El humo de los cigarrillos flotaba en el aire. Un grupo de personas sorbía cócteles junto al cortinado que conducía a las salas de juego. Al otro lado la luz inundaba el extremo de una mesa de ruleta.
Mallory puso los codos en la barra. El barman dejó a dos jovencitas vestidas de fiesta y fue hacia él deslizando un paño blanco por la madera.
—¿Qué quiere, jefe?
—Cerveza —contestó Mallory.
El barman se la sirvió con una sonrisa y volvió con las dos muchachas. Mallory bebió despacio, hizo una mueca y miró al espejo, que era tan largo como el bar y estaba un poco inclinado hacia adelante, por lo que reflejaba toda la sala hasta la pared del fondo. En esa pared se abrió una puerta y entró un hombre vestido de smoking. Tenía el rostro moreno y arrugado y el cabello del mismo color que la viruta de acero. Su mirada se cruzó con la de Mallory en el espejo mientras atravesaba la sala.
—Soy Mardonne —se presentó—. Muy amable de su parte por venir aquí.
Tenía una voz calma y tersa, la voz de un hombre obeso, pero no era obeso.
—No es una visita social —replicó Mallory.
—Subamos a mi despacho —propuso Mardonne.
Mallory bebió un poco más de cerveza, hizo otra mueca y apartó de sí la copa redonda. Pasaron por una puerta y subieron una escalera alfombrada que se unía con otra escalera a medio camino. Entraron en una habitación iluminada.
Había sido un dormitorio y no se emplearon muchos esfuerzos par convertirlo en un despacho. Tenía paredes grises y dos o tres grabados de marcos estrechos. Había un gran archivo, una buena caja fuerte y varias sillas. Sobre una mesa de madera de nogal había una lámpara con pantalla de pergamino. Un joven muy rubio estaba sentado en un extremo de la mesa con las piernas cruzadas. Llevaba un sombrero de cinta multicolor.
—Está bien, Henry. Estoy ocupado —dijo Mardonne.
El joven rubio se levantó, bostezó y se llevó la mano a la boca con un afectado movimiento de muñeca. En uno de sus dedos refulgía un gran brillante. Miró a Mallory, sonrió y salió despacio de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Mardonne se sentó en una silla giratoria de cuero azul y encendió un cigarrillo delgado. Mallory se sentó en una silla al extremo de la mesa, entre la puerta y dos ventanas abiertas de par en par. Había otra puerta, pero la caja fuerte estaba delante de ella. Encendió un cigarrillo y declaró:
—Landrey me debía algún dinero. Cinco grandes. ¿Hay alguien aquí interesado en pagármelos?
Mardone puso las manos morenas en los brazos de su sillón y se balanceó hacia delante y hacia atrás.
—No se trata de eso —contestó.
—Está bien. ¿De qué se trata?
Mardonne entornó sus ojos pardos.
—De saber cómo ha muerto Landrey.
Mallory se puso el cigarrillo en la boca y juntó las manos en la nuca. Exhaló el humo y habló a la pared que había sobre la cabeza de Mardonne.
—Traicionó a todo el mundo y se traicionó a sí mismo. Interpretaba demasiados papeles y confundió los diálogos. Estaba borracho de pólvora. Cuando tenía un arma en la mano, se veía obligado a disparar contra alguien. Y alguien disparó contra él.
Mardonne siguió balanceándose y dijo:
—Quizá pueda explicarse con más claridad.
—Naturalmente… Podría contarle una historia… sobre una chica que escribió unas cartas una vez. Creía que estaba enamorada. Eran cartas atrevidas, la clase de cartas que escribiría una chica imprudente. Pasó el tiempo y acabaron en manos de un chantajista. Algunos matones empezaron a amenazar a la chica. Nada que pudiera asustarla, pero parece que a la chica le gustan las cosas difíciles. Landrey pensó que podría ayudarla; tenía un plan, y el plan requería a un hombre que supiera llevar un smoking, usara los cubiertos adecuados y no fuera conocido en esta ciudad. Me encontró a mí. Dirijo una pequeña agencia en Chicago.
Mardonne giró la silla hacia las ventanas abiertas y contempló las anchas copas de los árboles.
—Con que detective privado, ¿eh? —gruñó con indiferencia. De Chicago.
Mallory asintió, lo miró un momento y volvió a contemplar la pared.
—Y con fama de hombre honrado, Mardonne, lo cual podría darse a juzgar por la gente con que me he mezclado últimamente.
Mardonne hizo un rápido e impaciente ademán y guardó silencio. Mallory prosiguió:
—Pues bien, acepté el encargo, cometiendo así mi primera equivocación. Estaba progresando un poco cuando la extorsión se convirtió en secuestro. El asunto empeoró. Me puse en contacto con Landrey, que decidió ayudarme. Encontramos a la chica sin muchas dificultades y la llevamos a su casa. Faltaba conseguir las cartas. Mientras yo intentaba arrancárselas al tipo que parecía tenerlas, uno de los rufianes entró por la puerta trasera y quiso usar su arma. Landrey hizo una gran entrada, adoptó su pose y estuvo magnífico eliminando al matón, pero también él detuvo una bala. Fue bonito, si a uno le gustan esos espectáculos, pero me quedé solo, así que tuve que largarme y ordenar mis ideas.
