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Ed llevó a Lynn Bracken a casa, en una última oportunidad antes de hacerla arrestar. Ella protestó, luego aceptó: un día de drogas e interrogatorios cobraba su precio. Estaba demacrada, exhausta. Lista, fuerte, químicamente fortalecida: no reveló nada, salvo migajas sobre Pierce Patchett. Patchett sabía que no podría salir limpio del todo; Lynn contó su historia de prostituta, y Patchett debía de tener abogados a la espera por si las migajas provocaban condenas. El primer día de la reapertura fue un manicomio: Dudley Smith en Gaitsville mientras sus hombres registraban el distrito negro; el cadáver bajo la casa de Lefferts; Vincennes había identificado a Dean van Gelder, quien había visitado a Davey Goldman en McNeil antes del Nite Owl. Bud White, su agente designado, pasando esos datos a Whisper. Había sido un tonto al confiar en él, pero podía resistir: era un detective profesional habituado a enfrentarse con el caos.

Sin embargo, el caso Atherton y la presencia de su padre eran otra cosa. Ahora se sentía en el aire, y sólo un instinto lo impulsaba: el Nite Owl tenía un pasado tormentoso que superaba la voluntad de un detective, y revelaría sus horrores aunque Ed Exley no indagara sobre las pruebas ni trazara planes.

Tenía un plan para Bracken y Patchett.

Lynn soplaba volutas de humo por la ventanilla.

—Dos calles más, y luego a la izquierda. Puede parar allí, vivo cerca de la esquina. —Ed frenó.

—Una última pregunta. En la oficina ha admitido que sabía que Patchett y Sid Hudgens planeaban un chantaje.

—No recuerdo haber hecho esa declaración. —No la objetó.

—Estaba cansada y aburrida.

—Implícitamente la confirmó. Y consta en la declaración de Jack Vincennes.

—Quizá Vincennes mintió en esa parte. Él era una celebridad. ¿Usted no diría que es un poco histriónico?

Una brecha.

—Sí.

—¿Y cree que puede confiar en él?

Falsa contrición.

—No sé. Él es mi punto débil.

—Ahí tiene. Señor Exley, ¿piensa arrestarme?

—Empiezo a creer que no serviría de nada. ¿Qué dijo White cuando le pidió que se prestara al interrogatorio?

—Sólo que viniera sin trucos. ¿Usted le mostró la declaración de Vincennes?

La verdad: conquistar su gratitud.

—No.

—Me alegra, pero sin duda está plagada de mentiras. ¿Por qué no se la mostró?

—Porque es un detective limitado, y cuanto menos sepa mejor. También es el protegido de un oficial rival, y no quería que le pasara información.

—¿Se refiere a Dudley Smith?

—Sí. ¿Lo conoce?

—No, pero Bud habla a menudo de él. Creo que le teme, lo cual significa que Smith debe ser un hombre avasallador.

—Dudley es brillante y malvado, pero yo soy mejor. Bien, es tarde.

—¿Puedo ofrecerle un trago?

—¿Por qué? Hoy me escupió en la cara.

—Bien, dadas las circunstancias…

La sonrisa de Lynn le permitió sonreír.

—Dadas las circunstancias, un trago.

Lynn bajó del coche. Ed la observó: tacones altos; un día infernal, pero sus pies apenas tocaban el suelo. Lynn lo condujo hasta el edificio, abrió la puerta y encendió una luz.

Ed entró. Exquisito: las telas, los objetos de arte: Lynn se quitó los zapatos y sirvió dos, vasos de coñac; Ed se sentó en un sofá; puro terciopelo.

Lynn se reunió con él. Ed cogió la copa, bebió. Lynn entibió la copa con las manos.

—¿Sabe por qué le he invitado a entrar?

—Usted es demasiado inteligente para tratar de llegar a un trato, así que supondré que le despierto curiosidad.

—Bud le odia a usted más de lo que me ama a mí o a cualquier otra persona. Empiezo a entender por qué.

—No me interesa su opinión.

—Sólo preparaba un cumplido.

—En otra ocasión, ¿vale?

