El reloj de su cabeza estaba dislocado, su reloj de pulsera había dejado de funcionar: no sabría si era miércoles o jueves. Su «informe» sobre el Nite Owl llevó una noche entera. Dudley le llevaba tanto la delantera que ni siquiera tomaba nota. El hombre se fue a medianoche, hablando pomposamente, sin pareja para su baile de policía rudo. La pareja de Dudley era Exley: solucionaría el Nite Owl y le arruinaría la carrera. Otra oportunidad para Bud White: «Piensa en buenos modos de hacerle daño». Sólo podía pensar en matarlo: un precio justo a cambio de Lynn. Si pensaba en matar a un capitán de policía, era porque los resortes de su reloj estaban rotos. Si el tiempo lo seguía desquiciando, lo haría. En algún momento de la madrugada le sobrevino el recuerdo Kathy Janeway. Kathy con el aspecto que tenía entonces.
Ella le había concertado una cita en las horas muertas de la madrugada, el hombre que la había matado.
Y Spade Cooley le obligó a levantarse.
Pasó por el Biltmore y habló con la Banda Rítmica. Spade aún no había aparecido, Perkins se había largado. El empleado nocturno de la Fiscalía de Distrito lo trató con desdén: ¿estaban siquiera en el caso? Otro recorrido por Chinatown, de vuelta a su apartamento: un par de fulanos de Asuntos Internos aparcados enfrente. Comió en un puesto de hamburguesas mientras amanecía. Una pila de Herald le anunció que era viernes. Un titular sobre el Nite Owl: negros protestando contra la brutalidad policíaca, Parker prometiendo justicia.
Cansancio, de pronto euforia. Trató de poner el reloj en hora por la radio; las manecillas estaban atascadas; arrojó un Gruen de cien dólares por la ventanilla. Cansado, vio a Kathy; eufórico vio a Exley y Lynn. Se dirigió a Nottingham Drive para examinar los coches.
No había ningún Packard blanco, y Lynn siempre aparcaba en el mismo sitio.
Bud rodeó el edificio: ni rastros del Plymouth azul de Exley. Una vecina entraba la leche.
—Buenos días —dijo—. Usted es el amigo de la señorita Bracken, ¿verdad?
Vieja fisgona. Lynn decía que espiaba los dormitorios.
—Así es.
—Bien, como usted ve, ella no está aquí.
—Sí, y usted no sabe dónde está.
—Bien…
—Bien ¿qué? ¿La vio usted con un hombre? ¿Alto, gafas?
—No, no la vi. Y cuidado con ese tono, joven. Bien qué: vaya modo de hablar.
Bud mostró la placa.
—¿Bien qué, señora? Usted iba a decirme algo.
—Pero usted se puso insolente. Iba a decirle a dónde fue la señorita Bracken. Anoche la oí hablar con el administrador. Estaba pidiendo instrucciones.
—¿Para ir adónde?
—Al lago Arrowhead, y se lo habría dicho, pero usted se puso insolente.
La cabaña de Exley, Inez le había hablado de ella: banderas ondeantes. La americana, la estatal, la del Departamento de Policía. Bud enfiló hacia Arrowhead, bordeó el lago, la encontró: banderas al viento, ningún Plymouth azul. El Packard de Lynn en la calzada.
Fue hasta el porche con sigilo, subió la escalinata de un salto. Rompió la ventana de un puñetazo, abrió la puerta. Ninguna reacción ante el ruido: sólo un vestíbulo mohoso frente a un gran refugio para cazadores.
Entró en el dormitorio. Tufo a sudor, manchas de pintura de labios en la cama. Pateó almohadas, tiró el colchón, vio una carpeta de cuero debajo. Las revelaciones de Lynn, sin duda hacía años que se confesaba a ese diario.
Bud lo cogió, se dispuso a desgarrarlo. Por el lomo, como en su viejo truco con las guías telefónicas. El olor lo hizo titubear. Si no miraba, era un cobarde.
