Capítulo 12

En la oficina del Inspector Isham, apoyando su codo sobre el escritorio de nogal y sosteniendo displicentemente un cigarrillo entre los dedos, Guy Slade habló sin mirarme.

—Gracias por tirarme en la sartén, detective. Me gusta ver a los muchachos de la policía de vez en cuando. —Sus ojos se curvaron en una desagradable sonrisa.

Yo estaba sentado frente a Isham. El Inspector era alto, delgado, gris y usaba anteojos sin armazón. No hablaba ni actuaba como un policía. Violets M’Gee y un irlandés de ojos alegres estaban sentados en unas sillas contra la pared que daba a la sala de recepción.

—Pensé que había encontrado la sangre demasiado pronto. Parece que me equivoqué. Mis disculpas, Mr. Slade.

—Sí. Y con eso arregla todo.

Se puso de pie y tomó un bastón y un guante que se encontraban sobre la mesa.

—¿Eso es todo, Inspector?

—Todo por hoy, Slade.

La voz de Isham era fría y sarcástica. Slade se colocó el bastón en la muñeca para poder abrir la puerta. Nos sonrió antes de salir. Lo último en que posó sus ojos fue, probablemente, mi nuca. Pero yo no lo estaba mirando.

—No necesito explicarle lo que pensamos de este tipo de encubrimiento —me dijo Isham.

Suspiré.

—Tiros. Un muerto en el suelo. Una chica desnuda y drogada tirada en un sillón, sin saber lo que está sucediendo. Un asesino a quien no pude agarrar y ustedes tampoco habrían podido… entonces. Y detrás de todo esto un pobre tipo partiéndose el corazón tratando de arreglar las cosas en medio de la mierda. Muy bien, cúlpenme. No estoy arrepentido.

—¿Quién mató a Steiner?

—La rubia os lo dirá.

—Quiero que me lo diga usted.

Me encogí de hombros.

—Si quiere que me arriesgue… el chofer de Dravec, Carl Owen.

Isham no pareció demasiado sorprendido. Violets M’Gee gruño en voz alta.

—¿Qué le hace pensar eso?

—Por un momento pensé que podía ser Marty. En parte por lo que dijo la muchacha. Pero eso no tenía ningún valor. Ella no sabía nada y aprovechó la oportunidad para tomárselas con Marty. Y es de las que no cambian de idea con facilidad. Pero Marty no actuó como un asesino. Un hombre tan frío como él no habría salido corriendo de esa manera. Yo ni siquiera había golpeado a la puerta cuando el asesino escapó. Por supuesto, también pensé en Slade. Pero él tampoco era ese tipo de hombre. Va a todos lados con dos guardaespaldas y ellos habrían intervenido. Además, Slade pareció verdaderamente sorprendido al encontrar la sangre. Estaba en el negocio con Steiner y tenían sus problemas, pero él no lo mató. No tenía ninguna razón valedera y de tenerla no lo habría hecho así, frente a un testigo… Pero Carl Owen, sí. Había estado enamorado de Carmen y probablemente todavía lo estaba. Tenía la posibilidad de espiarla y averiguar a dónde iba y qué hacía. Fue a lo de Steiner, entró por la puerta de atrás, vio la escena del desnudo y lo reventó. Entonces se asustó y salió corriendo.

—Y fue hasta el Lido y hasta el final del muelle —dijo Isham con sequedad—. ¿No olvida usted que el muchacho Owen tenía un golpe en la cabeza?

—No. Me estoy olvidando que Marty, de un modo u otro, sabía lo que había en el negativo… o casi… Y eso fue lo que lo movió a ir, conseguirlo, meter a Steiner en el garage y tener tiempo de redondear el negocio.

—Grinnell, traiga a Anges Laurel —dijo Isham.

Grinnell se levantó, caminó a través de la habitación y desapareció por la puerta.

—Viejo, tú si que eres un amigo —dijo Violets M’Gee.

No le respondí. Isham se estiró la fláccida piel del cuello y se miró las uñas de la otra mano.

