—Ya tengo mis propios problemas —dijo Mickey Cohen—: ese fershtunkener caso del Nite Owl, y esos fershtunkener libros obscenos que jamás leí, pues yo sólo leo la Biblia. Esa historia me aburrió hace cinco años, y ahora me aburre aún más. Tengo problemas propios. Por ejemplo, mira a mi criatura.
Bud miró. Un bulldog con el trasero chamuscado junto al hogar, gimiendo, la cola entablillada.
—Ése es Mickey Cohen Junior, mi heredero, que no durará mucho en este mundo canino. Sobrevivió a un atentado en noviembre, aunque buena parte de mis trajes Sy Devore no sobrevivieron. Su pobre cola ha estado continuamente infectada desde entonces, y tiene poco apetito. Los polizontes que resucitan viejos pesares no son buenos para su salud.
—Señor Cohen…
—Me cae bien la gente que me habla con el respeto apropiado. ¿Cómo has dicho que te llamabas?
—Sargento White.
—Sargento White, pues, te diré que en mi vida los pesares no tienen fin. Soy como Jesús, el salvador goy, llevando el peso del mundo sobre la espalda. En la prisión, esos fershtunkener matones me atacan a mí y a mi Davey Goldman, a Davey le embarullan los sesos, y cuando lo sueltan empieza a caminar en público con el shlong a la vista. Lo tiene grande y no le culpo por enseñarlo, pero los polizontes de Beverly Hills no son tan perspicaces, y ahora cumple noventa días de observación en el loquero de Camarillo. Como si esa congoja no fuera suficiente para este Jesús yiddisher, resulta que mientras yo estaba en prisión, personas desconocidas liquidaron a colegas que cuidaban de mis intereses. Y ahora mis viejos muchachos no quieren volver a mí. Por Dios, Abe Teitlebaum, Lee Vachss, Johnny Stompanato…
—Conozco a Johnny Stompanato —interrumpió Bud.
Cohen se enfureció.
—¡Fershtunkener Johnny! ¡Su nombre es Judas, como en la Biblia! Lana Turner es su Jezabel y no su María Magdalena, su polla lo guía hacia ella como una vara de zahorí. Concedido, está aún mejor dotado que Davey G., pero, Jesús bendito, yo lo rescaté cuando era un patético extorsionador y lo transformé en mi guardaespaldas, y ahora se niega a regresar. Prefiere fumar hierba en el restaurante de Abe y codearse con Perkins, quien según he oído juega a esconder la polla con miembros de la raza canina. ¿Dijiste que te llamabas White?
—Correcto, señor Cohen.
—¿Wendell White? ¿Bud White?
—Ese soy yo.
—Muchacho, ¿por qué no lo has dicho antes? Cohen Junior orinó en el hogar.
—No creí que supiera nada de mí —dijo Bud.
—Claro que sí, las noticias circulan. Las noticias dicen que eres el muchacho de Dudley Smith. Las noticias dicen que tú, Dudley y un par de chicos duros habéis mantenido la ciudad a salvo para la democracia mientras se producía lo que llamaron sequía del crimen. Un motel en Gardena, unos golpes en los riñones y a otra cosa. Quizá, si puedo lograr que mis muchachos dejen de fumar hierba y asociarse con tíos que follan perros, quizá pueda ponerme en marcha. Debo ser amable contigo, para que tú y Dudley seáis amables conmigo. ¿Por qué esta vuelta al caso Nite Owl?
Una oportunidad en bandeja.
—He oído que los hermanos Englekling visitaron McNeil y le mencionaron la propuesta de Cathcart. Pensaba que usted o Davey Goldman lo habrían comentado en el patio, y que así se difundió la noticia.
—No —dijo Mickey—. Imposible, porque no se lo conté a Davey. Es verdad que soy famoso por mis confabulaciones carcelarias, pero no se lo conté a nadie. Se lo dije a ese tío, Exley, cuando hablamos sobre el tema hace años. Y he aquí una apreciación gratuita de Mick. En mi opinión, los libros obscenos son un artículo rentable por el cual vale la pena matar inocentes sólo si ya existe un mercado. Olvida el puñetero Nite Owl. Esos shvartzes que el joven héroe acribilló pagaron la cuenta, y tal vez eran culpables de todos modos.
