Ambas escenas del delito estaban cerradas: la imprenta, el apartamento contiguo. Un teniente del Departamento del Sheriff: un tío gordo llamado Hatcher. Un hombre del laboratorio hablando sin cesar.
Escena primera: la sala trasera de Rapid Bob's Printing. Bud miraba a Dudley, evocando sus palabras: «Pensamos que ibas a matarlo, así que te detuvimos. Lamento nuestra torpeza, pero fuiste muy útil. Hinton está relacionado con muy malas personas, y ya te pasaré los detalles».
Bud no insistió. Quizá Dudley supiera algo sobre él.
Lynn bajo custodia.
El bofetón de Exley.
El hombre del laboratorio señaló varios estantes caídos.
—… bien, la parte delantera de la imprenta no presentó obstáculos, así que nuestro asaltante no dejó marcas. Hallamos colillas en un cenicero, dos marcas, de modo que podemos suponer que los Englekling estuvieron trabajando hasta bastante tarde. Supongamos que el asesino logró abrir la cerradura delantera, entró de puntillas y los sorprendió. Hay huellas de guantes en la jamba de la puerta intermedia, así que eso respalda la suposición. El hombre entra, obliga a nuestros muchachos a abrir esos gabinetes que os mostré, no encuentra lo que busca. Se irrita y tumba estos estantes. Las huellas de guantes del cuarto estante indican un hombre diestro de estatura media. Los hermanos abren las cajas que se cayeron: hay muchas huellas borrosas y evidentes que indican que Peter y Baxter estaban asustados. Así que el infractor obviamente no encontró lo que buscaba y se llevó a nuestros muchachos al apartamento. Caballeros, por aquí.
Salieron, cruzaron un callejón. El hombre del laboratorio llevaba una linterna; Bud se mantuvo en la retaguardia.
Lynn arrogante, convencida de que derrotaría al pentotal con su cerebro.
Dudley quizá tuviera sus propias pistas, pero aún culpaba a los negros.
—Vean ustedes la tierra de la calzada —dijo el hombre del laboratorio—. La mañana en que se hallaron los cuerpos nuestro equipo técnico descubrió y fotografió tres conjuntos de huellas de pies demasiado superficiales para tomar muestras. Dos pares que iban delante de un par, lo cual indica una marcha a punta de pistola.
Fueron hasta un grupo de bungalows. Dudley mudo. En el avión apenas había hablado.
¿Whisper daría en el blanco?
¿Cómo usar el cadáver de la casa contra Exley?
Cinta adhesiva en la puerta. Hatcher la arrancó. El hombre del laboratorio abrió con una llave. Luces dentro. Bud entró primero.
Un desorden, totalmente registrado.
Manchas de sangre en una alfombra de pared a pared, marcadas con cintas. Tubos de vidrio en el suelo: marcados con círculos, guardados en bolsas transparentes. Docenas de negativos fotográficos desperdigados, superficie cuarteada, quemada. Sillas volcadas, una cómoda tumbada, un sofá con el relleno arrancado. Insertado en el desgarrón más grande: una bolsa de celofán con la etiqueta «heroína».
El hombre del laboratorio continuó:
—Esos tubos contienen sustancias químicas que identificamos como drogas antipsicóticas. Los negativos estaban demasiado borrosos, pero logramos deducir que la mayoría eran fotos pornográficas. Las imágenes estaban quemadas con sustancias químicas sacadas de la nevera de la cocina: nuestros muchachos poseían una gran cantidad de soluciones corrosivas. Mi hipótesis es que torturaron a Peter y Baxter Englekling antes de dispararles. Esto es lo que sabemos con certeza. Creo que el asesino les mostró cada negativo, les hizo preguntas, luego los quemó… a ellos y a las fotos. ¿Qué buscaba? No lo sé, pero quizá quería identificar a los modelos de las fotos. Hallamos una lupa bajo el diván, y ahora me inclino hacia esa teoría. Además, vean ustedes la bolsa de plástico que dice «heroína», en el diván. Hemos guardado el contenido, desde luego. Cuatro bolsas en un escondrijo seguro. El asesino dejó aquí una pequeña fortuna en droga vendible.
Entraron en la cocina: más caos, la nevera abierta. Tubos caídos, frascos marcados con símbolos químicos. Junto al fregadero había una pila de objetos que parecían placas de imprenta.
El técnico señaló ese desorden.