Grinnell volvió con la rubia. Su cabello estaba desarreglado y se había quitado los aros. Parecía cansada pero ya no asustada. Se dejó caer lentamente sobre la silla que ocupara Slade, al borde del escritorio y cruzó las manos dejando ver sus uñas plateadas.

—Muy bien Miss Laurel —dijo Isham con calma—. Nos gustaría oír su versión.

La chica se miró las manos y habló sin dudar, con voz clara y tranquila.

—Conocí a Joe Marty hace tres meses. Me imagino que se me acercó porque yo trabajaba con Steiner. Yo pensé que le gustaba y le conté todo acerca del negocio. Él ya sabía un poco. Había estado gastando el dinero que le diera el padre de Carmen Dravec, pero ya se le había acabado y no tenía un centavo. Estaba listo para embarcarse en algo nuevo. Decidió que Steiner necesitaba un socio. Lo espiaba para ver si tenía matones a su servicio.

—Anoche se encontraba en el callejón que mira la parte trasera de su casa —continuó—. Oyó los tiros y vio al muchacho que corría por las escaleras, saltaba en su coche y salía corriendo. Lo persiguió hasta alcanzarlo cerca del playa, donde lo sacó del camino. El muchacho salió con una pistola, pero se puso nervioso y Joe lo desmayó de un golpe. Al registrarlo, averiguó quien era. Cuando volvió en sí, Joe se hizo el policía y el chico le contó toda la historia. Mientras Joe pensaba qué hacer, el chico lo tiró del coche y huyó. Manejaba como un loco y Joe lo dejó huir. Volvió a lo de Steiner. Supongo que ya saben el resto. Cuando reveló el negativo y vio lo que tenía en sus manos, se apuró, de manera que pudiéramos salir de la ciudad antes de que la ley advirtiera lo de Steiner. Íbamos a tomar algunos libros y poner una tienda en otro lugar.

Agnes Laurel se calló. Isham tableteó los dedos contra la mesa.

—Marty se lo contó todo, ¿eh?

—Ajá.

—¿Seguro que no mató a este Carl Owen?

—Yo no estaba allí. Pero Joe no actuó como si hubiera matado a alguien.

Isham asintió.

—Eso es todo por ahora, Miss Laurel. Queremos una declaración escrita… y tendremos que retenerla, por supuesto.

La chica se puso de pie. Grinnell la llevó afuera. Salió sin mirar a nadie.

—Marty no podía saber que Carl Owen estaba muerto. Pero estaba seguro de que trataría de esconderse. Cuando nosotros nos enteráramos, él ya se habría marchado con el dinero de Dravec. Creo que la historia de la chica es bastante razonable.

Nadie respondió. Al rato Isham me dijo:

—Usted cometió un error grosero. No debió mencionarle a la chica lo de Marty hasta estar seguro de que era su hombre. Con eso sólo logró que dos personas murieran inútilmente.

—Ajá. Será mejor que vaya y haga todo de vuelta.

—No se haga el malo.

—No me hago el malo. Yo trabajaba para Dravec y estaba tratando de evitarle un problemita. Yo no sabía que la chica era tan ardiente ni que Dravec era un huracán. Yo quería las fotos. No me importaban Steiner, ni Marty, ni su chica. Y no me importan ahora.

—Bueno, bueno —dijo Isham con impaciencia—. Por el momento no lo necesitamos más. Probablemente lo molesten bastante en la audiencia.

Se puso de pie y yo lo imité. Me extendió la mano.

—Y probablemente eso le venga bastante bien —añadió secamente.

Le di la mano y me fui. M’Gee me siguió. Bajamos juntos en el ascensor sin decir palabra. Al salir del edificio, dio la vuelta a mi Chrysler y entró.

—¿Tienes algo de alcohol en tu choza?

—Bastante.

—Bueno, vamos a tomar un poco.

Arranqué y me dirigí hacia el Oeste a través de un largo túnel lleno de ecos. Al salir, M’Gee me dijo:

—La próxima vez que te mande un cliente no esperaré que me cuentes nada, viejo.

Seguimos a través de la noche tranquila, rumbo al Berglund. Me sentía cansado, viejo y bastante inservible.