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—… y somos algo más que los paradigmas morales a que aludió el otro día el jefe Parker. Somos la línea divisoria entre el viejo y el nuevo estilo policial, el viejo sistema de promoción a través del patrocinio y la aplicación de la ley a través de la intimidación, y un nuevo sistema emergente: el cuerpo de policía selecto que imparcialmente afirma su autoridad en nombre de una justicia severa y objetiva, que castiga rigurosamente a los suyos cuando son indignos de las elevadas pautas morales que un cuerpo selecto exige a sus miembros. Y, por último, somos los protectores de la imagen pública del Departamento de Policía de Los Ángeles. Recuérdenlo cuando lean quejas interdepartamentales contra otros policías y sientan deseos de perdonar. Recuérdenlo cuando les pida que investiguen a un hombre con quien han trabajado a gusto. Recuerden que nuestro objetivo es una justicia severa y absoluta, a cualquier precio.

Ed hizo una pausa, miró a sus hombres: veintidós sargentos, dos tenientes.

—A los detalles, caballeros. Bajo mi predecesor, los tenientes Phillips y Stison supervisaban las investigaciones en forma autónoma. A partir de ahora, asumiré el mando directo, y los tenientes Phillips y Stinson se alternarán como brazos ejecutivos. Las quejas y solicitudes pasarán primero por mi oficina, yo leeré el material y distribuiré las asignaciones. Los sargentos Kleckner y Fisk serán mis asistentes y se reunirán conmigo todas las mañanas a las siete y media. Los tenientes Stinson y Phillips se presentarán en mi oficina dentro de una hora para comentar mi enfoque de las actuales investigaciones. Caballeros, pueden retirarse.

El grupo se dispersó en silencio; la sala de reuniones quedó vacía. Ed recordó el discurso, deteniéndose en la frase clave: «justicia absoluta» con la voz de Inez Soto.

Vaciar ceniceros, colocar sillas, ordenar la pizarra de boletines. Alisar las banderas, comprobar que no tuvieran polvo.

De vuelta al discurso, la voz de su padre: «indignos de las elevadas pautas morales que un cuerpo selecto exige a sus miembros». Dos días atrás, el discurso habría sido cierto. El discurso de Inez Soto lo transformaba en mentira.

Banderas con orlas doradas. Dorado oportunismo: había matado a esos hombres con la furia de un cobarde. Como asesinos del Nite Owl daban sentido a esa furia: la justicia absoluta realizada con audacia. Él distorsionó el sentido para respaldar lo que decía el público: eres el mayor héroe de Los Ángeles, irás a la cima. La venganza de Bud White, demasiado estúpido para notarla: una infidelidad y las palabras de una mujer lo obligaban a pisar mentiras en la cima, buscando un modo de hacer realidad su gloria postiza.

Ed entró en la oficina: limpia, pulcra, todo en orden. Formularios en el escritorio. Se puso a trabajar.

Jack Vincennes en apuros.

3/1/58: mientras realizaba una tarea para el Destacamento de Vigilancia, Vincennes disparó y mató a dos asaltantes armados, maleantes que habían asesinado a tres personas en un mercado del lado sur. Vincennes persiguió a un tercer asaltante, lo perdió, fue alcanzado por dos patrulleros que no sabían que él era policía. Los patrulleros le dispararon, pensando que era miembro de la pandilla; Vincennes soltó el arma y se dejó cachear, luego agredió a uno de los patrulleros y abandonó la escena del delito antes de que llegaran Homicidios y el forense. El tercer sospechoso huyó; Vincennes fue a una reunión política en honor del fiscal de distrito Ellis Loew, su cuñado. Presuntamente ebrio, insultó a Loew verbalmente y le arrojó bebida en la cara, a la vista de todos los presentes.

Ed hojeó el archivo de personal correspondiente a Vincennes. Fecha de pensión para el 5/58. Adiós, Jack Cubo de Basura, falta poco. Pilas de informes de Narcóticos: completos, detallados hasta el extremo de la exageración. Entre líneas: Vincennes no daba tregua a los infractores menores en cuestiones de droga, especialmente jazzistas y celebridades de Hollywood, corroborando un viejo rumor: llamaba a la revista Hush-Hush para que presenciara sus jugosos arrestos. Vincennes fue transferido a Antivicio como parte de la reestructuración que siguió a la Navidad Sangrienta; otro fajo de informes: operaciones contra corredores de puestas e infracciones alcohólicas, falta de empeño, mucho relleno verbal. Asignación de Antivicio en la primavera del 53: Russell Millard al mando de la división, una investigación de pornografía convergente con el Nite Owl. Y una gran anomalía: Vincennes, que debía encontrar el material obsceno, declaraba repetidamente que no había pistas, comentaba que los demás tampoco encontraban nada, dos veces sugirió el abandono de la investigación. .

Conducta contradictoria.

El material obsceno se tocaba con el Nite Owl. Ed reflexionó.

Los hermanos Englekling, Duke Cathcart, Mickey Cohen. La pornografía desechada como pista en el caso Nite Owl. Tres negros muertos, caso cerrado.

Ed releyó el archivo. Años de informes inflados y una misión descrita en pocas páginas. Vincennes regresó a Narcóticos en julio del 53. Retomó sus viejos hábitos, los continuó hasta el final de sus deberes en Vigilancia.

Una anomalía gigantesca.

Coincidiendo con el Nite Owl.