—Otra hipótesis, caballeros. En mi informe verán ustedes que enumero no menos de veintiséis sustancias químicas halladas en el apartamento. El asesino torturó a Peter y Baxter Englekling con sustancias químicas, y sabía qué sustancias eran corrosivas. Yo llamaría a este método de tortura un medio oportuno, y apuesto a que el hombre tenía formación en ingeniería, medicina o química. Ahora al dormitorio.
Bud pensó: PATCHETT.
Había gotas de sangre en el pasillo, en dirección al dormitorio: una habitación pequeña, un matadero de cuatro por cuatro.
Dos contornos de cuerpos: uno en la cama, otro en el suelo, con cintas alrededor de la sangre seca. Cordeles sujetos alrededor de los postes de la cama; más cordel en el suelo; círculos de cinta en las sábanas y una mesilla junto a la cama. Había un agujero de bala marcado con un círculo en la pared; un despliegue forense en un panel de corcho; más negativos escaldados.
—Sólo huellas de guantes y huellas de los Englekling en los negativos —dijo el hombre del laboratorio—. Los espolvoreamos todos, luego los pusimos otra vez donde estaban. Los que están en el panel se encontraron en el dormitorio, donde también ven ustedes las escenas de la tortura y los asesinatos. Ahora bien, esos pequeños círculos indican fragmentos de tejido del torso, los brazos y las piernas de los hermanos Englekling, arrancados con sustancias corrosivas, y si ustedes miran el suelo verán fragmentos de alfombra chamuscados por sustancias químicas derramadas. Ambos hombres recibieron dos disparos de un revólver 38 equipado con silenciador. Unas hebras que hallamos en las cápsulas señalan que se usó silenciador y explican por qué nadie oyó disparos. El agujero de bala de la pared es nuestra única pista real, y es fácil reconstruir lo que sucedió. Baxter Englekling se zafó de sus ligaduras, se adueñó del arma y efectuó un disparo antes que el asesino recobrara el revólver y le disparara. La bala que extrajimos de la pared tenía restos de carne de blanco y vello del brazo gris, junto con sangre del grupo O positivo. Ambos Englekling eran AB negativo, así que sabemos que el asesino recibió un impacto. Las gotas de sangre que conducen al salón y los negativos que él sacó para mirar indican que no fue una herida importante. El equipo del teniente Hatcher encontró una toalla empapada de sangre O positivo en una alcantarilla, calle abajo, así que esa toalla fue su torniquete. Mi última hipótesis es que ese bastardo tenía muchísimo interés en esos negativos.
—Y no hemos averiguado nada —intervino Hatcher—. Hemos interrogado a los vecinos una veintena de veces, no tenemos testigos oculares y esos malditos hermanos no tenían un solo socio conocido que hayamos podido localizar. Preguntamos en consultorios médicos, salas de emergencia, estaciones de tren, aeropuertos y estaciones de autobús si alguien había visto a un hombre herido y no averiguamos nada. Si los hermanos tenían una libreta de direcciones, el asesino se la llevó. Nadie vio ni oyó nada. Como dice mi colega científico, nuestro hombre estaba tan desesperado por esos negativos, que quizá, y subrayo el «quizá», tengan algo que ver con la presencia de los hermanos en el caso Nite Owl. Ellos tenían una teoría relacionada con fotos obscenas, ¿verdad?
—En efecto —dijo Dudley—, pero era muy insustancial.
—Y los periódicos de Los Ángeles dicen que ustedes acaban de reabrir el caso.
—Sí, así es.
—Capitán, lamento que no hayamos cooperado antes con ustedes, pero olvidemos eso. ¿Tienen ustedes algo interesante para ofrecerme en este nuevo enfoque del caso?
Dudley sonrió.
—El jefe Parker me ha ordenado llevarle una copia de su archivo. Si encuentra lazos con nuestros homicidios, les enviará una transcripción del testimonio de los hermanos Englekling en 1953.
—La cual, según ustedes, se relaciona con material pornográfico, como sin duda ocurre con nuestro caso.
Dudley encendió un cigarrillo.
—Sí, pero también puede relacionarse con heroína.
Hatcher resopló.
—Capitán, si a nuestro muchacho le apetecía el caballo blanco, habría robado la mercancía del diván.
—Sí, o el asesino era simplemente un psicópata furioso que manifestó una reacción de psicópata ante los negativos, por razones insondables. Francamente, el tema de la heroína me interesa. ¿Tienen ustedes pruebas de que los hermanos la vendieran o manufacturaran? —Hatcher movió la cabeza.
