El botín de la piscina: diez kilos de heroína, 871.400 dólares, copias de los archivos de Sid Hudgens. Incluidas fotos de chantaje y registros de las empresas delictivas de Pierce Patchett. El nombre «Dudley Smith» no figuraba. Tampoco John Stompanato, Burt Arthur Perkins, Abe Teitlebaum, Lee Vachss, Dot Rothstein, el sargento Mike Breuning ni el agente Dick Carlisle. Coleman Stein, Sal Bonventre y George Magdaleno, muertos en el intento de fuga. Davey Goldman entrevistado en el hospital estatal de Camarillo: no pudo dar una declaración coherente. La Oficina del Forense del Condado de Los Ángeles consideró suicidio la muerte de Dot Rothstein. David Mertens estaba encerrado bajo custodia en el Pacific Sanitarium. Los parientes de los tres ciudadanos inocentes muertos en Abe's Noshery denunciaron al Departamento de Policía por esa imprudente irrupción. El intento de fuga apareció en las noticias de todo el país; fue bautizado como la «matanza de los uniformes azules». Los internos sobrevivientes informaron a los detectives del Departamento del Sheriff de que las riñas entre los prisioneros armados derivaron en que las armas cambiaran de manos, y pronto todos los convictos del tren estuvieron libres. Estallaron tensiones raciales, abortando la fuga antes de que llegaran las autoridades.
Jack Vincennes recibió póstumamente la Medalla al Valor del Departamento. No se invitó a hombres del Departamento a las exequias. La viuda se negó a tener una audiencia con el capitán Exley.
Bud White se negaba a morir. Permaneció en terapia intensiva en el hospital Fontana. Sobrevivió a un shock masivo, un trauma neurológico y la pérdida de la mitad de la sangre. Lynn Bracken lo acompañaba, White no podía hablar, pero respondía a las preguntas con cabeceos. El jefe Parker le otorgó su Medalla al Valor. White se liberó el brazo del cabestrillo y le arrojó la medalla a la cara.
Pasaron diez días.
Un depósito de San Pedro se incendió. Se descubrieron restos de libros pornográficos. La gente de Detectives calificó el acto de «incendio premeditado» y declaró que no había pistas. El edificio era propiedad de Pierce Patchett. Se interrogó de nuevo a Chester Yorkin y Lorraine Malvasi. No ofrecieron información relevante, quedaron en libertad.
Ed Exley quemó la heroína, conservó los archivos y el dinero. Su último informe sobre el Nite Owl omitía toda mención a Dudley Smith y el hecho de que David Mertens, responsabilizado por el asesinato de Sid Hudgens, Billy Dieterling y Jerry Marsalas, era también el culpable de la muerte de Wee Willie Wennerholm y otros cinco niños en 1934. El nombre de Preston Exley no se mencionó en ningún contexto.
El jefe Parker celebró una conferencia de prensa. Anunció que el caso del Nite Owl estaba resuelto, correctamente esta vez. Los autores habían sido Burt Arthur Perkins, Lee Vachss y Abraham Teitlebaum. El motivo era matar a Dean van Gelder, un ex convicto que se hacía pasar por Delbert «Duke» Cathcart, incorrectamente identificado al principio. La matanza fue concebida como una táctica de terror, un intento de adueñarse del reino de corrupción de Pierce Morehouse Patchett, reciente víctima de otro asesinato. La Fiscalía General del Estado revisó el resumen de 114 páginas redactado por el capitán Exley y anunció su satisfacción. Ed Exley volvió a recibir laureles por resolver el caso del Nit Owl. Fue ascendido a inspector en una ceremonia televisada.
Al día siguiente Preston Exley anunció que intentaría conseguir su nominación a gobernador por el Partido Republicano. Saltó al primer puesto de una encuesta realizada deprisa.
