El Dining Car sufría una resaca de Año Nuevo: tiras de papel colgando, letreros de «1958» perdiendo lentejuelas. Ed se sentó en su reservado favorito: una vista de la sala, su imagen en un espejo. Miró la hora: 15.24, 2/1/58. Que Bob Gallaudet llegara tarde. Cualquier cosa para alargar el momento.
Dentro de una hora, la ceremonia: el capitán E. J. Exley recibe un cargo permanente, comandante de Asuntos Internos. Gallaudet traía los resultados de su convalidación. La Fiscalía de Distrito había examinado su vida personal con lupa. Daría su aprobación. Su vida personal era impecable, la muerte de los chicos de Nite Owl compensaba sus informes sobre la Navidad Sangrienta. Lo había sabido durante años.
Ed bebió café, los ojos en el espejo. Su reflejo: un hombre que dentro de un mes cumpliría treinta y seis y aparentaba cuarenta y cinco. Canas en el pelo rubio; arrugas en la frente. Inez había dicho que sus ojos eran más pequeños y fríos; las gafas le daban un aire de dureza. Ed había respondido que duro era mejor que blando: los capitanes jóvenes necesitaban ayuda. Inez había reído. Eso era años atrás, cuando ambos reían.
Evocó la conversación, finales del 54, Inez analítica: «Eres un demonio por ir a presenciar la muerte de Stensland». Un año y medio después del Nite Owl; hoy se cumplían cuatro años y nueve meses. Una mirada en el espejo: años de desgaste, para él y para sus relaciones con Inez.
Al matar a esos negros eliminó a Bud White: cuatro muertes eclipsaban una. Esos primeros meses Inez fue totalmente suya: Ed estaba a la altura de sus exigencias. Le compró una casa en la manzana; Inez disfrutaba de sus tiernas relaciones sexuales; aceptó la oferta de Ray Dieterling. Dieterling se enamoró de Inez y su historia; una bella víctima de violación abandonada por su familia compensaba sus propias pérdidas: divorciado de su primera esposa, viudo de la segunda, su hijo Paul muerto en un alud, su hijo Billy homosexual. Ray e Inez se transformaron en padre e hija, colegas, profundos amigos. Preston Exley y Art De Spain compartieron la devoción de Dieterling: un círculo de hombres rudos y una mujer que les despertaba gratitud porque les daba la oportunidad de ser gentiles.
Inez entabló amistades en un reino de fantasía: los constructores, la segunda generación. Billy Dieterling, Timmy Valburn. Un grupo parlanchín: comentaban rumores de Hollywood, se burlaban de las flaquezas de los hombres. La palabra «hombres» les arrancaba carcajadas. Se mofaban de los policías y practicaban juegos de salón en una casa comprada por el capitán Ed Exley.
El desgaste le hacía pensar en Inez.
Después de las muertes, Ed tuvo pesadillas: ¿eran inocentes? Una rabia impotente le había impulsado a apretar el gatillo; la drástica resolución dio tan buena fama al Departamento de los detalles como «desarmados» y «no peligrosos» nunca constituyeron un peligro. Inez aplacó sus temores con una declaración: los violadores la condujeron a la casa de Sylvester Fitch en medio de la noche y la dejaron allí, con tiempo para asaltar el Nite Owl. No lo había dicho a la policía porque no quería relatar las vejaciones a las que la había sometido Fitch. Ed sintió alivio: las víctimas de su furia eran culpables.
Inez.
El tiempo pasó, el fulgor perdió brillo: el dolor de Inez y el heroísmo de Ed no bastaban. Inez sabía que Ed nunca se casaría con ella. Un oficial de policía, una esposa mexicana: suicidio profesional. Su amor pendía de un hilo; Inez cobró distancia, y en realidad se transformó en una amante esporádica. Dos protagonistas modelados por acontecimientos extraordinarios, secundados por un potente elenco: los muertos del Nite Owl y Bud White.
La cara de White en la sala verde: puro odio mientras Dick Stensland aspiraba el gas. Una ojeada al moribundo Stensland, una ojeada hacia Ed. Sin palabras. White pidió licencia para no trabajar con Ed cuando éste se hizo cargo de Homicidios. Ed superó al hermano, se acercó más al padre. Su hoja de servicios era extraordinaria; en mayo sería inspector, en pocos años competiría con Dudley Smith para llegar a jefe de detectives. Smith no se inmiscuía en sus asuntos y le guardaba un cauto respeto teñido de desprecio… y Dudley era el hombre más temido del Departamento. ¿Sabría que su rival sólo temía una cosa: la venganza de un policía/ matón sin cerebro para ser imaginativo?
El bar se estaba llenando: personal de la Fiscalía, algunas mujeres. La última vez con Inez había sido insatisfactoria. Ella sólo cumplía con el hombre que pagaba la hipoteca. Ed le sonrió a una mujer alta; ella miró hacia otro lado.