Fue a la última página. La letra de Lynn, tinta negra, la pluma de oro que él le había comprado:
26 de marzo de 1958:
Más sobre E.E. Se fue y noté que estaba afligido por todas las cosas que me contó anoche. Parecía vulnerable a la luz del amanecer, tambaleando para ir al baño sin gafas. Compadezco a Pierce por su desgracia de tropezar con un hombre tan asustado e inflexible. E.E. hace el amor como mi Wendell, como si nunca quisiera que terminara, porque cuando termine tendrá que volver a ser lo que es. Es quizás el único hombre que he conocido que es tan tenaz como yo, tan listo y circunspecto que quisiera hablar en la oscuridad para que las apariencias sean menos complicadas. Es tan listo y pragmático que W.W. parece pueril en comparación, menos heroico de lo que es. Y teniendo en cuenta su dilema, mi traición a la amistad y el patrocinio de Pierce parecen un juego de niños. Este hombre está tan obsesionado por su padre que esa carga pesa sobre cada paso que da, pero aun así da pasos, lo cual me asombra. E.E. no mencionó muchos detalles específicos, pero la historia básica es que algunos de los libros pornográficos más refinados que Pierce vendía hace cinco años tienen diagramas que concuerdan con las mutilaciones infligidas al cuerpo de Sid Hudgens y las heridas sufridas por las víctimas de un asesino llamado Loren Atherton, aprehendido por Preston Exley en los años 30. P.E. pronto anunciará su candidatura para gobernador y E.E. cree que su padre resolvió incorrectamente el caso Atherton e insinuó que sospecha que P.E. estableció relaciones de negocios con Raymond Dieterling en la época del caso (una de las víctimas de Atherton era una estrella infantil de Dieterling). Otra carga: E.E., mi pragmático sagaz, considera a su padre un paradigma moral y un modelo de eficacia y siente terror de incluir una incompetencia normal y un interés comercial racional dentro de los límites de la conducta humana aceptable. Teme que la solución de los casos emparentados con el Nite Owl revelen al mundo la falibilidad de P.E. y destruyan su oportunidad de llegar a gobernador y, obviamente tiene aún más temor de aceptar a su padre como un simple mortal, especialmente dificultoso cuando él mismo no se ha aceptado como tal. Pero continuará con sus casos, pues parece muy decidido. Por mucho que lo ame, en la misma situación mi Wendell habría disparado a todos los involucrados y luego habría buscado a alguien más inteligente para que ordenara los cadáveres, como ese rebuscado irlandés Dudley Smith a quien siempre menciona. Continuaré con esto después de un paseo, un desayuno y tres tazas de café fuerte.
Ahora lo desgarró por el lomo, despedazando cuero y papel.
El teléfono. Asuntos Internos.
—Asuntos Internos, Kleckner.
—Habla White. Ponme con Exley.
—White, estás en probl…
Una nueva voz en la línea.
—Habla Exley. White, ¿dónde estás?
—Arrowhead. Acabo de leer el diario de Lynn y conozco la historia de tu padre, Atherton y Dieterling. Toda la puñetera historia. Capturaré a un sospechoso, y una vez que lo encuentre tu padre saldrá en el noticiario.
—Haré un trato contigo. Escucha.
—Jamás.
De vuelta a Los Ángeles, la vieja rutina de Spade: Chinatown, Sunset Strip, Biltmore, su tercera visita desde que el tiempo se había desquiciado. Los chinos empezaban a parecerse a la Banda Rítmica, los tíos de El Rancho tenían los ojos rasgados. Cada reducto conocido revisado tres veces. Cada lugar recorrido tres veces…, menos la oficina del agente.
Bud enfiló hacia Nat Penzler Associates. La puerta interna estaba abierta. Natsky comiendo un bocadillo. Dio un mordisco y exclamó:
—Mierda.
—Spade no ha asistido a su función. Te debe costar dinero.
Penzler puso una mano detrás del escritorio.
—Cavernícola, si supieras cuántas zozobras me causan estos artistas.
—No pareces muy preocupado por él.
—Mala hierba nunca muere.
—¿Sabes dónde está?
Penzler alzó la mano.
—Calculo que en el planeta Plutón, en compañía de su amigo Jack Daniels.
—¿Qué hacías con la mano?
—Rascarme las pelotas. ¿Quieres el puesto? Pagan quinientos por semana, pero tienes que darle el diez por ciento a tu agente.
—¿Dónde está?
—En las inmediaciones de un lugar que no conozco. Preséntate aquí la semana próxima y escríbeme cuando consigas un cerebro.
—Eso es todo, ¿eh?
—Cavernícola, si supiera algo, ¿se lo ocultaría a un forzudo como tú?
