Yo me iba bebiendo el agua, intentando pensar en alguna respuesta para un hombre que acababa de confesar que había matado y que había emprendido la búsqueda de su redención.
Felizmente para mí, sonaron unos golpecitos en la puerta.
—Es el tío Saúl —dijo Pascua Amanecer. No gritó exactamente, pero noté la emoción en su voz. No corrió tampoco exactamente, pero se abalanzó hacia la parte delantera de la casa.
—P. A. —dijo Navidad, con autoridad.
La niña se detuvo en seco.
—¿Qué te he dicho de abrir esa puerta? —le preguntó el padre.
—Que nunca abra la puerta sin averiguar primero quién es —dijo ella, obediente.
—Bien, entonces.
Ella corrió, seguida por su padre. Yo fui tras ellos.
—¿Quién es? —gritó Pascua Amanecer junto a la puerta.
—Es el lobo malo —contestó Saúl Lynx con la voz juguetona que reservaba para los niños.
La puerta se abrió entonces y Saúl entró con una caja en las manos.
Pascua Amanecer se llevó las dos manos a la espalda y se las agarró bien fuerte para contenerse y no saltar hacia él. Él se inclinó y la recogió del suelo con un solo brazo.
—¿Cómo está mi chica?
—Bien —dijo ella, evidentemente, intentando contenerse para no preguntar qué había en la caja.
Navidad se unió a ellos y puso una mano en el hombro de Saúl.
—¿Qué tal te va? —preguntó el rey-filósofo negro.
—Bien —dijo Saúl.
Por aquel entonces la niña ya se había desplazado hasta coger la caja.
—¿Es para mí? —preguntó.
—Sabes que sí —dijo Saúl, y la dejó en el suelo—. Eh, Easy. Veo que has encontrado el sitio.
—Eso me recuerda algo —dije—. Le he dado esta dirección a Ray también. Llegará por aquí un poco más tarde.
—¿Quién es ése? —preguntó nuestro anfitrión.
—Un amigo mío. Un buen elemento, si hace falta.
—Entremos —dijo Navidad.
Pascua corrió ante nosotros, abriendo el regalo.
Saúl se sentó junto al veterano de guerra y yo frente a ellos con mi agua.
—Joe Cicerón el Garbanzo —fueron las primeras palabras que pronunció Saúl— es el tipo más peligroso que se pueda imaginar. Es un asesino profesional, pirómano, secuestrador y también torturador…
—¿Qué significa todo esto? —pregunté.
—Es bien conocido que si alguien tiene un secreto que tú quieres saber a toda costa lo que tienes que hacer es contratar a el Garbanzo. Te promete una respuesta a tu pregunta al cabo de setenta y dos horas.
Eché una mirada a Navidad. Si estaba asustado, ciertamente, su rostro no lo demostraba.
—Es malo —dijo Black—. Pero no tan malo como su reputación. Pasa lo mismo con muchos hombres blancos. Sólo son capaces de ver la excelencia en uno de los suyos.
«Excelencia», pensé.
—Podría ser —aceptó Saúl—. Pero de todos modos es demasiado peligroso para mí.
Pascua Amanecer trajo una cerveza. Se la ofreció a su tío Saúl.
—Gracias, cariño —dijo Saúl.
—Pascua, éstas son conversaciones de hombres —dijo Navidad a la niña.
—Pero yo quería enseñarle mi muñeca al señor Rawlins —se quejó.
—Vale. Pero date prisa.
Pascua salió corriendo y volvió con una esbelta figura de una mujer asiática de pie sobre una plataforma y estabilizada con una varilla de metal.
—Mira —me dijo—. Tiene los ojos como yo.
—Ya lo veo.
La muñeca llevaba un vestido rojo y dorado muy elaborado con un dragón bordado.
—Es la dama del dragón —le dijo Saúl—, la mujer más importante de todo el clan.
Los ojos de la niña se abrieron mucho al examinar su tesoro.
—La vas a malcriar con todas esas muñecas —dijo Navidad.
Yo pensaba en el asesino.
—No, eso no es verdad, papi.
—¿Cuántas tienes ya?
—Sólo nueve, y tengo sitio para muchas más en los estantes que me hiciste tú.
—Vamos, ahora ve a jugar con ellas —dijo su improbable padre—. Iré a darte las buenas noches dentro de una hora.
Una vez salvadas las buenas formas, Pascua salió de la habitación y los hombres volvimos a nuestra barbarie.
—¿Y qué pinta Cicerón en este caso?
—Pues no lo sé. —Saúl llevaba un traje tostado con una camiseta marrón.
Navidad Black levantó la cabeza como si hubiese oído algo. Un momento después, llamaban a la puerta.
—Quédate en tu habitación, P. A. —dijo Navidad.
Fuimos juntos hasta la puerta.
Yo llevaba la mano alrededor de la Luger del bolsillo.
Black abrió la puerta y allí estaba Raymond.
—Feliz Navidad —saludó el Ratón.
—Noche de paz —replicó nuestro anfitrión.
Se estrecharon las manos y se saludaron con la cabeza el uno al otro, con mutuo respeto. Yo estaba impresionado porque la estima del Ratón era algo mucho más raro que una manifestación tropical de la aurora boreal.
De vuelta a los sofás, noté que mi carga se aligeraba. Con Raymond y alguien a quien él consideraba un igual de nuestro lado, no pensaba que nadie fuese demasiado para nosotros.