—Felicitaciones, capitán. Estás limpio como un Boy Scout.
Gallaudet se sentó. Tenso, nervioso. —¿Entonces por qué tienes cara larga? Vamos, Bob, somos socios.
—Tú estás limpio, pero hace dos semanas que vigilan a Inez, por pura rutina. Ed… ¡mierda!, Inez está durmiendo con Bud White.
La ceremonia. Un gran borrón.
Parker hizo un discurso: los policías sufrían las mismas tentaciones que los civiles, pero debían contener sus instintos en mayor grado para servir como modelos morales ante una sociedad cada vez más erosionada por la creciente influencia del comunismo, el crimen, el liberalismo y la obnubilación moral. Se necesitaba un modelo moral para comandar la división que garantizaba la moralidad policial, y el capitán Edmund J. Exley, héroe de guerra y héroe del caso del Nite Owl, era ese hombre.
Ed también hizo un discurso: más chorradas sobre la moralidad. Duane Fisk y Don Kleckner le desearon suerte; a través del borrón, Ed les leyó el pensamiento: deseaban puestos de asistentes. Dudley le guiñó el ojo, fácil de interpretar: «Yo seré el próximo jefe de detectives, no tú». Las excusas para marcharse le llevaron una eternidad. Cuando llegó a casa de Inez, el borrón se disipaba. Las seis de la tarde. Inez llegaba a casa a las siete. Ed entró, esperó con las luces apagadas.
El tiempo se arrastraba; Ed miraba las manecillas del reloj. A las siete menos diez, una llave en la puerta.
—Exley, ¿estás ahí? Vi tu coche afuera.
—No enciendas la luz. No quiero verte la cara. —Ruidos, tintineo de llaves, una cartera cayendo al suelo—. Y no quiero ver esa bazofia de la Tierra de los Sueños que has pegado en las paredes.
—¿Te refieres a las paredes de la casa que tú has pagado?
—Tú lo has dicho, no yo.
Ruidos: Inez apoyándose en la puerta.
—¿Quién te lo ha contado?
—No importa.
—¿Vas a arruinar a ese hombre por esto?
—¿A él? No, no podría hacerlo sin resultar más necio de lo que he sido. Y puedes decir su nombre. Silencio.
—¿Le ayudaste en su examen de sargento? No tenía cerebro para aprobarlo solo.
Silencio.
—¿Cuánto tiempo hace? ¿Cuántos polvos a mis espaldas? Silencio.
—¿Cuánto tiempo, puta?
Inez suspiró.
—Quizá cuatro años. En ocasiones, cuando uno de los dos necesitaba un amigo.
—¿Quieres decir cuando no me necesitabas a mí?
—Quiero decir que me cansé de ser tratada como la víctima de una violación. Cuando me aterré de los extremos a que llegabas para impresionarme.
—Te saqué de Boyle Heights y te di una vida —dijo Ed.
—Exley —dijo Inez—, empezaste a asustarme.
Sólo quería ser una mujer que salía con un hombre, y Bud me dio eso.
—No menciones su nombre en esta casa. —¿Te refieres a tu casa?
—Te di una vida decente. Si no fuera por mí, estarías preparando tortillas.
—Querido, qué pronto te vuelves mezquino.
—¿Cuántas otras mentiras, Inez? ¿Cuántas otras mentiras además de él?
—Exley, olvidemos esto.
—No, dame una lista.
Ninguna respuesta.
—¿Cuántos otros hombres? ¿Cuántas otras mentiras?
Ninguna respuesta.
—Dime.
Silencio.
—Maldita ramera, después de lo que hice por ti. Dime.
Silencio.
—Te dejé ser amiga de mi padre. Preston Exley es amigo tuyo gracias a mi. ¿Con cuántos otros hombres has follado a mis espaldas? ¿Cuántas otras mentiras después de lo que hice por ti?
Inez, la voz quebrada.
—No querrás saberlo.
—Sí quiero, maldita ramera.
Inez empujó la puerta.
—He aquí la única mentira que cuenta, y es toda para ti. Ni siquiera mi dulce Bud la sabe, así que espero que te haga sentir especial.
Ed se levantó.
—Las mentiras no me asustan.
—Todo te asusta —rió Inez.
Silencio. Inez, con calma.
—Los negros que me violaron no pudieron matar a la gente del Nite Owl, porque estuvieron conmigo toda la noche. Jamás los perdí de vista. Mentí porque no quería que sintieras remordimientos por haber matado a cuatro hombres por mí. ¿Y quieres saber cuál es la gran mentira? Tú y tu amada justicia absoluta.
Ed salió, las manos en los oídos para apagar el rumor. Fuera hacía frío y estaba oscuro. Ed vio a Stensland, atado y muerto.