Johnny Stompanato regresó a Acapulco y se mudó a la casa de Lana Turner en Beverly Hills. Se quedó allí, sin salir nunca, mientras los sargentos Duane Fisk y Don Kleckner lo sometían a una vigilancia permanente. El jefe Parker y Ed Exley lo consideraban el «apéndice» del Nite Owl, un responsable viviente para entregar a un público ahora aplacado con asesinos muertos. Cuando Stompanato saliera de Beverly Hills rumbo al centro de Los Ángeles, lo arrestarían. Parker quería un impecable arresto de primera plana dentro de su jurisdicción, y estaba dispuesto a esperar.
El caso del Nite Owl y el asesinato de Billy Dieterling y Jerry Marsalas continuaron siendo noticia, pero nadie los relacionaba en las especulaciones. Timmy Valburn se negó a hacer comentarios. Raymond Dieterling publicó un comunicado de prensa expresando su pesar por la pérdida de su hijo. Cerró la Tierra de los Sueños por un período de luto de un mes. Permaneció recluido en su casa de Laguna Beach, asistido por su amiga y ayudante Inez Soto.
El sargento Mike Breuning y el agente Dick Carlisle seguían en «licencia por emergencia familiar».
El capitán Dudley Smith siguió ocupando el centro del escenario durante las conferencias de prensa y reuniones oficiales posteriores a la reapertura. Actuó como animador de la fiesta sorpresa donde Thad Green homenajeó al inspector Ed Exley. No parecía inquieto por saber que Johnny Stompanato seguía prófugo, estaba bajo vigilancia permanente y era inmune a un atentado. No parecía preocuparle el inminente arresto de Stompanato.
Preston Exley, Raymond Dieterling e Inez Soto no llamaron a Ed Exley para felicitarlo por haber ascendido y haber apaciguado a la prensa.
Ed sabía que lo sabían. Suponía que Dudley lo sabía. Vincennes muerto, White luchando para sobrevivir. Sólo él y Bob Gallaudet sabían. Y Gallaudet no sabía nada acerca de su padre y el caso Atherton.
Ed quería matar a Dudley sin rodeos.
Gallaudet le dijo que sería suicidio.
Decidieron esperar, hacerlo correctamente.
Bud White volvía insoportable la espera.
Tenía tubos de goma en los brazos, los dedos entablillados, trescientos puntos en el pecho. Las balas habían astillado huesos, desgarrado arterias. Tenía una placa de metal en la cabeza. Lynn Bracken lo cuidaba, y no podía mirar a Ed a los ojos. White no podía hablar, y era dudoso que pudiera hacerlo en el futuro. Sus ojos eran elocuentes: Dudley. Tu padre. ¿Qué piensas hacer? Insistía en hacer la V de la victoria con los dedos. En la tercera visita Ed comprendió: el motel Victory, jefatura del escuadrón Antihampones.
Fue allí. Encontró notas detalladas sobre la investigación de White acerca de los homicidios de prostitutas. Las notas indicaban a un hombre limitado buscando las estrellas, y alcanzándolas casi todas. Límites superados a través de una furiosa perseverancia. Justicia absoluta: anónima, sin ascensos ni gloria. Un solo archivo sobre los hermanos Englekling que le indicaba que el asesino aún estaba libre. Habitación 11 del motel Victory: Wendell «Bud» White visto por primera vez.
Ed supo por qué Bud lo había enviado allí. Y actuó.
Un cotejo con la compañía telefónica, una entrevista: todo encajaba. Confirmación, un epígrafe como base: Justicia Absoluta. Los noticiarios de TV decían que Ray Dieterling recorría la Tierra de los Sueños todos los días, aliviando su pesar en un desierto mundo de fantasía. Le daría a Bud White un día entero de su justicia.
Viernes Santo, 1958. El noticiario de la mañana mostró a Preston Exley entrando en la iglesia episcopal St. James. Ed condujo hacia el Ayuntamiento, subió a la oficina de Ellis Loew.
Era temprano. La recepcionista no había llegado. Loew leía detrás del escritorio. Ed golpeó la puerta. Loew alzó los ojos.
—Inspector Ed. Siéntate.
—Me quedaré de pie.
