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Sonó el teléfono: veinte contra uno a que era la prensa. Ed lo cogió de todos modos.

—¿Sí?

—Bill Parker, Ed.

—Señor, ¿cómo está? Gracias por esa declaración en el Times.

—Iba en serio, hijo. Vamos a resistir y dejarlo pasar. ¿Cómo lo ha tomado Inez? Me refiero a la publicidad.

—Mi padre me dijo que está viviendo en la casa de Ray Dieterling, en Laguna. Y rompimos hace unos meses. No funcionaba.

—Lo lamento. Aun así, Inez es una muchacha fuerte. Comparado con lo que ha sufrido, esto será un juego de niños.

Ed se frotó los ojos.

—No sé si lo dejarán pasar.

—Creo que sí. La policía de Gaitsville se niega a cooperar con los homicidios de los Englekling y ese negro de San Quintín no vale nada como testigo. El polígrafo parece válido, pero el abogado es un oportunista que sólo desea sacar al cliente de la…

—Señor, al margen de eso, no creo que los hombres que maté fueran culpables del Nite Owl y…

—No me interrumpas y no incurras en la ingenuidad suicida de creer que reabrir el caso servirá de algo. Yo esperaré a que pase el temporal, y lo mismo hará el fiscal general en Sacramento. La mala publicidad, las peticiones de justicia y demás siempre alcanzan un tope y luego se apagan.

—¿Y de lo contrario?

Parker suspiró.

—Si el fiscal general ordena una investigación estatal, presentaré un interdicto del Departamento para dar prioridad a nuestra propia investigación. Contaré con pleno apoyo de Ellis Loew para esa estrategia… pero pasará.

—No sé si yo deseo que pase —dijo Ed.