Primavera del 53, otra conexión: asesinato de Sid Hudgens, sin resolver. Ed tecleó el interfono. —¿Sí, capitán?

—Susan, averigüe quiénes estuvieron en el Escuadrón 4 de Antivicio en abril de 1953, además de Vincennes. Luego localícelos.

Media hora para los resultados. Sargento George Henderson, agente Thomas Kiflka, retirados; sargento Lewis Stathis, en Bunco. Ed llamó a su comandante en jefe; Stathis entró diez minutos después.

Un hombre corpulento, alto, encorvado. Nervioso. Una repentina llamada de Asuntos Internos intimidaba. Ed le señaló una silla.

—Señor, ¿esto es por…? —dijo Stathis.

—Sargento, esto no tiene nada que ver con usted. Esto tiene que ver con un agente que trabajó con usted en Antivicio.

—Capitán, eso fue hace años.

—Lo sé, desde finales del 51 hasta el verano del 53. Usted salió cuando yo me estrenaba en mi cargo de comandante flotante. Sargento, ¿trabajó usted con Jack Vincennes?

Stathis sonrió.

—¿Por qué sonríe? —preguntó Ed.

—Bien, he leído en el periódico que Vincennes despachó a esos dos maleantes, y se comenta que se largó de allí sin previo aviso. Es una gran infracción, y he sonreído porque imaginaba que el hombre de Antivicio que le interesaría sería él.

—Entiendo. ¿Y usted trabajaba con él?

Stathis movió la cabeza.

—Vincennes era un lobo solitario. Tenía su propio ritmo. A veces trabajábamos en la misma investigación general, pero eso era todo.

—Su escuadrón realizó una investigación sobre pornografía en la primavera del 53. ¿Lo recuerda?

—Sí, fue una colosal pérdida de tiempo. Revistas con desnudos, una pérdida de tiempo.

—Según sus informes, usted no halló pistas. —No, y tampoco las hallaron Jack ni los demás.

Russell Millard pasó a codirigir la investigación del Nite Owl, y el asunto de las revistas cayó en el olvido.

—¿Recuerda usted si Vincennes actuaba de manera extraña en esa época?

—No. Recuerdo que se presentaba en la oficina en forma irregular y que Russell Millard y él no simpatizaban. Como he dicho, Vincennes era un solitario. No se codeaba con los tíos el escuadrón.

—¿Recuerda si Millard hizo preguntas específicas al escuadrón cuando dos operadores de una imprenta trajeron información sobre material pornográfico?

Stathis cabeceó.

—Sí, algo que ver con el Nite Owl, pero no prosperó. Le dijimos a Russell que era imposible hallar esas revistas.

Una corazonada fallida.

—Sargento, en esa época el Departamento estaba exaltado con el caso Nite Owl. ¿Recuerda usted cómo reaccionó Vincennes? ¿Algo fuera de lo común?

—¿Puedo ser franco?

—Desde luego.

—Bien, entonces le diré que siempre consideré a Vincennes un polizonte barato con ambiciones. Al margen de eso, recuerdo que estaba nervioso en la época de la investigación de las revistas. En cuanto al Nite Owl, creo que le aburría. Estuvo en el arresto de esos tíos de color, estuvo cuando nuestros muchachos encontraron el coche y las escopetas, y aun entonces parecía aburrido.

De nuevo esa sensación: ningún dato, sólo instinto.

—Sargento, medite. La conducta de Vincennes en la época del Nite Owl y la investigación de pornografía. Cualquier cosa fuera de lo común. Piense. Stathis se encogió de hombros.

—Tal vez algo, pero no creo que… —Cuéntemelo de todos modos.

—Bien, Vincennes tenía su despacho al lado del mío, y a veces le oía bastante bien. Yo estaba en mi escritorio y oí parte de una conversación entre él y Dudley Smith.

—¿Y?

—Y Smith le pidió que siguiera a Bud White. Dijo que White se había interesado personalmente en el homicidio de una prostituta y no quería que cometiera ninguna torpeza.

Cosquilleos en la piel.

—¿Qué más oyó usted?

—Vincennes aceptó, y el resto fue un farfulleo.

—¿Eso fue durante la investigación del Nite Owl?

—Sí, señor.

—Sargento, ¿recuerda usted a Sid Hudgens, el hombre de esa revista de escándalos? Lo mataron en esa época.

—Sí, un caso no resuelto.

—¿Recuerda si Vincennes habló de ello?

—No, pero se rumoreaba que ambos eran compinches.

Ed sonrió.

—Gracias, sargento. Esto es extraoficial, pero no quiero que repita esta conversación. ¿Entiende? Stathis se levantó.

—No lo haré, pero me da pena Vincennes. Oí que cumplirá veinte años de servicio dentro de unos meses. Quizá se largó de allí porque se sintió mal tras liquidar a esos tíos.

—Que tenga un buen día, sargento —dijo Ed.

Algo viejo, raro.

Ed se quedó sentado, la puerta abierta. Banderas con orlas doradas: oportunidades alcanzadas. Vincennes podía saber algo sobre Bud White.

Instinto: Jack asustado en la primavera del 53. Conectar la de esas revistas con el Nite Owl.

La acusación de Inez Soto: había matado a tres inocentes.

Si incluía a Vincennes en su investigación de Asuntos Internos…

Ed tecleó el interfono.

—Susan, póngame con el fiscal de distrito Loew.