—Entonces cambiaré de tema. ¿Cómo se toma Inez Soto tanta publicidad? Ha salido mucho en los periódicos.

—La ha tomado a mal, y no quiero hablar de ella.

—Le fastidia que yo sepa tanto sobre usted. No tiene información para competir.

Una rendija, una cuña.

—Tengo la declaración de Vincennes.

—De cuya veracidad duda.

Cambio de enfoque.

—Usted mencionó que Patchett financió algunos filmes de Raymond Dieterling. ¿Puede darme más información?

—¿Por qué? ¿Porque su padre está asociado con Dieterling? ¿Ve las desventajas de ser hijo de un hombre famoso?

Calma, era un diestro movimiento.

—Sólo una pregunta de policía.

Lynn se encogió de hombros.

—Pierce me lo mencionó de refilón hace varios años.

Sonó el teléfono. Lynn no le prestó atención.

—Noto que no desea hablar de Jack Vincennes.

—Noto que usted sí.

—Últimamente lo he visto mucho en las noticias.

—Porque Vincennes arruinó .todo lo que tenía. Insignia del Honor, su amistad con Miller Stanton, todo. El asesinato de Sid Hudgens no ayudó, pues Hush-Hush debía la mitad de sus inmundicias a los arrestos de Vincennes.

Lynn bebió un trago de coñac.

—No le gusta Jack.

—No, pero hay una parte de la declaración en la cual creo absolutamente. Patchett tiene copias de los archivos privados de Sid Hudgens, incluyendo información sobre Vincennes. Usted se hará un favor si lo admite.

Si ella mordía el anzuelo, empezaría ahora.

—No puedo admitirlo, y la próxima vez que hablemos tendré un abogado. Pero puedo decirle que creo saber qué contendría dicho archivo.

La primera cuña en su sitio.

—¿Sí?

—Bien, creo que el año fue 1947. Vincennes participó en un tiroteo en la playa. Estaba bajo la influencia de narcóticos, disparó y mató a dos personas inocentes, un matrimonio. Mi fuente tiene la verificación, incluido el testimonio de la agente de una ambulancia y una declaración certificada del médico que trató las heridas de Jack. Mi fuente posee análisis sanguíneos que muestran que tenía droga en el organismo y testimonios de testigos oculares que no comparecieron. ¿Usted suprimiría esa información para proteger a otro policía, capitán?

El Malibu Rendezvous: el trabajo que había llevado a Jack a la gloria. Sonó el teléfono. Lynn lo ignoró.

—Santo cielo —dijo Ed, sin necesidad de fingir.

—Sí. Cuando leí lo de Vincennes siempre pensé que tenía razones muy oscuras para ensañarse con los adictos, y no me sorprendí al descubrir eso. Otra cosa, capitán. Si Pierce tuviera copias de los archivos, sin duda las habría destruido.

La última frase sonaba falsa. Ed le siguió el juego.

—Sé que a Jack le gusta la droga, se ha rumoreado durante años en Detectives. Y sé que usted miente sobre los archivos y que Vincennes haría cualquier cosa por recobrar su carpeta. Usted y Patchett no deberían subestimarlo.

—¿Tal como usted subestimó a Bud White?

Su sonrisa fue como una provocación, y por un segundo Ed pensó que le pegaría. Lynn rió antes que él pudiera pegarle, y en cambio la besó. Lynn reculó, luego respondió al beso; rodaron al suelo arrancándose la ropa. Sonó el teléfono. Ed lo descolgó. Lynn lo ayudó a penetrarla, rodaron, se mecieron, tumbaron muebles. Terminó tan pronto como había empezado.

Ed notó que Lynn alcanzaba el orgasmo: segundos de espera, satisfacción, descanso. Luego contó su historia entre suspiros, como si fuera una carga demasiado pesada: el polizonte corrupto Jack Vincennes, adicto y rebelde. Jack haría cualquier cosa para recobrar su archivo. El capitán E. J. Exley tenía que usarlo por lo que sabía. Pero Vincennes estaba perdiendo la cabeza, impulsado por el alcohol y la droga.