—Ninguna, y en lo que respecta a nuestro caso, no me convence. ¿El tema de la pornografía tiene incidencia en la reapertura del caso?
—No, todavía no. Insisto, cuando haya leído sus archivos me pondré en contacto con ustedes.
—Capitán —masculló el irritado Hatcher—, ¿ha venido usted hasta aquí en busca de pruebas y no ofrece nada a cambio?
—Vine aquí por orden de Parker, quien compromete su plena cooperación si el caso de ustedes la requiere.
—Grandes palabras, sahib, pero no me gusta cómo suenan.
Una fea situación. Dudley exhibió una aduladora sonrisa irlandesa. Bud salió a la acera y esperó junto al coche alquilado.
Asustado, preparado para la SALIDA.
Dudley salió; Hatcher y el técnico del laboratorio cerraron con llave la imprenta.
—No te entiendo últimamente, jefe —comentó Bud.
—¿A partir de cuándo, muchacho?
—Empecemos por anoche. Hinton.
Dudley rió.
—Anoche volviste a actuar con tu vieja crueldad. Me entibió el corazón y me convenció de que la tarea extralaboral que he planeado para ti sigue al alcance de tus aptitudes.
—¿Qué tarea?
—Ya te contaré.
—¿Qué le pasó a Hinton?
—Lo liberamos, castigado y aterrado por el sargento White.
—Sí, pero ¿qué información buscabas?
—Muchacho, tú tienes tus secretos extralaborales, y yo tengo los míos. Pronto tendremos una sesión de aclaración.
SALIDA.
—No, sólo quiero saber cómo estamos ambos situados respecto al Nite Owl. Ahora.
—Edmund Exley, muchacho. Los dos nos quedamos ahí.
—¿Qué? —balbuceó Bud, asustado.
—Edmund Jennings Exley. Ha sido tu raison d'être desde la Navidad Sangrienta, y por su causa no me cuentas ciertas cosas. Te quiero, así que respeto tus omisiones. Ahora corresponde a ese amor, respeta mi falta de claridad durante los próximos doce días y verás su destrucción.
—¿Qué demonios…? —Voz de chiquillo.
—Nunca lo has valorado, así que te lo diré ahora. Como hombre es menos que nada, pero como detective me supera aun a mí. Ahí tienes. Dios y tú sois testigos de estas loas para un hombre que desprecio. ¿Ahora respetarás mis omisiones… tal como yo respeto las tuyas?
En plena carrera.
—No. Sólo dime qué demonios quieres hacer. Explícate.
Dudley se rió.
—Por ahora no hagas nada, sólo escucha: he descubierto que Thad Green se retirará para hacerse cargo de la Patrulla de Fronteras esta primavera. El nuevo jefe de Detectives será Edmund Exley o yo. Pronto ascenderá a inspector, lo cual le da ventaja, y Parker le favorece personalmente. Planeo usar ciertos aspectos de las pruebas que ambos hemos ocultado para solucionar la resurrección del Nite Owl, consolidar mi posición ganadora y de paso arruinar a Exley. Muchacho, aguanta unos días más y te garantizaré tu venganza personal.
El trato era Exley o bien Dudley contra Exley.
Ninguna competencia.
En plena carrera: las migajas que le había dado a Exley, la promesa de Exley: participación, los asesinatos de prostitutas.
—Jefe, ¿hay algún premio para mí en esto?
—¿Además de la caída de nuestro amigo?
—Sí.
—¿Y a cambio de un informe completo? ¿Con más datos de los que le diste a Exley como parte del acuerdo para que te asignara a su investigación?
Cielos, ese hombre lo sabía todo.
—De acuerdo.
Risas de Dudley.
—Muchacho, buscas un trato difícil, pero ¿bastará una indagación especial del jefe de Detectives? Digamos homicidio múltiple, en varias jurisdicciones.
Bud le tendió la mano.
—Trato hecho.
—Aléjate de Exley y regálate una grandiosa habitación limpia en el Victory. Pasaré a verte dentro de un par de días.
—Llévate tú el coche. Primero tengo un asunto en San Francisco.
Se gastó cuarenta pavos en un taxi y cruzó el Golden Gate excitado por la adrenalina. Doble jugada: un mal trato para sobrevivir, luego un buen trato para ganar. Exley tenía datos y tenía al triste Jack; Dudley tenía datos que olían a percepción extrasensorial. Viraje: le mintió a Dudley para vengarse de Exley, cinco años después el hombre retorna la situación: mentiras perdonadas, dos policías, una causa. San Francisco brillando a lo lejos. La voz de Dudley Smith: «Edmund Jennings Exley». Un escozor con sólo oír el nombre.
