Fui conduciendo mi coche de alquiler durante horas que me parecieron días, sangrando encima del volante y por el pecho. Conducía con una sola mano la mitad del tiempo, usando los dedos tiesos de la mano derecha para apretar la toalla contra la herida del hombro.
Fue un verdadero milagro que llegase hasta la casa de Navidad Blake en Riverside. No recuerdo haber salido del coche ni tocar el timbre. Quizá me encontraron allí, desmayado encima del volante.
Volví en mí tres días después. Pascua Amanecer estaba sentada en una enorme silla junto a mi cama, leyendo un cuento. No sé si sabía leer o si sólo miraba las figuras de las historias. Cuando abrí los ojos, ella saltó y salió corriendo de la habitación.
—¡Papá! ¡Papá! ¡El señor Rawlins se ha despertado!
Navidad entró en la habitación con unos vaqueros negros y una camiseta de un verde apagado. Sus botas, decididamente, eran del ejército.
—¿Qué tal vamos, soldado? —me preguntó.
—Dispuesto para el alta —dije, con una voz tan débil que ni siquiera yo la oí.
Navidad me sujetó la cara y me echó agua en la boca. Yo quería levantarme y llamar a Suiza, pero ni siquiera podía levantar una mano.
—Ha sangrado mucho —dijo Navidad—. Casi se muere. Por suerte, tengo algunos amigos en el hospital de Oxnard. Le traje medicinas y unos cuantos litros de líquido rojo.
—Llamar… Ratón… —dije, lo más alto que pude.
Luego me desmayé.
La siguiente vez que me desperté, Mama Jo estaba sentada junto a mí. Acababa de apartar alguna sustancia de un olor horrible de mi nariz.
—¡Eh! —gruñí—. ¿Qué era eso?
—Veo que te vas a poner bien, Easy Rawlins —dijo la enorme, negra y hermosa Mama Jo.
—Me encuentro mejor. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Seis días.
—¿Seis? ¿Alguien ha llamado a Bonnie?
—Ella llamó a Etta. Feather va muy bien, dicen los médicos. Pero no sabrán nada hasta dentro de seis semanas más. Etta le dijo que tú y Raymond estabais haciendo unos trabajos en Texas.
El Ratón apareció entonces con su sonrisa resplandeciente.
—Hey, Easy —dijo—. Navidad ha metido el dinero, los bonos y todo en el cajón que tienes junto a la cama.
—Dale los bonos a Jackson —le dije—. Dile que los venda y lo repartiremos en tres partes.
El Ratón sonrió. Le parecía bien el trato.
—Os dejaré para que habléis de negocios, chicos —dijo Jo. Se levantó de la silla y yo la contemplé asombrado, como siempre, impresionado por su tamaño y su porte.
El Ratón acercó una silla y me dijo lo que sabía.
Joe Cicerón apareció en las noticias de la televisión por haber matado a Cynthia Aubec y a su vez ser envenenado por ella.
—¿Dicen algo de que encontraron una carta? —pregunté.
—No. Ninguna carta, sólo un asesinato mutuo, así es como lo han llamado.
Aquella noche, Saúl Lynx vino con una ambulancia alquilada y me llevó a mi casa.
Benita Flag y Jesús vinieron conmigo y me cuidaron.
Dos semanas después de que todo hubiese acabado, cuando yo estaba todavía convaleciente, el Ratón vino y se sentó a mi lado junto al gran árbol que teníamos en el jardín trasero.
—No tienes que preocuparte por esa gente nunca más, Ease —dijo, después de cotillear un rato.
—¿Qué gente?
—Los Román.
Por un momento me sentí perplejo, y luego recordé el accidente y la demanda.
—Sí —dijo—. Benita me enseñó los documentos, y yo fui a hablar con ellos. Les conté lo de Feather y lo hecho polvo que estabas. Les dije que tú eras un buen detective, y que si alguna vez necesitaban ayuda, tú les echarías una mano. Después, decidieron no presentar esa demanda.
No había mucha gente en Watts capaz de no hacer lo que Ray les pidiera. Nadie quería ponerse en su contra.
Encontraron a Axel Bowers en su ashram y le cargaron también aquel crimen a Aubec. Los periódicos lo convirtieron en un escándalo de sexo incestuoso. Quién sabe, quizá lo fuese. Perro Soñador fue entrevistado también. Les habló a los reporteros de las fiestas con sexo y drogas. En 1966 aquél era un motivo suficiente, en la mentalidad del público, para el asesinato.
Unos pocos días después recibí una postal de Maya y Bobby Lee. Estaban de luna de miel en Mónaco. Lee tenía relación con la familia real monegasca. Decía que le llamase si alguna vez necesitaba trabajo… o consejo. Era lo más cerca que llegaría jamás Lee a un ofrecimiento de amistad.