—No creo que Duke Cathcart muriera en el Nite Owl —dijo Bud—. Creo que la palmó alguien que fingía ser él. Ese tipo mató a Cathcart, adoptó su identidad y apareció en el Nite Owl. Pensaba que el asunto había empezado en McNeil.
Cohen puso los ojos en blanco.
—No conmigo, chico, porque yo no se lo dije a nadie, y no me imagino a Peter y Baxter predicando en el patio de la prisión. ¿Dónde vivía ese payaso de Cathcart?
—Silverlake.
—Entonces escarba en las colinas de Silverlake. Quizás encuentres un cadáver bien añejo.
Una chispa: San Bernardino, la madre de Susan Lefferts en su apartamento, mirando hacia una habitación añadida.
—Gracias, señor Cohen.
—Olvida el fershtunkener Nite Owl —dijo Cohen.
Cohen Junior olisqueó la entrepierna de Bud.
San Bernardino, Hilda Lefferts. La última vez lo había echado enseguida; esta vez Bud mentaría al novio: Susan Nancy en compañía de un fulano que respondía a la descripción de Duke Cathcart. Presionar, intimidar.
Un viaje de dos horas. La autopista de San Bernardino se inauguraría pronto, reduciendo el viaje a la mitad. Exley padre a Exley hijo: ese cobarde sabía que había algo entre él e Inez, la mirada del otro día lo decía con claridad. Ambos aguardaban una oportunidad. Pero si la situación lo favorecía, Bud pegaría con más fuerza: Exley jamás le atribuiría inteligencia para dar un golpe sagaz.
Hilda Lefferts vivía en una pocilga: una choza con tejas y un anexo de ladrillos de cemento. Bud subió, miró el buzón. Buen material intimidatorio: cheque de la pensión de Lockheed, cheque de Seguridad Social, cheque de Asistencia del Condado. Tocó el timbre.
La puerta se entreabrió. Hilda Lefferts miró por encima de la cadena.
—Se lo dije antes, y se lo repito. No me interesan sus preguntas, así que deje a mi pobre hija descansar en paz.
Bud exhibió los cheques.
—Asistencia del Condado me dijo que retuviera esto hasta que usted cooperara. Sin datos, no hay pasta.
Hilda chilló; Bud forzó la cadena, entró. Hilda reculó.
—Por favor. Necesito ese dinero.
Susan Nancy sonreía desde cuatro paredes: poses de vampiresa en un club nocturno.
—Vamos —dijo Bud—, sea amable. ¿Recuerda lo que intenté preguntarle la última vez? Susan tenía un novio en San Bernardino antes de mudarse a Los Ángeles. Usted se asustó cuando le pregunté entonces, y se ha asustado ahora. Vamos. Cinco minutos y me iré. Y nadie va a saberlo.
Hilda con ojos desorbitados: los cheques, la habitación con fotos.
—¿Nadie?
Bud le entregó el cheque de Lockheed.
—Nadie. Vamos. Le daré los otros dos si habla. Hilda habló a su hija: la foto de la puerta.
—Susan, me dijiste que conociste al hombre en un bar y te dije que no lo aprobaba. Me dijiste que era un buen hombre que había pagado su deuda con la sociedad, pero no me dijiste su nombre. Te vi con él un día, y lo llamaste Don, Dean, Dick o Dee, y él dijo: «No, Duke. Acostúmbrate». Un día salí y mi vecina, la señora Jensen, te vio con ese hombre aquí en casa y creyó oír un alboroto…
Traducción: «deuda con la sociedad» equivalía a «ex convicto».
—¿Alguna vez supo el nombre?
—No…
—¿Susan conocía a dos hermanos llamados Englekling? Vivían aquí, en San Bernardino.