—¿Oh? ¿Vienes por negocios?
—En cierto modo. El mes pasado Bud White te llamó desde San Francisco y te dijo que Spade Cooley era un maníaco asesino. Dijiste que pondrías un equipo de la Fiscalía a trabajar, y no lo hiciste. Cooley ha donado más de quince mil dólares a tus fondos de reserva. Llamaste al hotel Biltmore desde tu casa de Newport y hablaste con un miembro de la banda de Cooley. Le dijiste que advirtiera a Spade y a los demás que un policía loco iría a causar problemas. White liquidó a Perkins, el verdadero asesino. Perkins lo envió detrás de Spade, quizá pensando que White lo mataría y él quedaría a salvo. Perkins recibió tu advertencia y se ocultó. Permaneció suelto el tiempo suficiente para transformar a White en un vegetal.
—No puedes probar nada de eso —dijo Loew, con calma—. ¿Y desde cuándo te interesas tanto en White?
Ed apoyó una carpeta en el escritorio.
—Sid Hudgens tenía un archivo sobre ti. Presiones para obtener fondos, acusaciones graves que desechaste por dinero. Tiene documentada la celada que le tendieron a McPherson, y Pierce Patchett tenía una fotografía donde le chupas la verga a un prostituto. Renuncia a tu puesto o todo esto saldrá a luz.
Loew, blanco como una sábana.
—Te arrastraré conmigo.
—Hazlo. Disfrutaré del viaje.
Lo vio desde la autopista: La Tierra de los Cohetes y el Mundo de Paul yuxtapuestos. Una nave espacial creciendo desde una montaña, un gran aparcamiento vacío. Fue hasta el portón por calles asfaltadas, mostró la placa al guardia. El hombre cabeceó, abrió el portón.
Dos figuras paseaban por la Gran Avenida. Ed aparcó, se acercó a ellas. La Tierra de los Sueños estaba en absoluto silencio.
Inez lo vio. Se dio la vuelta y apoyó la mano en el brazo de Dieterling. Cuchichearon; Inez se alejó. Dieterling se volvió hacia él.
—Inspector.
—Señor Dieterling.
—Llámame Ray. Estoy tentado de preguntar por qué has tardado tanto.
—¿Sabía que vendría?
—Sí, tu padre opinó lo contrario y continuó con sus planes, pero yo fui más listo. Y agradezco la oportunidad de decirlo aquí.
Enfrente se extendía el Mundo de Paul: nieve falsa, enceguecedora.
—Tu padre, Pierce y yo éramos soñadores —dijo Dieterling—. Los sueños de Pierce eran perversos, los míos eran benévolos. Los sueños de tu padre eran implacables…, sospecho que al igual que los tuyos. Deberías saber eso antes de juzgarme.
Ed se apoyó en una baranda, dispuesto a escuchar. Dieterling le habló a su montaña.
1920.
Su primera esposa, Margaret, murió en un accidente automovilístico. Ella le había dado a su hijo Paul. 1924: su segunda esposa, Janice, dio a luz a su hijo Billy. Mientras estaba casado con Margaret, Dieterling tuvo un amorío con una mujer perturbada llamada Faye Borchard. Ella dio a luz a su hijo Douglas en 1917. Dieterling le dio dinero para mantener en secreto la existencia del chico: era un cineasta joven y prometedor, quería una vida libre de complicaciones y estaba dispuesto a pagar por ello. Sólo él y Faye sabían quién era el padre de Douglas. Douglas pensaba que Ray Dieterling era un amigo bondadoso.
Douglas se crió con su madre; Dieterling los visitaba con frecuencia, una vida familiar doble: su esposa Margaret muerta, sus hijos Paul y Billy viviendo con él y su esposa Janice, una mujer patética que luego le pidió el divorcio.
