64

Hicieron el amor sin rodeos. Ed sabía que de lo contrario tendrían que conversar y Lynn parecía intuir lo mismo. La cabaña olía a moho, la cama estaba sin hacer, sucia de la última vez con Inez. Ed dejó la luz encendida: cuanto más viera, menos pensaría. También lo ayudó durante el acto; contar las pecas de Lynn le permitió contener el orgasmo. Ambos fueron despacio, compensando ese revolcón del diván. Lynn tenía magulladuras; Ed sabía que la causa era Bud White. Fueron tiernos a pesar de la tensión; el largo abrazo posterior fue como una compensación por sus mentiras. Cuando empezaran a hablar no pararían nunca. Ed se preguntó quién mencionaría primero a Bud White.

Lo mencionó Lynn. Bud fue la razón que la convenció de mentirle a Patchett: la investigación policial era una broma, no había pistas sólidas. White conocía los delitos menores de Patchett, ella temía crearse más problemas si Pierce tomaba represalias. Pierce quizás intentara comprar la amistad de Bud, pensaba que todos tenían un precio, no sabía que no podría comprar a su Wendell. Bud le hizo pensar; cuanto más pensaba más le dolía; un capitán de policía besando a una ex prostituta en el único momento en que ella se lo hubiera permitido se sumaba a la sensación de fiesta terminada. Pierce me permitió ser quien soy pero en el fondo es malo. Si lo dejo ir quizá recobre algunas de las cosas buenas que mató en mí. Ed hizo una mueca, sabiendo que no podría ser igualmente sincero: ahora Jack Vincennes tendría que andar de puntillas, había contado con Lynn para asustar a Patchett, después de que Fisk entrara en el reducto de Fleur-de-Lys con un hacha, después que interrogaran y arrestaran a su gente. Lynn respondió al silencio de Ed con palabras: fragmentos de su diario, una lección para amantes fugitivos. Gracioso, triste: viejos trucos desdeñados, un monólogo sobre prostitutas callejeras que casi le hizo reír. Comentarios de Lynn sobre Inez y Bud White: él la amaba esporádicamente y con cierta distancia, porque la furia de ella era peor que la de él, lo agotaba, una noche esporádica era todo lo que podía resistir. Sin celos, lo cual despertó los celos de Ed, casi le obligó a gritar preguntas: heroína y extorsión, asombrosa y audaz perversión, cuánto sabes. La actitud de Lynn se lo impidió: esas manos suaves que le acariciaban el pecho le hicieron renunciar a la franqueza, de lo contrario empezaría a interrogarla o a mentir tan sólo para decir algo.

Habló de su familia, regresó al presente. Ed el favorito de su madre, Thomas el chico de oro. Le contó su euforia cuando su hermano recibió seis balazos. Ser un policía/patricio descendiente de una larga dinastía de detectives de Scotland Yard. Inez, cuatro hombres muertos por cobardía; Dudley Smith enloqueciendo para hallar un chivo expiatorio aceptable que Ellis Loew y el jefe Parker quizás aceptaran como panacea. El gran Preston Exley en su inaccesible gloria, fotos pornográficas vinculadas con un periodista muerto, niños viviseccionados y su padre y Raymond Dieterling veinticuatro años atrás. Borbotones, hasta que no quedó nada por decir y Lynn le cerró los labios con un beso y Ed se durmió acariciándole las magulladuras.