El polizonte renegado, el Gran V. Exley sabía escoger su elenco. Jack sincronizó su llamada con la incursión en el reducto de Fleur-de-Lys.
—Sí —dijo Patchett—, hablaré contigo. Esta noche a las once, y ven solo.
Llevaba un micrófono prendido al chaleco antibalas.
Llevaba una bolsa de heroína, una navaja y una automática de 9 milímetros. Había arrojado la bencedrina de Exley al inodoro, no necesitaba más problemas. Caminó hacia la puerta y tocó el timbre, asustado por su inminente actuación.
Patchett abrió la puerta. Pupilas dilatadas como había pronosticado Exley: heroína.
—Hola, Pierce —saludó Jack. Ateniéndose al guión, puro desprecio.
Patchett cerró la puerta. Jack le arrojó la droga en la cara. Le pegó. Pierce cayó al suelo. Hora de improvisar.
—Sólo una oferta de paz. De todos modos no se compara con esa bazofia que probaste con Yorkin. ¿Sabías que mi cuñado es el fiscal de distrito? Él es tu premio si haces un trato conmigo.
—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó Patchett. Tranquilo. La heroína le impedía demostrar miedo.
Jack sacó la navaja, se raspó el cuello con la hoja. Sintió la sangre, se la lamió del dedo. Un psicópata digno de un Oscar.
—Sacudí a algunos negros. Estás al corriente, ¿eh? La revista Hush-Hush cubría mis hazañas. Tú y Sid Hudgens os conocíais bien, así que deberías saberlo.
Sin temor.
—Me causaste problemas hace cinco años. Aún tengo esa copia de tu archivo, y creo que es justo decir que rompiste tu parte de nuestro trato. Creo que mostraste tu declaración a tus superiores.
El número de la navaja: la punta de la hoja en una palma, un empellón para cerrarla. Más sangre y una línea clave de Exley:
—Te llevo la delantera en información. Sé cosas acerca de la heroína de Cohen-Dragna y lo que planeas hacer con ella, y del material porno que distribuías en el 53, y sé que usabas a tus rameras para realizar extorsiones. Y sólo quiero mi archivo y algunos datos. Si me das eso, congelaré todo lo que tiene el capitán Exley.
—¿Qué datos?
El guión, textualmente.
—Hice un trato con Hudgens. El trato era la destrucción de mi archivo y diez mil pavos en efectivo a cambio de ciertos secretos sucios de las altas autoridades del Departamento de Policía. Sabía que Sid planeaba organizar extorsiones contigo, y yo ya me había callado lo de Fleur-de-Lys:…, sabes que eso es cierto. Sid murió antes de que yo recibiera el dinero y el archivo, y creo que el asesino se llevó las dos cosas. Necesito ese dinero, porque el Departamento me expulsará antes de que yo pueda cobrar la pensión, y quiero liquidar al cabrón que me robó. Tú no manufacturaste esos libros en el 53, pero el que lo hizo mató a Sid y me robó a mí. Dame el nombre y soy tuyo.
Patchett sonrió. Jack sonrió: última oportunidad antes de los culatazos.
—Pierce, el Nite Owl fue pornografía y heroína…, asunto tuyo. ¿Quieres que te encierren por eso?
Patchett sacó un arma; disparó tres veces. Zumbidos de silenciador. Las balas destrozaron el micrófono, rebotaron en el chaleco.
Tres disparos más: dos en el chaleco, un yerro.
Jack cayó contra una mesa, se levantó apuntando. La pistola se le atascó. Patchett se le echó encima; dos chasquidos de pistola atascada. Patchett sobre él. Sacó la navaja y la clavó a ciegas. Oyó un grito: la hoja había entrado.
La mano izquierda de Patchett estaba clavada en la mesa. Otro grito; Patchett alzó la mano derecha empuñando una hipodérmica. La aguja cerca de Jack, entrando, enviándolo a un lugar bonito. Disparos. «¡No, Abe, no. Lee, no!». Llamas, humo, Jack alejándose del pesar: viviría para amar de nuevo la aguja, quizá para ver a ese hombre raro con la mano clavada en la mesa.