Faye Borchard bebía láudano. Le mostraba a Douglas dibujos animados pornográficos que Raymond hacía para ganar dinero, parte de un plan de Pierce Patchett: recursos para financiar sus empresas legales. Los filmes eran eróticos y de terror: incluían monstruos voladores que violaban y mataban. El concepto era de Patchett: anotaba sus fantasías de adicto y entregaba un tintero a Ray Dieterling. Douglas se obsesionó con el vuelo y sus posibilidades sexuales.
Dieterling amaba a su hijo Douglas, a pesar de sus rabietas y sus arranques de conducta anómala. Despreciaba a su hijo Paul, que era mezquino, despótico, estúpido. Douglas y Paul se parecían mucho.
Raymond Dieterling ganó la fama; Douglas Borchard perdió la chaveta. Vivía con Faye, observaba las películas de pesadilla de su padre: pájaros llevándose niños de las escuelas; las fantasías de Patchett pintadas en celuloide. Llegó a la adolescencia robando, torturando animales, ocultándose en salas de strip-tease. Conoció a Loren Atherton en uno de esos tugurios; ese hombre malvado encontró un cómplice.
La obsesión de Atherton era el desmembramiento; la obsesión de Douglas era el vuelo. Ambos se interesaban en la fotografía y se excitaban sexualmente con niños. Concibieron la idea de crear niños a medida.
Empezaron a matar y construir niños híbridos, fotografiando sus obras sobre la marcha. Douglas mataba pájaros para dar alas a sus creaciones. Necesitaban un rostro bello; Douglas sugirió a Wee Willie Wennerholm: sería un amable homenaje al bondadoso «tío Ray», cuya obra inicial le resultaba tan estimulante. Raptaron a Wee Willie y lo descuartizaron.
Los periódicos denominaron al asesino «Doctor Frankenstein». Se pensaba que había un solo culpable. El inspector Preston Exley dirigía la investigación policíaca. Tuvo noticias de Loren Atherton, un corruptor de menores en libertad bajo palabra. Arrestó a Atherton, descubrió su garaje-matadero, su colección de fotografías. Atherton confesó sus crímenes, dijo que eran sólo obra suya, no implicó a Douglas y afirmó su deseo de morir como Rey de la Muerte. La prensa alabó al inspector Exley, se hizo eco de su convocatoria: solicitaba a los ciudadanos con información sobre Atherton que se presentaran como testigos.
Ray Dieterling visitó a Douglas. A solas en su cuarto, descubrió un baúl lleno de pájaros muertos y dedos de niños envueltos en hielo seco. Lo supo de inmediato.
Y se sintió responsable: sus obscenidades, dinero fácil, habían creado un monstruo. Interrogó a Douglas, supo que quizá lo hubieran visto cerca de la escuela en el momento del secuestro de Wee Willie.
Medidas de protección:
Un psiquiatra silenciado con un soborno hizo el diagnóstico de Douglas: personalidad psicótica, un trastorno complicado por desequilibrios químicos en el cerebro. Remedio: drogas adecuadas administradas de por vida para mantenerlo dócil. Ray Dieterling era amigo de Pierce Patchett, un químico que trabajaba con esas drogas. Pierce brindaría protección interna, Terry Lux —amigo de Pierce— brindaría protección externa.
Lux le hizo una cara nueva a Douglas. El abogado de Atherton retrasó el juicio. Preston Exley seguía buscando testigos: una búsqueda con mucha publicidad. Ray Dieterling vivía presa del pánico. Al fin concibió un plan audaz.
Administró drogas a Douglas y al joven Miller Stanton. Les indicó que dijeran que habían visto a Loren Atherton, solo, secuestrando a Wee Willie Wennerholm: no habían hablado antes temiendo que el doctor Frankenstein se vengara. Los niños contaron su historia a Preston Exley; él la creyó; identificaron al monstruo. Atherton no reconoció a su amigo, quirúrgicamente modificado.
Transcurrieron dos años. Loren Atherton fue juzgado, condenado, ejecutado. Terry Lux operó de nuevo a Douglas, destruyendo su semejanza con el niño testigo. Douglas vivía sedado por Pierce Patchett, en la sala de un hospital privado, custodiado por enfermeros. Ray Dieterling alcanzó mayores éxitos. Luego Preston Exley llamó a su puerta.
