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Una escolta de motocicletas les salió al encuentro y les abrió paso por la autopista de Pomona. La mitad del tramo era elevado: se veían los raíles del California Central, un solo tren con rumbo al norte. Un convoy de carga, con convictos en el tercer vagón: ventanas con rejas, puertas de acero reforzado. Calles asfaltadas en las afueras de Fontana, hacia las colinas por donde pasaban las vías. Y hacia un pequeño ejército al acecho.

Nueve coches patrulla, dieciséis hombres con máscaras antigás y armas antimotín. Francotiradores en las colinas, dos ametralladoras, tres hombres con granadas de humo. En la linde de la curva: un enorme ciervo en los raíles.

Un agente del sheriff les dio escopetas, máscaras antigás.

—Vuestro amigo Kleckner llamó al puesto de mando, dijo que Rothstein estaba muerta en su apartamento. Se colgó o la colgaron. De cualquier modo, debemos suponer que consiguió las armas. Hay cuatro guardias y seis tripulantes a bordo de ese tren. Nos preparamos con humo y pedimos la contraseña. Todo tren de la prisión tiene una. Si se verifica, damos una advertencia y esperamos. Si no se verifica, atacamos.

Sopló un silbato.

—¡Ahora! —gritó alguien.

Los francotiradores se agacharon. Los hombres del gas se arrojaron a tierra. El equipo antimotín se ocultó detrás de un pinar. Bud encontró un árbol en las cercanías. Jack se apostó al lado

El tren dobló la curva: frenos, chispas en los raíles. La locomotora se detuvo justo frente a la obstrucción.

Megáfono:

—¡Departamento del Sheriff! ¡Identifíquese con la contraseña!

Silencio, diez segundos. Bud examinó la ventanilla de la locomotora: visión fugaz de un uniforme azul.

—¡Sheriff! ¡Identifíquese con la contraseña! Silencio, un falso gorjeo de pájaro.

Los hombres del gas dispararon contra las ventanillas: las granadas rompieron el vidrio, se deslizaron entre los barrotes. Las ametralladoras acribillaron el tercer vagón, derribaron la puerta.

Humo, gritos.

Alguien gritó «¡Ahora!».

Humo por la puerta, hombres con uniforme caqui saliendo a la carrera. Un francotirador abatió a uno. Alguien gritó: «¡No, son nuestros!».

Los policías irrumpieron en el vagón, máscaras puestas, escopeta en mano. Jack aferró a Bud.

—¡No están en ése!

Bud corrió, llegó al estribo del cuarto vagón. Abrió la puerta: un guardia muerto dentro, convictos corriendo caóticamente.

Bud disparó, recargó, disparó. Cayeron tres, uno apuntó una pistola. Bud recargó, disparó, erró. Una caja de embalaje estalló al lado del hombre. Jack subió al estribo, el convicto disparó. Jack lo recibió en la cara, giró, cayó en las vías.

El tirador escapó. Bud recargó: cámara vacía. Arrojó la escopeta, desenfundó el 38: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis disparos. Impactos en la espalda, estaba matando a un muerto. Ruido fuera del vagón: convictos en los raíles junto al cuerpo de Jack. Agentes disparando a poca distancia: perdigonadas, sangre, aire rojo y negro.

Estalló una bomba de humo. Bud corrió boqueando al vagón cinco. Disparos: blancos de uniforme azul disparando contra negros de uniforme azul, guardias de uniforme caqui disparando contra ambos. Saltó del tren, corrió hacia los árboles.

Cuerpos en los raíles.

Convictos abatidos.

Bud llegó a los pinos, subió al coche y cruzó los raíles maltratando los ejes. Entró en una hondonada, viró, mordió la grava con las llantas. Un hombre alto junto a un coche. Bud vio quién era, enfiló hacia él.

El hombre corrió. Bud giró, patinó, frenó. Salió aturdido, ensangrentado por un golpe contra el salpicadero. Perkins se le acercaba disparando.

Bud recibió una bala en la pierna, una en el costado. Dos yerros, un impacto en el hombro. Otro yerro. Perkins soltó el arma, desenfundó un cuchillo. Bud le vio anillos en los dedos.

Perkins lo apuñaló. Bud sintió un desgarrón en el pecho, trató de cerrar las manos, no pudo. Perkins acercó la cara sonriendo. Bud le dio un rodillazo en la entrepierna y le arrancó la nariz de una dentellada. Perkins aulló; Bud le mordió el brazo, se abalanzó con todo su peso.

Rodaron. Perkins gemía como un animal. Bud le pegó en la cabeza, le dislocó el brazo.

Perkins soltó el cuchillo. Bud lo empuñó: encandilado por anillos que mataban mujeres. Soltó el cuchillo y mató a Perkins a golpes con las manos heridas.