51

Habitación 6 del Victory. Dudley y un musculoso encadenado a la silla. Dot Rothstein hojeando Playboy. Bud ojeó la foto que ella estaba mirando: una polizonte lesbiana con traje de vuelo de Hughes Aircraft.

Dudley hojeó una hoja de arrestos.

—Lamar Hinton, treinta y un años. Una condena, ex empleado de la compañía telefónica, bajo sospecha de haber instalado líneas clandestinas para Jack Whalen. Violación de la libertad bajo palabra desde abril de 1953. Muchacho, creo que cabe referirse a ti como un socio del crimen organizado, y por ende alguien que requiere una reeducación en los hábitos de la sociedad civilizada.

Hinton se lamió los labios; Dudley sonrió.

—Has venido pacíficamente, lo cual obra en tu favor. No nos has dado un discurso sobre tus derechos civiles, lo cual, dado que no tienes ninguno, habla bien de tu inteligencia. Pues bien, mi tarea es detener y contener el crimen organizado en Los Ángeles, y he descubierto que la fuerza física a menudo funciona como la medida correctiva más persuasiva. Muchacho, yo haré preguntas, tú responderás. Si me satisfacen tus respuestas, el sargento Wendell White se quedará en su silla. ¿Por qué violaste tu libertad bajo palabra en abril de 1953?

Hinton tartamudeó. Bud lo abofeteó, los ojos en la pared para no ver. Izquierda/derecha/izquierda/ derecha/izquierda/derecha. Dot le hizo una seña para que interrumpiera.

Cese del fuego.

—Una pequeña admonición para demostrarte las aptitudes del sargento White —dijo Dudley—. De ahora en adelante me adaptaré a tu tartamudeo. ¿Recuerdas la pregunta? ¿Por qué violaste tu libertad bajo palabra en abril de 1953?

Tartamudeo. Hinton cerró los ojos.

—Muchacho, estamos esperando.

—T-t-tuve que 1-1-largarme de la ciudad.

—Estupendo. ¿Y qué ocasionó esa necesidad de abandonarnos?

—P-p-problemas c-con m-m-mujeres.

—Muchacho, no te creo.

—E-e-es v-v-verdad.

Dudley cabeceó. Bud le propinó bofetadas: contenidas, aparentando toda su fuerza.

—Este chico podría soportar mucho castigo —dijo Dot—. Vamos, primor, facilita las cosas. Abril del 53. ¿Por qué te largaste de la ciudad?

Bud oyó a Breuning y Carlisle al lado. Recordó: 4/53, el Nite Owl.

—Muchacho, he sobrevalorado la capacidad de tu memoria, así que te ayudaré. Pierce Patchett. Le conocías entonces, ¿verdad?

Bud sintió escalofríos: retención de pruebas, él no tendría que saber que Patchett existía…

Hinton se sacudió, intentó zafarse.

—Estupendo, hemos tocado una fibra.

Dot suspiró.

—Cielos, qué músculos. Yo debería tener esos músculos.

Dudley aulló.

Olvida el miedo: él está en la reapertura del caso. Quizás Hinton afloje. Si Dudley supiera lo mío yo no estaría aquí.

Dot le pegó a Hinton con una porra: brazos, rodillas.

Músculos aguantó estoicamente: ni gritos ni gemidos.

Dudley rió.

—Muchacho, tienes una gran resistencia a la incomodidad. Un comentario sobre lo siguiente, por favor: Pierce Patchett, Duke Cathcart y la pornografía. Sé conciso o nuestro sargento White pondrá a prueba esa resistencia.

Hinton, sin tartamudeos.

—Que te den por el culo, cabrón irlandés. Risa de Dudley.

—Muchacho, eres gracioso como Jack Benny. Wendell, muestra a nuestro cómplice del crimen organizado tu opinión sobre los números cómicos no solicitados.

Bud cogió la porra de Dot.

—¿Qué quieres, jefe?

—Cooperación dócil y plena.

—¿Esto es el Nite Owl? Mencionaste a Duke Cathcart.

—Quiero cooperación dócil y plena en todos los sentidos. ¿Alguna objeción?

—White, tan sólo hazlo —dijo Dot—. Dios, yo debería tener esos músculos.

Bud se acercó a Dudley.

—Déjame solo. Un par de minutos nada más.

—¿Un retorno a tus viejos métodos, muchacho? Hacía tiempo que no manifestabas entusiasmo en estas faenas.

—Le dejaré creer que puede aguantar mis golpes —le susurró Bud—, luego seré duro. Tú y Dot esperad afuera, ¿de acuerdo?

Dudley cabeceó, salió con Dot. Bud encendió la radio: un anuncio: coches usados en Yeakel Olds. Hinton hizo crujir las cadenas.

—Al cuerno contigo, al cuerno con ese tío irlandés, al cuerno con esa puñetera lesbiana.

Bud acercó una silla.

—No me gusta esto, así que sé amable, dame algunas respuestas aparte y le diré al hombre que te deje en paz. ¿Entiendes? Sin acusaciones.

—Al cuerno.