Bud lo tumbó de un puntapié. Penzler cayó al suelo. La silla giró, cayó. Bud tanteó bajo el escritorio, extrajo un bulto sujeto con cordeles. Le apoyó el pie y tiró del nudo: camisas de cowboy, negras y limpias. Penzler se levantó.
—Lincoln Heights. El sótano de Sammy Ling's, y yo no te he dicho nada.
Ling's Chow Mein, un tugurio de Broadway, a dos pasos de Chinatown. Espacio para aparcar detrás; una entrada a la cocina. No había acceso externo al sótano, un conducto subterráneo escupía vapor. Bud dio una vuelta alrededor, oyó voces por el conducto. El escotillón de la cocina.
Encontró un palo en el aparcamiento, entró por detrás. Dos chinos friendo carne, un viejo desplumando un pato. Buscó el escotillón: fácil, debía levantar la estera que había junto al horno.
Lo vieron. Los chinos más jóvenes dieron voces; Papá-san los hizo callar. Bud exhibió la placa. El viejo se frotó los dedos.
—¡Yo pago, pago! ¡Vete!
—Spade Cooley, Papá-san. Baja y dile que Natsky le trajo ropa limpia. Chop-chop.
—¡Spade paga! ¡Déjalo en paz! ¡Yo pago! ¡Yo pago!
Los jóvenes se acercaron. Papá-san agitó la cuchilla. —¡Fuera de aquí! ¡Yo pago!
Bud trazó una línea imaginaria. Papá-san la cruzó.
Bud le dio un golpe en la cintura y el chino cayó sobre la estufa: la cara contra el fuego, el pelo en llamas. Los chicos atacaron; Bud les pegó en las piernas. Cayeron al suelo enmarañados. Les golpeó las costillas. Papá-san sumergió la cabeza en el fregadero, arremetió con la cabeza chamuscada.
Un golpe en las rodillas. Papá-san cayó pegado a la cuchilla. Bud le pisó la mano, le partió los dedos. El cocinero soltó la cuchilla gritando. Bud lo arrastró hacia el horno y pateó la estera. Abrió el escotillón, arrastró al viejo abajo.
Humareda: opio, vapor. Bud calló a Papá-san a puntapiés. A través de la humareda distinguió fumadores en colchones.
Bud, se abrió paso entre ellos. Todos chinos: refunfuñaban, pataleaban, volvían a la tierra de los sueños. Humo: en la cara, en las fosas nasales, en los pulmones. Una vaharada: una sauna al fondo.
Fue hasta la puerta. A través de una bruma vio a Spade Cooley sin ropa, con tres muchachas también desnudas. Risas, brazos y piernas entrelazados, una orgía en un resbaladizo banco de azulejos. Spade tan enredado en mujeres que era imposible dispararle.
Bud tocó el interruptor. El vapor se extinguió, la bruma se disipó. Spade miró hacia él. Bud sacó el arma.
MÁTALO.
Cooley se movió primero: un escudo, dos muchachas abrazadas. Bud avanzó, apartó brazos y piernas. Uñas arañándole la cara. Las muchachas resbalaron, cayeron, se deslizaron.
—Jesús, María y José —dijo Spade.
Humo en los pulmones, su propia Tierra de los Sueños. Extremaunción, pensó en prolongar el momento.
—Kathy Janeway, Jane Mildred Hamsher, Lynette Ellen Kendrick, Sharon…
—¡DEMONIOS, ES PERKINS! —gritó Cooley.
El momento se quebró. Bud había amartillado el revólver. Giraban colores en torno; Cooley hablaba como ametralladora.
—Vi a Perkins con esa última chica, la Kendrick. Sé que le gustaba lastimar rameras, pero cuando esa última chica apareció muerta en TV le pregunté por eso. Perkins parecía muerto de miedo, así que me largué. Tienes que creerme.
Destellos de color: «Doble» Perkins era una alimaña. Un color parpadeaba: turquesa, las manos de Spade.
—¿Dónde conseguiste esos anillos?
Cooley se puso una toalla en el regazo.
—Perkins los fabrica. Se lleva un botiquín con herramientas en los viajes. Hace años que gasta bromas, diciendo que le protegen las manos en sus trabajos íntimos. Ahora sé a qué se refiere.
—Opio. ¿Puede conseguirlo?
—Ese patán roba siempre mi mercancía. ¡Tienes que creerme!