La noticia: una niña, ahora más grande, se había presentado. Había visto al hijo de Dieterling con Loren Atherton en la escuela, el día del secuestro de Wee Willie.
Dieterling sabía que en realidad era Douglas, que tanto se parecía a Paul. Ofreció a Exley una gran cantidad de dinero para disuadirlo. Exley recibió el dinero, luego intentó devolverlo. «Justicia», dijo. «Quiero arrestar al chico».
Dieterling vio la ruina de su imperio. Vio al mezquino y obtuso Paul libre de culpa. Vio a Douglas capturado, destruido por el mal que su arte había engendrado. Insistió en que Exley guardara el dinero. Exley no protestó. Ray preguntó si no había otra manera.
Exley preguntó si Paul era culpable.
—Sí —dijo Raymond Dieterling.
—Ejecución —dijo Preston Exley.
Raymond Dieterling aceptó.
Llevó a Paul a acampar a la Sierra Nevada. Preston Exley esperaba. Drogaron la comida del chico; Exley le disparó mientras dormía y lo sepultó. El mundo creyó que Paul se había perdido en un alud; todos creyeron la mentira. Dieterling pensó que odiaría a ese hombre. El precio de esa justicia realizada ante sus ojos le dijo que era sólo otra víctima. Ahora compartían un vínculo. Preston Exley renunció a la policía para construir edificios con el dinero que le había dado Dieterling. Cuando mataron a Thomas Exley, Ray Dieterling fue la primera persona a quien llamó. Juntos construyeron a partir del peso de sus muertos.
—Y todo esto —terminó Dieterling— es mi patético final feliz.
Montañas, cohetes, ríos: todo parecía sonreír. —¿Mi padre nunca supo lo de Douglas? ¿De veras creyó que Paul era culpable?
—Sí. ¿Me perdonas? En nombre de tu padre.
Ed sacó un broche. Hojas de roble de oro: las insignias de inspector de Preston Exley. Un obsequio: Thomas lo había recibido primero.
—No. Presentaré un informe al gran jurado del condado, solicitando que lo condenen por el asesinato de su hijo.
—¿Una semana para poner mis asuntos en orden? ¿Adónde podría huir, siendo tan famoso?
—Sí —dijo Ed, y caminó hacia el coche.
Carteles de la campaña reemplazaban el modelo a escala de las autopistas. Art De Spain desenvolvía folletos. Ya no tenía el brazo vendado. Una inequívoca cicatriz de bala.
—Hola, Eddie.
—¿Dónde está mi padre?
—Regresará pronto. Y enhorabuena por tu ascenso. Debí llamarte, pero aquí hemos estado muy atareados.
—Mi padre tampoco me llamó. Todos queréis fingir que todo va bien.
—Eddie…
Un bulto en la cadera izquierda de Art: aún llevaba un arma.
—Acabo de hablar con Ray Dieterling.
—No creímos que lo hicieras.
—Dame tu arma, Art.
De Spain se la entregó. Filamentos de silenciador, Smith & Wesson 38.
—¿Por qué?
—Eddie.
Ed vació el arma.
—Dieterling me lo ha contado todo. Y tú eras el ayudante de mi padre entonces.
El hombre demostró orgullo.
—Ya conoces mi modo de obrar, mi dulce Ed. Fue por Preston. Siempre fui su asistente leal.
—Y sabías lo de Paul Dieterling.
—Sí, y sé hace años que no era el verdadero asesino. Me pasaron un dato en el 48. Según ese dato, el chico estaba en otra parte cuando secuestraron a Wennerholm. No sabía si Ray había entregado a Paul legítimamente o no, y no podía destrozar el corazón de Preston diciéndole que había matado a un niño inocente. No podía estropear su amistad con Ray…, lo habría lastimado demasiado. Ahora sabes cómo me obsesionó el caso Atherton. Siempre necesité saber quién mató a esos chiquillos.