Envié los veinticinco mil dólares a Suiza. Feather me llamaba una vez por semana. Bonnie llamó dos veces, pero siempre encontré una excusa para colgar pronto. No les dije a ninguna de las dos que me habían disparado. No tenía sentido preocupar a Feather o hacer que Bonnie se sintiese mal.
Yo vivía del dinero que Jackson había obtenido por los bonos y me preguntaba quién de la empresa de Haffernon habría comprado la carta. Pero no me preocupaba demasiado por ello. Estaba vivo, y Feather se iba recuperando. Aunque el espíritu moral de mi país estuviese podrido hasta la médula, al menos yo había conseguido salvar una parte que no tenía precio: mi hermosa hija.
Un mes después del tiroteo recibí una carta de Nueva York. Con ella iba un pequeño recorte diciendo que se había abierto una investigación sobre la empresa de capital americano Industrias Químicas Karnak y sus tratos con los alemanes durante la guerra. Había salido a la luz información sobre la venta de municiones a los alemanes directamente desde Karnak. Si las acusaciones resultaban ciertas, se llevaría a cabo una investigación completa.
La carta decía así:
Querido señor Rawlins:
Gracias por todo lo que hiciste. Ya he leído lo de nuestro amigo reptiliano en la zona de la Bahía. Sólo quería que supieras que Axel tenía un as en la manga. Probablemente recopiló información en Egipto y Alemania y la envió al gobierno antes de hablarle a nadie de los bonos suizos. Creo que quería que los tuviera yo, por si le pasaba algo a él. No se imaginaba lo despacio que trabajaría el gobierno.
Fue muy bonito conocerte. Tengo un trabajo de poca categoría en una empresa de inversiones, aquí en Nueva York. Estoy segura de que pronto ascenderé. Si alguna vez pasas por aquí, ven a verme.
Con cariño, Canela
Había marcado un beso con pintalabios rojo en la parte inferior de la carta. Le mandé los libros que había cogido de su casa y una breve nota dándole las gracias por ser tan especial.
Cinco semanas después, Bonnie y Feather volvieron a casa.
Feather estaba un poco regordeta antes de la enfermedad, y se había convertido casi en un fantasma cuando subió a aquel avión. Pero ahora era al menos diez centímetros más alta, e iba vestida como una mujer. Era incluso más alta que Jesús.
Después de besarme y darme un abrazo, recuperó su compostura y dijo:
—Bonjour, papa. Comment ça va?
—Bien, ma filie —repliqué, recordando las palabras que había aprendido mientras mataba hombres por toda Francia.
Todos nos quedamos hasta muy tarde por la noche, hablando. Hasta Jesús estaba animado. Había aprendido algo de francés de Bonnie con el tiempo, y entonces él y Feather hablaron en aquel idioma extranjero. La recuperación de ella y su vuelta le habían dejado casi aturdido, loco de alegría.
Finalmente, Bonnie y yo nos quedamos sentados uno junto al otro, pero sin tocarnos, en el sofá.
—¿Easy?
—¿Sí, cariño?
—¿Quieres que hablemos de ello ahora?
Notaba fiebre en la sangre y una marea que invadía mi mente, pero dije:
—¿Hablar de qué?
—Sólo llamé a Joguye porque Feather estaba enferma, y sabía que él tenía contactos —empezó.
Yo pensaba en Robert E. Lee y Maya Adamant.
—Cuando le vi, recordé lo que sentíamos el uno por el otro y… y pasamos mucho tiempo juntos en Montreux. Sé que tú debiste de sentirte muy herido, pero yo también pasé un tiempo intentando aclararme y…
Yo levanté la mano para detenerla. Debí de hacerlo con bastante énfasis, porque ella vaciló.
—Quiero que pares ahora mismo, cariño —dije—. Déjalo, porque yo no quiero oírlo.
—¿Qué quieres decir?
—No se trata de elegir entre él y yo —le dije al amor de mi vida—. Sino de si me quieres o no me quieres. He llegado a esa conclusión durante el tiempo que has estado fuera. Cuando hablamos en el aeropuerto, justo entonces, tú debiste decir que siempre era yo y siempre sería yo. No me importa si has dormido con él o no; en realidad no me importa. Pero la verdad es que él dejó una huella en tu corazón. Ese tipo de marcas que no se borran.
—Pero ¿qué estás diciendo, Easy? —Ella fue a cogerme. Me tocó, pero yo ya estaba ausente.
—Puedes llevarte tus cosas cuando quieras. Te amo, pero tengo que dejarte ir.
Jesús y Benita hicieron la mudanza al día siguiente. No sé adónde fue. Los chicos sí lo sabían. Creo que la veían a veces, pero nunca me hablaban de ello.
FIN