Empezaba a creerle.
—Las fechas de las muertes te sitúan en el lugar indicado para los asesinatos. Sólo a ti. Tu lista de actuaciones muestra a diferentes tíos viajando contigo, así que…
—Perkins es mi administrador de giras desde 1949. Él siempre viaja conmigo. ¡Tienes que creerme! —¿Dónde está?
—¡No lo sé!
—Chicas, amigos, otros pervertidos. Habla.
—Ese maldito hijo de perra no tiene amigos que yo conozca, excepto ese italiano, Johnny Stompanato. Tienes que…
—Te creo. ¿Tú crees que te mataré si llegas a avisarle?
—Alabado sea Jesús, lo creo.
Bud caminó a través del humo. Los chinos aún cabeceaban, Papá-san apenas respiraba.
Datos de Antecedentes sobre Perkins: Ningún arresto en California, limpio en su libertad bajo palabra de Alabama. Había estado en los años 44-46 preso por sodomía con animales. Músico vagabundo, sin domicilio conocido. Confirmación: Johnny Stompanato era su socio conocido, al igual que Lee Vachss y Abe Teitlebaum, todos hampones. Bud colgó, recordó una charla con Jack Vincennes. Jack había cacheado a Doble en una fiesta de Insignia del Honor. Johnny, Teitlebaum y Vachss estaban con él.
Con cautela: Johnny había sido su soplón, Johnny le odiaba y le temía.
Bud llamó a Vehículos, obtuvo el número telefónico de Stompanato: diez señales, sin respuesta. Tampoco hubo respuesta en el Biltmore ni en El Rancho. Luego el local de Teitlebaum. Abe y Johnny eran íntimos.
Un paseo hasta Pico, calmándose. Una decisión: abordar a Perkins solo, matarlo. Luego Exley.
Bud aparcó, miró por la ventana. Una tarde inactiva, lotería, Johnny Stompanato, Abe Teitlebaum a la mesa.
Entró. Lo vieron, cuchichearon. Hacía años que no los veía. Abe estaba más gordo, Stompanato conservaba su grasienta elegancia. Abe agitó la mano. Bud cogió una silla, la acercó.
—Wendell White —dijo Stompanato—. ¿Cómo andan tus mañas, paesano?
—Mañosas. ¿Cómo andan tus mañas con Lana Turner?
—Más mañosas. ¿Quién te lo contó?
—Mickey C.
Teitlebaum rió.
—Debe tener un agujero como el túnel de la calle Tres. Johnny se va con ella a Acapulco esta noche, y yo me acoplo con Sadie. White, ¿qué te trae por aquí? No te veo desde que Dick Stensland trabajaba para mí.
—Busco a Burt Perkins.
Johnny tamborileó en la mesa.
—Pues habla con Spade Cooley.
—Spade no sabe dónde está.
—¿Y por qué me preguntas a mí? ¿Mickey te contó que somos amigos?
Ninguna pregunta ritual: ¿por qué lo buscas? Y el bocazas de Abe demasiado callado.
—Spade comentó que erais conocidos.
—Conocidos, en efecto. Nuestra relación es larga, paesano, así que te diré que hace años que no veo a Perkins.
Cambió de tono:
—Tú no eres mi paesano, italiano maricón.
Johnny sonrió, tal vez con alivio, nuevamente el viejo juego polizonte-soplón. Una mirada a Abe: el gordo estaba tenso.
—Abe, tú eres íntimo de Perkins, ¿no?
—No. Él es demasiado meshugeneh para mí. Es sólo un tío a quien saludas de vez en cuando.
Una mentira: la hoja de arrestos de Perkins decía otra cosa.
—Entonces debo de estar confundido. Sé que sois íntimos de Lee Vachss, y he oído que él y Perkins son íntimos.
Abe rió. Demasiado histrionismo.
—Qué tontería. Johnny, creo que Wendell está confundido de veras.
—Esos dos son como el agua y el aceite —dijo, Stompanato—. ¿Íntimos? Qué broma.
Defendiendo a Vachss sin razón.
—Vosotros sois la broma. Creía que enseguida me preguntaríais por qué lo buscaba.
Abe apartó el plato.
—¿No has pensado que no nos importa?
—Sí, pero a vosotros os encanta charlar y chismorrear.
—Pues charla.