Los ojos pardos de Mardonne se iluminaron con una chispa de emoción pasajera.
—La historia de la chica también podría ser interesante —observó en tono glacial.
Mallory exhaló una pálida nube de humo.
—La drogaron y no recuerda nada. Aunque tampoco hablaría si supiera algo. Y yo ignoro su nombre. No tengo la más remota idea de quien puede haber escrito esas cartas.
—Yo lo sé —replicó Mardonne—. El chofer de Landrey también habló conmigo, de modo que no tendré que molestarlo con esa pregunta.
Mallory siguió hablando, con voz sosegada:
—Ésa es la versión de los hechos, sin mis notas al pie. Las notas al pie le dan mucho más interés… y mucha más suciedad. La chica no pidió ayuda a Landrey, pero éste sabía de la extorsión. Había tenido las cartas, ya que habían sido escritas para él. Su plan consistía en que yo me pusiera en contacto con la muchacha, le hiciera sospechar que tenía las cartas y me citara con ella en un club nocturno donde pudiéramos ser vistos por la gente que la chantajeaba. Ella acudiría, porque no le faltaba valor, e iría vigilada: cerca de ella habría una camarera, chofer o algo parecido. Los muchachos querrían saber quién era yo. Me llevarían con ellos y, si no acababa muerto, podría enterarme de quienes participaban en el chantaje. Precioso plan, ¿no le parece?
—Hay algunas lagunas —opinó fríamente Mardonne—, pero continúe.
—Cuando el señuelo empezó a surtir efecto, comprendí que era una trampa, pero seguí en el juego porque no tenía otro remedio. Al cabo de un rato hubo otro juego sucio, esta vez sin ensayo previo. Uno que recibía dinero de la banda tuvo miedo de repente y los dejó plantados. No le importaba alguno que otro chantaje, pero un secuestro era harina de otro costal. Su traición me facilitó las cosas y no perjudicó en nada a Landrey, ya que el tipo no conocía los secretos de la banda. El matón que liquidó a Landrey tampoco los conocía; era sólo un despechado, que temía no estar recibiendo toda su parte.
Mardonne deslizaba sus manos morenas por los brazos del sillón, como un viajante inquieto durante una conversación de negocios.
—¿Alguien contaba con que usted dedujera todo esto? —preguntó en tono de burla.
—He usado el cerebro, Mardonne. No muy rápido que digamos, pero lo he usado. Tal vez no me contrataron para pensar, pero no me dijeron nada al respecto. Si me daba cuenta antes, sería mala suerte para Landrey, que debería encontrar una salida al asunto. Y si no me convertiría en lo más parecido a un hombre honrado que él pudiera contratar jamás.
Mardonne comentó suavemente:
—Landrey tenía mucho dinero y algo de cerebro. No mucho, pero algo. No creo que ideara un chantaje tan barato.
Mallory rió con aspereza.
—Para él no era tan barato, Mardonne. Quería a la chica. Ella se había elevado demasiado por sobre él y su clase, y como Landrey no podía subir tan alto, tenía que arrastrarla a ella hacia abajo. Las cartas no eran suficientes para conseguirlo. Añadamos un secuestro y un rescate simulado por un antiguo amante convertido en mafioso, y tendremos una historia que ningún diario dejaría de publicar. Y esto bastaría para que la chica perdiera el empleo. Adivine usted el precio de que no se publicara, Mardonne.
Mardonne murmuró «Ya, ya» y siguió mirando por la ventana.
—Pero todo ha terminado —continuó Mallory—. Me contrataron para encontrar unas cartas y las he encontrado… en el bolsillo de Landrey, cuando lo liquidaron. Me gustaría cobrar por mi tiempo.
Mardonne dio media vuelta al sillón y puso las manos sobre la mesa.
—Pásemelas —dijo—. Veré lo que valen para mí.
Los ojos de Mallory expresaron dureza y amargura.
—Lo malo de ustedes los rufianes es que no creen que haya nadie honrado. Las cartas están fuera de circulación. Han pasado por muchas manos y están demasiado gastadas.
—Es una idea encantadora —se burló Mardonne—. Landrey era mi socio y le tenía gran estima… Así que usted regala las cartas y yo le pago por dejar que liquiden a Landrey. Me gustaría escribir esto en mi diario. Tengo la sospecha de que ya ha cobrado usted bastante… de la señorita Rhonda Farr.
Mallory replicó con sarcasmo:
—Ya sabía que lo vería de ese modo. Quizá le guste más otra versión de la historia… La chica se hartó de las atenciones de Landrey. Escribió unas cartas y las puso donde su inteligente abogado pudiera robarlas para pasarlas a un hombre que dirige una agencia de guardaespaldas, conocida por el abogado porque suele utilizarla en sus negocios. La chica escribió a Landrey pidiendo ayuda y él me contrató para liquidar a Landrey. Yo simulé trabajar para él hasta que lo puse delante de un matón que pretendía liquidarme. El matón lo dejó seco y yo liquidé al matón con la pistola de Landrey, para que todo saliera redondo. Después tomé un trago y me fui.
Mardonne se inclinó hacia delante y pulsó un timbre que había junto a la mesa.
—Me gusta mucho más esta versión. Me pregunto si podría darle consistencia.
—Inténtelo —contestó Mallory—. No creo que sea la primera vez que trata de pasar un dólar falso.