—Hinton, creo que conoces a Pierce Patchett, y quizá conocías a Duke Cathcart. Puedes pasarme cierta información y yo…

—Ve a joder con tu madre.

Bud arrojó a Hinton y la silla al otro lado de la habitación. La silla aterrizó de costado, las tablillas se partieron. Cayeron estantes. La radio se rompió, escupiendo zumbidos.

Bud enderezó la silla con una sola mano. Hinton se orinó en los pantalones. Bud parodió un acento irlandés.

—Háblame de chulos, muchacho. Cathcart, un negro llamado Dwight Gilette… ambos tenían una chica llamada Kathy Janeway. La mataron y eso no me gusta. ¿Tienes información sobre ellos, muchacho?

Mirada fija. Los ojos de Hinton muy grandes. Sin tartamudeos, para no irritar a ese maldito animal:

—Yo trabajaba de chófer para Patchett, yo y un fulano llamado Chester Yorkin. Sólo repartíamos esas… esas cosas ilegales… pero no conozco a Cathcart. Oí que Gilette era maricón, sólo sé que conseguía tías para las fiestas de Cooley. ¿Quieres datos sobre Spade? Sé que fuma opio, es un adicto degenerado. Ahora está tocando en El Rancho, puedes arrestarlo. Pero no conozco a ningún asesino de prostitutas ni conozco a una chica llamada Kathy Janeway.

Bud sacudió la silla. Hinton siguió cantando.

—Patchett regentaba chicas. Unas hembras sensacionales, parecidas a estrellas de cine. Su favorita era una zorra despampanante llamada Lynn, parecidaa…

Bud le pegó en la cara y la cara se le puso roja. Hombres fornidos entraron, lo agarraron, lo alzaron. El techo descendió de golpe, las paredes de estuco se ennegrecieron.

Preguntas y respuestas en la oscuridad. Gritos y gimoteos a través de un velo, una pared que ocultaba caras. Libros porno, Cathcart, Pierce Patchett. Bud no lograba oírlo todo. Tensión al oír «Lynn Bracken», ningún dato sobre ese nombre, la negrura aún más negra. Mickey Cohen, el 53, por qué había escapado. Bud rasgó el velo buscando ese nombre. Gritos que lo hundieron en la blandura de la cama: instantáneas de Lynn a su alrededor.

Lynn, rubia y ramera, castaña y ella misma. Lynn comentando su aventura con Inez: «Sé amable con ella y ahórrame los detalles». Lynn escribiendo en su diario mientras él se abstenía de leerlo porque sabía que ella lo tenía calado. Lynn siempre más lista que él, entrando y saliendo de su vida mientras Bud entraba y salía de la vida de ella. El velo negro palpitaba: preguntas, respuestas. Silencio negro, paredes de estuco.

Habitación 7 del Victory: literas para los miembros del escuadrón Antihampones. La puerta que comunicaba con la 6 abierta de par en par.

Bud se levantó de la litera. Le palpitaba la cabeza, le dolía la mandíbula, había desgarrado la almohada con las manos. Entró en la 6, un desastre: la silla, sangre en las paredes. Ni Hinton, ni Dot, ni Dudley y sus muchachos. La una y diez de la madrugada. Ningún modo de ordenar las preguntas y respuestas.

Regresó a casa con el cuerpo flojo, demasiado confundido para pensar. Abrió la puerta bostezando. Se encendió la luz de arriba. Algo o alguien lo agarró.

Esposas en las muñecas. Ed Exley, Jack Vincennes frente a él. A su lado: Fisk y Kleckner, cabrones de Asuntos Internos, cogiéndole los brazos.

Exley lo abofeteó. Fisk le apretó el cuello, le puso un dedo en la carótida. Una carpeta ante la cara.

—Asuntos Internos te sometió a una investigación personal cuando ascendiste a sargento —dijo Exley—, así que ya sabemos lo de Lynn Bracken. Vincennes te siguió en el 53, y tú, Bracken y Pierce Patchett figuráis en esta declaración. Abordaste a Patchett por el homicidio de Kathy Janeway, y estabas presente en todo el caso Nite Owl como la peste. Necesito tus datos, y si no cooperas iniciaré una investigación de Asuntos Internos sobre tu retención de información. El Departamento necesita un chivo expiatorio para el caso Nite Owl, y yo soy demasiado valioso para serlo. Conque, si no cooperas, me valdré de toda mi influencia para arruinarte.

La mano que le apretaba la garganta se aflojó. Bud trató de zafarse. Kleckner y Fisk lo cogieron con fuerza.

—Cabrón, voy a matarte.

Exley rió.

—No lo creo, y si te prestas al juego olvidaremos la retención de pruebas, participarás en el caso y tendrás un premio: un enlace con esos asesinatos de rameras que tanto te interesan.

De nuevo el velo negro.

—¿Lynn?

—Ella será la primera interrogada… con pentotal. Si está limpia, se larga.

No sabe nada sobre Whisper, todavía tengo ese cadáver en San Bernardino.

—Y me las veré contigo cuando haya terminado.