Capítulo 45

Volvi al hospital y pedí las referencias de la nueva habitación de Bobby Lee en el mostrador. Sentado en una silla junto a la puerta de Lee había un hombre blanco muy feo con las cejas, labios y nariz al menos tres veces demasiado grandes para su cara blancuzca. Aun sentado, vi que era un hombre grandote. Y a pesar de su grueso abrigo de lana, pude apreciar la fortaleza de sus miembros.

Al acercarme a la puerta, el Neanderthal se enderezó en la silla. Sus movimientos eran tan graciosos y fluidos como los de algún monstruo que se alzase desde una ciénaga ancestral.

—¿Qué tal? —dije yo, con ese aire amistoso que usan mucho los paletos de Texas. No quería pelearme con aquel hombre, en ningún momento y por ningún motivo.

Él sólo me miró.

—Easy Rawlins, quiero ver al señor Robert E. Lee —dije.

—Por aquí —dijo el bruto, con una melodiosa voz de barítono. Se levantó de la silla como el Nautilus de Nemo alzándose desde las profundidades.

Abrió la puerta y me indicó por gestos que pasara. Él pasó detrás: un elefante detrás del rabo de su hermano.

Lee estaba sentado en la cama con una camisa de dormir que no era del hospital, con bordados blancos en la pechera blanca, junto a los botones, y un cuello muy elegante. Sentada junto a él se encontraba Maya Adamant. Llevaba unos pantalones muy ajustados color coral y una blusa de seda roja. Tenía el pelo atado atrás y su rostro parecía triunfante.

Estaban cogidos de las manos.

—¿Han hecho las paces con un besito después de la pequeña pelea y la bobada del intento de asesinato?

Notaba la presencia del guardaespaldas detrás de mí. Pero ¿a mí qué me importaba? Yo estaba diciendo la pura verdad.

—Se lo he contado todo a Robert —dijo Maya—. No tengo secretos para él.

—¿Y usted la cree? —le pregunté a Lee.

—Sí. Me he dado cuenta de muchas cosas al estar tan cerca de la muerte. Aquí echado he llegado a comprender que mi vida no tiene sentido. Bueno, sí que he hecho muchas cosas importantes para otras personas. He resuelto crímenes y he salvado vidas, pero ya sabe, si alguien va camino del infierno, no se le puede salvar.

Su boca todavía estaba bajo el influjo de las drogas que le habían suministrado, pero percibí una mente clara por debajo del entramado de pensamientos vacilantes.

—Ella envió a Joe Cicerón a nuestra reunión —dije—. Y Joe vació un cargador entero en su pecho. Casi le mata.

—Ella no sabía que él iba a hacer tal cosa. Su único deseo era obtener los bonos. Es una mujer sin un hombre a su lado. Tiene que cuidar de sí misma.

—¿No era trabajo suyo conseguir los bonos y devolvérselos a Haffernon?

—Él sólo quería la carta.

Aquellas cinco palabras me probaron que la mente de Lee funcionaba a tope, con seis cilindros. Si yo me hubiese llegado a acostumbrar a la idea de aquella carta, no habría notado cómo metía aquello disimuladamente en la conversación.

—¿Qué carta? —pregunté.

Lee estudió mi rostro.

—No importa ahora —dijo—. Haffernon está muerto. He recibido noticias.

Entonces fui yo quien me quedé mirándole.

—El único problema ahora es Joe Cicerón —dijo Lee—. Y Cari, aquí, está trabajando para resolver este problema.

—Cicerón no puede estar solo en esto —dije yo—. Tiene que trabajar para alguien. Y ese alguien siempre puede encontrar otro Garbanzo.

Lee sonrió.

—Debo disculparme con usted, señor Rawlins. Cuando usted entró por primera vez en mis oficinas, creí que era simplemente un idiota con mucho desparpajo dispuesto a engañarme, que lo único que deseaba era obligarme a hacer lo que se le antojaba porque yo era un hombre blanco con una casa grande. Pero ahora veo la sutileza de su mente. Usted es un intelectual de primera, y más que eso… es usted un hombre de verdad.