Un rumor: Abe había matado un tío a golpes por llamarlo «gordito judío».
—Charlaré, es un bonito día y no tengo nada mejor que hacer que juntarme con un italiano grasiento y un gordito judío.
Abe rió, le palmeó el brazo.
—Eres un cabrón. ¿Para qué quieres a Perkins? Bud le devolvió la palmada: con fuerza.
—No es cosa tuya, chico judío. —A Johnny, cambiando la voz—: ¿Qué haces ahora que Mickey ha salido?
Tamborileos: un anillo rosado en una botella de Schlitz.
—Nada que te interese. Tengo las cosas bajo control, así que no te preocupes. ¿Qué haces tú? —Estoy en la reapertura del Nite Owl.
Johnny tamborileó con más fuerza. La botella se tambaleó. Abe palidecía.
—No creerás que Perkins…
—Vamos, Abe —dijo Stompnato—. Perkins por el Nite Owl, qué broma.
—Tengo que orinar —dijo Bud. Fue al baño, contó hasta diez, entornó la puerta.
Los dos hablando a todo vapor, Abe enjugándose la cara con una servilleta. Les dejaría digerir el mensaje.
Sugerencia: Perkins por el Nite Owl.
Jack V había visto a Vachss, Stompanato, Kikey y Perkins en una fiesta. Tal vez un año antes del Nite Owl.
Un arresto del escuadrón Antihampones, un soplo de Joe Sifakis: pandillas de tres abatiendo a los concesionarios de Cohen, a los operadores independientes. Ecos del motel Victory.
Bud oyó una palabra.
—Contención.
La gran palabra favorita de Dudley: «contención».
Su discurso en el motel: «contención», «apoyo económico», «ridículo italiano a quien te enfrentaste en el pasado». Johnny Stompanato, un viejo soplón que lo detestaba. Dudley ansioso de oír su «informe completo»; el arresto de Lamar Hinton, buscando datos sobre el Nite Owl, con la presencia de Dot Rothstein, prima de Kikey Teitlebaum.
Bud se lavó la cara, regresó con calma.
—¿Orinaste bien?
—Sí, y tienes razón. Busco a Perkins por viejas deudas, pero tengo una corazonada sobre el Nite Owl.
El tranquilo Johnny:
—¿De veras?
El tranquilo Abe:
—Otros shvartzes, ¿eh? Sólo sé lo que leí en los periódicos.
—Quizá —dijo Bud—, pero si no fueron otros negros, alguien puso ese coche rojo junto al Nite Owl. Cuidaos, chicos. Si veis a Perkins, decidle que me llame a la oficina.
El tranquilo Johnny tamborileó.
El tranquilo Kikey tosió, sudó.
El tranquilo Bud, no tan tranquilo: fue al coche, rodeó la esquina, entró en una cabina telefónica. El número policial de la Pacific Coast Bell, una larga espera.
—Sí, ¿quién lo pide?
—Sargento White. Departamento de Policía. Un trabajo de rastreo.
—¿Para cuándo, sargento?
—Para ahora. Prioridad Homicidios, líneas privadas y teléfonos públicos de un restaurante. Ahora.
—Un segundo, por favor.
Chasquidos de transferencia. Otra mujer.
—Sargento, ¿qué necesita exactamente?
—El restaurante Abe's Noshery de Pico y Veteran.
Todas las llamadas de todos los teléfonos durante los próximos quince minutos. Señorita, no me falle en esto.
—No podemos iniciar rastreos, sargento.
—Sólo quiero saber para quién van las llamadas, demonios.
—Bien, si es prioridad Homicidios… ¿Cuál es su número ahora?
Bud miró el teléfono.
—Granite 48112.
—Quince minutos, entonces. Y la próxima vez concédanos más tiempo para operar.
Bud colgó. Dudley Dudley Dudley Dudley Dudley Dudley.
El teléfono interrumpió la larga espera. Cogió el aparato, se lo acomodó.
—¿Sí?
—Dos llamadas. Una a Dunkirk 32758, número de una tal Dot Rothstein. La segunda a Axminster 46811, residencia de un tal Dudley L. Smith.
Bud soltó el auricular. La empleada siguió parloteando desde un lugar seguro y tranquilo que él jamás vería de nuevo: sin Lynn, sin hallar protección en una placa de policía.
El capitán Dudley Liam Smith por el Nite Owl.