Les revelé todo lo que me pareció conveniente de la historia. Les hablé del estado de la casa de Axel, pero no les dije que había encontrado su cadáver. Confié en su imaginación al enterarse del encuentro entre Garbanzo y Axel. Les hablé de las llamadas de Maya y les dije que había encontrado a Haffernon en la habitación de Philomena. Les hablé de la existencia de los bonos y de la carta, pero no de que los tenía yo.
—¿Y qué valen los bonos? —Quiso saber Raymond.
—No lo sé —dije—. Miles.
—¿Crees que ese Haffernon es el mandamás? —preguntó Navidad.
—Quizás. Es difícil decirlo. Pero si Haffernon era el jefe, entonces, ¿quién le mató? Fue él quien contrató a Lee. De eso estoy seguro.
—Lee tiene al menos veinte agentes a su entera disposición —dijo Saúl.
—Y si hay alguien detrás de Haffernon —añadí—, tendrá también un ejército entero.
—¿Cuál es el objetivo, caballeros? —preguntó Navidad.
—Matarlos a todos —dijo el Ratón, con sencillez.
El labio inferior de Navidad sobresalió unos milímetros. Su cabeza osciló la misma distancia.
—No —dije yo—. No sabemos cuál de ellos es.
—Pero si los matamos a todos, el problema estará resuelto, sin importar quién fue.
Navidad se rio por primera vez.
Saúl sonrió nerviosamente.
Yo dije:
—Está lo del dinero, Ray.
—El dinero no significa demasiado si te tumban, Ease.
—No puedo ir matando a la gente sin motivo alguno —dijo Saúl.
—Hay motivos —dijo Navidad—. Te embaucaron y ahora tu vida está en peligro. La poli no puede tocar este asunto, y si lo hicieran, te meterían a ti en la cárcel. Ahí tienes el motivo.
—Sí —dije yo, porque una vez que dejas entrar a hombres como Navidad y el Ratón en la habitación, la muerte debe tener asiento a la mesa también—. Pero no antes de que averigüemos todo lo que hay.
—¿Y cómo piensas hacer tal cosa, Easy? —preguntó el Ratón.
—Vamos a meternos en la boca del lobo. Iremos a ver a Robert E. Lee. Él es quien nos ha metido en todo esto. Tiene que ser capaz de averiguar cuál es el problema.
—¿Y si el problema es él? —preguntó Navidad.
—Entonces tendremos que ser lo bastante listos para engañarle y que nos lo revele. El auténtico problema es llegar hasta él. Tengo la sensación de que Maya no quiere que esa conversación tenga lugar.
—Eso es fácil —nos dijo Saúl—. Llamémosle ahora, cuando ella no está en el trabajo.
Después de una pequeña discusión estratégica, Saúl marcó el número. Sonó cinco veces, diez. Quiso colgar, pero yo no le dejé. Al final, después de cincuenta timbrazos, Lee contestó a su teléfono.
—Soy Saúl Lynx, señor Lee. Le llamo tan tarde porque temo que Maya no sea fiable… Tal como lo veo ahora mismo, señor, no deseo trabajar más para usted… Pero tiene que comprender que nosotros creemos… el señor Rawlins y yo creemos que Axel Bowers fue asesinado y que el señor Haffernon también… sí… Easy ha hablado con Maya algunas veces desde nuestra reunión inicial, y le ha dicho que había encontrado a la señorita Cargill y que había hablado con Axel. ¿Le ha contado eso ella…? Supongo que no… Señor, tenemos que vernos… No. En su casa no… En San Francisco no… Hay un bar llamado Mike's en Slauson, cerca de Los Ángeles. Easy y yo queremos reunirnos con usted allí…
Hubo mucha discusión acerca de aquella reunión, pero finalmente Lee accedió. Nos imaginábamos que si había algún problema entre Maya y Lee él tendría alguna idea de que existía, aparte de nuestras insinuaciones. Si él cuestionaba su lealtad, tendría que acudir a la reunión.
Como si fuera capaz de leer las vibraciones en el aire, Pascua Amanecer hizo té y nos lo trajo justo en el momento en que acababa la reunión. Su padre no la castigó por haber abandonado su habitación.
Cogí la niña en mi regazo y ella se sentó allí cómodamente, escuchando a los hombres.
—Iré contigo y con Raymond a L.A. —dijo Saúl.
—No, vete con tu familia, hombre. Ray y yo podemos ocuparnos de esto.
—¿Y tú? —preguntó Navidad al Ratón.
—No, tío. No hay ninguna guerra. Sólo un tipo blanco que se cree muy malo. Si no puedo ocuparme de esto, es que estoy acabado.
Después Pascua sacó sus muñecas y todos le dijimos lo bonitas que eran. Ella se regodeaba con la atención de los cuatro hombres, y Navidad se alegraba por ella. Cuando se la llevó a dormir nos fuimos todos. El Ratón le preguntó a Navidad si podía dejar su El Dorado rojo allí durante unos días. Quería hablar de estrategias conmigo durante el viaje.
Cuando nos acercamos a mi reluciente Chevy sentí que abandonaba algo, una camaradería que nunca antes había sentido. Quizá fuese sólo tristeza al abandonar un hogar, ahora que yo carecía de él.