Hilda miró la foto con ojos entornados.
—Oh, Susan. No, creo que no conozco ese apellido.
—¿El novio de Susan mencionó alguna vez el nombre «Duke Cathcart», o un negocio de pornografía?
—¡No! ¡Cathcart era el nombre de una de las víctimas del lugar donde murió Susan, y Susan era una buena chica que jamás se asociaría con esas cochinadas!
Bud entregó el cheque de Asistencia del Condado.
—Tranquila. Hábleme del alboroto.
Hilda, con lágrimas en los ojos:
—Volví a casa al día siguiente, y creí ver sangre seca en el suelo de la nueva habitación. Yo la había construido con el dinero de la póliza de mi esposo. Susan y aquel hombre regresaron. Estaban nerviosos. El hombre se arrastró bajo la casa y llamó a un teléfono de Los Ángeles, luego él y Susan se marcharon. Una semana después la mataron… y… yo, bien, pensé que toda esa conducta sospechosa se relacionaba con las muertes… sólo pensé en conspiraciones y represalias, y cuando ese buen hombre que se transformó en héroe pasó días más tarde para averiguar antecedentes, simplemente me callé.
Carne de gallina: el novio de Susan Lefferts era el falso Cathcart. El «alboroto»: el novio mata a Cathcart. Quizás estaba en San Bernardino para hablar con los Englekling. Susan en el Nite Owl, asistiendo a una reunión, el novio haciendo de Cathcart. Los asesinos nunca vieron al verdadero Cathcart cara a cara.
EL NOVIO SE ARRASTRÓ BAJO LA CASA.
Bud fue al teléfono. Operadora, un número de Los Ángeles: información policíaca de Pacific Coast Bell. Una empleada le atendió.
—Sí, ¿quién lo solicita?
—Sargento W. White, Departamento de Policía de Los Ángeles. Estoy en San Bernardino, Panchview 04617. Necesito una lista de todas las llamadas a Los Ángeles desde ese número, desde el 20 de marzo hasta el 12 de abril de 1953. ¿Entendido?
—Enterado —dijo la empleada. Pasaron dos minutos más; la empleada de nuevo—: Tres llamadas, sargento, 2 y 8 de abril, todas al mismo número, HO-21118. Es un teléfono público, la esquina de Sunset y Las Palmas.
Bud colgó. Llamadas a una cabina telefónica a un kilómetro del Nite Owl; cerrando el trato o programando la reunión. Con gran cautela.
Hilda se enjugaba las lágrimas. Bud vio una linterna en una mesa. La cogió, salió deprisa.
La habitación añadida, un sótano estrecho. Bajó las escaleras.
Tierra, vigas de madera, un gran saco de arpillera. Olores: naftalina, podredumbre. Se arrastró con los codos hasta el saco: el tufo de naftalina y podredumbre se agudizó. Palpó el saco, vio estallar un nido de ratas.
A su alrededor: ratas encandiladas por la luz.
Bud rasgó la arpillera. Apuntó la linterna: ratas, un cráneo embadurnado de cartílago. Soltó la linterna, rasgó con ambas manos. Ratas y naftalina en la cara. Un gran desgarrón: un agujero de bala en el cráneo, una mano de esqueleto saliendo de una manga, «D.C.» sobre la franela.
Salió a rastras, aspirando aire. Hilda Lefferts estaba allí. Sus ojos suplicaban: «Por favor, Dios, eso no».
Aire limpio; la nítida luz del día era cegadora. Esa luz blanca le dio la idea: su arma contra Exley.
Un dato a una revista escandalosa. Un fulano de Whisper le debía favores. Era un pasquín izquierdista que se pirraba por los comunistas, los negros, los policías odiados.
Hilda, muerta de miedo.
—¿Había… algo… allí abajo?
—Sólo ratas. Pero quiero que usted se quede aquí. Traeré algunas fotos para que mire.
—¿Puede darme el último cheque?
El sobre, sucio de excremento de rata.
—Tenga. Felicitaciones del capitán Ed Exley.