Más allá del puente hizo una parada en una cabina telefónica. Larga distancia: el número de Lynn, diez pitidos, ninguna respuesta. Las nueve y diez de la noche. Mal presentimiento: ella tendría que haber regresado al anochecer.
Cruzó la ciudad, rumbo al Departamento de Policía de San Francisco, jefatura de Detectives. Bud mostró la placa, entró.
Homicidios estaba en el tercer piso: las flechas pintadas en la pared lo guiaron. Escaleras crujientes y una enorme oficina. Turno de noche: dos hombres bebiendo café.
Se le acercaron. El más joven señaló la placa de Bud.
—Los Ángeles, ¿eh? ¿Podemos ayudarte en algo?
Bud mostró su identificación.
—Según me contó un amigo del Departamento del Sheriff, tenéis un viejo 187. Me pidió que revisara vuestros archivos.
—Bien, el capitán no está aquí ahora. Quizá debas volver por la mañana. —El hombre mayor miró su identificación.
—Tú eres el tío que investiga asesinatos de prostitutas. El capitán dijo que eres insistente, un verdadero fastidio. ¿Qué pasa? ¿Tienes otro caso?
—Sí, Lynette Ellen Kendrick, condado de Los Ángeles, la semana pasada. Diez minutos con el archivo y no molesto más.
—Oye, ¿no entiendes? —dijo el más joven—. Si el capitán quisiera que vieras el archivo, te mandaría una invitación.
—El capitán es un idiota —dijo el hombre mayor—. ¿Cuál es el nombre de la víctima? ¿Fecha de su defunción?
—Chrissie Virginia Renfro, 16 de julio de 1956.
—Bien, te diré qué hacer: vas a la sala de archivos, encuentras el archivador de casos no resueltos del 56 y revisas la letra R. No te llevas nada y te largas antes de que este joven tenga jaqueca. ¿Entendido?
—Entendido.
Fotos de la autopsia: desgarrones en los orificios, primeros planos faciales. La cara era pulpa, fragmentos de anillos incrustados en los pómulos. Tomas de lejos: el cuerpo había sido hallado en el apartamento de Chrissie, un tugurio frente al hotel St. Francis.
Informes de pervertidos: degenerados locales interrogados, libres por falta de pruebas. Chulos sádicos, el chulo de Chrissie: en la cárcel cuando mataron a la chica. Fetichistas, violadores, clientes regulares de Chrissie: todos con coartada, ningún nombre que se relacionara con los demás archivos que había leído.
Interrogatorios en el vecindario: patanes locales, huéspedes del St. Francis. Seis perdedores, un ganador.
16/7/56: un camarero del St. Francis contó a los detectives que vio el espectáculo de Spade Cooley en la sala Lariat del hotel, luego vio a Chrissie Virginia Renfro, caminando en zigzag —«quizá drogada»— hacia su apartamento.
Ganador: Bud se quedó tieso, reflexionó.
Lynette Ellen Kendrick, muerta en el Condado de Los Ángeles la semana anterior. Un dato no relacionado: Lamar Hinton escupiendo todo lo que sabía. Dwight Gilette, ex chulo de Kathy Janeway, suministraba prostitutas para las fiestas de Spade Cooley. Spade era opiómano, un «adicto degenerado». Spade estaba en Los Ángeles, tocando en el Rancho Klub del Strip. A un kilómetro del apartamento de Lynette Kendrick.
Primer escollo: Spade no podía tener antecedentes, no había modo de confirmar su grupo sanguíneo. Había participado en la partida de voluntarios del sheriff Biscailuz, donde no se permitía a nadie con antecedentes.
Siguió pensando, decidió revisar el informe médico: «Contenido de la corriente sanguínea». Página 2, dato contundente: «elementos alimentarios no digeridos, semen, gran cantidad de opio, de efecto narcotizante, diseminada en los alimentos, corroborada por residuos de alquitrán en los dientes».
Bud alzó los brazos, como si pudiera atravesar el techo y volar a la luna. Golpeó el techo y regresó a la tierra al pensar que no podía hacerlo en solitario; se estaba ocultando de Exley y a Dudley no le importaba. Vio un teléfono, se exaltó, pensó en un socio:
Ellis Loew. Los asesinatos sexuales le encantaban.
Cogió el teléfono.