponga nervioso.

—Es esa mirada que tiene. Como si supiera algo que yo no sé.

—Olvídalo.

—Tú no has tenido que lamerle el culo.

—Yo no desobedecí a mi oficial superior.

—Dave…

—¡Ni Dave, ni nada! Tu padre es inspector, te metió en la oficina y mi jefatura de Subdirección era parte del trato. Es un juego. Tú estás en deuda con tu padre, yo estoy en deuda con tu padre, y también lo estoy con Dan Wilhite. Los dos nos debemos al departamento, así que tenemos que llevar las cosas como si Exley fuera a perder los estribos en este asunto. ¿Lo has entendido?

—Sí, lo entiendo. Pero es tu juego, de modo que no te limites a decirme que está bien.

Cruzarle la cara de un revés… No. No debía.

—Si me sales otra vez con toda esa mierda idealista, le envío a tu padre un informe que te devuelve al puesto de instructor en un tiempo récord. Estás metido hasta el cuello en mi juego. O colaboras, o esta noche encontrarás «dotes de mando ineficaces», «excesivamente volátil» y «poca tranquilidad en situaciones de tensión» sobre el escritorio de tu padre. Tú decides, sargento.

Junior, una inútil bravata:

—¡Ya estoy jugando! He llamado a la central de casas de empeño y les he dado una descripción de la vajilla robada. También tengo una lista de las lavanderías de Kafesjian. Tres para ti, tres para mí. ¿Las preguntas habituales?

—Bien, pero antes veamos qué consiguen los patrulleros. Después, cuando hayas visitado tus tres tiendas, ve al centro y busca antecedentes de otros 459 con modus operandi parecidos en los archivos de la Central y de la policía local. Si encuentras algo, estupendo. Si no, repasa los homicidios por resolver; quizás ese payaso es un maldito asesino.

Un olor nauseabundo, una nube de moscas. Los hombres del laboratorio sacaron los perros de los cubos, chorreando basura.

—Supongo que no me dirías esas cosas si no te importara.

—Exacto.

—Ya verás, Dave. Esta vez demostraré que valgo.

Tommy K. hizo sonar el saxo. Los espectadores aplaudieron; Tommy saludó con una reverencia y les dedicó un gesto obsceno, llevándose la mano a la entrepierna.

J.C. en el porche, con una bandeja en las manos.

—¡Eh, teniente, venga a hablar conmigo! ¿Le apetece un trago?

Me acerqué. Cerveza en botella. Tommy cogió una y bebió unos tragos. Observé sus brazos: rasguños en la piel, esvásticas tatuadas. J.C. sonrió:

—No me diga que es demasiado temprano para usted.

—Schlitz, desayuno de campeones —dijo Tommy tras un eructo.

—Cinco minutos, señor Kafesjian. Sólo unas cuantas preguntas.

—De acuerdo. El capitán Dan dice que es usted de fiar, que esto no es idea suya. Venga conmigo. Tommy, tú ve a ofrecer el Desayuno de Campeones a los demás.

Tommy cargó la bandeja como un consumado camarero. J.C. ladeó la cabeza, indicando que le siguiera.

Me condujo hasta su cuarto de trabajo: paredes de pino, armeros. Volví la cabeza hacia el salón: el equipo de huellas, Tommy ofreciéndoles las cervezas. J.C. cerró la puerta.

—Dan me ha dicho que se trata de un mero trámite.

—No del todo. El caso está en manos de Ed Exley y sus reglas son diferentes de las nuestras.

—Mi gente y la suya hacen negocios. Exley lo sabe.

—Sí, y esta vez está forzando las normas. Exley es el jefe de Detectives y Parker le deja hacer lo que quiera. Intentaré ir con cuidado, pero usted tendrá que colaborar.

J.C.: seboso y desagradable. Unos arañazos en la cara, obra de su propia hija.

—¿A qué viene esto? ¿Está chiflado, ese Exley?

—No sé a qué viene, pero es una buena pregunta. Exley quiere que este caso reciba un tratamiento especial, y le aseguro que es un detective condenadamente mejor que yo. Con él no hay trucos que valgan.

J.C. se encogió de hombros:

—Oiga, si es usted listo, puede sacar más jugo. Usted es abogado y tiene tratos con Mickey Cohen.

—No. Yo arreglo cosas, Exley las dirige. Hablando de listos, Exley es el mejor detective que ha visto nunca el LAPD. Vamos, señor Kafesjian, ayúdeme. Usted no quiere a unos policías cualquiera husmeando por aquí, lo comprendo. Pero un chiflado entra a robar en su casa y organiza una carnicería…

—¡Mi casa la limpio yo! ¡Tommy y yo encontraremos al tipo!

Ahora, con tranquilidad:

—No. Lo encontraremos nosotros; después, quizá Dan Wilhite le dé el soplo. Sin problemas, limpio y legal.

Kafesjian sacudió la cabeza: no, no.

—Dan ha dicho que me iba a interrogar. Adelante, pues: pregunte, y yo le respondo.

Saqué el bloc de notas.

—¿Quién lo hizo? ¿Alguna idea?

—No. —J.C, impasible. Inexpresivo.

—Enemigos. Deme algún nombre:

—No tenemos enemigos.

—Vamos, Kafesjian. Usted vende narcóticos…

—¡No pronuncie esa palabra en mi casa!

AHORA, CON TRANQUILIDAD:

—Llamémoslo negocios, entonces. ¿Sabe de algún competidor comercial que no le tenga simpatía?

J.C. agitó el puño: no, no.

—Las reglas las marcan ustedes; nosotros las acatamos. Llevamos los negocios con orden y limpieza y así no nos hacemos enemigos.

—Entonces, probemos otra cosa. Usted es lo que denominamos un informador pagado, y los tipos así se crean enemigos. Piense en ello y deme algún nombre.

—¡«Informador pagado»! Una manera muy fina de decir soplón, delator, chivato…

—Nombres, señor Kafesjian.

—Un tipo que está en chirona no puede colarse en una bonita y tranquila casa familiar. No tengo ningún nombre que darle.

—Entonces, hablemos de los enemigos de Tommy y de Lucille.

—Mis hijos tampoco tienen enemigos.

—Piénselo bien. El tipo irrumpe en la casa, rompe una colección de discos y destroza la ropa de su hija. Los discos eran de Tommy, ¿no?

—Sí, era la colección de mi hijo.

—Ya. Y Tommy es músico, de modo que quizás el ladrón tenía alguna cuenta pendiente con él. Quizá quería destruir sus cosas y las de Lucille aunque, por alguna razón, no subió a sus dormitorios. Hábleme, pues, de los enemigos de sus hijos: viejos colegas músicos, ex novios de Lucille… Piense.

—No, no se me ocurre…

J.C. no terminó la frase. Como si acabara de encenderse una luz en su cerebro.

Cambio de tema:

—Tengo que tomar las huellas digitales de toda la familia. Las necesitamos para compararlas con las que pueda haber dejado el ladrón.

Kafesjian sacó un fajo de billetes:

—No. De eso, nada. Mi casa la limpio…

Le estrujé la mano con la mía.

—Haga lo que le parezca, pero recuerde que esto es cosa de Exley y que estoy más obligado con él que con Wilhite.

J.C. se desasió y agitó en la mano unos billetes de cien.

—A la mierda —solté—. A la mierda toda su sebosa familia.

Un rápido movimiento, un crujido: Kafesjian agitaba más billetes; un par de miles, en total.

Me di la vuelta antes de que la cosa empeorase.