—Y nunca lo averiguaste.
De Spain movió la cabeza.
—No.
—Háblame de los hermanos Englekling.
Art recogió un cartel: Preston con un fondo de edificios.
—Yo visitaba la Oficina de Detectives. Sé que fue en pleno 53. Vi esas fotos en la pizarra de Antivicio. Chicos bonitos y desnudos unidos en una cadena. El diseño me recordó las fotos que tomaba Loren Atherton, y supe que sólo Preston, yo y otros policías las habíamos visto. Quise rastrear las fotos y no llegué a ninguna parte. Poco después oí que los hermanos Englekling prestaron esa declaración para el Nite Owl, pero tú no la seguiste. Pensé que ellos eran una pista, pero no pude hallarlos. El año pasado me informaron de que estaban trabajando en una imprenta cerca de San Francisco. Fui a hablar con ellos. Sólo quería averiguar quién preparaba esas fotos.
Las notas de White: torturas espantosas.
—¿Hablarles? Sé lo que ocurrió allí.
Un destello de orgullo.
—Creyeron que era una extorsión. Salió mal. Tenían algunos negativos de fotos porno, y traté de obligarlos a identificar a la gente. Tenían heroína y drogas antisicóticas. Dijeron que conocían a un chulo que distribuiría una mezcla de heroína que enloquecería al mundo, pero que ellos podían hacer algo mejor. Se rieron de mí, me llamaron «abuelo». Pensé que tenían que saber quién preparaba ese material. No sé…, sé que enloquecí. Creo que pensé que habían matado a esos niños y que perjudicarían a Preston. Eddie, se rieron de mí. Pensé que eran vendedores de droga, y que al lado de Preston no eran nada. Y este abuelo los liquidó.
Había rasgado el cartel.
—Mataste a dos hombres por nada.
—Por nada no. Por Preston. Y te ruego que no se lo cuentes.
«Sólo otra víctima», quizá la víctima a quien la justicia deja escabullirse.
—Eddie, no debe saberlo. Y no debe saber que Paul Dieterling era inocente. Eddie, por favor.
Ed lo apartó a un lado, atravesó la casa. Los tapices de su madre le hicieron pensar en Lynn. Su viejo cuarto le hizo pensar en Bud y Jack. La casa parecía impregnada de roña: comprada y pagada con dinero sucio. Bajó, vio a su padre en la puerta.
—¿Edmund?
—Te arresto por el asesinato de Paul Dieterling. Pasaré dentro de unos días para llevarte.
El hombre no se inmutó.
—Paul Dieterling era un asesino psicópata que merecía de sobra el castigo que le infligí.
—Era inocente. Y de todos modos es homicidio en primer grado.
Ni un pestañeo de remordimiento. Una arrogancia inconmovible, invulnerable, inexpugnable, intratable.
—Edmund, estás muy perturbado en este momento.
Ed siguió de largo. Su adiós:
—Al demonio contigo por lo que hiciste de mí.
El Dining Car: un lugar brillante lleno de gente guapa. Gallaudet en el bar, tomando un Martini.
—Malas noticias sobre Dudley. No querrás oír esto.
—No puede ser peor que otras cosas que he oído hoy.
—¿Sí? Bien, Dudley está libre como un pájaro. La hija de Lana Turner acaba de apuñalar a Johnny Stompanato. Muerto al llegar al hospital, demonios.
Fisk estaba apostado enfrente y vio cómo la ambulancia y el Departamento de Policía de Beverly Hills se llevaban a Johnny. No tenemos testigos ni pruebas. Fabuloso, muchacho.
Ed cogió el Martini, se lo bebió.
—Al cuerno con el puñetero Dudley. Tengo un fajo de dinero de Patchett para financiarme, y liquidaré a ese cabrón irlandés aunque sea lo último que haga, muchacho.
Gallaudet rió.
—¿Me permites una observación, inspector?
—Claro.
—Tu modo de hablar se parece cada día más al de Bud White.