Debo decir que los elogios no consiguieron despertar mi vanidad, porque sabía que Lee era taimado y al mismo tiempo tonto, y ésa es una mala combinación para dejarse influir por ella.

—¿Puedo hablar con usted a solas? —pregunté al detective.

Él pensó un momento y luego asintió.

—Cari, Maya… —dijo, despidiéndoles.

—Jefe —se quejó Cari, el grandote.

—No, está bien. El señor Rawlins no es un mal hombre. ¿Verdad, Easy?

—Depende de a quién le pregunte.

—Vayanse los dos —dijo Lee—. No me pasará nada.

Maya me dirigió una mirada de preocupación mientras salía. Era un cumplido mayor que las palabras de su jefe.

Cuando la puerta se hubo cerrado, pregunté:

—¿Es usted un estúpido, o es que no le importa que esa mujer enviase a un asesino a por usted?

—Ella no lo sabía.

—¿Y cómo puede estar seguro de eso? Quiero decir que actúa como si supiese leer la mente a la gente, pero usted y yo sabemos que no se puede predecir lo que hará una mujer como ésa.

—Veo que alguna mujer se le ha metido debajo de la piel —dijo, apuntándome con los ojos como si fueran cañones.

Eso me desconcertó, y me di cuenta de que cuando hablaba de Maya era Bonnie quien estaba en mi mente. Incluso veía las similitudes entre ambas mujeres.

—No se trata de mi vida personal, señor Lee. Se trata de Joe Cicerón y de que su ayudante le mandó a por usted y a por mí. Los dos sabemos que yo habría recibido los tiros si hubiese salido el primero por aquella puerta. Y yo no llevo chaleco antibalas.

—Si lo que me dijo usted es correcto, él le necesitaba a usted para que le diera información.

—Entonces me habría secuestrado, me habría torturado.

—Pero eso no ocurrió. Usted está vivo, y ahora Joe Cicerón acabará a tiros. Yo mismo le disparé.

—¿Y quedó mal?

—Es difícil decirlo. Él hizo un movimiento raro hacia atrás y disparó de nuevo. Yo le envié otra bala, pero entonces ya iba corriendo.

—No puede asegurar que está muerto. No está seguro. Y aunque pudiera, y aunque Cari le encontrase, o la policía, o cualquier otra persona… eso no nos diría tampoco por cuenta de quién está haciendo todo esto.

—El caso está cerrado, señor Rawlins. Haffernon ha muerto.

—¿Lo ve? —dije—. ¿Lo ve? En eso está equivocado. Cree que la vida es como una de esas representaciones de la guerra civil que tiene usted en su casa. Aquí están matando a gente, Bobby Lee. Los matan. Y mueren porque ese tal Haffernon le contrató a usted. No van a dejar de morir simplemente porque usted diga que todo ha terminado.

Debo decir que Lee parecía escucharme. No había polémica en sus labios, ni desdén en su rostro.

—Quizá tenga usted razón, señor Rawlins. Pero ¿qué quiere que haga yo?

—Quizá podría investigar la conexión Cicerón-Maya. Quizás ella podría fingir que desea trabajar con él todavía. De algún modo podemos echarle el guante y que nos conduzca hasta su fuente.

—No.

—¿No? ¿Cómo puede decir sencillamente que no? Al menos, podríamos preguntarle a ella si le parece bien… Mierda, este asunto es muy serio.

—Es demasiado peligroso.

—Lo que es peligroso es decirle a un asesino dónde va a estar tu jefe y no hacerle saber a tu jefe el cambio de planes. Lo que es peligroso es salir de un bar y que un hombre a quien no conoces te pegue unos tiros.

—No puedo poner en peligro a Maya.

—¿Por qué no?

—Porque vamos a casarnos.