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Ed en uniforme de gala azul.

Parker sonrió, le impuso estrellas de oro en los hombros.

—Subjefe Edmund Exley. Jefe de detectives, Departamento de Policía de Los Ángeles.

Aplausos, flashes. Ed estrechó la mano de Parker, miró la muchedumbre. Políticos, Thad Green, Dudley Smith. Lynn en el fondo de la sala.

Más aplausos, hombres en fila para darle la mano: el alcalde Poulson, Gallaudet, Dudley.

—Muchacho, qué estupenda actuación. Ansío servir bajo tu mando.

—Gracias, capitán. Sin duda pasaremos estupendos momentos juntos.

Dudley le guiñó el ojo.

Desfilaron concejales; Parker guió a la multitud hacia los refrigerios.

Lynn se quedó en la puerta.

Ed se le acercó.

—No puedo creerlo —dijo Lynn—. Abandono a una celebridad con diecisiete millones de dólares por un lisiado con una pensión. Arizona, amor. El aire es bueno para los pensionistas y sé dónde queda todo.

Lynn había envejecido en los últimos meses. De bella a guapa.

—¿Cuándo?

—Ahora, antes de que me arrepienta.

—Abre la cartera.

—¿Qué?

—Hazlo.

Lynn abrió la cartera. Ed arrojó un fajo envuelto en plástico.

—Gástalo pronto, es dinero sucio.

—¿Cuánto?

—Lo suficiente para comprar Arizona. ¿Dónde está White?

—En el coche.

—Te acompaño.

Sortearon la fiesta, bajaron por la escalera lateral. El Packard de Lynn en el espacio del comandante de guardia, con una citación pegada al parabrisas. Ed la rasgó y miró el asiento trasero.

Bud White. Aparatos de metal en las piernas, la cabeza rasurada y suturada. Sin entablillados en las manos: parecían fuertes. La boca cosida con alambres le daba un aire tétrico.

Lynn se quedó a varios metros. White trató de sonreír, hizo una mueca.

—Te juro que abatiré a Dudley —dijo Ed—. Juro que lo haré.

White le aferró las manos, las estrujó hasta que ambos hicieron una mueca de dolor.

—Gracias por el empujón —dijo Ed.

Una sonrisa, una carcajada a través de los alambres. Ed le tocó la cara.

—Fuiste mi redención.

Algarabía de fiesta arriba, Dudley Smith riendo.

—Tenemos que irnos —dijo Lynn.

—¿Alguna vez tuve posibilidades?

—Algunos hombres consiguen el mundo, otros consiguen ex rameras y un viaje a Arizona. Tú eres de los primeros, pero por Dios que no te envidio la sangre que te pesa en la conciencia.

Ed le besó la mejilla. Lynn subió al coche y subió las ventanillas. Bud apretó las manos contra el vidrio.

Ed tocó el vidrio por fuera, con palmas pequeñas en comparación con las de Bud. El coche avanzó. Ed lo siguió corriendo, manos contra manos. Una curva, un bocinazo de despedida.

Estrellas de oro. A solas con sus muertos.